domingo, 12 de mayo de 2013

LA CHICA DE LA VENTANA


Tengo muchas amigas. Tengo algunas muy buenas amigas. Y tengo una Amiga. Con mayúscula.

Hace tres años (y tres días, por ser precisos) yo escribía (casualmente) sobre mujeres, y ella puso un comentario. Me gustó. Su nombre enlazaba a un blog y lo seguí.

Así llegué a la Ventana. Así supe por primera vez de Teresa.

La imagen de la mujer tras la ventana, observando el mundo con interés, me gustó. Leí algunas entradas y me gustó también lo que fui viendo: su modo de escribir, su elegancia al narrar reflejos de su vida sin alardear ni exhibirse. Y su firmeza.

Poco a poco fuimos interactuando. No es que nos buscáramos, pero encontrarme un comentario suyo, o su respuesta a uno mío, era refrescante. Luego ambos abrimos cuenta en twitter y empezamos a seguirnos, a hablar más a menudo. Y un día alguno de los dos (no recuerdo cuál) dijo ¿porqué no quedamos? Dicho y hecho.

Estaba muy nervioso cuando llegué, era la primera vez que quedaba para desvirtualizar, y me daba miedo decepcionarla, porque me parecía una persona muy especial. No sé si se me notaba mucho, pero sospecho que sí. Cuando la vi me sorprendió que fuera tan alta, me la hacía tirando a bajita. Sonrió, le di un abrazo y nos fuimos a cenar.

No fue como si estuvieramos conociéndonos en ese momento. Fue... ¿sabéis esa sensación de familiaridad, cuando quedas con un viejo amigo y os ponéis al día? Algo así. Hablamos, nos reímos, nos contamos mil cosas... la tarde y la noche se nos pasaron volando. La acompañé al coche, hicimos propósito de volver a vernos en un par de semanas y nos abrazamos, esta vez ambos. Un abrazo intenso, largo.

Mientras volvía a casa me sentía un poco asombrado. Acababa de conocer a mi mejor amiga.

De ese día hace casi dos años. Lo que nació de forma inesperada se ha convertido en una relación como nunca esperé tener. Una relación que me ha enriquecido de muchas maneras. No voy a decir qué he podido aportar a su vida, porque eso, si acaso, debería decirlo ella. Sí os diré qué regalos he recibido. Bueno, sólo algunos de ellos, porque son muchos.

He recuperado el gusto por la lectura: llevaba un tiempo desganado y Teresa me volvió a despertar el placer de leer . Aunque ya se me ha calmado un poco la fiebre inicial, vuelvo a disfrutar de los libros como hacía mucho tiempo. Sobre todo tras redescubrir de su mano a Galdós.

(y compartimos un secreto de lectura, algo tan, tan exclusivo que he sido incapaz de encontrar ni una sola referencia en toda la puñetera red, y ahí me callo y os dejo con la miel en los labios)

Sin pretenderlo, me ha dado algunas lecciones de escritura. Me quito el sombrero ante ella: con una frase dice mucho más que yo con diez párrafos. Cuenta sin decir, y a veces dice más con lo que no escribe que con lo que escribe. Es zen donde yo soy barroco.

(También es una excelente fotógrafa, tiene instinto para buscar una imagen y plasmarla. Incluso sus autofotos parecen de estudio)

Es una chef excelente y le ha dado un buen revolcón a mis perezosas papilas gustativas. He probado una buena cantidad de exquisiteces, incluyendo deliciosos paseos por la cocina francesa.

Con ella regresé a Barcelona, más de 20 años de la última vez que pisé la ciudad Condal. Unos días relajados, reencontrandome con una ciudad maravillosa paseando a su lado.

Me ha ayudado a ser un poco más organizado, menos disperso, menos caótico. A darle importancia a las cosas importantes.

Nos hemos lanzado juntos (ella primero, yo a su rueda) por los procelosos caminos del pan artesano, y ahora me da un poco de grima comprar pan antes que hacerlo con mis manos. No hay color.

También a su rueda me uní a YELP y eso me ha abierto la puerta a un montón de gente maja de verdad y lugares insospechados.

Podría seguir, pero lo más importante de nuestra amistad hace palidecer el resto: confianza. Confianza total. No la que te da quien se queda en tu lado más positivo, sino la que consigues con alguien que sí, disfruta lo bueno de ti, pero no duda en darte una buena colleja cuando la mereces y espera de ti la misma sinceridad. Alguien con quien compartir momentos geniales, llenos de risas, complicidad, abrazos... pero también los difíciles, los amargos, con la misma cercanía. Sin medias palabras. Sin muros.

(Y como regalo extra, me he encontrado con el cariño de su perrita, Lea, la más adorable, acariciable, besable y achuchable westie a este lado del Mississipi)

No me faltaban motivos para ser feliz antes de conocerla. Ahora tengo uno más: mi Amiga. Mi mejor amiga. La que me perdonará el que ahora le saque los colores, porque sé que cuando lea esto se pondrá como un tomate.

Mi vida es un poco mejor desde que te conozco, Teresa. Gracias.

Te quiero, larguirucha.