viernes, 22 de marzo de 2019

SOBRE GENTE DE MIERDA. QUE LA HAY


En general, la gente es maja. 

No, no flipéis, no estoy de coña. En general, la gente que te cruzas por la calle es maja, es decente: ni estúpida ni maliciosa.

Puede que tengan prejuicios, ideas equivocadas, que crean en cosas que a ti te parecen absurdas, pero, enfrentadas a las mismas situaciones que tú, actuarán de forma similar, intentarán hacer lo correcto y, si pueden ver que se equivocan, probablemente se sentirán avergonzados y procurarán corregirse. Porque se sienten responsables de sus acciones y decisiones. En eso consiste madurar.

Por ello, porque intentamos hacer las cosas correctamente, las reacciones de la mayoría de la gente son previsibles, y eso nos convierte en un recurso. Somos el ecosistema en el que se desenvuelve la Gente de Mierda: personas que se caracterizan por un egoísmo de nivel patológico*, si bien pueden expresarlo en diversos modelos.

Están los gorrones, todo un clásico. El amigo que olvida la cartera y pide que le pagues la copa, y ya si eso te lo devuelvo otro día. Ese otro día se autoinvita a comer contigo. Más adelante te pide dinero porque se le han retrasado unos cobros... y cuando hablas con otros conocidos comunes descubres que todos tienen historias parecidas. Moli escribió sobre un caso que se hizo famoso hace unos años, una menda que decidió vivir a costa de sus amigos y hasta publicó un libro presentándose como un ejemplo a seguir, pero la mayoría son más sutiles. Siempre tienen una excusa, siempre van a hacer cuentas contigo cualquier día de estos, y si les señalas su comportamiento, se ofenden porque no esperaban que tú fueras de esos que anteponen el dinero a la amistad.

Del gorrón al estafador, no hay más que un paso. Ese negocio prometedor, esa oportunidad única, tú confía, que no hay nada que temer**.

Están los narcisistas. Son brillantes, divertidos, molan mucho... y un día notas que no te ven. Necesitan que tú les veas, que les adores, pero ellos no piensan que estés a su altura, sólo condescienden a sonreírte, para que se vean sus perfectos dientes. Si follan contigo, en realidad se están masturbando en tu cuerpo. Van por la vida cargados de privilegios y sin preocuparse porque siempre hay alguien detrás que recoge los destrozos, que justifica sus cagadas, que les perdona, porque molan tanto...

Están las rémoras emocionales. Siempre quejumbrosos, siempre necesitados de atención, siempre reclamando tu apoyo, tu escucha, tu presencia. Siempre víctimas. Siempre recordándonos lo importantes que somos para ellos, cómo se vendrían abajo sin nosotros, porque somos diferentes, no como los que no les escuchan. Y siempre procurando no buscar ayuda real, porque el rol de víctima tiene sus ventajas.

Y están los que vuelcan su mierda sobre quienes les rodean, porque ellos nunca, nunca, nunca tienen la culpa de todo lo malo que les pasa. Siempre es culpa de los demás, que no están a la altura. Éstos son especialmente dañinos en el ámbito que, teóricamente, debería ser el más seguro de todos: la familia. Porque nos han enseñado que la familia siempre estará ahí, pero a veces lo está para robarte el aire. Es literal: te drenan, agotan tus fuerzas, te convencen de que eres culpable. O tonto. O torpe. O feo.

Os preguntaréis ¿A qué viene tanto rollo? Pues bien, resulta que en los últimos tiempos he sabido de algunas personas (un estafador, un narcisista y dos enmerdadores) que están descubriendo el sabor de su propia mierda. Y no ha sido el Karma, ni la justicia divina, es una simple consecuencia lógica de sus elecciones.

He dicho arriba que las personas normales (entendiendo como normal a quien no va por la vida jodiendo a los demás) somos el ecosistema en el que se mueven los que, para resumir, llamaremos parásitos. Vamos a verlo desde un punto de vista ecológico.

A priori, el parásito medra, porque la gente tiende a confiar y nadie va por la vida con un cartel anunciando que nos va a sorber la sangre. Es más, la mayoría de esas personas no actúan así de forma consciente, en plan, ja ja ja, voy a aprovecharme de este inocentón, sólo repiten, de modo instintivo, un comportamiento que les ha funcionado previamente.

Y funciona, vaya si funciona. Quien más, quien menos, todos hemos sido víctimas, después de todo el parásito suele ser atractivo, halagador, te hace sentir especial... un verdadero encantador de serpientes, como me dijo una amiga en twitter. Pero la cuestión es que funciona ... a corto y medio plazo. A largo plazo sólo va bien en contados casos, cuando estas personas alcanzan una posición lo bastante protegida como para no hacer frente a las consecuencias de sus actos.

Para el resto las cosas se complican porque el ecosistema se va reduciendo***. El sablista profesional que estafa a su familia, a sus amigos, a sus compañeros del trabajo, al final se queda sin víctimas, porque la gente puede ser cándida una vez, dos, puede que tres... pero al final abre los ojos y cierra la puerta. Y si te has acostumbrado a derrochar, porque siempre pagaba otro, te vas a ver muy pronto en serios problemas. 

El narcisista ha ido desdeñando en algún momento a todas las personas que han entrado en su vida, porque siempre ha habido gente para tomar el relevo, pero llega un momento en el que el glamour**** se apaga y no queda nadie más dispuesto a ser ninguneado. Es más, dado que los narcisistas suelen socializar con quienes son como ellos, es muy probable que, cuando le vean dar un traspiés, sus supuestos amigos se lancen a degüello.

Las víctimas profesionales dan lastima hasta el día en que quienes les rodean abren los ojos y ven que jamás moverán un dedo para solucionar sus problemas, porque es mucho más descansado lamentarse que buscar ayuda real y tomar las riendas de su vida*****.

Los enmerdadores son los que más suelen aguantar, sobre todo si hay vínculos familiares, porque esos son muy difíciles de cortar: hay demasiada presión en contra. Pero, al final, la mayoría se descubrirán nadando en su propia mierda.

Podríais decirme, sólo tienen que rectificar, pero ese es el problema. Han actuado así durante años porque siempre les ha funcionado, y ni saben dónde está el problema, ni han desarrollado las habilidades sociales que les permitirían relacionarse con otras personas de forma saludable. De hecho la mayoría no pensará que tienen un problema, sino que el problema está en los demás, que somos unos desconfiados egoístas y desagradecidos. Y se quejarán amargamente de la incomprensión ajena.

No es el karma: es el tiempo. Por grande que sea el ecosistema, cada persona tiene un número limitado de contactos a lo largo de su vida y, una vez los ha quemado a todos está bien jodida. Que es lo que les ha pasado a los arriba mentados (bueno, a tres de ellos: creo que el narcisista aún tendrá un largo recorrido una vez se rodee de nuevos adoradores)

También podréis decirme que no está bien guardar rencor ni alegrarse por la desgracia ajena pero ¿sabéis qué? Ver ahogarse a quien hundió a otros es una satisfacción muy reconfortante, así que le dejo los buenos sentimientos a quien los desee. Yo, siguiendo el viejo proverbio árabe, prefiero sentarme cómodamente a ver pasar el cadáver flotando en el río. O, como bien dice nuestra sabiduría popular...

... Arrieros somos, y en el camino nos encontraremos.


* El egoísmo es necesario, es un mecanismo de defensa. El problema está cuando es tan profundo que anula la empatía.

** El sablista suele creerse más listo que los demás, de ahí que puedan acabar pelándoles en estafas en las que no entraría nadie con dos dedos de frente, porque no ve que él puede ser la víctima.

*** Dawkins habló sobre este tema en El Gen Egoísta, desarrollando una interesante hipótesis sobre la ventaja evolutiva del altruismo equitativo, el donde las dan, las toman, frente al egoísmo puro.

**** No uso esa palabra porque sí: glamour significa, literalmente, brillo falso.

***** La gente que ha luchado por salir del agujero sabe que no es un camino de rosas, que hay dolor, recaídas y fracasos, pero esas personas siempre se levantan tras cada caída y siguen intentándolo.



sábado, 2 de marzo de 2019

DIARIO DE LA PATERNIDAD RESPONSABLE (Apéndices)

Pues a lo tonto casi hace dos años que dimos por finalizada esta serie, pero desde hace un tiempo me rondaba por la cabeza la idea de darle un repaso a cómo se han desarrollado las cosas en este tiempo. Y de paso satisfacer la curiosidad del público fiel que me acompañó a lo largo de varios años de tragicomedia paternofilial, así que allá vamos

Lo primero, los cambios físicos. A día de hoy nuestro mozo puede darme barbilladas en la nuca. Por suerte sigue siendo delgado y fibroso, porque como hubiera crecido proporcionalmente a lo ancho tendríamos serios problemas de espacio. Goza de buena salud, de momento no parece que vaya a necesitar gafas y sigue luciendo una densa y polícroma melenaza.

De cuando en cuando hace chistes sobre mi escasez capilar. Arrieros somos, que yo también estoy muy sano y pienso vivir lo suficiente como para mirarle el cartón con una amplia sonrisa y recordarle que la genética puede ser muy hija de puta.

Era un niño guapo y ahora es un chaval muy guapo. Eso que se lleva de extra, porque por mucho que nos lo quieran vender los pesaos de la belleza está en los ojos de quien mira, lo de ser feo es algo que jode y que te acompaña toda la vida. Y no, no me lo ha dicho un amigo

En cuanto a lo que no es el físico, pues los últimos años en el instituto fueron duros, eso ya lo esperábamos, pero logró salir entero y con la cabeza bien alta (yo habría preparado una coreografía de despedida con alzamiento de dedo y pedorretas, pero él es de un carácter más sobrio) y ahora está estudiando lo que desea, a gusto, motivado, y sacándose unas notazas que a veces le dejan flipando. En uno de nuestros paseos padre-hijo me confesó que nunca pensó que un día él sería el empollón de la clase. Es lo que tiene que dejen de intentar encajarte en un molde que no es de tu medida, que puedes respirar y crecer a gusto

Respecto a él, más allá de sus estudios o su aspecto, lo que vemos nos gusta. Tiene ética, siente empatía, se está formando sus propias opiniones sobre el mundo y va volviéndose una persona responsable. Lo bastante como para, en ocasiones, señalarme de forma madura que me estoy equivocando y no soltar un TE LO DIJE cuando asumo que, en efecto, me he equivocado. Vale, de momento la ropa sucia sigue siendo abandonada a su suerte en el suelo de su habitación* pero de cuando en cuando la dificultad para desplazarse por la maraña textil le lleva a amontonarlo todo en el cesto y el problema se resuelve temporalmente con dos o tres lavadoras

O cuatro, que en invierno se pone muchas capas de ropa.

Y está bien. Le vemos bien, y eso hace que nosotros estemos también bien. Hay mil cosas que nunca podremos controlar, pero en nuestra atípica familia procuramos cuidarnos y protegernos, y a día de hoy poder decir estamos bien es algo muy positivo.

No hay mucho más que añadir. Sólo deciros a quienes tenéis hijos en los estados previos, que de todo se sale, y que un día la adolescencia  se acaba y te preguntas qué ha pasado mientras te frotas los ojos, con un poco de desconcierto. Ojo, no es que se acaben los vaivenes: lo de preocuparte por tus churumbeles es un oficio para toda la vida, sin jubilación. Pero a veces puedes relajarte un poco, y eso se agradece.

Hasta aquí el apéndice. Siento la falta de chascarrillos y ocurrencias, pero eso lo reservaré para otras entradas, que nuestro hijo tiene su propio sentido del humor y no tiene porqué coincidir con el mío.

* Y las deportivas en medio del salón, siempre en la zona de paso. Uno va tranquilo por su hogar y de pronto se tropieza con unas canoas de la talla 46