viernes, 12 de abril de 2019
LA FALACIA DEL CI
Hace unos años volvieron a hacerme un test de inteligencia. Mi puntuación fue bastante alta, ya lo fue la primera vez, así que no me llevé ninguna sorpresa.
¿Significa eso que soy especialmente inteligente?
No.
Significa que respondo bien a los test de inteligencia. Y también significa que los test de inteligencia se utilizan de forma errónea.
A principios del siglo XX, tras universalizarse en Francia la escolarización infantil, el profesor Alfred Binet se planteó que era necesaria una herramienta para poder comprender las necesidades específicas de cada persona. Una buena parte del alumnado aprendía y evolucionaba correctamente con el modelo básico de educación, pero había otra parte que, por disparidades de origen social, por problemas idiomáticos, por situaciones familiares difíciles, incluso por características específicas de cada niño, requerían una atención más personalizada a fin de que pudieran aprovechar esa educación. En esos años se barajaban ideas que hoy se nos antojan ridículas, como la forma y tamaño de la cabeza, la proporción corporal, la expresión del rostro o el color de la piel para prejuzgar la inteligencia de las personas. Binet opinaba que eso sólo eran ideas discriminatorias y que se necesitaba un baremo intelectual, no físico. Aunque era consciente de que la inteligencia es un conjunto muy complejo de características, y eso implicaba que cualquier herramienta que desarrollara sólo mediría algunas de ellas, logró poner a punto lo que se llamó posteriormente el cuestionario Binet-Simon, el primer test de inteligencia del mundo. Claro que en esos años no se usaban conceptos como Coeficiente Intelectual, sino el de edad mental.
Con su cuestionario, Binet podía identificar a los alumnos a los que debía prestar más atención y apoyo, pero era consciente, y alertó, de que un mal uso de su herramienta podía llevar a una discriminación de los alumnos con problemas. Eso es lo que sucedió: en vez de dedicar más recursos a quienes los necesitaban, se empezó a dejar de lado a los niños y niñas que, en los resultados del test, eran catalogados como débiles mentales.
Estos planteamientos cayeron en medio de las ideas sobre eugenesia que proliferaban en la primera mitad del siglo XX, formando un caldo de cultivo perfecto para convertir la medición de la inteligencia en una excusa con patina científica para justificar cualquier política segregacionista. En Francia, se empezó a tildar de nidos de idiocia a determinadas regiones periféricas, como Calais, señalando que el rendimiento escolar de sus niños era inferior al de otras regiones. El hecho de que el habla de esas zonas fuera diferente al francés oficial en el que se impartían las clases nunca fue tenido en cuenta, como no se tenían en cuenta las condiciones sociales, económicas y familiares de los niños. Los palurdos eran tontos, luego probablemente eran palurdos porque eran tontos.
En EEUU, en los años 20, se demostró que la población de color era más y más estúpida a medida que se viajaba a los estados del Sur. En vez de plantearse si las infames condiciones de vida en la que se mantenía a esa población, incluyendo unas tasas brutales de analfabetismo, influían en los resultados, se concluyó que los negros inteligentes tendían a viajar hacia los estados del norte, buscando climas más templados. También se aplicaron durante los años 30 los tests a los inmigrantes que venían de Europa, para evitar una contaminación por parte de gentes demasiado incapaces. Nada sorprendentemente, resultó que los más inteligentes eran los inmigrantes de origen anglosajón, germano o nórdico, mientras que húngaros, polacos, italianos, griegos y, por supuesto, judíos de cualquier nacionalidad, eran retrasados.
Pasada la guerra la eugenesia cayó en el olvido (aparentemente*) pero el uso negativo de la medición de la inteligencia se mantuvo. El ejemplo más duro es Gran Bretaña, donde se estableció un punto de corte en la educación en el que, en función de los resultados obtenidos mediante un test de inteligencia, se decidía qué alumnos podían acceder a la educación superior y cuáles se quedarían fuera del sistema. De nuevo, resultó que en los barrios obreros, el porcentaje de tontos era increíblemente alto, y la educación dejo de servir como escalera para la mejora social. Un test decidía sobre qué opciones laborales tendrías en el futuro.
En España eso se ha visto en colegios privados y concertados, donde se procuraba (supongo que sigue procurándose) desanimar a los alumnos que no dan un buen rendimiento, a fin de que se vayan a otros colegios y no bajen esas estupendas medias de notas en las que se basa su negocio.
Y volvemos al comienzo de mi exposición ¿qué tiene que ver lo que he expuesto con el hecho de que los test le den a alguien una puntuación alta. De hecho, de cuando en cuando surge la noticia de que cada vez la media del coeficiente intelectual de la población ha ido aumentando, y eso indica que las cosas van bien ¿no?
Repito mi argumento: sacamos puntuaciones más altas en los test de inteligencia porque hacemos mejor los test de inteligencia, no porque seamos más inteligentes.
¿Cómo se mide el éxito de una política educativa? Por los resultados en test de los alumnos. El mismo baremo que indica el nivel de éxito de una determinada escuela. Si ese baremo fuera muy bajo, de acuerdo a las ideas de Binet habría que dedicar más recursos a corregir los problemas de los alumnos en situaciones más desfavorecidas, prestar atención a los entornos familiares y mejorar la protección en general a la infancia. Pero lo que se hace es centrarse en los cambios que permiten responder mejor a las preguntas de los tests.
Es decir, el aumento del CI medio en nuestra sociedad no implica una mejora en los programas educativos, sino que los programas educativos se han ido adaptando a la resolución de los test de medición del CI.
Vamos a mi caso concreto. En los tests hay secciones dedicadas a la inteligencia espacial/visual, como los de En base a estas figuras ¿cual sería la siguiente en la secuencia?. Yo soy ilustrador, llevo décadas trabajando sobre conceptos similares, luego cualquier pregunta de ese tipo siempre me dará una buena puntuación, y mejorará mi resultado final, independientemente de mi inteligencia real. Estoy adiestrado para superar ese tipo de test porque no hay un cuestionario específico que tenga en cuenta esa circunstancia.
Ahora mismo en España se intenta corregir los problemas detectados en el informe PISA, que deja a España por debajo de la media europea. Voy a hacer una predicción: cualquier reforma que se haga al respecto se centrará en garantizar exclusivamente que los alumnos respondan bien a las preguntas de los cuestionarios. Así en próximos informes PISA el gobierno de turno podrá alardear de haber salvado la educación. Y esto no es sólo cortoplacista, es directamente pernicioso, por no decir perverso.
La herramienta es válida: en esencia, los test de inteligencia, correctamente aplicados, y procurando que tengan en cuenta todas las variables posibles, pueden ser de gran utilidad. Pero mientras sigan usándose como excusa para colgarse medallas, sólo servirán para incrementar la desigualdad. Ahora mismo hay más preocupación y se presta más atención mediática** a garantizar que los alumnos con altas capacidades reciban una atención personalizada para que puedan aprovechar correctamente todo su potencial, que en mejorar las condiciones de la educación para quienes quedan por debajo de las medias.
Justo el polo opuesto de lo que intentaba hacer Binet.
* Cada cierto tiempo, en EEUU aparece algún sesudo estudio estadístico que demuestra que los pobres, los afroamericanos, los chicanos y, en general, cualquier grupo social desfavorecido, lo es porque su inteligencia media es inferior a la de los adinerados, y de ahí se deduce que aplicar políticas sociales es innecesario e inútil. Como The Bell Curve, publicado en 1994
** por no mencionar la mitificación que se hace en la ficción de los superdotados, como en The Big Bang Theory o los procedurales de policía científica, como Bones o CSI
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