viernes, 13 de septiembre de 2019

EL FALSO FEMINISMO DE MÉRIDA (BRAVE)



Hace unos años, cuando se estrenó la película Brave, parte de la promoción se centró en señalar que, por fin, Disney presentaba una protagonista empoderada y feminista, un ejemplo positivo para las niñas, más allá del modelo felizmente sumiso de la princesa soñando con un novio (Blancanieves, Cenicienta, Bella... etc). Supongo que recordaréis los comentarios, la joven Mérida se rebela contra un destino impuesto, reivindica la libertad de las mujeres ... etc, etc, etc

Vaya esto por delante: la peli me gustó mucho. No es lo mejor de Pixar ni de lejos, pero no aburre y visualmente es un espectáculo magnífico.

Dicho esto... PERSONAJE FEMINISTA MIS COJONES

Veamos los personajes femeninos de esta película: hay cuatro, en total. Mérida, la reina Elinor, Maude, la doncella del castillo, y la Bruja. Pero a los efectos de la historia la Bruja es un simple desencadenante y Maude una caricatura con tetas (literalmente, suele ser mucho más visible su escote que su cara)

El planteamiento que nos hace la película es que Mérida es alegre y vital, y su estirada madre pretende encorsetarla (de nuevo, literalmente) en su esperado papel de princesa, de cara a un matrimonio concertado. Mérida se rebela, reclama su libertad y tras un tonto error con un pastelito hechizado dedica el resto de la peli a evitar que maten a su madre. Final feliz, plas plas, lagrimita tras la reconciliación y chistecito (flojo) en la escena poscréditos.

Bueno, pues no sé donde están el feminismo o el empoderamiento. Mérida no está luchando por los derechos de las mujeres, sino por sus privilegios personales. Es una niña caprichosa, que ha hecho su santa voluntad durante años, cuya infancia y preadolescencia ha consistido en ir y venir sin dar cuentas a nadie, cabalgar, escalar, tirar con arco y robarle la comida a Maude siempre que le ha apetecido, sin dar ni golpe ni una sola vez en todo ese tiempo, porque es la princesa heredera.

El drama se inicia porque su madre, oh, cuan malvada, por fin empieza a prepararla para asumir sus responsabilidades como princesa. Porque sus privilegios implican una responsabilidad. El reino es joven, y se basa en la alianza de cuatro clanes que, décadas atrás, se unieron para luchar con un enemigo común y posteriormente reconocieron la autoridad del rey Fergus (aparentemente) con el acuerdo de que uno de los primogénitos de los clanes sería su sucesor tras casarse con su hija.

La reina Elinor no quiere restringir la libertad de Mérida en nombre de viejas tradiciones machistas, sino evitar una guerra civil, porque ni su esposo ni los tres jefes de los demás clanes suman un pensamiento sensato entre los cuatro. De hecho, lo primero que hacen al verse es liarse a hostias, y sólo se detienen cuando ella les llama la atención. Lo que, por cierto, desmiente que el poder esté en manos de Fergus, un alegre descerebrado como el resto: la verdadera autoridad está en manos de la reina, y la estabilidad es muy frágil: un malentendido, un mal gesto, un desprecio, y los viejos rencores entre los cuatro clanes romperán el reino en pedazos. Ella tiene que elegir entre prevenir una matanza y el capricho de su hija de seguir haciendo lo que le plazca.

¿Cómo reacciona Mérida? Enfadándose, pataleando, cerrándose en banda, ahora no respiro hala, y, finalmente, montando el numerito  que desencadena precisamente lo que su madre intentaba evitar. Y lo peor es que la niñata no se siente responsable por los acontecimientos: le importa un carajo que un montón de guerreros furiosos estén dispuestos a matarse entre ellos, y a destruir todo lo que se ha conseguido a lo largo de varias décadas de paz y equilibrio. El símbolo visual que se nos muestra, la ruptura del tapiz, es muy evidente: su gesto va a destruir todo lo tejido por su madre, que no es su familia, sino la paz.

Pensemos por un momento en como ha ejercido Elinor el poder. Ha negociado pacientemente durante años, ha dirigido, guiado, sugerido... gracias a eso la brutal energía de los clanes no se ha derrochado en nuevas guerras y hay prosperidad. La leyenda del Viejo Reino nos muestra lo que sucede cuando el único poder que se ejerce es el de la fuerza de las armas. Por eso, durante la escena de la pelea en el salón del Castillo, los jefes de los clanes no reivindican el poder para ellos, sino que reclaman la presencia de la reina, porque sin ella todo se viene abajo: basta su ausencia durante un día y una noche para la paz se tambalee.

¿Dónde está ahí el empoderamiento? A Mérida se la pela lo que les pase a todas las demás mujeres del reino, no está reivindicando una mierda para ellas, sólo exige seguir con su jiji y su jaja, sin asumir jamás las consecuencias de sus actos. Es más, esas consecuencias no llegan a resolverse: Merida, imitando a su madre, logra preservar la paz pero luego simplemente deja la solución al problema para más adelante, echando la patata caliente en las manos de los primogénitos.

Llegamos al punto más problemático ¿Cómo debería haber actuado Mérida? ¿Hay opciones racionales, frente a la aceptación sumisa o la pataleta caprichosa?

La hay. Por cierto, no se me ocurrió a mí, sino que surgió (como todo este post) en una conversación con una amiga feminista muy puesta en Historia. No olvidemos en esta historia está ambientada en la Edad Media. Los matrimonios entre las casas reales se concertaban porque lo que estaba en juego no era el amor (ese concepto, el del matrimonio por amor, no surge en el imaginario occidental hasta mediado el siglo XIX) sino el poder. Mérida tenía una alternativa y podría haberla puesto en práctica si en vez de bufar cada vez que su madre intentaba enseñarle cómo reinar, hubiera prestado atención a lo que se le estaba mostrando. Si ella es la encarnación del equilibrio, entonces puede negociar, y debería (sola o en acuerdo con su madre) haber tratado directamente con los jefes de los clanes y con sus hijos las condiciones más favorables para ese acuerdo, garantizándose toda la libertad de acción posible*, dejando un plazo razonable antes del enlace a fin de disfrutar de sus últimos años de diversión y garantizando la estabilidad del reino bajo sus condiciones, no en base al resultado de un torneo de arquería.

Esta opción, por supuesto, no le da la posibilidad de seguir disfrutando toda una vida de eternas vacaciones, pero es que esa posibilidad nunca ha existido: más tarde o más temprano estará obligada a gobernar**. No puede renunciar al trono, ya que el acuerdo entre los clanes implica que la sucesión de Fergus no recaerá en sus tres hijos menores sino en otro de los clanes (y los niños, siendo trillizos, podrían además provocar una nueva guerra como la que destruyó el Antiguo Reino). Puede parecer injusto que el destino de la protagonista tenga que seguir unas reglas de juego que la impiden hacer su plena voluntad, pero eso afecta a todos los protagonistas masculinos y femeninos, y ella tiene más opciones que los demás, porque tiene la llave del poder. Y si ha gozado de esa libertad y esos privilegios, y tiene ese poder en su mano, es porque se esperaba que asumiría sus responsabilidades, no porque su ombligo sea el centro del universo

En cambio, el final feliz que se nos muestra es del todo incoherente. No sólo Mérida no va a asumir una mierda de responsabilidad, sino que encima su madre parece que de pronto ha decidido que, total, vámonos a cabalgar, que no pasa nada. A lo mejor se ha dicho, para qué preocuparme, cuando todo estalle yo ya estaré muerta, probablemente por otra metida de pata de mi hija.

Para terminar, no sólo no veo feminismo en esta película. Tampoco le veo sentido a la propaganda que se le hizo a esta película porque Disney hace mucho que presentó a un personaje femenino empoderado y feminista: MULÁN

Mulán no se rebela porque sus privilegios de niña consentida vayan a acabarse, de hecho al inicio vemos que ha aceptado honrar a su familia casándose y teniendo hijos (la escena de la casamentera). Su rebelión se dirige contra la injusticia de no poder reemplazar a su anciano padre por ser mujer. De hecho sabe que elegir ese camino la pone fuera de la ley y al cortarse el pelo y vestir una armadura, se está jugando la vida. No se trata de una paranoia suya ni una pataleta: tras la batalla en la nieve, por vestir de nuevo como mujer, vuelve a ser invisible y despreciada, porque vive en una sociedad brutalmente misógina (en la antigua China las mujeres no eran personas, mientras que en la cultura celta retratada en Brave eran respetadas y tenían, por ejemplo, derecho al divorcio, a la herencia al trono y a sus bienes)

De ahí la fuerza de la escena en la que el jefe enemigo comprende que es una mujer quien le ha vencido, el enorme simbolismo del momento en el que el emperador (y, con él, todo el pueblo) se inclina ante ella, reconociendo su deuda de gratitud, y la dignidad de su rechazo al puesto de poder que merecidamente se le ofrece, porque no ha buscado nunca ese poder, sólo cumplir con su deber familiar.

Como colofón, si bien Mulán siente su poquico de calorcillo por el capitán Li, por que el mozo está muy bien plantado, no hay ningún momento de romanticismo y es él el que acaba yendo tras ella (después de que el emperador le de una colleja, porque todo lo que tiene de guapo lo tiene de corto)

Así que, si buscáis un personaje Disney empoderado de verdad, tenemos una chica de pelo oscuro y ojos penetrantes, que sabe encontrar una oportunidad táctica en medio de una batalla perdida, maneja la espada sin miedo y reparte hostias como panes. Y en cuanto a la pelirroja caprichosa y malcriada ¿qué podemos decirle sino...




*Si alguien cree que las mujeres no podían ejercer el poder en la antigüedad, debería leer la historia de Cleopatra, Zenobia, Boudicca o, si prefieren ejemplos nacionales, Isabel de Castilla. Esta última, precisamente, se caracteriza por haber sido una de las mejores negociadoras de la Europa del siglo XV

** Y porque en algún momento llegará a ser adulta, y eso implica asumir las consecuencias de sus decisiones

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