Si hay una letra que caracteriza a nuestro idioma, es sin duda la eñe. Una consonante única que da sonoridad a términos tan elegantes como cáñamo, ñandú, entraña, cañaveral o añoranza, siendo ésta una de las palabras más bellas de nuestra lengua, sólo inferior a esperanza porque una habla de pérdida donde otra dice ilusión. Pero no trataré sobre estos vocablos, sino sobre otro que, pese a su popularidad, ha sido ignorado por los literatos y maltratado por los académicos. Me refiero al humilde pero directo coño.
Leyendo un ensayo de Stephen J. Gould, conocí la existencia de los histerolitos. Estos fósiles son los moldes internos de unos braquiópodos con una curiosa marca en forma de vagina. Gould mencionaba que un autor francés trató de reemplazar el prefijo griego por el latín cunnus ( llamándoles coñolitos) pero la idea no cuajó. Yo debía estar muy espeso ese día porque tardé un tiempo en darme cuenta que coño debía ser una palabra muy antigua.
Rememorando mi escaso latín sólo fui capaz de recordar vulva, pero indagando un poco vi que cunnus era empleado por la gente de baja extracción social, mientras que vulva era preferido por las personas de calidad. A los que han sufrido a Cicerón no les sorprenderá mi felicidad al saber que una palabra tan maja tenía origen plebeyo.
¿Y de dónde sale cunnus? No hay un acuerdo al respecto, porque los filólogos son un tanto rancios y prefieren debatir sobre temas más sesudos, pero podría ser una forma abreviada de cuniculus, es decir, conejo. Este símil de los genitales femeninos no es exclusivo del castellano ya que, en un cuento de las Mil y Una Noches unas muchachas y un palafranero usan el término conejo sin orejas. La comparación, dicho sea de paso, parece deberse por un lado al mechón de vello que adorna el monte de Venus, y por el otro a que el glande del clítoris, al excitarse, asoma como haría un conejo por la puerta de su madriguera.
Si cunnus deriva de cuniculus, su origen sería entonces peninsular, porque los romanos sacaron su vocablo del ibero kyniclos (fue en Hispania donde los latinos toparon con el orejoncete). Eso convertiría a coño en la más española de las palabras.
Una pequeña disgresión: se dice que los romanos llamaron a la península Hispania por sus muchos conejos, pero ese nombre no viene de kyniclos o cuniculus, ni del griego orycto así que ¿de donde procede?
Según los lingüistas, viene de los fenicios, pero éstos no tenían nombre para el conejo, pues no los había en Tiro. En cambio conocían unos animales que resultan bastante parecidos, llamados damanes (se les menciona en la Biblia como carne prohibida). En fenicio, damán es spn (las lenguas semíticas no usaban vocales, sólo escritura consonante) y su sonido vendría a ser sphan. El plural es spnm y se pronunciaría sphanim. Tierra de damanes sería I-spnm, y sonaría Isphanim. Luego quizás nuestro país deba su nombre a una confusión zoológica.
Es una lástima: si los romanos hubieran llamado a nuestro país cunicunnia puede que nuestro gentilicio fuera coñogurritanos y nuestros antepasados no se habrían tomado la vida tan en serio.
De cualquier forma, coño es un término repleto de historia, con parientes tan nobles como el gallego cona y el francés cun. Hay quien prefiere usar eufemismos, como una autora de novela romántica cuya protagonista se estremecía mientras su amante bebía del cáliz de su amor. Ya conocéis mis opiniones al respecto ¿Tan difícil era decir que la gustaba que la comieran el coño?
Hay sinónimos como chocho, chichi, quiqui, chumino, almeja o su derivado platense, concha, todos muy válidos, pero no acaban de complacerme. Muchos se apoyan en la che, que carece del sabor y la españolidad de la eñe. Además chocho y sus derivados comparten la limitación de conejo, ya que usan una parte, el clítoris, para designar el todo (para los ignaros, un chocho es una pepita de altramuz). En cuanto a almeja o concha, me temo se relacionan con la falacia del olor. Y digo falacia porque una vagina cuidada desprende una fragancia almizclada, intensa pero agradable, que en nada recuerda a un alimento en mal estado. Por todos esos motivos yo me quedo con coño.
Y aquí viene mi protesta. Coño tiene muchos empleos loables. Se usa en exclamaciones de sorpresa agradecida, ¡Coño…!, como sugerencia de misterio, ¿Qué coño hay ahí? , o como sinónimo de broma o chanza (el que hace coñas es un coñón). Pero ¿cómo pueden convivir estos usos con una definición repleta de vileza? Porque si aplicamos el diminutivo tenemos coñito, una palabra preciosa, que retrata un coño pícaro, coquetuelo, bien arreglado, promesa de alegrías presentes y futuras… pero el superlativo es coñazo, y el diccionario nos tira un cubo de agua helada: cosa latosa e insoportable.
¿O sea, que si algo es fantástico es la polla o cojonudo, pero si molesta es un coñazo? Señores de la RAE, esta definición es un baldón sobre nuestra lengua, una infamia que nos recuerda un pasado de machismo y opresión, y merece ser erradicada. No me vengan con excusas protocolarias, porque si en nombre de la corrección política se han perpetrado desgracias tan lamentables como presidenta o lideresa mucho más urgente es desterrar la misoginia del lenguaje coloquial. Usemos muermo, tostón o peñazo, pero dejemos en paz al coño.
Todos nacimos mediante un coño y le debemos respeto, agradecimiento y cientos de horas de sana diversión. Por lo que a mí respecta, no pienso avergonzarme ni usar sinónimo alguno, porque es palabra breve, concisa y musical, y no conozco modo más noble de llevar una eñe a la punta de mi lengua.
Pues dicho sea de paso, ¡Coño! que bien te ha quedado... ¡Saludos!
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