lunes, 21 de febrero de 2011

EL ORO Y EL IMPERIO (y III)


La situación a la muerte de Domiciano es catastrófica: el tesoro imperial está en las últimas. Tras el breve intervalo de Galba, el emperador Trajano toma las riendas y se dispone a buscar nuevas fuentes de ingresos.

Dacia, en la actual Rumanía, es una tierra de gran riqueza minera que no sólo ha escapado al control de Roma sino que incluso recibe un tributo debido a una desastrosa campaña de Domiciano. Trajano atraviesa el Danubio, conquista la región, extermina a casi toda la población y esclaviza a los supervivientes para que sigan explotando las minas. El botín es tan inmenso que el precio del oro cae más de un 20%.

Las nuevas riquezas permitien a Trajano emprender una febril política de construcción tanto en Roma como en las provincias (de ese periodo data el acueducto segoviano) y reorganizar el ejército y la administración. Luego, tras varios años de paz, vuelve su mirada a Oriente y emprende una nueva guerra contra los partos. El objetivo es doble: ganar las riquezas del único imperio rival de Roma y abrir una ruta hacia la India a través del Golfo Pérsico controlada por los romanos, acabando así con las costosas tasas que cobran los mercaderes a las importaciones orientales. Su muerte impide que se completen las conquistas y su sucesor, Adriano, se repliega a las fronteras originales de Oriente.

Adriano reorganiza el tesoro y el fisco, dejando a su muerte un excelente sistema administrativo que prolonga la prosperidad hasta finales del siglo II, cuando el desastroso gobierno de Comodo vuelve a vaciar las arcas, gracias entre otras cosas a sus dispendiosos festejos, que se prolongan durante meses.

Tras la crisis sucesoria de Comodo, Septimio Severo retoma los pasos de César y Trajano y esta vez el imperio parto es derrotado de forma definitiva. De nuevo el oro corre por las calles de Roma y el propio Severo encuentra nuevas formas de gastarlo, incrementando los repartos de alimentos al pueblo, aumentando el volumen del ejército y mejorando sustancialmente sus ingresos para asegurarse su lealtad. Pero esta riqueza es tan sólo un espejismo.

Con la conquista de las provincias occidentales del imperio parto Roma ha vaciado la última fuente de oro a su alcance. A partir de ahí no volverá a haber ingresos espectaculares y a medida que los gastos imperiales aumenten el único recurso a esquilmar será el propio imperio. El sucesor de Severo, Caracalla, extiende la ciudadanía todo el imperio, no como gesto de magnificencia, sino para ampliar el número de ciudadanos sujetos a contribución.

El mismo Caracalla reemplaza el viejo denario, por una nueva moneda de plata, el antoniniano, que devalua al anterior en un 20%. Ni aún así es posible sostener los enormes gastos de la administración y el siguiente emperador, Macrino, tiene que rebajar el sueldo de las legiones para hacer frente a un costoso tratado de paz con los partos, lo que le costará la vida.

A lo largo del siglo III se suceden las administraciones de forma caótica, siendo el único interés de los emperadores el de reunir suficiente dinero como para mantener contento al ejército. El desastre económico se refleja en el desatre administrativo, que culmina con la muerte del emperador Valeriano a manos de los Sasánidas, sucesores de los partos.

Los sucesores de Valeriano acuñan moneda compulsivamente y la inflación campa a sus anchas: los antoninianos apenas tienen una mínima fracción de plata en una amalgama de vellón. La crisis política sucede a la económica y cuando Aureliano sube al trono en 270 el imperio incluso ha perdido sus provincias orientales y occidentales a manos del efímero imperio de Galia y el reino de Palmira. El nuevo emperador logra enmendar la situación y el saqueo de Palmira aporta algún alivio a las arcas, lo que permite estabilizar el Antoniniano con el valor de un vigésimo de denario y una proporción de un 5% de plata ¡una caída de valor del 4000% en menos de 60 años!

Tras Aureliano los emperadores se suceden a una velocidad pasmosa. Algunos intentan avanzar de nuevo hacia Oriente pero los persas sasánidas se encargan de cortar de raíz sus sueños de riqueza. Diocleciano, en el cambio de siglo, restaura la administración, establece un sistema impositivo universal y vuelve a reformar la moneda, eliminando el antoniniano e introduciendo el solidus de oro como reemplazo del aureus, al cambio de 1000 denarios de plata.  Eso estabiliza las finanzas imperiales a costa de una monstruosa inflación al tirar de nuevo por tierra el valor de la moneda menor, la única a la que tiene acceso la plebe.

Diocleciano separa las administraciones de Oriente y Occidente, y Constantino da el paso definitivo: establece su capital en Bizancio y acuña el nuevo solidus bizantino como moneda de referencia. A finales del siglo IV la división administrativa se convierte en real y el imperio de Oriente separa su destino del de Occidente.

La escisión es inevitable: al agotarse los recursos de Hispania, Galia y Britania los principales ingresos del Imperio vienen de Oriente, cuyos puertos monopolizan el rico comercio con Asia. El oro del imperio ha ido acumulándose ahí mientras la moneda occidental inicia una devaluación crónica. En Roma, los ricos acaparan el dinero de calidad, quedando tan solo en circulación el vellón: la ciudad que ha saqueado el mundo ni siquiera tiene ya plata para acuñar. Sin una moneda de confianza, cobrar los impuestos resulta ruinoso y reclutar tropas es casi imposible; a lo largo del siglo IV la movilidad social desaparece: el hijo de soldados debe ser soldado, el hijo de aparceros será aparcero, es la única forma de evitar que todo quede abandonado.

La llegada de las migraciones germanas en el siglo V dará la puntilla al tambaleante dominio occidental. Los diversos pueblos recién llegados, tras intentar integrarse en el imperio, se federan a sus órdenes, pero el coste en oro es alto, y mucho más se consume intentando mantener a los hunos fuera de las fronteras. Los saqueos de Roma del 410 y el 455 vacían las últimas arcas de la ciudad Eterna.

Al desaparecer el Imperio Occidental la mayor parte de los recursos monetarios han desaparecido, bien rumbo a Oriente, donde el Imperio se sostendrá varios siglos más, bien en manos de los recien llegados, que a a falta de una economía monetaria activa optan por atesorar o convertirlo en joyas y objetos de culto para las las iglesias, que en los siguientes siglos acumularán una enorme cantidad de bienes. El solidus bizantino se convierte en la moneda de referencia, y la riqueza acumulada en el imperio de oriente alcanza incluso para el semisuicida intento de Justiniano de reconquistar Hispania, Libia e Italia. Los escasos resultados no compensan el enorme esfuerzo: ni siquiera la rapacidad de los recudadores de Justiniano puede extraer oro de donde no lo hay.

La primera parte de la Edad Media verá muy poca circulación de oro. Los nuevos reinos se han establecido sobre tierras que han sido desangradas durante siglos. La única fuente de moneda son las casas bancarias, vinculadas a los puertos italianos, que abren de nuevo el tráfico con Oriente, y a partir del siglo VII el nuevo reino de Al Andalus. Al alba del siglo X los banqueros italianos y la Iglesia se sienten lo bastante poderosos como para alentar y financiar las cruzadas: les atraen las rutas comerciales hacia China y la India, el oro de Oriente y, en el caso de los italianos, el deseo de destruir el dominio de los bizantinos sobre el tráfico de la seda y las especias. El oro vuelve a fluir por toda Europa tras la toma de Jerusalén y a comienzos del siglo XIII los cruzados arrasan Constantinopla, 8 siglos después del primer saco de Roma. Los últimos tesoros saqueados por los romanos vuelven así de nuevo a la circulación, contribuyendo a la creciente monetarización de la economía en la Alta Edad Media y preparando el camino para la futura expansión europea por el globo.

sábado, 12 de febrero de 2011

EL ORO Y EL IMPERIO (II)


La muerte de Craso es una pésima noticia para César ya que el difunto equilibraba el poder de Pompeyo, y apoyaba económicamente la estrategia política de César, que se queda en la más absoluta bancarrota. Entonces llega el permiso del senado para intervenir en los asuntos de la Galia.

La imagen que tenemos de los galos, alegres, bárbaros y pobres, pero felices, no se ajusta demasiado con la realidad. La Galia es muy rica y cuenta con grandes cantidades de oro, tanto en forma ornamental (los celtas acostumbran a adornarse con collares, brazaletes y torques) como en moneda, en un momento en que en Roma la moneda circulante es de plata o cobre. La campaña gala da dos formidables bazas a César: un ejército experimentado y devoto a su general, y oro, muchísimo oro.

En los dos años anteriores a la Segunda Guerra Civil César reparte riquezas a manos llenas en Roma, ganando el favor de la plebe, atrayendo a su bando a una buena cantidad de senadores y, de paso, provocando una nueva inflación: la devaluación del oro merma los recursos económicos de sus rivales. Luego, declarado el conflicto, se hace rápidamente con la península italiana y traslada la guerra a las provincias orientales, venciendo a Pompeyo en Farsalia. Finalmente se alía con la reina egipcia Cleopatra, que vuelve a llenar los ya vacíos cofres del conquistador.

Con el imperio ahora en sus manos, César planea la conquista del imperio parto, pero su asesinato vuelve a encender la guerra civil, primero entre Octavio y Antonio contra sus asesinos, y luego entre ellos por la supremacía. Antonio se une a Cleopatra, ganando el apoyo de sus riquezas y el control sobre el trigo de Egipto. De haber afianzado su posición hubiera podido desangrar tranquilamente a Octavio ya que el otro recurso alimentario de Roma, Sicilia, es amenazado por las fuerzas de un nuevo rival, Sexto Pompeyo, y el sobrino de César no tendá más opción que pagar un precio cada vez más elevado o dejar morir de hambre a Italia.

Octavio actúa con rapidez: mientras Agripa aplasta a Pompeyo, él maniobra políticamente para cortar de raíz el apoyo a Antonio en Roma. Luego le declara la guerra, derrotándole en Actium y apoderándose de Egipto, después de que Cleopatra intente en vano unirse al nuevo poder. Octavio se hace con el dominio de las provincias orientales y el trigo egipcio, más los inmensos tesoros de Alejandría.

Tras el establecimiento del Principado el denario se ve desplazado por el aureus. Octavio, ahora Augusto, y su sucesor Tiberio, tratan de evitar que el río de oro de Oriente hunda la economía romana, pero fracasan y la inflación vuelve a dispararse, igual que fracasan al intentar convencer con su ejemplo a las clases pudientes para que refrenen sus gastos. Empero, su administración es austera y eficaz, y a la muerte de Tiberio el Tesoro Imperial está lleno y saneado.

No durará: Calígula dilapida todo el oro ahorrado en cuarenta años. Claudio logra equilibrar la situación con una administración prudente, pero Nerón vuelve a la política del despilfarro y la guerra iniciada a su muerte ocasiona una nueva ruina económica. Los dos primeros emperadores flavios logran de nuevo sanear la situación, pero Domiciano acaba de hundir las cosas.

¿Porqué se producen estos vaivenes? Roma es ya dueña indiscutible del Mediterráneo , tiene en sus manos el trigo de Egipto y prácticamente todo el oro y la plata de medio mundo pero cuanto más grandes son sus riquezas, mayores son sus crisis económicas. El Imperio, como antes la República, no es capaz de gestionar sus recursos, se limita a devorarlos: sin una economía productiva la propia Roma se ha convertido en un inmenso sumidero de recursos. 

Mientras se ha mantenido la expansión el saqueo ha mantenido la maquinaria en marcha, pero Augusto ha detenido las conquistas tras la pérdida de Germania, una provincia de la que se esperaba sacar gran cantidad de tributos (el Tesoro se nutre de los tributos, incluyendo la mitad de todo el metal precioso extraído de las minas) y los gastos son ingentes. Hay que pagar un enorme ejército permanente, que puede hacer y deshacer emperadores a su antojo, y el estado corre igualmente al cargo de la manutención de la plebe, pagando además grandes espectáculos para mantenerla feliz (panem et circensis).

El campo se mantiene vivo en provincias como Hispania, Galia, Libia… pero en la propia Italia o en Grecia la ruina es casi total a finales del siglo I y las ciudades de provincias, medio deshabitadas, están rodeadas de eriales: nadie quiere cultivar la tierra porque no hay beneficio en ello, salvo en los grandes latifundios explotados con esclavos y aparceros.  Los campesinos se han hacinado en las urbes, y la escasa industria no permite ocupar más que a unos pocos. El resto sobrevive a costa de las distribuciones pagadas por el estado o los plutócratas locales.

 Las clases altas llevan un tren de vida fastuoso y gastan enormes cantidades de dinero en productos exóticos, que, como ya hemos visto, sólo pueden conseguirse en Oriente y siempre a cambio de oro y plata porque Roma no produce nada que pueda comercializarse a su vez en esos puertos. Los ricos reciben sedas, opio, perfumes, vinos, exquisiteces... gran parte de la plata romana acabará así sus días en China, como hará después mucha de la plata del Perú. 

Los grandes banqueros y comerciantes, como Mecenas, protegido de Augusto, y Séneca, consejero de Nerón, se dedican a la usura y la especulación y van acaparando poco a poco todo el oro circulante, forzando al Tesoro a nuevas acuñaciones. El fantasma de la descapitalización es constante. Claudio se ve obligado a conquistar Britania y Nerón debe gastar grandes recursos en mantenerla: sus minas de plata son vitales para sostener el valor de la moneda imperial, que en apenas un siglo empieza a dar síntomas de hundimiento. Durante el reinado de Nerón se produce la primera gran devaluación del aureus, por el expeditivo sistema de reducir su peso en un 9%…

lunes, 7 de febrero de 2011

EL ORO Y EL IMPERIO (I)


Como ya comenté anteriormente, el estudio de la Historia no es una práctica estéril y fosilizada. La Antigüedad admite acercamientos muy novedosos y hace poco, hablando en un foro sobre los problemas administrativos del imperio romano, salió a la luz uno de esos enfoques, centrado en la disponibilidad y consumo de metales preciosos.

La antigua Roma republicana no es un estado rico en términos de liquidez. La base de su economía son los pequeños agricultores que, al contrario que en Atenas y otras ciudades estado, participan activamente en la vida pública y forman la espina dorsal del ejército. Hay una cierta monetarización pero muy pocos metales preciosos, como denota el asedio galo del 387, cuando el Senado apenas logra reunir las 1000 libras de oro exigidas por Brenno a cambio de su retirada. La moneda circulante es el as de cobre, el trueque está a la orden del día y apenas hay inflación. Más adelante, al expandirse a lo largo del siglo III a costa de la confederación Etruria, los romanos se hacen con un razonable botín pero su principal interés es la búsqueda de nuevas tierras de cultivo. El Tesoro tiene ya importantes recursos pero su pecunio está lejos de las inmensas riquezas de Oriente o de Cartago. 

La situación empieza a cambiar con la primera Guerra Púnica. Roma casi se arruina en la contienda, pero sus condiciones de paz son leoninas: Cartago entrega 1000 talentos de plata (30 tn) más otros 2300 en diez años. Roma, además, se ha hecho con Sicilia y el botín de Siracusa. El resultado es negativo para la economía tradicional: el as de cobre es desplazado por el nuevo denario de plata, y la abundancia de moneda favorece una fuerte inflación. Las familias senatoriales acaparan buena parte del oro de Sicilia e invierten en las nuevas tierras, inundando el mercado romano con trigo siciliano, bajando así los precios del cereal y dañando aún más la la economía de los granjeros romanos. La sociedad romana ha empezado a capitalizarse.

La guerra de Aníbal acelera las cosas. tras la victoria Roma queda dueña de Hispania, parte del norte de África, Grecia y la parte occidental del Imperio Seléucida, acumulando un inmenso botín. El oro circula en abundancia y la alta sociedad multiplica sus gastos suntuarios. La clase agrícola, diezmada por las guerras, no puede hacer frente a la nueva situación: los precios del trigo están por los suelos, la mayoría de las granjas dejan de ser rentables y los especuladores se hacen con grandes extensiones de suelo a bajo precio que explotan con mano de obra esclava. Roma se llena de veteranos que lo han perdido todo, pero la escasa industria existente utiliza también muchos esclavos y apenas da trabajo a una pequeña parte de los desplazados.

Catón clama contra la decadencia que ha traído la riqueza. Los intentos de enmendar las desigualdades, como las reformas de los Gracos, fracasan, y las tensiones sociales se multiplican: para evitar revueltas los ediles subvencionan parte de los costos del cereal, de modo que la plebe pueda adquirirlo a costes reducidos, pero eso sólo aumenta la especulación. Además los terratenientes dedican sus tierra a la ganadería o la viticultura, más rentables que el trigo, y el desabastecimiento agrario de Roma aumenta pese a contar con las cosechas de Hispania y África. La annona, el suministro de cereal a la capital, se convierte en una sangría para el erario público, que debe adquirir grandes cantidades de trigo en el extranjero, principalmente en el Egipto de los Lágidas; pagando, por supuesto, en oro y plata.

Roma obtiene oro de las minas de Hispania y el tráfico de caravanas con el África Occidental, pero a los gastos comerciales se suman los enormes costes de la Guerra Social y la guerra Civil. La clase agrícola, arruinada, ya no puede suministrar tropas y las nuevas legiones de Mario son levas de pago. Sila trae un nuevo botín del Ponto y la situación económica se estabiliza momentáneamente, pero tras su dictadura y las guerras serviles la República se ve incapaz de construir un sistema económico viable porque la propia Roma es un enorme sumidero de recursos, y dilapida buena parte del tesoro acumulado en el siglo anterior. 

La nueva campaña de Pompeyo en el Ponto supone un alivio para las arcas estatales, que reciben más de 20000 talentos y tributos de los reinos orientales, ahora feudatarios de Roma. La sed de oro del imperio, empero, es inagotable, y la estrategia del primer triunvirato así lo demuestra. 

Pompeyo retiene Hispania, principal fuente de metales preciosos de la República, Craso parte hacia Oriente, planeando  hacerse con las riquezas y las rutas comerciales de Oriente y César obtiene la Galia Cisalpina, siendo a priori el más desfavorecido de los tres. Craso muere a manos de los partos y los recursos de Hispania parecen dar la supremacía a Pompeyo…