sábado, 16 de noviembre de 2013

HIJOS DE TIRO (IV) Gentes libres

Los cananeos procuran mantener el equilibrio entre los poderes de la zona para preservar su independencia. Así, aunque tienen relaciones estrechas con Egipto, su poderoso cliente al Sur, lograrán salir adelante en el largo pulso entre los faraones y los hititas.

La llegada de los Pueblos del Mar lo altera todo. Hatti sucumbe. Egipto logra sobrevivir pero su poder queda mermado. Sidón ve sus tierras asoladas por los invasores y pierde su situación de privilegio a favor de Tiro. Y entran en el escenario nuevos actores con los que no sera posible razonar: los asirios.

Hacia el 740, Tiglath-Pileser invade Canaan, pero no impone condiciones demasiado duras a los puertos. Su hijo Salmanassar, en cambio, exige fuertes tributos en forma de ricas mercancías, púrpura y cedro. Esto enfrentará al Palacio con los navegantes y el Templo, ya que son estos quienes pagan el tributo. Entonces el imperio aumenta sus demandas y ordena que las ciudades acojan guarniciones asirias. Algo que los fenicios no pueden aceptar, sobre todo Tiro.

Tiro, construida sobre una serie de islotes cercanos entre sí y paralelos a la costa, está separada de tierra firme por un canal de unos 700 m. Los islotes, unidos tras años de trabajo, forman un recinto fortificado con un muro que en sus puntos más altos, aprovechando los enormes arrecifes, alcanza los 25* m. La ciudad tiene dos puertos, enlazados por un canal interior en tiempos de Hiram, el constructor del Templo de Salomón. Los astilleros y buena parte de las factorías de murex están en el lado oriental de la isla. Frente a la isla nacerá un puerto hermano, Palae-Tyrus, que absorbe la población excedente, ya que la ciudad no puede crecer más allá de sus muros. Es, probablemente, la mejor fortaleza del Mediterráneo, y el alma de la rebelión contra los asirios.

El alzamiento tiene lugar en el 728. Los fenicios se defienden tras sus muros, y Shalmanassar tardará casi dos años en someter los puertos, uno por uno. Palae-Tyrus cae, pero la isla mantiene su desafío.

El rey ordena al resto de los puertos que le suministren naves y embarca a sus tropas para acabar con el último baluarte. Al verles llegar, los barcos tiriotas salen del puerto y se lanzan contra sus enemigos, dispersándolos pese a su inferioridad numérica y regresando a sus muelles, incólumes, cargados de prisioneros. Furioso, Shalmanassar ordena el asedio. La isla resiste gracias a la pesca, el comercio con sus colonias, la lluvia y los pozos de agua salobre, pero potable, excavados en los propios islotes. En el 722 Shalmanassar es depuesto y el cerco queda levantado. El nuevo rey, Sargón II, necesita consolidar su poder y no puede atender un conflicto tan estéril y prolongado.

Se suceden los reyes: Senaquerib, Assarhaddon, Assurbanipal... todos tratan de meter en cintura a los navegantes. Tiro se mantiene en pie frente a todos, resistiendo asedio tras asedio y alentando nuevos alzamientos a la menor ocasión. Pese al poder asirio, pese a la caída de Egipto y la conquista de todo el Creciente Fértil, los fenicios no están dispuestos a aceptar el yugo, y a cada signo de debilidad del opresor seguirá una nueva intentona.

Los señores de Niniveh comprenderán al final que el único modo de pacificar la región sería asolarla y convertirla en un erial. Eso supondría renunciar a los tesoros de allende los mares, así que prefieren aflojar poco a poco su dominio.

En el año 615 medos y babilonios derrotan definitivamente a Asiria. Egipto recupera su soberanía y durante unos años los fenicios volverán a navegar sin amos extranjeros. Es en esos años cuando el faraón Necao financia la fabulosa expedición alrededor de África

Tras derrotar a Egipto, Nabuconodosor lleva sus estandartes más allá del Éufrates, camino de la costa. De nuevo las ciudades van cayendo, una a una, bajo la bota del invasor. De nuevo Tiro, último bastión de los cananeos, queda cercado casi una década y, de nuevo, la lucha termina con un acuerdo.

Los caldeos no disfrutarán demasiado tiempo de su victoria. El año 539, Babilonia cae a los pies de Ciro el Grande, fundador del imperio persa. Los puertos vuelven a gozar de un respiro hasta que el ejército medo, a las órdenes de Cambises, marcha hacia Egipto, a través de la franja costera.

Por primera vez en siglos, los fenicios no se oponen. En vez de imponerse por la fuerza de las armas, Cambises negocia con los navegantes y cumple escrupulosamente con su parte del acuerdo.

Acuerdo, no sumisión. Porque tras pacificar el país del Nilo, Cambises se prepara para conquistar Cartago. Su plan es embarcar al ejército y navegar hasta Túnez, evitando así la marcha por la costa, demasiado larga y aventurada. Pero los fenicios se niegan a ayudarle: no atacarán a una ciudad hermana, a la que les unen años de amistad, lazos de sangre y los más sagrados juramentos. El monarca, aunque a regañadientes, acepta sus argumentos y olvida su empresa, que podría haber alterado toda la historia de Occidente.

Y así da comienzo la larga relación de Fenicia con los persas, los únicos señores aceptados de buen grado por los navegantes.

* Las cronicas de la antigüedad hablan de muros de 35 m de alto, pero esa cifra, a todas luces, parece una exageración

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