domingo, 2 de septiembre de 2018

TANGENCIAS



Hoy me me he decidido a hacer una limpieza en mi lista de contactos de Facebook. He eliminado a casi la tercera parte de las personas que había en mi lista de amigos, asi que puede que algunas de las personas que me leéis estéis entre los borrados. No es por nada personal, simplemente he entresacado aquellos perfiles con los que no tenía interacción. Pero no es de eso de lo que quería hablaros.

Quería hablaros de Ana.

Nos contactamos en Facebook hace ya unos cuantos años, por azar. Revisamos nuestra filiación porque compartíamos apellidos y resultaba raro que no tuviéramos parentesco, pero el caso es que no lo encontramos. En cualquier caso hubo buena química y, durante un año, tal vez año y medio, hablamos a menudo, en abierto y en privado.

No llegamos a conocernos en persona, aunque alguna vez dijimos de acercarme a S para ponernos cara y abrazo, y tomar algo juntos en alguna terraza. Sé que las cosas le resultaban difíciles, sufría una enfermedad muy dura y su situación personal no era fácil.

Un día desapareció

Pasaron unos meses hasta que me di cuenta de que hacía bastante tiempo que no hablaba con ella. Su perfil seguía abierto, así que pensé que se habría tomado un descanso. Siguió pasando el tiempo y Ana se convirtió en un recuerdo. Un recuerdo agradable que se fue haciendo poco a poco más borroso. Hoy, al hacer la limpieza, me encontré cerrado su perfil. Me dije ¿que fue de ella? e hice una búsqueda en la red.

La encontré.

Murió en 2014, apenas unos días después de nuestra última conversación. Un accidente, según decía el periódico que lo reseñó. Aunque alguna vez ella me comentó que un día no podría más y terminaría con todo, así que no sé qué pensar. Bueno, en realidad sí lo sé.

No llegué a ver su rostro. A veces subía fotos, pero siempre con la cara escondida. Como se suponía que un día nos veríamos, nunca le di importancia. Tampoco llegué a escuchar su voz. En realidad, pese a todas nuestras conversaciones, sólo puedo suponer cómo era Ana, porque saberlo, no lo sé. Creo que era una persona decente, y pese a su dolor era capaz de sonreír y de hacerme sonreír.

Lo único que de verdad sé es que nunca pudimos conocernos, ni despedirnos.

Hoy, recordándola por primera vez en mucho tiempo, pienso también en la gente que ha rozado o cruzado mi vida a través de las redes. Facebook llama a esas personas Amigos, Twitter los denomina Seguidores, pero lo cierto es que la mayoría no somos ni siquiera conocidos. No voy a soltaros el típico rollo sobre la vida ficticia que se crea la gente en las redes y blablabla. La cuestión, para mí, es que esos contactos, por livianos o artificiales que parezcan, puede ser importantes. En ocasiones esa persona a la que no ves es quien te escucha justo cuando necesitas que te escuchen, quien comparte contigo una broma privada, una afición, un libro, un poema

No podemos intimar con todas las personas que se cruzan con nosotros en el 2.0, pero a veces vale la pena saber más. Una de mis amigas reales se animó a hablar conmigo por que vio en la red una ilustración que subí mientras preparaba un trabajo. La persona más importante que haya entrado en mi vida en los últimos 30 años lo hizo a través de este blog, y, aunque hace años que dejamos de hablar, sé que ese día todo cambió, y nunca dejaré de agradecérselo.

He tenido la fortuna de abrazar en persona a una parte de mis contactos. Lo llaman desvirtualizar pero yo prefiero el verbo Conocer: mirarnos a los ojos, escuchar nuestras voces, compartir un momento que sea real y nuestro, abrazarnos, si se tercia.

No podré conoceros a todos, y no creo que eso sea algo negativo. Muchos me consideraríais un cretino, otros me pareceríais insoportables. Nunca sabes cómo será, como saldrá, y si surgirá algo de ahí. Lo más probable es que no haya nada en común, y cada uno siga después su camino sin más. Pero al menos lo intentaré, en la medida que me deje el tiempo, porque, de cuando en cuando, te encuentras con alguien a quien realmente merece la pena encontrar.

Sólo recordad que, si lo dejas para más adelante, si piensas que ya habrá tiempo, tal vez te equivoques. Tal vez no tengas, no tengamos tiempo.

Y, llegado el día, si tengo tiempo, intentaré despedirme, aunque sea a través de esta ventana artificial. No quiero que alguien me busque y descubra que ya no puede decirme adiós.

Adiós, Ana.

Ojalá hubiera podido decírtelo de viva voz.

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