Como ya sabéis los habituales de este blog, a veces hago alguna entrada dando voz a otras personas. Y hoy quiero hacerlo con mi amada y cómplice Marisol Torres que, además de tener unos ovarios de acero forjado y unos ojos del color del mar, juega con las palabras con la misma dedicación y cuidado con la que acaricia la tierra.
Es un texto muy breve, pero me despierta sensaciones y recuerdos que no quiero dejar correr.
EL ARTE DE LA PODA
Podar olivos por la mañana, podar novela por la tarde, eso es lo que he estado haciendo estos últimos días, aprender el arte de la poda.
Es curioso cuan similares son ambas actividades, porque lo que importa de verdad, en los dos casos, es dejarlo todo limpio, claro, que corra el aire, que entre el sol.
En el caso de los olivos centenarios de mi finca, dice mi maestro, mi tío Gregorio, es importante que el centro del árbol esté despejado, sin ramas, para que circule el viento y dé el sol; hay que mantener las ramas que tienen fuerza, quitar las partes viejas y cortar todas esas pequeñas ramitas que consumen energía. Tú eliges las ramas que quieres mantener.
En el caso de mi nueva novela, Piedraescrita, ambientada en mi valle, siguiendo a Raymond Queneau, estoy haciendo lo mismo. Hay que dejar la trama principal clara y despejada, cargarse cualquier subtrama que le quite fuerza y despiste al lector. Podar algunos adverbios, adjetivos, alguna descripción que no aporta nada… podar, podar y podar.
Y, curiosamente, cada ramita, cada adjetivo, duele cuando lo cortas.
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