El dogma de la infalibilidad papal, siendo uno de los más conocido, es igualmente el peor comprendido por los fieles, que creen que se traduce en que cualquier cosa que diga un Papa, va a misa.
Para empezar no se trata de un atributo tradicional. De hecho es bastante moderno. La infalibilidad fue decretada en el Concilio Vaticano I, bajo la dirección de Pio IX, uno de los personajes más miserables que han ocupado la silla de San Pedro. Cuando el bondadoso y liberal cardenal Ferretti fue proclamado, se convirtió en señor absoluto de una cuarta parte de la península itálica. Cuando el ponzoñoso Pio IX murió, rebosante de veneno y rencor, su soberanía se reducía, prácticamente, a su palacio. En los treinta y un años de su pontificado le dio tiempo a condenar el darwinismo, el naturalismo, el comunismo, el racionalismo, el laicismo, el liberalismo, el capitalismo y, en general, cualquier cosa que terminara en ismo.
Aborrecía todo lo que oliera, siquiera de lejos, a novedoso o reformista. Tras la desaparición de los estados pontificios, excomulgó a cualquier católico que colaborara con la nación italiana, incluyendo a la familia real de Saboya y, por supuesto, a Garibaldi y todo aquel que hubiera respirado a menos de cien kilómetros de él. Igualmente excomulgó a todo el que se atreviera a pedir la separación entre la iglesia y la sociedad civil, a quien se casara ante un tribunal, a quien simplemente fuera a votar. Mientras tuvo poder terrenal, procuró amargar la existencia de los desdichados judíos que vivían en sus territorios y no dudó en hacer secuestrar a un niño con la excusa de que una criada le había bautizado a escondidas cuando era un bebé y sería contra natura que un cristiano creciera junto a unos padres judíos.
No sorprenderé a nadie aclarando que tan santo varón, con cara de empotrador de monaguillos (vease la imagen arriba), ya ha sido beatificado. De hecho lo fue junto a una martir judía del Holocausto, porque la Iglesia tiene las tragaderas lo bastante amplias como para beatificar a un furioso antisemita con una víctima de Auschwitz. Se dice que hace tiempo que el Vaticano tiene en mente su canonización, un tragala que, al parecer, se dismularía canonizando a la vez a Pio XII.
Pues bien, esta criatura del señor decidió convocar un concilio en 1869 para 1: condenar el racionalismo (con un poco de retraso, ya que Descartes murió en 1650), 2: anatemizar a todo el que pretendiera supeditar la iglesia al poder civil (y al Papa a la autoridad conciliar, dicho sea de paso) y 3: declararse INFALIBLE. En asuntos de fe, porque dado el modo en que menguaron las posesiones de la Iglesia en su pontificado está claro que en cuestiones de diplomacia, economía o visión de futuro el amigo Pio era mal gurú.
¿Porqué decidieron los cardenales otorgarle a semejante personaje un certificado de tener superpoderes? Porque las cosas no iban demasiado bien. Apenas a seis meses de empezadas las sesiones los camisas rojas se merendaron los restos del reino papal y un par de meses después la misma Roma le fue arrebatada. En esas circunstancias, otorgar al jefe de la Iglesia de un aura sobrenatural no parecía una medida demasiado descabellada.
Ahora bien, los cardenales pueden ser muchas cosas, pero tontos, no. Aceptaron la infalibilidad, pero ésta no se traduce en que el Espíritu Santo hable diariamente por boca del Papa. De hecho sólo es así cuando el Papa habla Ex Cathedra, es decir, cuando se dirige a TODA la cristiandad para establecer un DOGMA, es decir, una decisión irrevocable sobre un asunto de fe.
Aquí está la gracia del asunto. Si nuestro buen Benedicto XVI tiene el día lenguaraz y suelta ante un porrón de micrófonos que (es un decir) el preservativo favorece el contagio del SIDA en África, en realidad no ha dicho nada, al menos a efectos de doctrina. Es decir, se ha limitado a soltar una opinión, del mismo modo que podría haber opinado sobre el recibo de la luz o la calidad de las baguettes. Lo mismo sucede con las Encíclicas, mensajes del pontífice a la Iglesia. Estas epístolas determinan la postura eclesial ante un asunto (o asuntos) específico, pero no son Ex Cathedra, ergo no son infalibles ni irrevocables.
Pio IX quiso forzar la infalibilidad para las encíclicas, pero los cardenales, con muy buen criterio, lo consideraron fuera de lugar. Hicieron bien, ya que las encíclicas del Papa Ferretti hubieran anclado la doctrina eclesial en la Edad de Piedra sin posibilidad de enmienda. Eso ha permitido a la Iglesia ir adaptándose, aunque sea lentamente, a los tiempos que vive. Mi ejemplo favorito es la encíclica Humani generis de Pio XII, en la que éste aceptaba que la selección natural era una hipótesis científica seria que no contradecía la fe cristiana, Esta prudente y neutra declaración fue corregida por Juan Pablo II en 1996, al dirigirse a la Academia Pontificia de Ciencias, al declarar que la evolución era una Teoría y no sólo una hipótesis. Puede parecer una cuestión de matiz, pero si pensamos en términos científicos no lo es.
Desde la proclamación de la Infalibilidad, ésta ha sido esgrimida una sóla vez, en 1950, cuando Pio XII proclamó la Asunción de María, es decir, su ascenso físico a los cielos. No es una decisión que resulte demasiado arriesgada, ya que es dudoso que ningún estudio científico vaya a demostrara la falsedad de semejante declaración. El resto de las declaraciones papales tienen un grado mayor o menor de autoridad dependiendo del ámbito y modo en que se expresen, pero no se consideran infalibles.
Así pues, al asumir como verdad revelada cualquier opinión de un pontífice los católicos cometen un error. Precisamente Juan Pablo II, en su encíclica de 1998, Fides et Ratio, estableció que fe y razón eran herramientas inseparables para la búsqueda cristiana de la verdad. Al prescindir de la razón y aceptar ciegamente todo lo que se publica desde el Vaticano, los creyentes no sólo demuestran una triste cortedad intelectual, sino que incluso menosprecian la opinión de uno de los papas más carismáticos del siglo XX.
Claro que, siendo una encíclica, es posible que Fides et Ratio esté equivocada, después de todo el Papa no estaba hablando Ex Cathedra. Puede que, después de todo, asentir sin albergar jamás un ápice de duda sea lo único necesario para alcanzar el Reino de los Cielos. Desde luego Pio IX hubiera opinado así, y lo hubiera considerado una verdad inmutable.
Muy bueno, a Pío sólo le faltó condenar el simple hecho de pensar (aunque no dudo que esa haya sido su intención), pero sólo que hay un pequeñísimo error en la publicación.. Pío es del siglo XIX, no del XVII, no sólo tardó un poco en condenar el racionalismo, tardó más de dos siglos. Creo que para haberlo condenado en el siglo XIX no previno que a dicho siglo se le llamara el "Siglo sin Dios" ni a que aparecieran un montón de locos en siglos posteriores que se dedican a negar la existencia divina (me incluyo, la Syllabus Errorum únicamente logra hacerme reír, malo por aquellos que confían ciegamente en la infalibilidad papal).
ResponderEliminarGracias, Violeta. Acabo de corregir el error (se me fue el teclado, me temo). Sí, Pio recuerda un poco a ese sector actual de la Iglesia que condena TODO (las células madre, la protección a los primates, los derechos de los homosexuales, la invención del metacrilato...) porque es una amenaza insostenible contra la Familia (debe ser la de los Corleone)
ResponderEliminarPío Nono estuvo en todos los charcos, y ahora se le recuerda sobre todo por la virginidad de la virgen y por los pastelitos, muy ricos. Con la divina sanción (según la canción que nos hacían cantar) he pasado yo muchos 8 de diciembres muy resalaos, mareando a las monjas con las campanillas que hacícamos sonar a escondidas, mientras coreábamos la canción, pues sí nos lo pasábamos tan rícamente (en el segundo cole en el que estuve, en el primero el personal responsable eran unas cachobestias muy poco recomendables).
ResponderEliminarMuchos persojanes con una trayectoria condenable en muchos aspectos -que es lo que opino de este menda-, incluso totalmente abominable -no es para mi el caso- se recuerdan después de la forma más curiosa, los pastelillos, ó más mediatizada -la cancioncita-, que uno pueda imaginar.
Susana
Ese es un tema que siempre me ha sorprendido, lo de los piononos. Vale, hay mucha tradición culinaria religiosa, huesos de santo, yemas de santa teresa, costillas a la San Lorenzo (y si no existen, ya tardan en sacar la receta) pero, con la que llovió mientras este señor era Papa, con la iglesia en crisis y el papado a punto de desaparecer ¿de verdad a alguien le dio tiempo a inventar un pastel? Por cierto que no los he probado nunca ¿están ricos?
ResponderEliminarTe copio de la wiki que lo explican mejor:
ResponderEliminarEl pionono es un pastel de tamaño pequeño elaborado tradicionalmente en Santa Fe, población muy cercana a la ciudad de Granada (España). Se compone de dos partes, una fina lámina de bizcocho enrollado formando un cilindro (la base del pastel), emborrachado con algún tipo de líquido muy dulce que le da una textura agradable y fresca, coronado con crema tostada. Un pastel poco empalagoso.
Me gustan aunque me resultan muy dulzones. En veranito, fresquitos y acompañados entran muy bien, son menos rancios que las yemas de Sta Teresa, será por cuestión de latitud. Son típicos de Santa Fé, y según me parece se los inventó un pastelero para celebrar una visita del susodicho (que ya habrás sacado la relación entre la historia de SantaFé y la personalidad del Nono. aquesí?).
Hala ya te estás encargando unos :).
Susana
Demasiado dulce para mí, yo no suelo golosear tanto (bueno, sí, pero es otro tipo de goloseo, marranos, enfermos, que ya estáis poniendo c... palabras en mi boca)
ResponderEliminarSölo le veo un problema a la explicación, y es que no me suena que Pio IX saliera jamás de Italia. Estuvo un tiempo en Nápoles debido a una revuelta en ROma, luego de vuelta a ROma y finalmente se pasó el resto de sus días encerrado en su palacio, reñido con el mundo y probablemente murmurando imprecaciones.
Veo más probable que los bautizaran así porque el amigo Pio aprobó el dogma de la Inmaculada Concepción, un tema de mucho fervor en Andalucía.
Sí, llevas razón en que la historia es pelín descabellada, consultaré a la fuente cuando la vea.
ResponderEliminarCuando tenía 10 añitos el dogma de la virginidad de la virgen me enerbaba -mi padre era médico-, pero eso no le quitaba la gracia al mil albricias.
Susana
Pío IX nunca salió de Italia. De hecho, quienes lloraban la pérdida de sus poderes terrenales lo llamaban "el preso de El Vaticano". Supongo que esos mismos plañideros del poder temporal del papa tuvieron relación con la denominación y el consumo de los piononos.
ResponderEliminarProblemas con OpenID me obligan al "anonimato". Un abrazo de Piamonte
Los abrazos siempre son bienvenidos, aunque sea medio de tapadillo ;-)
ResponderEliminar(ya me contarás lo del open ID)
Esta tarde, la tercera y última parte.
Hay un párrafo en el que refieres a Benedicto XVI como Benedicto XVII
ResponderEliminarCorregido, gracias.
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