martes, 1 de octubre de 2013

HIJOS DE TIRO (II) Gentes que navegan


Fenicia es apenas una franja de terreno entre las montañas del Líbano y la costa. No hay mucho suelo para cultivar ni asentarse, por eso la población de los puertos no se siente atada a la tierra.

Su tierra es el mar.

El mar les alimenta, les cuida, incluso les hace ricos. Su mayor tesoro, el púrpura, nace del mar. Sus caminos son de agua, sus monturas de madera.

Las galeras de guerra son impresionantes, pero no son esos los barcos que recorren los mares. Los navegantes viajan en gaulos, pequeños mercantes tirando a rechonchos. Pequeños porque hay que fondear en cualquier sitio, rechonchos porque necesitan cargar mercancías. Diez, doce bancos de remo, una vela cuadrada cuando hace buen viento, un casco de buen cedro y pino, embreado y resistente. Nada más.

Hay cananeos que no navegan: tejedores, tintoreros, orfebres, agricultores, leñadores, albañiles, carpinteros... pero su trabajo también va hacia el mar. Construyen y calafatean los barcos, erigen las murallas que defienden los puertos y los malecones que protegen las ensenadas. Aprovisionan a los marineros y llenan sus bodegas con las mercancías que viajarán más allá de poniente. Los más ricos son los armadores, que organizan y financian las expediciones, pero nadie tiene más prestigio en la costa que los capitanes y sus tripulaciones. Ellos son el orgullo y la esperanza de las ciudades: sin el mar, no tienen nada.

Incluso con el mar, apenas hay suelo para todos, y las costas meridionales del Mediterráneo se van cuajando de colonias. Gades, Tanger, Lepcis, Cyrene...

Cartago. La hija de Tiro, tan floreciente que pronto sobrepasa en riqueza y pujanza a su ciudad materna. Tan poderosa que un día Roma la odiará como nunca odiará a nadie.

A veces hay que luchar. Los griegos también navegan y comercian por Italia y Sicilia. Pero tras los conflictos vuelven los negocios: los gaulos atracan en Creta y Grecia y siguen sus rutas hacia el Mar Negro. Gades tiene poderosas murallas, y no son simbólicas: los nativos no siempre ven con buenos ojos una nueva ciudad. Pero pasada la batalla el puerto permanece y los barcos pueden fondear, reparar, aprovisionarse y seguir más allá de las columnas de Hércules.

Hacia donde viaja el Sol. O mucho más lejos.

Dónde el mar se endurece ¿Porqué remaron los fenicios tan al norte? ¿Qué buscaban en la última Thule? El estaño está en las islas bretonas, y ahí el mar no se hiela ¿a dónde iban los navegantes?

Imaginad la singladura desde Canaan hasta las costas del Báltico, costeando el norte de África, la península ibérica, las costas de las galias, las bocas del Escalda y el Rin, el estrecho de Dinamarca... remando, siempre remando, quién sabe qué habrá más allá.

Hacia el sur, Hannon alcanza el Golfo de Guinea. Comercia con pueblos de piel oscura y carga sus naves de oro, especias, marfil, aves de colores imposibles... los nativos le hablan de un pueblo feroz y salvaje, que no viste ropas ni habla como los demás hombres. Hay un encuentro, una breve lucha, la tribu desconocida huye hacia la selva. Algunas de sus mujeres son capturadas pero se niegan a comer y mueren. Hannon ordena curtir y llevarse una de sus pieles para que no les llamen mentirosos al regreso. Los nativos le dicen el nombre de ese extraño pueblo: gorila.

Sí, los navegantes son tildados de mentirosos. Herodoto, padre de la Historia, les llama falaces, es imposible que los barcos enviados por el faraón Necao viajaran tan lejos como dicen, porque todos saben que, más allá del mar Rojo y Etiopía, África se acaba, el cielo es ardiente y la tierra de fuego. ¿quién podría sobrevivir?

Además los mentirosos fenicios afirman que las estrellas cambiaron, y que el sol del mediodía, en vez de estar sobre sus cabezas, se alzaba a su derecha ¿quién podría creer semejante sarta de embustes? 

Lo lograron. Les llevó tres años, pero lo lograron: por el Mar Rojo hasta Abisinia, bordeando Arabia y el cuerno, navegando hasta Zanzíbar, pasando luego entre África y Madagascar, de ahí al cabo de Buena Esperanza y sin dejar de seguir la costa, de nuevo hacia el norte. Sobrepasan Guinea, luego la Costa de márfil, las aguas del Sahara (¿les hablarían de las islas, llegaron a las Canarias?) y, por fin ante sus ojos, las columnas de Hércules, la costa de Libia y, de nuevo, Egipto.

El sol de mediodía se alzaba distinto, porque la tierra es redonda, pero eso no se sabía aún, y la acusación de Herodoto nos demuestra, sin ningún género de dudas, que circunnavegaron África. Entera. A remo.

Comparado con el viaje de los mercaderes, la travesía de Colón parece un juego de niños. Y hay quien dice que también se adelantaron al Genovés, que quizás los remeros pudieron llegar a las costas del Brasil, ignorando que alcanzaban un nuevo mundo. Pero sea o no cierto, sus viajes marcan un antes y un después para los pueblos que van conociendo.

No sólo traen mercancías, también noticias. Los barcos de cedro tejen una red invisible, puerto a puerto, por el mundo antiguo. Algunos fantasean sobre cómo serán los hombres más allá de sus costas. Los fenicios no fantasean: lo saben. Les han visto, han hablado con ellos. Y navegarán de vuelta a esas lejanas tierras, sin miedo, porque cada nueva ruta es valiosa, y el mar sigue llamando a sus hijos.

Vivir, después de todo, es remar.

2 comentarios:

  1. Me parece muy interesante esto de la circunnavegación de África.
    Y muy bien contado.
    ¿Te importaría aportar fuentes para profundizar en el tema?

    Un saludo

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  2. Tienes la obra de Herodoto, es la principal referencia. Yo leí por primera vez sobre el tema en "History of Phoenicia" de Rawlison

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