sábado, 11 de abril de 2020

SOBRE GITANOS, MURCIANOS Y LA SEMANA SANTA ANDALUZA (y II)


Empecemos por Murcia. Hay una conexión entre los murcianos y una de las dos preguntas originales. Hasta bien entrado el siglo XX se hablaba de una Pragmática Real (atribuida a Carlos III) que decía que las personas de honor debían abstenerse de tener relación con gitanos, murcianos y otras gentes de mal vivir.

Algunos intelectuales dicen que esa norma es un bulo, y que la frase original debía decir gitanos, murcios y otras gentes de mal vivir, siendo murcio un germanismo para ladrón. Es posible que tengan razón. Pero a mí se me ocurre otra posibilidad: la frase decía originalmente Murcianos y es, probablemente, de la época de Felipe III o Felipe IV.

En esos años en Murcia tuvo lugar un acontecimiento trascendental: la expulsión de los moriscos. Españoles cuyos antepasados adoptaron la fe musulmana y, tras la caída de los reinos andalusíes, se convirtieron al cristianismo.

Los conversos musulmanes y judíos, eran mirados con desprecio y desconfianza por los cristianos viejos, y se les acusaba de relapsismo (falsa conversión) y de practicar ritos heréticos a escondidas. En el caso de los moriscos murcianos eso se veía agravado por ser buenos agricultores cuyas tierras eran ricas y bien cuidadas, deseables, y mantener costumbres, vestimentas e incluso lengua propia. Ese habla rara que sonaba a castellano pero no era del todo comprensible por los verdaderos cristianos era vista con desprecio e incluso aborrecimiento.

El destino de los moriscos fue trágico. Primero se les convirtió a la fuerza (durante los desórdenes del alzamiento comunero, bautizos forzados en medio de matanzas). Después se les estigmatizó y señaló socialmente. Finalmente fueron despojados de todo salvo lo puesto y expulsados masivamente por orden de Felipe III. Sus bienes fueron rapiñados por la Iglesia y por el Duque de Lerma, como compensación por las pérdidas que suponía la expulsión de tanta gente trabajadora y productiva (que lo eran, y mucho)

Y así se limpió la región de Murcia, donde eran moriscos la inmensa mayoría, sobre todo en el medio rural. pero quedó en el imaginario la idea de que los murcianos eran gente extraña, de escasa confianza y hablar bruto. Si alguien venía de ahí, poco bueno podía esperarse de él. También hubo expulsiones masivas en el reino de Valencia, pero allí ya había una amplia población cristiana implantada, y no hubo estigma.

Por esas fechas los gitanos llevaban más de un siglo en nuestras tierras y ya se habían decretado leyes en su contra y persecuciones abiertas (edicto de los RRCC en 1499) así que tal vez simplemente se les asoció en el estigma con los murcianos-moriscos, dando lugar a la supuesta pragmática. Hoy el prejuicio religioso ya no existe y sólo queda la frase a modo de chiste, pero en su momento no era asunto de risa.

En cuanto a Andalucía, la exageradísima religiosidad de su gente tiene un origen temporal muy concreto: la Contrarreforma.

En tiempos de Carlos I en el antiguo Al Andalus la Inquisición aún se dedicaba a extirpar con crudeza los restos del judaísmo, perpetuado por los marranos (judíos conversos que mantenían su antigua fe) pero ya dedicaba también sus cuidados a los moriscos andaluces. Esa presión fue creciendo hasta estallar en tiempos de Felipe II en la rebelión de las Alpujarras, sofocada a sangre y fuego. Además sería en Sevilla donde se manifestaron algunos brotes luteranos y calvinistas en el siglo XVI, contra los que se ejerció la consabida represión.

Para la Inquisición, Andalucía era tierra de sospecha y su población, que en su mayor parte eran descendientes de judíos y musulmanes conversos (buena parte de los judíos hispanos acabaron refugiandose en Andalucía hasta su expulsión por los RRCC), vivía bajo su atenta mirada. Los judíos habían sido expulsados en el S. XV, los protestantes sevillanos fueron quemados en la hoguera en 1559 y los moriscos granadinos fueron masacrados en 1568 por las tropas al mando de Juan de Austria*. Para los cristianos nuevos había pocas dudas de lo que podía pasar si se les señalaba como falsos cristianos.

Pero en Trento, en 1563, se decretó una nueva forma de religiosidad basada en rituales que debían despertar el fervor popular y una nueva iconografía que era un canto al éxtasis y el martirio, con especial devoción a la Virgen y al santoral, convertidos por designio del Concilio en custodios e intermediarios de la fe del pueblo ante Dios, frente a la iconoclastia de los protestantes.

Esa religiosidad extrema era una forma de ponerse a cubierto de sospechas. Hoy puede parecernos ridículo, pero no debemos olvidar que la Inquisición era una realidad muy presente en las vidas de los españoles del XVI y el XVII. Para un castellano o leonés no había riesgos, pero si eras andaluz y persona de apellidos dudosos y/o antepasados heréticos, debías demostrar públicamente la fe, y no de forma comedida, sino prácticamente a grito pelado, porque tus vecinos harían lo mismo, y si no exagerabas lo suficiente, quizás alguien podría verte con sospecha**.

En una sociedad obsesionada con la limpieza de sangre ¿qué mejor forma de demostrar tu devoción que con ofrendas, fundaciones y donaciones? Así, cada iglesia andaluza se convirtió en un escaparate de la religiosidad de sus parroquianos, de los ricos y de los pobres. Porque nadie estaba a salvo de sospechas, pero si donas una custodia repleta de filigranas de plata y fundas una capilla, puede que ganes un certificado de Limpieza. Eso, en pleno auge del barroco, se convertiría en una explosión desmesurada de imaginería cuyos resultados podemos seguir viendo hoy en día.

Y si no tienes más que tu miseria, mejor cantar muy alto y muy fuerte, y emocionarte ante la virgen, y llorar a su paso como si fuera tu propia madre, y desmayarte entre convulsiones, incluso.

Esa fe inflada e inverosímil que ahora nos hace reír e incluso nos lleva a mirar a sus partícipes con cierto desprecio, no nació de la ignorancia. Sino del miedo y de la necesidad. Fue un escudo contra la persecución, y al final acabó convirtiéndose en una seña de identidad.

Y de nuevo aparecen aquí los gitanos. Porque tan exagerada como la devoción andaluza es la gitana. El cristianismo caló en Andalucía es como una versión amplificada del payo, por ser la tierra donde más gitanos se asentaron, y ser estos incluso más sospechosos de herejía y víctimas de persecución que los cristianos nuevos (recordemos el horrendo edicto de persecución de Fernando VI) pues además se les acusaba de brujería. Así que, ante un mismo peligro, se forjo la misma defensa: religiosidad escandalosa y florida.***

¿Qué tienen en común, entonces, andaluces, murcianos y gitanos? que eran en su origen pueblos conversos, se les señaló como cuerpos extraños y la inquisición y las autoridades se cebaron en ellos.

Luego la respuesta última a ambas preguntas es la misma. Los murcianos son señalados como estúpidos y de poca confianza, y andaluces calós y payos son tan exagerada y públicamente religiosos, por el fanatismo y la intolerancia de la Iglesia, la Corona y el propio pueblo español, que no dudó en pisotear e incluso aniquilar a buena parte de sus vecinos por ser diferentes.

 * Tras la matanza, las familias moriscas de Granada fueron dispersadas por Castilla, de ahí que Sancho, en el Quijote, tenga un amigo morisco. El propio Juan de Austria comentó con tristeza la desgracia de ese pueblo y lo injusto del trato que se les daba.

** Tal vez uno de esos mismos vecinos: la Inquisición generó un clima de sospecha y delación, ya que no se publicaba el nombre del denunciante y éste podía recibir una parte de los bienes del denunciado

*** Y FUNCIONÓ: hay oficios del Santo Tribunal contra los gitanos, pero en proporción son mucho menos que los que hubo contra la población judeoconversa, y en general las penas fueron leves, sin autos de fe con condenas a muerte. A partir del XVI los gitanos sufrieron persecución de las autoridades pero no inquisitorial****.

**** Si os interesa el tema, recomiendo la lectura del magnífico ensayo Los Gitanos y la Literatura en el siglo de Oro, de Antonio Solano Cazorla

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