Mujer iroqués

domingo, 18 de julio de 2010

LA AMARGURA DE LAS SOTANAS (II) ANALIZANDO


El Foca era un amargado que daba una María en un colegio donde era el último mono. Teníamos otros dos profesores de gimnasio, su hijo, un personaje olvidable, y Jesús Carballo, padre del campeón español y entrenador de la selección femenina de gimnasia. Un profesor genial que disfrutaba de su trabajo y siempre supo sacar lo mejor de nosotros*. El Foca tendría que haber sido ciego, sordo y mudo para no saber que su propia vida era un cagarro y dado el volumen de bilis que rezumaba está claro que era muy consciente de ello.

Esa era la clave: resentimiento. Ese rencor que se enquista, te pudre por dentro y se manifiesta escupiendo veneno a lo que te rodea. El rencor que vi en los frailes de mi colegio y que puedes ver extendido por toda la clerecía.

¿Qué lleva a alguien a hacerse monja, fraile o sacerdote? En teoría, la fe. He conocido y conozco monjas y sacerdotes con verdadera fe, que realmente creen que hicieron lo correcto al ordenarse y ven con tristeza los derroteros que ha llevado la Iglesia. Existen, pero son minoritarios. ¿Qué otras opciones nos quedan?

Estaba el hambre. Muchos vieron en la sotana un modo de sacar el vientre de penas y muchas familias vieron en los conventos el modo de darles un techo a las niñas que no podían mantener, como venía siendo tradición desde tiempos inmemoriables. Esa gente se encontró años después que el hambre se había acabado pero a ellos nadie iba a devolverles los años perdidos.

Estaba la seguridad: los sacerdotes recibían casa parroquial y sueldo, y muchos de ellos recibieron otros beneficios, como los que administraban los hogares del auxilio social, o los que gestionaban los rastrillos de la buena sociedad, y procuraban llevarse pegados a los dedos una buena cantidad del dinero que pasaba por sus manos. Y los que procuraban llevarse (y siguen procurándolo) un buen pellizco de las herencias de gente anciana. Todo ello sin tener que sudar jamás, sin mover un dedo más allá de alguna bendición o pasar calor en alguna procesión. El oficio perfecto para el vago.

Estaba el prestigio: las sotanas hacían y deshacían a su antojo con el beneplácito del Régimen. Un sacerdote podía arruinar la vida de una persona con sólo acusarle de no ser persona de orden. Los obispos eran reyes en su diócesis y mientras no chocaran con la autoridad (y esta era notáblemente elástica) podían hacer y deshacer a su antojo. La educación estaba enteramente en manos de curas y monjas, al igual que la censura, lo equivale a decir que lo estaba toda la vida cultural y social. A partir de los años 60 la curia empezó a perder terreno pero en la calle seguía mandando y con la llegada del Opus Dei a los despachos ministeriales su influencia se hizo omnipresente. Eso es lo que veía la gente, y mucha gente pensó ¿porqué no arrimarse al sol que más calienta?

Y, en el caso de nuestro colegio, específicamente**, estaba el Mayorazgo: era tradición en las tierras vascas y navarras, que el hijo mayor lo heredara todo, y los siguientes fueran a la iglesia o al ejército. Y la orden religiosa del Sagrado Corazón tenía sus raíces en esas tierras: numerosos frailes eran vascos y navarros, y muchos de ellos (como el Urtain, o el ministro socialista Angel Gabilondo, sin ir más lejos) eran hijos segundones, destinados a la Iglesia sí o sí, a los que nadie había preguntado su opinión, y que se comían una vida que no habían elegido.  

Llegaron los 60 y los 70, el prestigio se evaporó y un montón de sacerdotes descubrieron que ya no podían obligar a sus feligreses a pasar por el aro. Monjas y frailes fueron dejando de ser útiles gracias al avance de la sanidad y la educación pública y ya nadie besaba el anillo del obispo. Los que soñaban con ser misioneros en tierras lejanas se toparon con la descolonización y en vez de bautizar negritos les mandaron a hacer bulto en los colegios, sin preparación para la docencia ni ganas de ejercerla. Y hay pocas cosas que duelan más que las expectativas que no se cumplen.

La pereza también pasó factura. Porque aunque hay sacerdotes que se dedican de verdad a su labor y se involucran en su comunidad, otros se limitan a vegetar. Pero los sueldos de los curas, que en los 50 les permitían un estatus de vida provilegiado, comparado con el de la mayoría de la gente, hoy apenas dan para el día a día, y los holgazanes llevan mal la austeridad. Una cosa es vivir sin lujos cuando nadie los tiene y otra muy distinta ver que te has quedado fuera de la fiesta porque no puedes pagártela. Como el párroco toledano que empezó a malvender los bienes de su parroquia para pagarse las putas y se puso en ridículo intentando a su vez prostituirse para unir vicio y vocación. Un caso muy claro de parásito que descubre que no hay de donde chupar.

Así pues tenemos miles y miles de hombres y mujeres que renunciaron a una parte importante de sus vidas a cambio de una seguridad y unas esperanzas, y al llegar a la madurez descubrieron que la sociedad les había dejado atrás. ¿Qué opciones tenían?

Algunos se entregaron con verdadera fe y devoción a las tareas que les quedaban. Como he dicho, esa gente existe y merece mi respeto. Otros, en géneral más jóvenes, colgaron los hábitos y se reintegraron al mundo. Pero una buena cantidad se quedó donde estaba, porque la inercia es una fuerza muy difícil de vencer. Y esos son los amargados, hombres y mujeres sin vocación y sin futuro, que han pasado por la vida de forma gris y aburrida, sin valor ni voluntad para cambiar de rumbo.

Gente que se va pudriendo por dentro y paga sus frustraciones con los demás. La monja que me apaleó, que seguramente odiaba a las jóvenes que pasaban riéndose porque sabía que nunca se reiría como ellas. El fraile que se da a la bebida y aborrece a los niños a su cargo. El sacerdote que suelta su sermón en una iglesia semivacía sabiendo que nadie está prestando la más mínima atención a lo que dice. Por desgracia la Iglesia como institución ha contado con muchas prebendas y entre ellas estaba hasta hace poco la de la impunidad, y miles de seres frustrados han podido descargar su rabia contra las personas a su cargo sabiendo que las autoridades harían la vista gorda. El Lechero (otro hijo segundo) no nos pegaba porque alborotáramos, sino porque alguien tenía que pagar por el hartazgo de su vida, y nosotros estábamos a mano. El Foca pateaba a los que no hacían suficientes flexiones porque no tenía la lucidez de patearse a sí mismo.

Los abusadores eran los peores maestros porque lo último que les importaba era enseñarnos: su único interés era que estuviéramos inmóviles, callados y en fila para poder seguir rumiando la injusticia de sus vidas. Pero no penséis que se veían a sí mismos como maltratadores: nadie es el malo en su propia película. Para esas personas, si su vida es una mierda es porque la gente es injusta y no reconoce sus asombrosos derechos y méritos. Y si un niño era incapaz de aprobar, la solución era pegarle, porque sin duda era un alborotador y un vago cuya única intención era molestarles.

De esa frustración, de ese veneno, nacen no sólo el maltrato, sino también los abusos. Había pederastas verdaderos, como en toda la sociedad, pero la mayoría de los sobones y los violadores de niños simplemente pagaban su frustración con los que estaban a su cargo y no podían defenderse. Y ahí sí que funcionaba la protección de la Iglesia, porque si alguien se pasaba de la raya y alguna familia pedía explicaciones las autoridades eclesiales se limitaban a echar tierra sobre el asunto por el bien de los niños, para evitar escándalos, y mandar al abusador a otro lado, para que siguiera con su cristianísima labor, como el hermano V, que un día desapareció del colegio por un malentendido.

Algunas voces dentro de la Iglesia y la feligresía sugieren que el problema es que se han aceptado homosexuales en el clero. Una burda forma de echarle culpas a otro. Esa gentuza habría hecho lo mismo en un colegio de niñas, lo único que requerían era el capote protector de las autoridades.

El mismo resentimiento se respira en la cúpula eclesial. Los obispos saben que, por muchas subvenciones que reciban, por muchas manifestaciones de corifeos que convoquen, y por mucho que les jaleen las gracias desde la extrema derecha, las cosas no van mejorar. Las estadísticas más optimistas de la Iglesia dicen que en España hay un 40% de creyentes, y eso estirando mucho la amplitud del concepto, una situación que empeorará drásticamente en unos años, porque actualmente la base de la feligresía se sostiene gracias a la generación de nuestros padres, o mejor dicho de nuestras madres. Cuando las actuales abuelas hayan desaparecido la capacidad de movilización de los obispos se reducirá drásticamente.

Del mismo modo la base laboral de la iglesia está en crisis: las vocaciones en los países desarrollados son, hoy por hoy, anecdóticas, y los seminarios que con tanto fasto se inauguraron en España en los felices años del franquismo hoy languidecen vacíos y llenos de polvo. Hoy la Iglesia recluta sobre todo en el tercer mundo, donde el hambre sigue siendo un factor de peso, pero también esa fuente se está secando ha medida que mejora el nivel de vida en lugares como la India y otras confesiones se apuntan al reparto del pastel en África y Suramérica.

Todavía pueden aparentar fuerza, al menos en España, porque ningún gobierno se ha atrevido todavía a cortar amarras con el pasado y los concordatos siguen activos, pero su capacidad de movilización se reduce a cada año. Los católicos que ahora tienen entre treinta y cincuenta años siguen considerándose parte del rebaño, pero no están demasiado dispuestos a esforzarse. Festejos varios como bautismos, comuniones y bodas, sí, pero fuera de esas ocasiones no pisan las iglesias más que de forma esporádica, y le tienen demasiada afición al buen vivir como para que estén dispuestos a que nadie les diga cómo tienen que hacerlo.

Eso es lo que más enfurece a los obispos. Sí, pueden montar giras papales y sacar a la gente a manifestarse contra lo que ofende su visión del mundo (es decir, prácticamente todo), pero fuera de los círculos más fanáticos, como los kikos o el Opus, su feligresía no les hace demasiado caso. A la larga los católicos ven como algo normal las cosas que según la curia suponen el fin del mundo: los preservativos, el divorcio, la libertad sexual y social de la mujer, los derechos de los homosexuales... Su último frente de batalla es el aborto, y están forzando la máquina propagandística porque saben demasiado bien que una vez dejen de hacer ruido también eso se asumirá sin más.

Los mitrados añoran los tiempos felices en los que podían decidir sobre el largo de las faldas o el vocabulario en los teatros, cuando la sociedad se paralizaba y se ponía de luto en Semana Santa, y un sacerdote podía condenar al ostracismo o a la cárcel a los que se negaran a vivir como Dios manda. Por supuesto podrían cambiar su modo de ver las cosas, como intentó Juan XXIII al convocar el Concilio Vaticano II, o han tratado de hacer tanto Ratzinger como su sucesor. Pero los obispos no quieren aceptar a los nuevos tiempos, sino dar marcha atrás al reloj para que todo siga siendo como debe ser.

No espero cambios en la actitud de la Iglesia, ni en su base ni en su cúpula: los sacerdotes seguirán protagonizando cabeceras a medida que se levante el velo de silencio sobre sus abusos y los obispos seguirán bramando contra el Universo. La huida hacia adelante va a continuar y la rabia, la frustración, seguirán acumulándose. El celibato, la obediencia debida, la infalibilidad papal, la ordenación femenina… eso sólo son detalles externos, algunos se modificarán y otros se sostendrán contra viento y marea. No son la raíz del problema. El verdadero problema es el rencor ante una realidad que se empeña en frustrar sus esperanzas, y al rencor le cuesta mucho desaparecer.


*Poco después de escribir esta entrada lei que Jesús Carballo había sido acusado de pederasta y de abusar de las niñas del equipo de gimnasia. Y así uno de los pocos recuerdos amables de mi infancia se convirtió en pura hiel: mientras nosotros gozábamos con sus clases, ellas vivían una pesadilla

**Había algo en nuestro colegio que lo hacía distinto a los otros. Hablé en su momento con personas que habían ido a otros colegios religiosos por esos años y no recordaban un nivel de violencia tan alto. Creo que la causa estaba ahí, en el Mayorazgo.



9 comentarios:

Paranoica empedernida dijo...

Peliaguda me hallo.

Cuántas verdades en tan pocas letras... me pregunto cuándo el cristianismo dejó de ser un ejemplo y se decantó por la hipocresía y los chantajes.

José Antonio Peñas dijo...

Chica, yo diría que casi desde su nacimiento, porque en el instante en que los cristianos lograron una posición de poder en Roma se lanzaron a perseguir y asesinar a los que discrepaban, ya fueran paganos o herejes.

Paranoica empedernida dijo...

Alguno se salva... digo yo.

No sé si es bueno que siga confiando en la bondad de las personas. Cada vez me decepcionan más. Dupongo que esto se pasa con los años (la confianza, no las decepciones).

José Antonio Peñas dijo...

Mujer, hay quien decepciona y hay quien no. Al final se les distingue.

Tú tranquila, la experiencia ayuda, y si no, siempre nos quedará París

Dinorider d'Andoandor dijo...

lástima que parezca que la gente realmente buena ande en extinción

Jorge W. Moreno-Bernal dijo...

Jamás se me había ocurrido el asunto del resentimiento. ¡Brillante post!

Hexo dijo...

"lástima que parezca que la gente realmente buena ande en extinció"

Bueno, yo creo que es un error pensar que en el pasado había más gente buena. Es un fenómeno muy típico tener ese tipo de pensamientos sobre un pasado mejor, pero eso no es así. El pasado era muy miserable, y los valores que hoy consideramos buenos no tenían cabida en la sociedad.

La bondad no es más que la representación por parte de alguien de unos determinados valores que nosotros consideramos buenos. La mayoría de ellos son muy modernos y no los encontrarías muy representados en el pasado.

Bueno, es mi opinión.

Saludos a todos.

Jorge W. Moreno-Bernal dijo...

Bien dicho Hexo. Mas bien cabe recalcar que hay instituciones cuya naturaleza dificulta a sus miembros vivir de un modo ético, ya sea por represión, por malas costumbres o por otros motivos mas casuales, como los que inteligentemente expone José Antonio.

Pensemos por ejemplo en el comportamiento de los soldados, sean estos de ejercitos legales o ilegales.

Anónimo dijo...

Hola ,,perdona,,la paliza a EDUARDO,,,en el gimnasio,,con once añitos, si si 11 añitos,,no se me ha olvidado,,,,,,,