Entre los años veinte y los treinta, la aeronáutica se convirtió en una pasión entre los ciudadanos soviéticos. Proliferaron los clubes de aviación y paracaidismo y miles de hombres y mujeres se adiestraron como pilotos, tanto en planeadores como en aviones a motor. Eso permitió construir una gigantesca fuerza aérea, probablemente la mayor del mundo en el comienzo de la segunda guerra mundial. Sin embargo, la falta de unas directrices tácticas adecuadas, los vaivenes doctrinales ocasionadas por las cambiantes tendencias políticas y, sobre todo, la gran purga stalinista, convirtieron a la VVS en un gigante con pies de barro. Como remate, el desastroso despliegue en primera línea entre 1940 y 1941, dejó a los pilotos de la URSS, literalmente, a los pies de los caballos.
Cuando los alemanes iniciaron su ataque, la aviación soviética fue prácticamente aniquilada. Las unidades de primer y segundo escalón fueron trituradas en los primeros días de Barbarroja, y los alumnos de las escuelas de pilotos fueron lanzados al combate sin completar su adiestramiento, derrochando valor pero sin ninguna posibilidad de victoria, hasta el punto de que los pilotos alemanes consideraron la lucha de esas semanas como una carnicería sin sentido.
Las normas no prohibían explicitamente la participación de las mujeres en misiones de combate, pero las pilotos que formaban parte de la VVS al comienzo de la guerra fueron relegadasa misiones de transporte y adiestramiento, al igual que lo serían sus homólogas estadounidenses, las WASP. Sin embargo, la sangría del comienzo de la campaña y la desesperación ante la imposibilidad de detener el avance de los nazis permitieron a una mujer acabar con ese prejuicio.
La Coronel Marina Raskova era instructora de vuelo desde 1933. Había protagonizado varias hazañas de aviación antes de la guerra, incluyendo un vuelo sin escalas de 6500 km con una tripulación formada por otras dos mujeres, lo que les mereció el título de heroinas de la URSS y, a su comandante, el apodo de la Amelia Earthart de Rusia. A raíz de ese vuelo conoció personalmente a Stalin, estableciéndose entre ellos algo parecido a una amistad. Gracias a ello, en 1941 pudo convencer al dictador de empezar a alistar a los pilotos mujeres que ardían de impotencia viendo morir a sus camaradas sin poder combatir a su lado. Así fue como, en octubre del 41, se dio la orden para la formación de tres regimientos aéreos femeninos, el 586 de caza, el 125 de bombardeo y el 588 de bombardeo nocturno, que habría de convertirse en la más célebre de las tres unidades.
Llenar las plantillas no fue difícil. Cientos de voluntarias acudieron a la llamada de inmediato. Se seleccionaron a las cien más cualificadas y empezó su instrucción militar. No había apenas medios para destinar a las nuevas unidades, todo lo que salía de las pocas fábricas aún en funcionamiento era enviado directamente al frente. Las propios pilotos tuvieron que cortarse entre ellas el pelo, reconfeccionar los uniformes, rellenar con calcetines las enormes botas de fieltro de la talla 42 que les entregaron y, sobre todo adaptar artesanalmente los asientos y pedales de los aparatos, ya que se habían diseñado pensando en estaturas mayores que las suyas.
El adiestramiento tuvo lugar a bordo de viejos biplanos Polikarpov II, y ese sería el avión en el que tendría que combatir la más célebre de las tres unidades: el regimiento 588, a las órdenes de la mayor Yevdokia Bershanskaya.
Estos aviones eran viejos conocidos de las jóvenes aspirantes. Se trataba del biplano más construído de la historia, con casi 30000 ejemplares y se había usado como entrenador desde 1929. Era una carraca, un avión de madera y tela, endeble y voluminoso, que volaba a una media de 100 km/h y, con el motor a toda potencia, apenas llegaba a 165. Tras la pérdida de miles de aviones modernos en los primeros momentos de la invasión, la URSS carecía de recursos, así que los viejos PO2 se estaban empleando ya como aparatos de reconocimiento y se barajaba la posibilidad de utilizarlos como bombarderos a la espera de volver a contar con aparatos más adecuados.
Las pilotos del 588
empezaron a desarrollar sus propias tácticas, ante la sorna y la
incredulidad de sus superiores masculinos, que no creían que un
puñado de niñas de entre 17 y 24 años fueran a aportar algo más
que algún valor propagandístico. Aun así, en junio de 1942, se
incorporaron al 4º Ejército aéreo, estacionado en Ucrania, que iba
a hacer frente a lo largo del verano y el otoño a la enmbestida
alemana contra el Cáucaso. Durante los meses de la retirada hacia el
Volga las jóvenes combatientes poco pudieron hacer con sus
anticuados aparatos, más allá de ir ocupando sucesivas posiciones
mientras el Ejército Rojo se retiraba, dejando tras de sí la tierra
quemada. No sería hasta agosto cuando llegaría su oportunidad,
cuando las columnas del VI ejército llegaron a Stalingrado y el
frente se estabilizó. Pronto empezaron a actuar desde bases
improvisadas al este del río y, para sorpresa de los mandos, lo
hicieron muy bien.
Las niñas volaban en formación de tres aparatos casi rozando el suelo, indetectables para los artilleros que apuntaban al cielo. A un par de millas del objetivo, las pilotos apagaban el motor y planeaba mientras las navegantes, en el asiento trasero, armaban las dos bombas que podían cargar aquellos venerables cascajos. La formación se separaba en abanico, de forma que los dos primeros aparatos atrajeran los reflectores y los disparos antiaéreos, para, bruscamente, romper el contacto y desaparecer mientras el tercero atacaba a cubierto de la oscuridad. La navegante, apuntando a ojo, lanzaba a mano sus bombas sobre las líneas enemigas. Luego, motor en marcha y de regreso a la base, a cargar más bombas y volver, en ocasiones hasta diez misiones por avión cada noche.
Puede no parecer muy impresionante, y desde luego los daños materiales que podían ocasionar las mujeres del 588 no eran más que arañazos, pero en poco tiempo se convirtieron en algo más que una incomodidad. Sus ataques llegaban en silencio, por donde menos se las esperaba, en cualquier momento de la noche. En vez de dormir, los soldados alemanes se desvelaban ante las explosiones, las alertas, los disparos de la Flak tirando a ciegas. Los primeros ataques fueron vistos con desprecio, pero las tropas germanas pronto descubrieron que la falta de descanso podía ser más peligrosa que las bombas. A eso se sumó el desconcierto de saber que quien se jugaba la vida sobre sus líneas, noche tras noche, eran mujeres, lo que añadía aún más sal a la ofensa, dado el estupor que suponía, para los nazis, el concepto de las mujeres soldado.
Con el tiempo los soldados del VI Ejército aprendieron a identificar el sibilante sonido de los biplanos atravesando el aire a motor parado, que les recordaba al susurro de las brujas del cuento, volando sobre sus escobas. De ahí vendría el apodo que recibirían sus silenciosas enemigas: die Nachtexen, las Brujas de la Noche.
El mando alemán acabó por aceptar que la amenaza que suponían esos ataques iba más allá de lo anecdótico y ofreció la cruz de hierro a cualquier piloto que lograra derribar uno de sus aparatos. Los pilotos germanos se veían espoleados por el deseo de barrer del aire a un enemigo doblemente indigno de ellos, por mujeres y por eslavas, subhumanas. Empero, las subhumanas eran duras de roer.
Las niñas volaban en formación de tres aparatos casi rozando el suelo, indetectables para los artilleros que apuntaban al cielo. A un par de millas del objetivo, las pilotos apagaban el motor y planeaba mientras las navegantes, en el asiento trasero, armaban las dos bombas que podían cargar aquellos venerables cascajos. La formación se separaba en abanico, de forma que los dos primeros aparatos atrajeran los reflectores y los disparos antiaéreos, para, bruscamente, romper el contacto y desaparecer mientras el tercero atacaba a cubierto de la oscuridad. La navegante, apuntando a ojo, lanzaba a mano sus bombas sobre las líneas enemigas. Luego, motor en marcha y de regreso a la base, a cargar más bombas y volver, en ocasiones hasta diez misiones por avión cada noche.
Puede no parecer muy impresionante, y desde luego los daños materiales que podían ocasionar las mujeres del 588 no eran más que arañazos, pero en poco tiempo se convirtieron en algo más que una incomodidad. Sus ataques llegaban en silencio, por donde menos se las esperaba, en cualquier momento de la noche. En vez de dormir, los soldados alemanes se desvelaban ante las explosiones, las alertas, los disparos de la Flak tirando a ciegas. Los primeros ataques fueron vistos con desprecio, pero las tropas germanas pronto descubrieron que la falta de descanso podía ser más peligrosa que las bombas. A eso se sumó el desconcierto de saber que quien se jugaba la vida sobre sus líneas, noche tras noche, eran mujeres, lo que añadía aún más sal a la ofensa, dado el estupor que suponía, para los nazis, el concepto de las mujeres soldado.
Con el tiempo los soldados del VI Ejército aprendieron a identificar el sibilante sonido de los biplanos atravesando el aire a motor parado, que les recordaba al susurro de las brujas del cuento, volando sobre sus escobas. De ahí vendría el apodo que recibirían sus silenciosas enemigas: die Nachtexen, las Brujas de la Noche.
El mando alemán acabó por aceptar que la amenaza que suponían esos ataques iba más allá de lo anecdótico y ofreció la cruz de hierro a cualquier piloto que lograra derribar uno de sus aparatos. Los pilotos germanos se veían espoleados por el deseo de barrer del aire a un enemigo doblemente indigno de ellos, por mujeres y por eslavas, subhumanas. Empero, las subhumanas eran duras de roer.
Las pilotos del 588
aprovechaban en su beneficio las principales desventajas de sus
anticuados aviones: la endeblez, ya que, salvo que un disparo
afectara al motor o alcanzara directamente a las tripulantes, era muy
difícil que las balas hicieran otra cosa que atravesar limpiamente
la estructura de madera y tela, y la velocidad. Los ataques de los
Po2 se ejecutaban a 100-120 km por hora, y los Me-109 no podían
reducir su velocidad tanto como para ponerse a la cola de los
biplanos y acribillarlo, ya que entraban en pérdida a 250 km por
hora. Su única opción era dar pasadas sucesivas, fijando el blanco
en sus visores apenas unos segundos, y eso contra unos aviones tan
ágiles a baja velocidad que a veces los hombres de la Luftwaffe
tenían la sensación de que el avión enemigo se había detenido en
el aire para esquivar la ráfaga. Al igual que los griegos con las
amazonas de la leyenda, los nazis mitificaron, sin pretenderlo, a sus
feroces adversarias. Corrían rumores, se decía que las zorras rusas
eran mujeres entrenadas especialmente en Siberia bajo las más duras
condiciones, que hacían un juramento de sangre, que eran vírgenes,
que las habían operado los ojos para ver de noche, que tomaban
drogas secretas... Nadesha Popova, una de las pilotos más laureadas,
fallecida en 2013, dijo al respecto, qué estupidez, no éramos más
que un puñado de chicas bien educadas, listas y con talento.
No
era un juego. En las reducidas carlingas de los viejos biplazas, las
aviadoras no tenían espacio para llevar un paracaídas. En caso de
ser alcanzadas, la única opción era planear lo más cerca del suelo
posible y saltar, confiando en no matarse con la caída. La propia
Popova fue derribada en varias ocasiones, sobreviviendo con
contusiones y varias costillas rotas, e incorporandose de nuevo a los
ataques en cuanto lograba retornar a pie a las líneas soviéticas,
totalizando a lo largo de la guerra 852 misiones de ataque, con el
record de 18 misiones en una sola noche. No todas tuvieron esa
suerte. Una noche aciaga cuatro Polikarpov fueron abatidos sobre las
líneas enemigas, sin supervivientes.
En febrero del 43, tras la caída de Stalingrado, el 588 fue honrado por los mandos soviéticos, pasando a denominarse 43 Regimiento aéreo de Guardias, Taman. Tras cubrir sus bajas la unidad fue reequipada con Pe-2, como sus compañeras del 125, participando en todas las batallas que culminarían con la expulsión de los alemanes de Ucrania a finales del 43.
Al final de la guerra las Brujas habían sumado 30.000 misiones de ataque nocturno, lanzando sobre los invasores nazis más de 25000 toneladas de bombas. 32 aviadoras murieron en combate, al igual que su valedora, Marina Rashkova, caída en enero del 43 al mando del regimiento 125, también sobre stalingrado, a bordo de un bombardero bimotor Pe-2.
El final de su historia es triste. En el 45 las supervivientes, tras recibir sus últimas condecoraciones, volvieron a sus hogares, recibidas como héroes, pero la unidad fue desbandada y se les prohibió hablar con nadie de su lucha. La historia oficial iba a ignorarlas: la imagen de las mujeres tomando las armas no casaba con el ideal stalinista que ensalzaba la hombría del soldado soviético, así que su recuerdo quedó limitado a la memorias de las supervivientes y de los militares que combatieron a su lado, primero con desdén, y al final con la admiración y el respeto merecido por camaradas de armas.
No sería hasta finales de los años 80 y primeros de los 90 cuando empezó a recuperarse la historia de las pilotos de la VVS. Lejos ya la mitología estatal de los 50, su recuerdo ponía la piedra de toque en la historia de la Guerra Patriótica, cuando hombres y mujeres, hombro con hombro, se enfrentaron a una guerra de exterminio y la vencieron.
En febrero del 43, tras la caída de Stalingrado, el 588 fue honrado por los mandos soviéticos, pasando a denominarse 43 Regimiento aéreo de Guardias, Taman. Tras cubrir sus bajas la unidad fue reequipada con Pe-2, como sus compañeras del 125, participando en todas las batallas que culminarían con la expulsión de los alemanes de Ucrania a finales del 43.
Al final de la guerra las Brujas habían sumado 30.000 misiones de ataque nocturno, lanzando sobre los invasores nazis más de 25000 toneladas de bombas. 32 aviadoras murieron en combate, al igual que su valedora, Marina Rashkova, caída en enero del 43 al mando del regimiento 125, también sobre stalingrado, a bordo de un bombardero bimotor Pe-2.
El final de su historia es triste. En el 45 las supervivientes, tras recibir sus últimas condecoraciones, volvieron a sus hogares, recibidas como héroes, pero la unidad fue desbandada y se les prohibió hablar con nadie de su lucha. La historia oficial iba a ignorarlas: la imagen de las mujeres tomando las armas no casaba con el ideal stalinista que ensalzaba la hombría del soldado soviético, así que su recuerdo quedó limitado a la memorias de las supervivientes y de los militares que combatieron a su lado, primero con desdén, y al final con la admiración y el respeto merecido por camaradas de armas.
No sería hasta finales de los años 80 y primeros de los 90 cuando empezó a recuperarse la historia de las pilotos de la VVS. Lejos ya la mitología estatal de los 50, su recuerdo ponía la piedra de toque en la historia de la Guerra Patriótica, cuando hombres y mujeres, hombro con hombro, se enfrentaron a una guerra de exterminio y la vencieron.
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