Pues a lo tonto casi hace dos años que dimos por finalizada esta serie, pero desde hace un tiempo me rondaba por la cabeza la idea de darle un repaso a cómo se han desarrollado las cosas en este tiempo. Y de paso satisfacer la curiosidad del público fiel que me acompañó a lo largo de varios años de tragicomedia paternofilial, así que allá vamos
Lo primero, los cambios físicos. A día de hoy nuestro mozo puede darme barbilladas en la nuca. Por suerte sigue siendo delgado y fibroso, porque como hubiera crecido proporcionalmente a lo ancho tendríamos serios problemas de espacio. Goza de buena salud, de momento no parece que vaya a necesitar gafas y sigue luciendo una densa y polícroma melenaza.
De cuando en cuando hace chistes sobre mi escasez capilar. Arrieros somos, que yo también estoy muy sano y pienso vivir lo suficiente como para mirarle el cartón con una amplia sonrisa y recordarle que la genética puede ser muy hija de puta.
Era un niño guapo y ahora es un chaval muy guapo. Eso que se lleva de extra, porque por mucho que nos lo quieran vender los pesaos de la belleza está en los ojos de quien mira, lo de ser feo es algo que jode y que te acompaña toda la vida. Y no, no me lo ha dicho un amigo
En cuanto a lo que no es el físico, pues los últimos años en el instituto fueron duros, eso ya lo esperábamos, pero logró salir entero y con la cabeza bien alta (yo habría preparado una coreografía de despedida con alzamiento de dedo y pedorretas, pero él es de un carácter más sobrio) y ahora está estudiando lo que desea, a gusto, motivado, y sacándose unas notazas que a veces le dejan flipando. En uno de nuestros paseos padre-hijo me confesó que nunca pensó que un día él sería el empollón de la clase. Es lo que tiene que dejen de intentar encajarte en un molde que no es de tu medida, que puedes respirar y crecer a gusto
Respecto a él, más allá de sus estudios o su aspecto, lo que vemos nos gusta. Tiene ética, siente empatía, se está formando sus propias opiniones sobre el mundo y va volviéndose una persona responsable. Lo bastante como para, en ocasiones, señalarme de forma madura que me estoy equivocando y no soltar un TE LO DIJE cuando asumo que, en efecto, me he equivocado. Vale, de momento la ropa sucia sigue siendo abandonada a su suerte en el suelo de su habitación* pero de cuando en cuando la dificultad para desplazarse por la maraña textil le lleva a amontonarlo todo en el cesto y el problema se resuelve temporalmente con dos o tres lavadoras
O cuatro, que en invierno se pone muchas capas de ropa.
Y está bien. Le vemos bien, y eso hace que nosotros estemos también bien. Hay mil cosas que nunca podremos controlar, pero en nuestra atípica familia procuramos cuidarnos y protegernos, y a día de hoy poder decir estamos bien es algo muy positivo.
No hay mucho más que añadir. Sólo deciros a quienes tenéis hijos en los estados previos, que de todo se sale, y que un día la adolescencia se acaba y te preguntas qué ha pasado mientras te frotas los ojos, con un poco de desconcierto. Ojo, no es que se acaben los vaivenes: lo de preocuparte por tus churumbeles es un oficio para toda la vida, sin jubilación. Pero a veces puedes relajarte un poco, y eso se agradece.
Hasta aquí el apéndice. Siento la falta de chascarrillos y ocurrencias, pero eso lo reservaré para otras entradas, que nuestro hijo tiene su propio sentido del humor y no tiene porqué coincidir con el mío.
* Y las deportivas en medio del salón, siempre en la zona de paso. Uno va tranquilo por su hogar y de pronto se tropieza con unas canoas de la talla 46
No hay comentarios:
Publicar un comentario