Mujer iroqués

domingo, 7 de abril de 2019

VA DE VIÑETAS_NARRAR COMO SÓLO ÉL SABE



Primera viñeta: en medio de la gente que camina por la Rambla vemos a un anciano, solo, de pie. Nadie se fija en él. Extiende la mano, por primera vez en su vida. La recoge, avergonzado, y luego se fuerza a hacerlo de nuevo, hasta que alguien le pone una moneda en ella. En la última imagen compartimos su desesperada humillación. 18 viñetas para la historia de una vida y sólo tres planos alternándose: la calle, el rostro, la mano.

Por comparación, la apertura de la película Up es un derroche de elementos innecesarios

En Rambla Arriba, Rambla Abajo, nos encontramos un magistral ejercicio narrativo. Mientras Pablo (el sosías del autor) y Adolfo (su gran amigo) pasean por la Rambla, rozamos docenas de historias laterales. Algunas de tan sólo cuatro o cinco viñetas, sin diálogo. Otras llenas de texto, apresuradas, torrenciales, como el alud de dolor y tristeza que vierte una pobre viejecita sobre un guardia, a quien nadie ha enseñado qué hacer frente a una situación así, y que de pronto recuerda cuánto tiempo hace que no escribe a su madre. O la propia historia de Pablo, que va buscando un polvo y acaba descubriendo lo mierda que puede llegar a ser cuando se deja llevar por su egoísmo.

Porque Carlos Giménez no tiene contemplaciones ni consigo mismo.

Siempre que se habla de él suele mencionarse su trabajo en Gringo o cómo pulió su estilo en Dani Futuro. Yo no llegué a esa etapa, le conocí después, ilustrando un cuento de Stanislav Lem, y otra historia de ambiente futurista llamada Los Verdugos, una versión de un relato de London tan cruda y descarnada que aún siento escalofríos. Tras ellas, otras historias largas y elegantes, Koolau el Leproso y Hom, pero aún tenía que descubrir la otra faceta de Carlos, no como autor de ficción, sino como narrador de lo cotidiano. De una cotidianeidad terrible

Tenía poco más de 20 años cuando leí Paracuellos. A unas amigas más jóvenes que yo les sonaba a exageración absurda, pero a mí me hizo recordar algunos de los peores momentos que viví en nuestro colegio, que en realidad no eran ni la milésima parte de lo que conocieron Carlos y sus condiscípulos.

Es una narración brutalmente austera, sin artificios. Cada dos páginas una historia sin salida, sin luces. Niños viviendo y normalizando una pesadilla. Siempre buscando el plano bajo, el punto de mira de las víctimas, salvo cuando toca retratar a los verdugos, los adultos con poder de vida o muerte sobre los presos, porque Paracuellos es una cárcel disfrazada de colegio y, para los niños, esos adultos resultan enormes, en tamaño y brutalidad.

El hambre omnipresente, el frío atroz, el calor abrasador, los castigos sin sentido, la rabia y frustración de los carceleros. Y de los niños, como Porterito, el abusador, porque se puede.

Siempre el plano exacto, el ángulo correcto, como en La Siesta, donde Giménez, tras una introducción directa y limpia, va desde el plano general al primer plano, consiguiendo que el calor reverbere en nuestras cabezas, y luego otro plano alternado, que se abre al final para mostrar la tortura en que se puede convertir algo tan anodino como la siesta. O La Visita, donde un niño sufre un castigo de especial crueldad por el simple capricho de la guardadora.

Tras Paracuellos vino Barrio, y aquí encontramos a Carlos en estado de gracia. Narraciones más complejas, personajes más variados, situaciones que van desde la anécdota casi trivial al recurso reiterado de la habitación alquilada, para ir presentando a los personajes. Hay un nuevo uso del plano bajo, siempre que nuestro Pablito está con su madre, la única figura de respeto en toda la obra. Y, finalmente, cuando creemos que ya conocemos el paisaje, un giro narrativo salvaje en las dos últimas historietas, para recordarnos que, más allá de Paracuellos, no estaba la libertad, sólo una cárcel más ancha.


Para mí el mayor alarde narrativo de Barrio es La chabola, un largo plano secuencia dividido en dos partes, mostrando cómo la fraternidad de los que no tienen nada puede ser lo único que marque la diferencia. Y aquí Carlos se permite hasta el lujo de cegarnos cuando los protagonistas quedan ciegos, dejando que compartamos sus sensaciones sin necesidad de imágenes, sólo oscuridad

Lo más gracioso es que en esos años ya se hablaba de Giménez como de un autor que había alcanzado la madurez, y en realidad apenas estaba despegando. Es cierto que, unidas, las historias de Paracuellos y Barrio suman un todo tan vivo y directo que, probablemente, sean lo mejor de su producción*, pero en lo que vino después, como Los Profesionales**, Carlos siguió mejorando y puliendo el arte de narrar. Esta vez buscando la complicidad y la sonrisa, cuando no la risa directa y espontánea. Aquí el diálogo cobra mucha más importancia, pero no tanta como la gestualización. De un dibujo más o menos realista dentro de la simplificación, pasamos a la caricatura, y sin embargo apenas hay diferencia de estilo, es la magia de unos pocos trazos. Pero debajo sigue latiendo lo mismo: el cabezazo continuo contra las paredes, porque los barrotes siguen ahí

La producción de Carlos es casi inabarcable. Y, lógicamente, hay altibajos, e incluso cagadas (como algunas de las Historias de sexo y chapuza, tan tópicas que dan hasta grima). Pero hasta en las cagadas vemos el oficio del narrador. Giménez puede flaquear en los argumentos, demasiado burdos o simplistas, pero ni una sola vez falla en el mecanismo narrativo. Un buen ejemplo es una de sus obras más largas de los últimos tiempos, Pepe, donde nos cuenta la historia de uno de sus amigos, y al mismo tiempo uno de los artistas con más talento que ha tenido este país. En sí podríamos pensar que la obra es fallida: el autor quiere transmitirnos su afecto por Pepe, pero el sabor de boca que acabo sintiendo es que, quizás, él nunca mereció ese afecto.

Aquí la narración gráfica es impecable, jugando con los tiempos y los ritmos, ajustando con precisión la información visual. Lo que no engrana bien es el uso de los textos, porque aunque el autor los dosifica con cuidado, en ocasiones vemos como las palabras tratan de justificar, no de explicar.

Poco más puedo decir. Cuando oigo hablar del nivel narrativo de autores como John Byrne o Frank Miller, me da la risa. Creo que ni siquiera autores de la talla de Gaiman o Moore están a la altura de Giménez como narradores. Sus iguales están entre los verdaderos gigantes, como Will Eisner. Supongo que, de haber nacido en EEUU, sería considerado como el mayor autor vivo, pero claro, si hubiera nacido en EEUU nunca habría podido contar las historias que le convirtieron en quién es.

Y ¿sabéis una cosa? Además, es buena persona. Porque las buenas personas no son las que no cometen errores, sino las que tratan de aprender después de un error. Todos los que nos hemos encontrado alguna vez con él (en mi caso, sólo en dos ocasiones, y ambas fugaces, apenas unos minutos de conversación), lo hemos sentido. Dado que no puedes sentir rabia de una buena persona, le admiro y trato de aprender de él. Y, cuando pienso en como narrar algo, me pregunto ¿cómo lo haría Carlos?




* Carlos ha ido completando todo el paisaje de Paracuellos y Barrio. Los monográficos que se están publicando en estos años nos permiten ver de un tirón su evolución a lo largo de cuatro décadas.

** Tanto Rambla Arriba como Pepe se encuadran dentro del conjunto de Los Profesionales


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