Mujer iroqués

jueves, 24 de mayo de 2018

LO NORMAL


Hablando en tuiter hace un rato con XCar (si no le conocéis a él o a la gente de Malavida, ya estáis buscándoles en la red y abriendo vuestras bolsas, que los maravedíes os pesan demasiado) he recordado algunas viejas sensaciones, de esas que procuras dejar enterradas porque te remueven las tripas, pero sabes que siguen ahí. Estábamos conversando sobre algunas historietas del dibujante Carlos Jiménez (os digo lo mismo si no le conocéis, pero multiplicado por 10: YA TARDÁIS EN CORRER A POR SUS OBRAS)

Carlos Giménez dibujo muchas historias sobre su infancia en los Hogares del Auxilio Social, la serie Paracuellos. Cuando la leí me impresionó por su crudeza y su maestría gráfica y narrativa, pero recuerdo que no me sorprendió. Otras personas que lo leyeron, más jóvenes, o que no habían estudiado conmigo, lo veían como algo irreal, exagerado. Una amiga incluso dijo que le parecía todo un montón de mentiras, que eso no podía ser. Mis compañeros de aquellos años y yo, en cambio, no lo veíamos especialmente exagerado. Que hubiera pasado algo así era creíble, normal

Casi al comienzo de este blog escribí dos entradas sobre las cosas que viví de niño en nuestro colegio, más o menos hasta los 12 años de edad. Actualmente ambas entradas están cerradas por cuestiones legales, así que evitaré dar nombres ni lugares.

Entre los 4 y los 12 años de edad, vi algunas cosas que hoy en día parecen de un pasado remoto. Hace poco, hablando con un psicólogo de forma informal, le conté algunas, y por cómo me miró creo que se quedó flipando un poco, como quien ve a un dinosaurio y no acaba de creerse que esté ahí, delante de él. Golpes aleatorios en el patio o en las filas, palizas por hablar, azotainas con la entrega de las notas, algún compañero vomitando de miedo antes de la entrega de esas notas (tardé años en darme cuenta de que no vomitaba por haberse puesto malo, era el pánico ante lo que sabía que venía), ese jueguecito que tanta gracia les hace a los fetichistas de que la maestra (que ellos visualizan con gafas, generoso escote y ceñida minifalda) te de con la regla en los dedos, y que no es nada divertido cuando tienes 5 años y el que te lo hace (un señor sudoroso con una sotana que huele a agrio) te obliga a tener la mano bien puesta, con los dedos apretados apuntando hacia arriba, para asegurarse de que te va a doler desde la punta del dedo hasta el hombro, pero no va a dejar marca...

... no siempre, a veces el reglazo te dejaba sangrando el lecho de las uñas...

 y algunas cosas que prefiero callar porque, como digo al principio, me remueven demasiado las tripas.

He dicho "vi". Tuve suerte, yo sólo sufrí algunas, y no las peores, aunque una vez mi hermano mayor pensó que me iban a matar (pero eso no fue en el colegio, sino en unas colonias infantiles, cuando tenía 6 o 7 años)

La cuestión es que no recuerdo haberme sentido demasiado afectado por ese tipo de cosas. Cuando nuestra madre, hace unos años, nos preguntó porqué nunca dijimos nada en casa, le respondimos que para nosotros eso era lo normal.

Carlos dibujó en los 90 una historieta llamada Los Pegones, en la que mostraba lo normalizada que estaba la violencia en las décadas anteriores a la Transición. Esa violencia que se repetía en sentido descendente, el jefe maltrataba al empleado, el empleado le daba dos bofetadas a su mujer, ambos le soltaban dos bofetadas a los hijos, estos también recibían del maestro, o incluso de cualquier adulto que se sintiera molesto con ellos, y a su vez se juntaban con otros para zurrar a a algun otro niño que no pudiera replicarles...

El fraile de la regla, el hermano J, no era un sádico ni un loco. Recuerdo que si llorabas después del castigo te decía, anda, que no es para tanto. Y no se estaba burlando, él de verdad pensaba que no era para tanto, que era un castigo de lo más normal

Esa normalidad lo empapaba todo. Yo estuve entre los que le hicieron pasar las de Caín a dos compañeros. Uno de ellos, CR, simplemente caía mal. El otro, JM, era homosexual (pero claro, no hablábamos tan elegante, nos limitábamos a decir maricón mientras le puteábamos). No fui de los más cabrones, pero participé, era muy cómodo ser parte del rebaño, y además eso te aseguraba que no eras tú el jodido. Y lo veía...

... normal

Cuando escribí sobre aquello, varios de mis antiguos compañeros me dijeron que estaba exagerando mucho, que no era para tanto, que importaban más las cosas buenas... hubo un momento en que pensé, quizás me equivoco, a lo mejor no lo recuerdo como fue. Pero otro compañero, J, un buen amigo (aún conservo algunos buenos amigos de entonces, y él es uno de ellos) me dijo, no estás exagerando, fue tal y como lo recuerdas, es sólo que la mayoría prefiere acomodar sus recuerdos a lo que les va mejor y lo convierten en una anécdota más. Lo han normalizado

Tenía razón. A lo largo de mi vida me he encontrado mucha veces con frases del estilo "pues a mi me pegaban de niño y no me ha pasado nada, que una hostia a tiempo..." Cada vez que sale alguna noticia sobre algún incidente en algún colegio o instituto, acabas por encontrarte con esa coletilla en los comentarios: "... y no me ha pasado nada". Yo mismo debo haber pensado o dicho esa frase mil veces. Hasta que pensé y escribí sobre aquello, hace unos años, y abrí la caja de Pandora

"No me ha pasado nada"... claro que te ha pasado, por supuesto que te ha pasado. Lo has normalizado. Ves normal que peguen a un niño. No por un impulso o porque un berrinche te ha agotado la paciencia (que no es excusa, pero le puede suceder a cualquiera) sino como sistema, te parece normal por principio. Has interiorizado la violencia y la ves como algo que no tiene la más mínima importancia

He dicho "has" y debería decir "hemos". Yo he interiorizado eso, yo he normalizado eso. Visualizo mis recuerdos y no me parecen especialmente traumáticos, no me recuerdo especialmente agobiado ni asustado, y me veo a mí mismo pensando en muchas ocasiones, eso se soluciona con dos bofetadas, eso se arregla con una buena paliza... un tiro en la cabeza y a otra cosa.

Lo llevo dentro, viaja conmigo. Estoy lleno de ira, es la forma que ha adoptado esa normalización. Siempre ha estado ahí, la única diferencia es que ahora soy consciente de ello. Conozco a otra persona, M. a quien muchos consideran inexpresivo e inescrutable, pero una vez comentó algo sobre su infancia, apenas un par de frases. Y de pronto entendí que él también llevaba su propio fardo, sólo que el suyo, probablemente, era más gordo que el mío, y que, como yo, era muy consciente de lo que implicaba. No es inexpresivo, es controlado: no quiere dejar suelto lo que lleva consigo.

Como yo

No me malinterpetéis, no es un drama, ni un trauma, ni algo que requiera una atención especial. Es, simplemente, reconocer que no puedes dejarte llevar sin más en determinadas situaciones, porque lo que has normalizado no es saludable ni para ti ni para quien te rodea

Así que, cuando escuchéis a alguien decir que a el le dieron sus buenas azotainas y no le pasó nada, recordad que sí le ha pasado. Y que mirar para otro lado, quitarle importancia, centrarse en lo bueno y no darle vueltas a lo malo, como dicen muchos bienpensantes, es contraproducente. Quitarle importancia al abuso, a la violencia o al miedo con la excusa de "eran otros tiempos" o "no era para tanto" es una forma de perpetuarlos, tal vez maquillados, incluso atenuados, pero reales. Aceptarlo como lo que es, asumir que nuestros instintos pueden no ser correctos no es cómodo ni agradable, pero es la forma en la que podemos, si no dejar atrás nuestro lastre, al menos evitar que acaba pesando sobre otras personas, y cortar el paso a ese abuso, a esa violencia y a ese miedo.

Ya no pasan esas cosas en los colegios (espero) pero la violencia cotidiana sigue ahí. Podemos ver a unos policías apaleando a un jubilado en una manifestación, a un niño con la cara cruzada, a una pareja gritándose como posesos, y a lo mejor pensamos, algo habrá hecho, se lo habrá buscado, no es asunto mío. Y PUEDE QUE SEA ASÍ. No estamos dentro de esas vidas, no conocemos las circunstancias, sólo lo estamos viendo desde fuera

Pero al menos deberíamos recordar, antes de pasar de largo, que eso no debería ser normal*

* Creo que la violencia de género y el abuso sexual son parte de esa normalización de lo anormal. En encuestas recientes, niños y niñas de 14, 15 años, ven normal que él le de un par de bofetadas a su novia si ella intima demasiado con otro, o que si a ella no le apatezca, pues se la obliga a que le apetezca, que no se haga la estrecha. Yo no creo que sea un fenómeno moderno, no es un problema surgido a raíz de las rrss, la telebasura o el porno: es lo que ha habido siempre, sólo que ahora, por fin, algunas voces empiezan a denunciarlo, a señalar, y siento repetirme, que eso no debería ser normal 

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