Mujer iroqués

domingo, 30 de julio de 2023

VELAS QUE SE APAGAN

 


Esta es una entrada que hubiera querido no escribir jamás, pero, por desgracia, hay cosas que simplemente no podemos detener.

Mi madre se apaga. 

En diciembre, pese a tener fallos de memoria, lapsus, confusiones... ella seguía ahí, con nosotros. Y con todo su carácter y cabezonería de maña intactos y presentes.

En enero, fue hospitalizada, no llegamos a saber qué le pasó, pero suponemos que fue un microictus. Y a partir de ahí el deterioro fue vertiginoso. Nos dimos cuenta, a la fuerza, que cuando decíamos que nuestra madre estaba bien, lo que en realidad sucedía es que ella estaba en un equilibrio precario, y ese equilibrio se rompió. Desde ese momento, ya todo fue cuesta abajo.

Dejó de poder caminar, de valerse por si misma para tareas tan básicas como vestirse o asearse. Dejó de leer y de hacer crucigramas (su pasatiempo favorito durante años y años) sospecho que porque las palabras ya no le dcían nada. Dejó de prestar atención a sus series televisivas. Poco a poco sus días se convirtieron en un simple espacio entre levantarse y acostarse, y durante un tiempo incluso perdió la noción de la noche y el día. 

En estos ¿seis meses? ha seguido teniendo momentos de lucidez, y aun era posible mantener conversaciones, pero semana a semana los momentos de lucidez se han ido volviendo más escasos, y las conversaciones, de forma progresiva, se han convertido en apenas algunas frases sueltas.

Todavía tuve con ella, en abril, algunas conversaciones fluidas e, incluso, compartimos algunas confidencias íntimas. Pero los últimos fines de semana que la cuidé ya no hubo nada de eso, sólo el dejar pasar el tiempo con algunas frases sueltas y destellos ocasionales. En palabras de mi chica, era una vela que se va consumiendo.

Este será su último verano en el pueblo. Y en su casa: necesita atención permanente y ya no estamos en condiciones de cuidarla. Ella siempre nos dijo que, cuando llegara el momento, quería que la lleváramos a una residencia y no ser una carga, y el momento ha llegado.

Ya no nos reconoce más que en breves instantes. Pronto, me temo, incluso eso desaparecerá.

En uno de esos destellos, hace unos meses, mientras yo la aseaba y vestía, me miró con muchísima tristeza y me pidió perdón por todo el trabajo que me estaba dando. Yo le dije, cuando era pequeño, tú me limpiabas y vestías, ahora es mi turno. Y sonrió, pero esa tristeza siguió ahí. Y la he visto cada vez que pasaba junto a su foto con mi padre, cuando murmuraba que ya llevaba demasiado tiempo aquí.

Soy muy afortunado, mi madre ha estado ahí hasta prácticamente ayer. Supongo que cada uno de mis hermanos y hermanas tendrá su propia experiencia con ella, la mía ha sido muy hermosa. La presenté a Marisa, vio nacer y crecer a Diego, me ha visto ser quien soy. Pude hablarle de mi vida personal, de mi forma de amar y relacionarme. Pudo conocer a Eva, y acogerla con un abrazo y una sonrisa. Y compartió conmigo cosas muy especiales.

Yo no lo entiendo del todo, Josela, pero hay muchas cosas que nadie ha entendido de mí.

No es una mujer perfecta, ni mucho menos, es una persona real, con sus defectos y sus virtudes, y me siento feliz y orgulloso de ser su hijo y merecer y corresponder su amor.

Ahora empieza la etapa final, y no va a ser fácil. No me engaño, va a ser doloroso, mucho. Para ella y para nosotros. Y sólo tiene un final posible.

Cuando llegue ese final, espero estar tan entero como ella lo ha estado en los momentos más difíciles. Y acoger ese momento junto a todos los demás que hemos compartido. Porque el final es también una parte del camino.

Mamá, te amo. Y seguiré amándote aunque apenas estés.

Gracias por todo.