Mujer iroqués

viernes, 18 de octubre de 2013

IRENA (II) La vida en un frasco



El proyecto de los estudiantes se concretó en una obra de teatro. Life in a Jar ha sido representada más de 300 veces desde el año 2001, cuando unos jóvenes cumplieron su sueño y volaron a Varsovia, emocionados porque iban a conocer a su ídolo, y seguramente muy nerviosos porque ignoraban qué iban a encontrar.

Encontraron a una ancianita pequeña, de luminosos ojos azules e inmensa sonrisa. Un rostro sencillo pero inolvidable, de mejillas sonrosadas, veteado de arrugas: no las que simplemente inflige el peso de los años, sino ese tipo de líneas que dibujan una vida llena de alegría.

Una anciana con los huesos doloridos, llenos de heridas mal curadas y acompañadas de las que la vida siguió sumándole tras la guerra, pero al mismo tiempo tan llena de energía, tan lúcida y tan vivaracha a sus 91 años de edad, como para cubrir de besos a los muchachos y llevarles a recorrer las calles de su ciudad, para que conocieran los rincones que fueron mudos testigos del holocausto.

Una anciana un poco asustada, incluso indignada, del revuelo montado de repente en torno a su persona, como si de una superheroína se tratara. Un revuelo que dejaba en la sombra a todas las personas que la ayudaron, cientos de valientes que, como ella, se arriesgaron para salvar a los indefensos. Y feliz, sí incluso un poco más feliz aún, de conocer a aquellos niños que venían del otro lado del océano a conocerla y escucharla. Y tenía mucho que decir.

Irena nunca se calló. No se calló cuando las botas nazis pisoteaban su patria, ni cuando los sucesivos gobiernos comunistas volvieron a reavivar el tradicional antisemitismo polaco. No se calló cuando los vecinos murmuraban de ella y de su familia, y se sintió feliz de poder hablar con gente que, a tantos años vista, deseaban saber sobre el dolor. No hablaba de odio ni de venganza, sino de recuerdo, de justicia y de responsabilidad. Porque a los que se escudan en el ¿qué podría hacer yo? ella respondía haz lo que puedas: todo lo que puedas.

La fama revivida le trajo algunos trastornos. En sus últimos años muchos periodistas viajaron hasta su puerta, para entrevistar a la Madre de los Niños del Holocausto. Nunca tuvo una mala palabra ni un gesto de fastidio para ellos, les aceptaba con amabilidad y esa maravillosa sonrisa que no lograron borrar ni las torturas ni el olvido. Su hija también les acogía con amabilidad, y les advertía, antes de dejarles pasar al salón, de que no se avergonzaran si salían de ahí llorando. Todos lo hacían.

Como lloraban los supervivientes. Niños que, ya mayores, podían volver a ver a la mujercita que les salvó la vida, que quizás les pareció entonces enorme, como parecen los adultos a los ojos infantiles, y que ahora, diminuta como era, les seguía pareciendo inmensa.

El año 2007 el gobierno polaco solicitó el Nobel de la Paz para Irena. Los miembros de la Academia prefirieron entregárselo a Al Gore, sin que haya quedado nunca muy claro que hizo nunca ese hombre por la paz*. Hubo mucha indignación en Polonia, pero no trascendió fuera de sus fronteras. Irena no lo lamentó, nunca le preocupó demasiado el recibir aplausos.

En un mundo justo, alguien como ella, al menos, se habría ganado el derecho a dormir en paz ¿acaso no salvó miles de vidas?

No es el caso. Muchas noches despertaba llorando tras verles en sus sueños. Sus rostros, sus miradas. Los otros niños, los que no logró sacar del infierno. Y las dudas de tantas y tantas noches... si hubiera sido más prudente... si no se hubiera confiado... si tan solo hubiera podido volver un día más...

Pude hacer más... debí hacer más...

Hay una vieja leyenda judía que habla de los treinta y seis, los Lamed vav Tzdadikim. Dice que en cada generación hay treinta y seis hombres y mujeres humildes, sencillos, tal vez un sastre, una panadera, un albañil... Pasan desapercibidos pero, sin que nadie lo sepa, ni siquiera ellos mismos, sostienen el mundo sobre sus espaldas. Su bondad ilumina el camino para el resto de los mortales, su firmeza nos da fuerzas. Su esfuerzo nos hace más ligera la carga de vivir. Son los verdaderos reyes de la creación, sin corona ni ambición. La luz en la oscuridad que aleja la desesperación.

Irena se apagó el 12 de mayo de 2008. Se fue como había vivido, discreta y sonriente, rodeada del amor que ella misma había sembrado.


No plantes semillas de comida. Planta semillas de bondad. Trata de hacer un círculo de bondad, la bondad lo rodeará y crecerá más y más.


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* En realidad no está muy claro que nunca haya hecho nada de nada
** El árbol de Irena, en el jardín del Yad Vashem

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Corrige por favor ese infliNgen del segundo párrafo: es infligen. Por lo demás, bella historia.

Craso Yerro.

Mónica Quesada Juan dijo...

Menuda mirada..grandiosa mujer.

Gracias por traerla Jose.

Un abrazo!

Susana dijo...

La leyenda habla de la gente importante. Nos confundimos mucho al señalar y reconocer el mérito.
Los ojos son pequeños; ;), ojos pequeños junto con pómulos redondeados y salientes. La cara es muy agradable y la mirada profunda, pero los ojos son pequeños. Quiero decir que no necesita contar con algo tan ligado a nuestra idea de belleza -ojos grandes- para ser una cara absolutamente serena, bella por el gesto, y por supuesto, interesante.
El post es una maravilla.

José Antonio Peñas dijo...

Muy cierto, Susana. Corrijo