Mujer iroqués

jueves, 9 de marzo de 2017

ESTÁN LOCOS, ESOS CELTAS



Cuando pensamos en el mundo celta, todos tenemos algunas ideas preconcebidas muy similares. Muchas nos vienen dadas por la reivindicación y popularización del folklore celta en los últimos treinta años. Pero, para los que tenemos ya una cierta edad, esos conceptos nos vienen de antes, gracias a una historia que, sospecho, reconoceréis con una mínima introducción



Estamos en el año 50 antes de Jesucristo. Toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste todavía y siempre al invasor, Y la vida no resulta fácil para las guarniciones de legionarios romanos de los campamentos fortificados de Babaorum, Acuarium, Laudanum y Petibonum....

Sí: Astérix, la obra maestra de Goscinny y Uderzo*. Cuando Goscinny se planteó hacer una historieta de corte humorístico e histórico (un género que ya había tanteado en UmpaPah, el piel roja, también con Uderzo a los lápices) decidieron basarse en la imagen que habían recibido de niños, en la escuela, de Les gaulois, nos ancetres. Por ello, las historias de Astérix están repletas de tópicos, y no solo referidos a los galos, sino a todos los pueblos que pasan por sus páginas, incluídos los iberos, en el inolvidable Astérix en Hispania.

Acompañadme, por favor, a la aldea de Astérix. Vamos a ver qué hay de real en esa imagen que nos hemos hecho de los galos celtas (porque no todos los galos lo eran, como bien se comenta en Astérix en Bélgica).

Ante todo, el poblado. Nuestros amigos viven en una aldea rodeada por una empalizada, con casas de planta cuadrada o circular y tejados altos de paja. Esa idea es bastante correcta al hablar de pequeñas poblaciones. También la recreación que se nos hace en varios álbumes de Lutecia, la actual París, es bastante buena. Las ropas de Astérix, Obélix y sus amigos son, de nuevo, acertadas, salvo por el casco de Astérix, ya que el adorno de alas está más relacionado con algunos yelmos de jefes normandos, bastante posteriores. Los cascos celtas tendrían adornos, pero no cuernos ni alas. El aspecto físico también es adecuado: grandes bigotes, trenzas, robustez, y cabellos raramente oscuros. Una imagen muy céltica, lo miremos por donde lo miremos.

Vamos a repasar a los protagonistas, empezando por nuestros héroes, el pequeño guerrero galo y su amigo, el repartidor de menhires... ups... la primera en la frente. Los menhires no son de esa época, ni los dólmenes, que también son mencionados. Esos monumentos megalíticos son del neolítico tardío, como las alineaciones de Carnac (donde, por cierto, tiene un terrenito el pescadero Ordenalfabétix, que aprovecha los menhires de Obélix para acondicionar un poco el sitio). Así que no, los galos no tallaban menhires. 

Sí eran grandes herreros, como Esautomátix. Los herreros y orfebres celtas eran muy apreciados, y nos han llegado magníficos ejemplos de su artesanía, no sólo en forma de armas, sino también de piezas de gran belleza como el caldero de Gundestrup. Y joyas de gran riqueza. No, los celtas no eran las personas despreocupadas por el vil metal que vemos en estas aventuras, y antes de que llegara César había mucha más circulación de monedas de oro en la Galia que en Roma. 

El herrero, dicho sea de paso, no dedica mucho tiempo a la forja: solemos encontrar a Esautomátix de bronca con el pescadero Ordenalfabétix, o apaleando al pobre bardo Asurancetúrix al grito de No, no cantarás. Lo que en el mundo real le hubiera costado la vida. Los bardos eran, junto a los druidas, el espinazo del espíritu celta, porque no se trata de pueblos unidos por un origen étnico, sino por una cultura. Y el bardo era el depositario de las tradiciones, las canciones de gesta, los poemas, e incluso, por lo que sabemos, de lenguas secretas que sólo se comunicaban de boca de bardo a oreja de bardo. Amen de que eran itinerantes, y su llegada no sólo traía música y poesía, también noticias de pueblos muy alejados. Así que, lejos de permanecer atado bajo el roble durante los banquetes, Asurancetúrix debería haberlos presidido con su música y su voz, como en Astérix y los Normandos, para desesperación del pobre  Esautomátix. 

Otro personaje a destacar es, por supuesto, el jefe, Abraracúrcix, viejo veterano de la batalla de Gergovia, siempre portado sobre su escudo, salvo cuando se cae de narices, cosa que pasa muy a menudo. Aunque los jefes galos no iban sobre su escudo: esa imagen anacrónica corresponde a una costumbre de los pueblos francos, que también son antepasados de los franceses, así que puede que de ahí venga la confusión.

Sin ser jefe, el anciano Edapiédrix hubiera sido considerado un hombre de prestigio, ya que si bien la muerte en batalla se consideraba la mas gloriosa, el guerrero que llegaba a una edad avanzada pasaba a ser el hombre que instruía a los jóvenes. Y si encima estaba casado con la maciza de la aldea, aún sería más respetado.

El otro gran hombre de la aldea es el druida Panorámix. Y, si bien la poción mágica es una fabulación, es cierto que los druidas conocían muchas hierbas y, entre otras, preparaban pociones que enardecían a los guerreros y les hacían desdeñar el dolor, un poco como los bersekers noruegos e islandeses. Y sí, los druidas, según parece, vestían de blanco, y portaban una hoz de oro, como se explica en el álbum, precisamente llamado así, La Hoz de Oro, ya que se pensaba que sólo el metal del sol podía usarse para cortar el muérdago de los árboles, otro detalle que vemos a menudo en las historias de Astérix.

Es igualmente cierto que, como los bardos, los druidas daban sentido de unidad a los pueblos celtas: había grandes reuniones festivas en las lunas, los solsticios y los equinoccios en diversos sitios sagrados del mundo celta, como la isla de Man, en Bretaña, o el bosque de los Carnutes, a donde se dirige Panorámix en Astérix y los Godos y El Adivino, un lugar que los propios romanos consideraban el centro espiritual de la Galia, e incluso más allá, ya que acudían druidas de Bélgica, Bretaña o incluso la lejana irlanda. Después de todo, los celtas no eran una cultura que favoreciera el aislamiento, y había mucho movimiento de gentes, mercancías, música, poesía... y vínculos entre ambos lados del canal de la mancha, como queda bien reflejado en Astérix en Bretaña.

Lo que no eran los druidas, era pacíficos humanistas. Sus rituales incluían sacrificios humanos propiciatorios, evisceración de prisioneros en vivo para leer los mensajes de los dioses en sus entrañas, y matanzas rituales como la terrible ceremonia del hombre de mimbre, en la cual se construía una figura antropomorfa de gran tamaño, se encerraba dentro a los prisioneros y se le pegaba fuego. En el mundo real, Panorámix, además de la hoz, usaría un cuchillo, y su túnica blanca tendría abundantes manchas de sangre.

Nuestros amigos, hablando de dioses, juran por Tutatis y por Belenos, por Belisama, por Lug, y a veces mencionan, con temor, a Taranis, como en El Adivino. El panteon celta era, como se menciona en ese álbum, una sociedad en sí misma, repleta de dioses, diosas, héroes... Y en efecto, el arte de la adivinación estaba muy extendido. Astérix cree que el adivino es un vulgar charlatán, pero el resto de habitantes de la aldea creen a pies juntillas en todo lo que éste dice, tal y como hubiera pasado en la realidad (y, de nuevo, acierta Goscinny, porque los romanos eran incluso más crédulos en todo lo referente a las predicciones).

Las técnicas de guerra de los celtas... ¿están bien reflejadas en estos álbumes? Pues, salvo por el hecho de que en ningún momento vemos carros falcados (y en Astérix en Bretaña bien podrían haber aparecido), lo cierto es que sí. El típico combate protagonizado por nuestros irreductibles amigos empieza con las legiones formando en cuadro, en triángulo y finalmente en tortuga, para desintegrarse bajo la acometida de una turba de galos chiflados repartiendo palos en todas direcciones. Puede parecer exagerado, pero los guerreros celtas se lanzaban al combate en tromba, cada guerrero junto a los de su tribu, cada grupo bajo las órdenes de su jefe, todos deseosos de llegar al cuerpo a cuerpo para demostrar su valor. Desnudos, según algunas fuentes, pero no está claro si es que realmente combatían en pelotas o, es una forma de decir que no usaban armaduras. No vemos armas celtas en estas peleas, ya que los vecinos de Astérix suelen liarse directamente a mamporrazos con los sufridos legionarios, o a lo sumo, en el caso de Obélix, enarbolando un menhir, así que en ese aspecto, al menos, la serie no nos da información. Como sí lo hace en el caso romano, con la salvedad de que los legionarios que vemos en estos álbumes van uniformados al estilo de los del Principado, no con el aspecto que tendrían en la época tardorepublicana.

Hay que añadir que los legionarios y sus jefes viven una vida de terror, porque en cualquier momento les pueden caer encima los de la aldea de los locos, encabezados, como siempre, por el enano tiñoso, el gordo monstruoso y su perrito. Y esto tampoco es tan exagerado como parece. Los romanos tenían en muy alta estima las cualidades guerreras de los celtas, ya fueran galos, belgas, astures, cántabros bretones, o galeses. Y sabían que la única manera de vencerles en campo abierto era resistiendo la gran acometida inicial, para contraatacar cuando el ímpetu hubiera bajado y sus rivales hubieran quedado desorganizados por su propio entusiasmo. De nuevo, Goscinny se merece nuestra aprobación, y también en Astérix, legionario, porque, si bien los legionarios eran romanos o itálicos, los celtas figuraron entre las tropas auxiliares.

Hemos hablado de los celtas, pero también están las celtas, protagonistas de pleno derecho, y aunque solo conocemos de nombre a tres de ellas, Clarabella, yelosubmarin y Falbala, no son figuras de adorno. Nuestros alegres galos tienen un gran respeto por sus mujeres, y así era en todo el mundo celta. Los romanos se escandalizaban de la libertad de las mujeres bárbaras, que no sólo tomaban pareja a su antojo, sino que se permitían opinar e incluso, gobernar. La poderosa reina Boudica de los Icenos se hubiera entendido a las mil maravillas con los irreductibles galos. Por cierto que Goscinny y Uderzo dibujaron una historia en dos paginas hablándonos de las mujeres de la aldea gala, historia que, como no podía ser de otra manera, acaba con nuestros amigos enzarzados colectívamente, a puñete limpio, que pocas cosas hay que más gusten a los celtas que una buena pelea entre colegas.

Y, finalmente, también aciertan Goscinny y Uderzo al retratar el carácter de esos bárbaros sanotes, alegres, vocingleros, siempre dispuestos a liarse a palos entre ellos para, acto seguido, festejar juntos y disfrutar de una buena fiesta, con abundante cerveza, guisos suculentos y, por supuesto, jabalíes. Sí, aun siendo pueblos ganaderos, para los celtas la caza era una forma de vida, y el jabalí una de las presas más codiciadas, no sólo por su carne y si grasa, sino por la prueba de valor que supone enfrentarse a pie firme a un jabalí adulto. Y los banquetes habrian sido tal y como nos muestra la página final de tantas y tantas aventuras, todo el poblado reunido en torno al fuego, en largas mesas sobre caballetes, y los jabalíes dando vueltas entre espetones, bajo la mirada ansiosa de Obélix, ya relamiendose solo de pensarlo.

Y no nos engañemos, todos hemos pensado alguna vez en imitarle, sin necesidad de cuchillo y tenedor, sólo coger ese jabalí chorreante de deliciosa grasa y aromatizado por hierbas, y liarnos a zampar como si no hubiera un mañana, como si el cielo fuera a caer sobre nuestras cabezas, y quizás murmurando, entre bocado y bocado...



...¡están locos, esos romanos!



* Que conste en acta. Astérix, por lo que a mí respecta, terminó con la muerte de Goscinny. Lo que hizo Uderzo después no merece ni un minuto de mi atención. Esos personajes se parecen físicamente a Astérix y Obélix, pero no son sino unas tristes sombras. Así que todo lo que comento en esta entrada va referido a las historias publicadas entre Astérix el Galo y Astérix en Bélgica. Al resto de la colección le dedico, de parte del buen Campodetenis, un Tururú tan grande como un dolmen

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