Mujer iroqués

sábado, 5 de agosto de 2017

ROMA, LA SEPULTURERA


Existe una imagen de Roma bastante extendida entre el público, la de una civilización avanzada, cuya caída frenó el progreso de la humanidad durante siglos hasta que la antorcha de la racionalidad fue retomada por los humanistas del Renacimiento. Después de todo los romanos extendieron la civilización, transmitieron el legado helénico, favorecieron las artes, trajeron el derecho, acabaron con las religiones sangrientas que exigían sacrificios... hablando en plata, en esa imagen los romanos somos nosotros, pero con faldita.

¿Qué hay de cierto en esa idea? Bastante poca cosa. Antes de su expansión, Roma no era a priori muy diferente de cualquier otra ciudad estado del Mediterráneo, salvo por el hecho de que los campesinos participaban activamente de la vida política y constituían la espina dorsal del ejército, al contrario que, por ejemplo, las ciudades griegas, donde los agricultores estaban excluidos de los derechos ciudadanos, o Cartago, que confiaba en tropas mercenarias antes que en levas.

Tampoco la evolución política de Roma difiere gran cosa de su entorno: Atenas, sin llamarse a sí misma república, lo era de facto, como lo fue Roma tras la expulsión de los tarquinos. Cartago, la gran rival, también contaba con estructuras políticas similares al Senado, y en las ciudades itálicas y sicilianas había un amplio abanico de opciones pero muchas, en mayor o menor medida, se basaban en asambleas de familias notables y una cierta participación popular.

Pero, podríamos preguntarnos, si no había, en lo esencial, grandes diferencias ¿qué llevó al ascenso de Roma? Personalmente creo que la respuesta es la obstinación y el temor.

Tradicionalmente establecemos el momento fundacional de Roma entre la mítica constitución de la urbe por Rómulo y Remo hasta la guerra y posterior acuerdo (probablemente también míticos) con los sabinos. Sin embargo, lo que iba a definir el carácter romano no son esos hechos, sino su saqueo a manos de los senones dirigidos por Breno, en el siglo IV. A raíz de ese suceso, en el alma romana quedó grabada a fuego la idea de que el mundo se dividía entre lo que había más allá de las murallas de Roma, y lo que quedaba en su interior, y que la única forma de garantizar la supervivencia de Roma sería mantener lo de fuera cuanto más lejos, mejor, y aplastar a cualquiera que supusiera una amenaza, real o en potencia.

A partir de ese momento Roma se desentenderá totalmente de lo que hay mas allá de sus fronteras, salvo para destruir aquello que la amenace, de forma real, potencial o incluso imaginaria, o para saciar su sed de riquezas, ya sea en forma de tierras cultivables, metales preciosos o esclavos. Puede parecer que esto es exagerado, dado que supuestamente gracias a los romanos sabemos mucho de los pueblos y tierras de su alrededor, pero si miramos con lupa lo que nos dicen sus autores surge un patrón muy característico. Solo por poner un ejemplo, las dos grandes civilizaciones que se opusieron al poder de Roma fueron Etruria, en la primera época republicana, y Cartago, cuando los romanos avanzaron más allá de la Península Itálica. Y ¿qué es lo que sabemos de estos dos pueblos?

Prácticamente nada. Algunos lugares comunes sobre lo decadentes y débiles que eran los etruscos, algunas notas sobre el espíritu traicionero y sanguinario de los púnicos y poco más. Sabemos que Cartago se regía por un sistema que recordaba al romano, pero no como eran su política, su cultura, sus tradiciones (la mayoría de las cuales se deducen por extrapolación de las tirias). No nos queda ni una muestra del idioma etrusco, que los romanos debieron a la fuerza conocer*. Por no tener, de Cartago no tenemos ni siquiera restos reconocibles, hasta tal punto se dedicaron a borrar todo recuerdo de su existencia.

De los pueblos iberos, galos o germanos, tenemos descripciones muy exóticas, pero todas son sospechosamente parecidas. Los bárbaros son valientes, viven de la caza y la ganadería, visten pieles y comen pan hecho de bellotas. Pero no hay tantas bellotas, y ni Galia ni Hispania eran tierras incivilizadas y salvajes, sino el hogar de culturas dinámicas, así que, muy probablemente, autores como Estrabon se limiten a repetir lugares comunes, porque TODO EL MUNDO SABE que los barbaros son seres incivilizados que visten pieles y comen harina de bellotas así que ¿qué necesidad hay de decir nada más?

No hablamos solo de ignorancia respecto a los pueblos vecinos. Roma no se preocupa tampoco por la geografía. Suena extraño en un pueblo que desarrolló una increíble red viaria, pero si bien los romanos gestionaban muy bien las distancias lineales, vitales para la logística y el comercio, carecían del concepto mismo de mapa. Es más, si las observaciones de un viajero, o una expedición, no coincidían con lo que decía la tradición, se consideraban que eran equivocadas. Así, los informes de la expedición naval de Germanico por las costas del mar del norte fueron desechadas ya que la tradición decía que la costa norte de Europa era lineal, sin penínsulas, y de acuerdo a esa misma tradición los romanos consideraban que Inglaterra era una isla achatada en mitad del Cantábrico a igual distancia de Hispania que de la Galia

Otro de los puntos que se suelen mencionar a favor de la modernidad de Roma es el haber alcanzado una religión libre de sacrificios humanos, al contrario que los cartagineses o los galos, pero esa idea no se sostiene: los combates de gladiadores eran sacrificios humanos en honor de un difunto, y no hablamos de unas docenas sino de centenares e incluso miles de muertes anuales. El pueblo romano era una masa ávida de sangre, y sus gobernantes gastaban ingentes sumas para saciar esa sed

La economía romana tampoco se basaba en la racionalidad. La historia de Roma tras la primera guerra púnica es una continua huida hacia adelante para sostener un sistema que se devoraba a sí mismo. La segunda guerra púnica destruyó a la casta de granjeros y pequeños agricultores que constituían la espina dorsal de la sociedad y el ejercito romano, arruinándoles y causando una desigualdad social que ya nunca dejo de crecer. El estado se veía forzado a continuas acuñaciones para mantener suficiente moneda en circulación debido al acaparamiento de la moneda de calidad por las clases adineradas, a la necesidad de pagar al ejército y al costo, siempre en aumento, de las importaciones de alimentos, ya que el propio agro italiano y siciliano fue poco a poco dedicado casi en exclusiva a la ganadería, mucho más rentable económicamente para los latifundistas. Las campañas contra Dacia o Partia eran puras expediciones de saqueo en un intento de volver a llenar los cofres imperiales del oro y la plata que, año tras año, se perdía rumbo a oriente para pagar especias y productos de lujo, dado que la propia Roma era incapaz de producir nada que interesara a China o la India, más allá de sus metales preciosos.

El derecho romano merece un vistazo aparte. Sobre el papel, Roma fue el gobierno de la justicia y la igualdad. La realidad es mucho mas cruda: la maraña legislativa romana era un cumulo de normativas amontonadas unas sobre otras, que de cuando en cuando era expurgada antes de un nuevo amontonamiento, como sucedió en tiempos de Adriano. Pero, además, la ley no era igual para todos porque no había mecanismos que pudieran garantizar su aplicación. Un ciudadano pobre, que se viera avasallado por uno rico, no podría ir a los tribunales para pedir justicia porque no podría pagársela, aunque su poderoso vecino hubiera mandado una turba de matones a apalearle públicamente y despojarle de todos sus bienes. La única forma que tenía el romano de a pie para protegerse era acogerse a la protección de un poderoso, es decir, entrar en su red clientelar, a cambio, por supuesto de su devocion y fidelidad. Al final, los tribunales eran el lugar donde los ricos disputaban, y el derecho, en muchos casos, una distracción, un pasatiempo para los pleiteadores que pasaban su vida demandándose por rencores de causas olvidadas décadas atrás.

La brillantez cultural de Roma es, de nuevo, un espejismo. La cultura Mediterránea, al comienzo de la segunda guerra púnica, estaba en su apogeo, gracias al flujo constante de influencias entre culturas diferentes y vivas, como la del Egipto de los ptolomeos, la seleucida, la grecomacedónica, la cartaginesa, las diversas culturas gálicas o hispánicas... ¿o pensabais que la Dama de Elche la hicieron unos extraterrestres?

Toda esa vida, ese esplendor, quedó aplastado bajo las caligae de las legiones. Roma impuso su cultura como la única válida, con un cierto barniz helénico y detalles orientalizantes a medida que el Principado dio paso al Imperio medio, pero la realidad es que el flujo del arte y las ideas cesó, ahogado por una homogeneidad imitativa que se iría repitiendo a sí misma durante siglos, sin creatividad (los monumentos tardoimperiales se limitaban a expoliar las construcciones republicanas o del principado, recargándolo todo con más decoración)

Pero, me diréis, los romanos nos transmitieron el legado de los griegos. No, los romanos nos transmitieron lo que les gustó del legado griego. El resto lo ignoraron, cuando no lo destruyeron. Hemos necesitado 20 siglos para descubrir que en la época tardohelenista los astrónomos utilizaban calculadoras mecánicas para predecir los movimientos estelares, porque los romanos nunca se interesaron por esas máquinas más allá de verlas como juguetes o curiosidades, y de no ser por el hallazgo de Antikitera seguiríamos ignorándolo todo respecto a una matemática y una manufactura mecánica que no se igualaron hasta el siglo XVIII.

Roma no fue la gran preservadora, sino la gran destructora. Se dice que la Edad Media fue una época de oscuridad cultural, pero en realidad el marasmo llevaba ya tiempo extendiéndose bajo una losa inamovible y asfixiante y, pasados los primeros siglos, la Baja Edad Media fue un período de ebullición cultural que alcanzó su colofón en el Renacimiento

Y os preguntaréis, si tan bestias eran, si tan cerriles, si tan salvajes ¿como prevalecieron? Pues precisamente por eso. Los romanos eran cerriles hasta la extenuación. Daba igual cuanto tardaran, cuantas derrotas cosecharan, cuantas legiones fueran necesarias: si Roma decidía la destrucción de una nación, la conquista de un territorio, tarde o temprano tendría lugar, al precio que fuera. Empecinamiento, como dijimos al principio, ya que incluso tras una derrota los supervivientes se refugiarían en sus campamentos fortificados y, cuando el enemigo victorioso se dispersara, las legiones seguirían ahí, a la espera de volver a luchar. Aunque no hubiera ningún beneficio real en ello, aunque cada conquista supusiera un nuevo frente abierto que nunca se cerraría. El orgullo romano exigía no volver jamas atrás, y sólo conocemos un caso en el que Roma desistiera, estando en la plenitud de sus fuerzas: el de Germania.

Y, pasada la época de las conquistas, destruida Cartago, conquistada Grecia, Siria, Egipto... el Imperio posterior al Principado sobrevivió por inercia, porque ya no quedaba ningún poder rival que aspirara a destruirlo, y sus enemigos**, como los pueblos godos, no aspiraban a arrasar Roma sino a ser parte de ella, hasta que se dieron cuenta de que Roma, en realidad, ya no existía más que de nombre. La pregunta no es porqué cayó el Imperio, sino porqué no cayó mucho antes.

Los romanos sólo sabían hacer dos cosas bien: masacrar pueblos, y construir obras duraderas. Y ellos mismos eran muy conscientes de ello. Nos lo dejó dicho Tácito, en palabras que siguen resonando a través de los siglos

Auferre, trucidare, rapere falsis nominibus imperium, atque ubi solitudinem faciunt, pacem appellant

A la rapiña, el asesinato y el robo, los llaman con falso nombre gobernar. Crean un desierto, y lo llaman Paz

* Los romanos evidentemente tuvieron que ser capaces de leer y escribir la lengua de los etruscos, pero no hay ni un fragmento latino que nos permita entender ni siquiera por encima las inscripciones etruscas. Si alguna vez escribieron gramáticas o diccionarios, acabaron por olvidarlos

** Odonato de Palmira se consideraba a sí mismo protector del Imperio, y su viuda, Zenobia, no aspiraba a destruir Roma, sino a reemplazarla

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si te das cuenta esa actitud un tanto xenofóbica... creo que estaba totalmente justificada en esa época. Cuando los romanos dejaron de triturar tribus que llegaban a sus fronteras y empezaron a dejarlas pasar y a asentarse en su terreno fue el comienzo de su fin.
Y habría culturas muy dinámicas y tal antes de Roma, pero eran reinos pequeños (comparados con Roma me refiero), tribus que se pasaban la vida haciéndose pedazos unos a otros cada verano, como las polis griegas, sin aspirar a algo más, a un dominio real de amplios territorios ni a la creación de un legado duradero. Mantener esa homogeneidad cultural, social y política era lo que permitía el comercio a larga distancia, la estabilidad y en definitiva cierta prosperidad que a su vez tenía que ver con esas obras eternas.
Sinceramente habría preferido un trillón de veces ser un ciudadano libre en Roma y poder ir al circo máximo a ver carreras, al coliseo a ver peña despedazándose (seamos realistas, los gladiadores serían personas y tal pero entretenidos de ver debían ser un rato), a las termas a limpiarme, al teatro, al foro, a una naumaquia, a una de las bibliotecas públicas...etc. En la Edad Media no serías un esclavo, pero ser un campesino y que la experiencia más estimulante de tu vida fuera ir a la iglesia cada domingo ... no resulta tan atractivo. Y no digamos ser un guerrero de una de esas tribus prerromanas, que tal vez lo más grande que verías en tu vida es una choza de piedras y paja, a un druida arrancándole el corazón a alguien y un viaje con setas alucinógenas en un bosque primario (Y esto lo digo con una gran admiración a los celtas).
Tal vez para ti el éxito de cierta cultura se mida en la calidad de sus expresiones artísticas o en sus descubrimientos, pero para mí la prueba de fuego es la del tiempo. ¿Qué nos queda de verdad de Cartago? ¿De los celtas? ¿De todas esas culturas indoeuropeas? ... Bueno los romanos eran una avanzada civilización cuya cultura, lengua y obras nos han influido más que ninguna otra; veo en ellos la única civilización y cultura que realmente se sobrevivió a si misma, en la forma del imperio bizantino y de la Iglesia, que todavía nos influye hoy en día: Nuestros padres.