Ahora que se habla tanto de fachas, debo confesaros que yo tengo un encono personal con Rudolf Hess. Algunos ya sabéis el porqué pero ¡qué leches! Lo voy a explicar para los paseantes.
El señor Hess era un nazi pata negra, un camisa vieja de los que participaron en el putsch de la cervecería. Posteriormente fue secretario de Hitler en prisión, y ahí compiló y mecanografió Mi Lucha.
Hess, pese a tener esa cara de pardillo, llegó a ser jefe del Partido Nazi tras la subida de Adolf al poder, organizó grandes apoteosis como las olimpiadas de Berlín y, empezada la guerra, se hizo célebre al volar a Escocia para negociar un acuerdo de paz con Gran Bretaña.
Espoiler: le salió regular. Los ingleses le trincaron, le pusieron a la fresca y, acabada la guerra, le llevaron a Nuremberg para juzgarlo. Una vez allí, su estrategia de defensa consistió en hacerse el loco.
Literalmente. Cada vez que el juez o el fiscal preguntaban algo él decía ¿mande? y si le insistían respondía no sé quién es ese Hitler de quien me hablan ¿me pueden devolver mi osito de peluche?
No coló, y se tiró el resto de su vida en Spandau, donde diñó hace ya unos años.
Pues bien, este buen mozo, al igual que muchos gerifaltes nazis, tenía la capacidad intelectual de una avutarda.
Suponiendo que las avutardas fueran gilipollas.
Que no lo son. Dejemos en paz a las avutardas.
Vamos, que era un gilipollas a a secas.
Pues así como a Himmler le dio por buscar pruebas de que los alemanes estaban emparentados con los samurais, y algunos otros nazis se empeñaron en que el yeti era el antepasado de los arios, al señor Hess se flipó con la macrobiótica.
No voy a explicaros lo que es la macrobiótica. Si tenéis curiosidad, tiráis de wikipedia, que no os lo voy a dar todo masticado.
Volviendo a Hess, el menda creía que gracias a la dieta macrobiótica su mente y su cuerpo se purificarían y alejaría la vejez, la enfermedad y las malas vibraciones.
Así que sólo comía comida macrobiótica. Siempre y en todo lugar. Lo cual tiene su dificultad porque no es que haya muchos restaurantes macrobióticos. Pero él tenía un cocinero macrobiótico que le hacía sus cositas macrobióticas y todo bien.
Peeeeeeeeeero...
(Llega el drama)
Resulta que Adolfo, que era un señor muy hogareño, tenía la costumbre de invitar a comer a sus amiguicos.
Y Hitler era vegetariano, no macrobiótico.
Que no es lo mismo, OJO.
Aunque Hitler decía que el vegetarianismo le daba paz de espíritu y limpiaba su cuerpo. Y le había quitado la violencia.
HITLER.
SÍ.
QUE GRACIAS AL VEGETARIANISMO YA NO ERA MALO.
Badum tsssss
Pues eso, que Hitler invitaba a comer a su casa a Hess, Goering, Goebbels, Bormann, Ley... la NaziPandi, vamos. Todos juntitos comiendo delicias vegetarianas en amor y compañía.
Pero no. TODOS NO.
Porque Hess, como he dicho, sólo comía macrobiótico, así que se traía un Tupper de casa. Se iba para la cocina, se lo daba a la cocinera de Hitler, y esta se lo servía disimuladamente.
Y resulta que un día Hitler se dio cuenta de la jugada, se cabreó, y le puso de patitas en la calle y ya no le ajuntó más, por malqueda.
Y tenía toda la razón del mundo. Porque mi mamá me enseñó que si vas a casa ajena COMES LO QUE TE PONEN EN EL PLATO.
SIN REMILGOS.
SIN DEJARTE NADA.
Y DAS LAS GRACIAS, QUE SE NOTE QUE HAS IDO A BUENOS COLEGIOS.
Lo dicho, Hitler tenía todo el derecho del mundo a cabrearse. Y por eso le tengo especial inquina a Hess
Porque por su culpa, por su falta de modales en la mesa LE TENGO QUE DAR LA RAZÓN A HITLER.
Y por eso no le perdonaré jamás y espero que tuviera unas hemorroides del tamaño de un balón de rugby y que la comida macrobiótica estriñera mucho y le hiciera cagar duro. Y que en Spandau el papel higiénico fuera El Elefante.
Y me diréis, qué rencoroso. Y os diré, mucho. Que eso no se me hace a mí, Hess, que yo no olvido.
Imbécil.
Que eres un imbécil y un maleducado.
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