Mujer iroqués

sábado, 12 de febrero de 2011

EL ORO Y EL IMPERIO (II)


La muerte de Craso es una pésima noticia para César ya que el difunto equilibraba el poder de Pompeyo, y apoyaba económicamente la estrategia política de César, que se queda en la más absoluta bancarrota. Entonces llega el permiso del senado para intervenir en los asuntos de la Galia.

La imagen que tenemos de los galos, alegres, bárbaros y pobres, pero felices, no se ajusta demasiado con la realidad. La Galia es muy rica y cuenta con grandes cantidades de oro, tanto en forma ornamental (los celtas acostumbran a adornarse con collares, brazaletes y torques) como en moneda, en un momento en que en Roma la moneda circulante es de plata o cobre. La campaña gala da dos formidables bazas a César: un ejército experimentado y devoto a su general, y oro, muchísimo oro.

En los dos años anteriores a la Segunda Guerra Civil César reparte riquezas a manos llenas en Roma, ganando el favor de la plebe, atrayendo a su bando a una buena cantidad de senadores y, de paso, provocando una nueva inflación: la devaluación del oro merma los recursos económicos de sus rivales. Luego, declarado el conflicto, se hace rápidamente con la península italiana y traslada la guerra a las provincias orientales, venciendo a Pompeyo en Farsalia. Finalmente se alía con la reina egipcia Cleopatra, que vuelve a llenar los ya vacíos cofres del conquistador.

Con el imperio ahora en sus manos, César planea la conquista del imperio parto, pero su asesinato vuelve a encender la guerra civil, primero entre Octavio y Antonio contra sus asesinos, y luego entre ellos por la supremacía. Antonio se une a Cleopatra, ganando el apoyo de sus riquezas y el control sobre el trigo de Egipto. De haber afianzado su posición hubiera podido desangrar tranquilamente a Octavio ya que el otro recurso alimentario de Roma, Sicilia, es amenazado por las fuerzas de un nuevo rival, Sexto Pompeyo, y el sobrino de César no tendá más opción que pagar un precio cada vez más elevado o dejar morir de hambre a Italia.

Octavio actúa con rapidez: mientras Agripa aplasta a Pompeyo, él maniobra políticamente para cortar de raíz el apoyo a Antonio en Roma. Luego le declara la guerra, derrotándole en Actium y apoderándose de Egipto, después de que Cleopatra intente en vano unirse al nuevo poder. Octavio se hace con el dominio de las provincias orientales y el trigo egipcio, más los inmensos tesoros de Alejandría.

Tras el establecimiento del Principado el denario se ve desplazado por el aureus. Octavio, ahora Augusto, y su sucesor Tiberio, tratan de evitar que el río de oro de Oriente hunda la economía romana, pero fracasan y la inflación vuelve a dispararse, igual que fracasan al intentar convencer con su ejemplo a las clases pudientes para que refrenen sus gastos. Empero, su administración es austera y eficaz, y a la muerte de Tiberio el Tesoro Imperial está lleno y saneado.

No durará: Calígula dilapida todo el oro ahorrado en cuarenta años. Claudio logra equilibrar la situación con una administración prudente, pero Nerón vuelve a la política del despilfarro y la guerra iniciada a su muerte ocasiona una nueva ruina económica. Los dos primeros emperadores flavios logran de nuevo sanear la situación, pero Domiciano acaba de hundir las cosas.

¿Porqué se producen estos vaivenes? Roma es ya dueña indiscutible del Mediterráneo , tiene en sus manos el trigo de Egipto y prácticamente todo el oro y la plata de medio mundo pero cuanto más grandes son sus riquezas, mayores son sus crisis económicas. El Imperio, como antes la República, no es capaz de gestionar sus recursos, se limita a devorarlos: sin una economía productiva la propia Roma se ha convertido en un inmenso sumidero de recursos. 

Mientras se ha mantenido la expansión el saqueo ha mantenido la maquinaria en marcha, pero Augusto ha detenido las conquistas tras la pérdida de Germania, una provincia de la que se esperaba sacar gran cantidad de tributos (el Tesoro se nutre de los tributos, incluyendo la mitad de todo el metal precioso extraído de las minas) y los gastos son ingentes. Hay que pagar un enorme ejército permanente, que puede hacer y deshacer emperadores a su antojo, y el estado corre igualmente al cargo de la manutención de la plebe, pagando además grandes espectáculos para mantenerla feliz (panem et circensis).

El campo se mantiene vivo en provincias como Hispania, Galia, Libia… pero en la propia Italia o en Grecia la ruina es casi total a finales del siglo I y las ciudades de provincias, medio deshabitadas, están rodeadas de eriales: nadie quiere cultivar la tierra porque no hay beneficio en ello, salvo en los grandes latifundios explotados con esclavos y aparceros.  Los campesinos se han hacinado en las urbes, y la escasa industria no permite ocupar más que a unos pocos. El resto sobrevive a costa de las distribuciones pagadas por el estado o los plutócratas locales.

 Las clases altas llevan un tren de vida fastuoso y gastan enormes cantidades de dinero en productos exóticos, que, como ya hemos visto, sólo pueden conseguirse en Oriente y siempre a cambio de oro y plata porque Roma no produce nada que pueda comercializarse a su vez en esos puertos. Los ricos reciben sedas, opio, perfumes, vinos, exquisiteces... gran parte de la plata romana acabará así sus días en China, como hará después mucha de la plata del Perú. 

Los grandes banqueros y comerciantes, como Mecenas, protegido de Augusto, y Séneca, consejero de Nerón, se dedican a la usura y la especulación y van acaparando poco a poco todo el oro circulante, forzando al Tesoro a nuevas acuñaciones. El fantasma de la descapitalización es constante. Claudio se ve obligado a conquistar Britania y Nerón debe gastar grandes recursos en mantenerla: sus minas de plata son vitales para sostener el valor de la moneda imperial, que en apenas un siglo empieza a dar síntomas de hundimiento. Durante el reinado de Nerón se produce la primera gran devaluación del aureus, por el expeditivo sistema de reducir su peso en un 9%…

7 comentarios:

Fonso dijo...

Saludos al autor y felicidades por su gran y divertido blog.

Y como parece que si no hay guarradas no hay comentarios diré que están muy bien estos últimos posts sobre la economía romana y que algunos esperamos impacientes la 3ª parte ;)

José Antonio Peñas dijo...

La tengo medio pergeñada, pero antes quiero escribir otra cosa para un foro de historia militar, que la tengo parada desde hace casi un mes

lyuti dijo...

Yo de historia de romanos nada de nada. Pero lo que cuentas me ha dado que pensar que si quieres montarte un imperio, llévate la agricultura al extraradio. Seré una conclusión algo basta, pero algo hay.

Un saludico

Susana

Anónimo dijo...

p.s
Es cansino lo de la cuenta de google, prefiero lo de siempre.
Y por aquí estoy con regularidad, Peñas.

Susana

José Antonio Peñas dijo...

¿Quieres decir, como anónimo, Susana? Yo es que tengo que tener activa la cuenta de google por otros motivos, pero si no también me daría pereza.

Lo del extraradio es, parcialmente, lo que pretendían tanto César como Octavio y Tiberio, cediendo tierras a los veteranos que se licenciaban en Hispania, Galia, Britania… con lo que esperaban incrementar la producción y evitar que la población de la propia Roma se multiplicara en exceso, pero eso apenas era un alivio a corto plazo.

El problema es que la propia ROma era un imán muy fuerte, el hecho de estar concentrados allí el poder político, la influencia, la mayoría de las grandes familias (con sus complicados lazos clientelares...), el hacer ahí las mayores distribuciones de alimentos y celebrarse allí los mayores festejos (hubo años con más de cien días de fiestas) implicaba que mucha gente prefería vagar por Roma desocupada que buscarse la vida trabajando en provincias. El sistema romano no sólo produjo la ruina de sus agricultores: también les convirtió en parásitos a ellos y a casi toda la clase media-alta

Anónimo dijo...

Sí, quise decir como anónimo y firma abajo, me parece cómodo y educado a la par :). Es que me repatean las cookies.

Esto de las clases parasitarias, formadas por familias y relaciones clientelares, es denominador común en todos los imperios occidentales antes del s. XX, me parece (o sea, esto es lo que yo deduzco). Para el resto de imperios, no será tal vez el mismo peso para las lazos familiares, pero desde luego que los lazos de interés mutuo son muy poderosos.

Yo de historia ando flojísima, siempre me ha parecido que era una cosa de tíos, no sé muy bien por qué. Pero tal como cuentas a los romanos, los veo como gente normalita en función de sus circunstancias, con sus vicios, al igual que los tenemos ahora.

Susana

José Antonio Peñas dijo...

Bueno, normalillos, sí, si exceptuamos esa tonta manía que tenían de celebrar las cosas viendo a gente descuartizada o descuartizándose por parejas… Me parece que la coronación de Domiciano se celebró con cien días de matanzas y el espectáculo incluía comida gratis para el público.

Claro que si mezclas GH con Sálveme de Luxe y le das a cada persona una espada afilada vendría a ser algo parecido.