Hace poco mencioné que alguién me ha ayudado a recuperar mi gusto por la lectura. No es que lo hubiera perdido, pero no lograba encontrar el placer que sentía tiempo atrás. Quizás porque he leído muchos textos áridos por cuestiones profesionales, llenos de información, pero bastante alejados de aquello que nos hace meternos en un libro y perder la noción de las horas. Tal vez porque se publica demasiada morralla aupada al podio de los superventas a fuerza de promoción machacona. Puede que influyera la saturación de oferta, porque gracias a la red hay muchísimas más obras a nuestro alcance, y eso hace muy difícil seleccionar, por puro mareo.
Sea como sea, mi amor por las páginas ha reverdecido, y lo hizo de la manera más sencilla: volviendo a los clásicos, y más en concreto a Galdós.
Como mucha gente de mi quinta, lei los Episodios Nacionales de chaval. Como mucha gente de mi quinta, tenia un recuerdo muy vívido de la primera serie, la correspondiente a la Guerra de la Independencia. Es normal que sea así: Trafalgar, Bailén, Zaragoza, Gerona... son un retrato crudo y majestuoso de una gesta inmensa, un homenaje no a las grandes figuras (que están y son retratadas con un vigor increíble, la muerte de Churruca a bordo del San Juan Nepomuceno es un buen ejemplo) sino a la gente sin apellidos rimbombantes, al soldado de a pie que muere sin saber porqué, al pueblo arruinado y engañado mil veces, y aun así dispuesto a darlo todo, al campesino, al mulero...
Tenía frescos esos recuerdos, así que opté por pasar directamente a la segunda serie y empezar mi relectura con las andanzas de Monsalud, que tenía (raro en mí) casi completamente olvidadas. Para mi gozo Galdós despliega un tapiz fantástico de personajes tan vibrantes que es casi imposible no sentirles vivos más allá del papel. Empezando por el protagonista, el joven revolucionario, hilo conductor de la saga, que sospecho esconde mucho del propio autor. Lleno de valor e ilusiones, y al mismo tiempo con una fría lucidez que día a día le entristece el ánimo, ante una realidad que nunca será la que sueña, hasta su desengañada madurez. Le vemos cambiar, crecer, y al final convertirse en un hombre cansado que ya solo busca cerrar las viejas heridas, saldar sus cuentas y buscar, de ser posible, el amor que se ha negado en nombre de ideales que ya no son más que palabras gastadas. Está muy lejos de los héroes de una pieza tan usuales en la novela moderna, que esconden su romanticismo tras una capa de cinismo, porque Monsalud es tan sincero en su entusiasmo como en su desengaño.
Desengañado es también el caracter de su hermanastro, el recio Navarro, tan ardiente en sus convicciones como su enemigo, tan enamorado y desesperado como él, y al final tan cercano que cuesta no entender el dolor de una vida desperdiciada por su brutal sinceridad.
Sincero, paradójicamente, es el antihéroe por excelencia, el miserable Juan Bragas, al que Galdós de pronto cede la palabra durante dos novelas, dejando que un rastrero tiralevitas retrate en toda su inmundicia la corte de Fernando VII. Y así vemos como va dando bandazos el canallesco Pipaón, siempre al sol que más calienta, primero absolutista, luego ferozmente absolutista, transfigurado en ardiente masón, después defensor a ultranza del alboroto y las libertades, para volver a su papel de fernandista acérrimo, a punto de caer en el carlismo para hacerse cristino al primer cambio del viento... y sin caer nunca en la caricatura absurda, porque incluso ese miserable es mucho más que un cliché y puede tener un arranque de decencia.
Decente es el final de Sarmiento, el fanático y desagradable maestro de escuela, apenas un secundario de relleno cuya bajeza me llevó a odiarle. Pero a la hora de morir es capaz de redimirse y, literalmente, me dejó llorando hasta tener que parar la lectura y continuar después con más calma.
Gente cotidiana y sencilla, como don Benigno Cordero, a quien llaman héroe por cumplir su deber ciudadano sin alardes ni afan de gloria, y que nos da ejemplos sobrados de rectitud y honestidad sin caer en la moraleja, o Solita, tan abnegada y gris, pero capaz de crecer poco a poco ante nuestros ojos hasta apagar cualquier otro brillo a su alrededor.
Y Genara. Donde Solita nos conquista casi sin darnos cuenta, Genara nos estremece con su pasión. Una mujer llena de sombras y luces tan difícil de catalogar que cuesta incluso decidir si debemos considerarla buena o mala. Es demasiado fuerte para caber en una etiqueta.
Quizás eso es lo que más me sacude al leer a don Benitos: sus mujeres. No diré sus personajes femeninos, porque resultan demasiado sólidas como para ser comparsas. Solita y Genara son mucho más que las enamoradas de Monsalud, son mujeres enteras que, cada una a su manera, sobreviven contra un mundo que las niega el derecho a ser ellas mismas. Y eso escrito en una época en la que los personajes femeninos son simples adornos para que las pasiones se desencadenen a su alrededor, sin voluntad propia ni capacidad de decisión.
Galdós ama a las mujeres por lo que son, y las retrata como las ve: reales y vivas, no simples adornos ni excusas narrativas. No sólo a las principales, porque todas y cada una pisan con fuerza, como Nazaria la Pimentosa, a la que casi podemos oler en su zafiedad, y cuyo cerrilismo es mucho más que un cliché, pese a ser apenas un personaje lateral de una trama secundaria.
Y por si fuera poco, la construcción del escenario, apenas unas pinceladas en cada momento, pero suficientes para que nos movamos sin dificultades por los montes de la Cataluña rural, los barrios más míseros de Madrid, las casonas señoriales medio desvencijadas, los corredores del Palacio Real, los caminos rurales, las fondas... No necesitamos conocer el carácter de Don Feliciano: su casa agrietada, polvorienta y aplastada de armarios reventando de legajos grasientos basta para que sintamos asfixia y deseos de buscar la calle.
Sumadle una narración llena de idas y venidas, donde no se repiten las fórmulas literarias ni los estilos y en donde a cada vuelta podemos encontrarnos con que el protagonismo ha pasado de una mano a otra, sin juicios morales ni sentencias absolutas, y un retrato implacable de España que un siglo y medio después sigue siendo de la más triste actualidad y entenderéis el porqué de mi entusiasmo. Galdós me sumerge hasta el punto de que me veo en sus caminos, comparto tertulia con sus protagonistas y casi siento en la boca sus alimentos.
No recuerdo que en nuestras clases de literatura se le diera demasiada importancia. Se mencionaban sus episodios con los tópicos al uso (el gran friso narrativo etc, etc...), algunas alusiones a Miau y a Doña Perfecta y poco más. He tenido que dejar pasar 30 años para descubrir al que, probablemente, sea el autor más sólido, completo y fértil de los últimos tres siglos.
Ahora mismo voy arrancando la cuarta y última serie de los Episodios, y luego pienso leerme el resto de su obra. Voy alternando con autores de todo tipo y obras variadas, para no embriagarme, pero tengo muy claro que mi renovado afán devorador se lo debo a este alegre canario enamorado de mil mujeres, de mirada penetrante y pluma implacable.
Gracias, maestro.
Y gracias a ti, Teresa, por el empujoncito.
Y gracias a ti, Teresa, por el empujoncito.
3 comentarios:
Tienes premio, Jose Antonio!
http://dinosaurrenaissance.blogspot.com.es/2013/09/premioooo.html
¡Anda! ¿Y eso?
Pues nada, bonitas iniciativas de estas que surgen en la red y se expanden cual virus (la verdad es que mirándolo en perspectiva es un poco del palo de las cadenas de correos).
Nosotros lo continuamos por no hacer un feo, pero vamos, que yo pasaría de seguir nada. Simplemente estuvimos hablando mi compañero y yo de qué blogs meter y estuvimos de acuerdo en que el tuyo merecía estar, bien por toda la parte de ilustración y paleoilustración (que es de lo que más tira, obviamente.. eso data de tiempos del foro del Paleofreak XD) como por todos los demás temas que tratas, qu esiempre nos resultan interesantes.
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