Mujer iroqués

sábado, 9 de noviembre de 2013

POR QUÉ APOYO AL FEMINISMO (I) Primeros pasos


A la hora de justificar los prejuicios, sean cuales sean, siempre es posible encontrar explicaciones complacientes. La mayoría de la gente machista que conozco no lo es deliberadamente. Si les pones un espejo delante y les señalas lo que hacen o dicen, ven que, en efecto, están perpetuando un prejuicio. Sin embargo, enseguida encuentran un camino para justificarse: es lo normal, les educaron así, la sociedad es como es, no es para tanto, ellos también son discriminados en cierto modo... etc.

Yo acepto que esas causas, digamos ambientales, son reales. Están ahí, vivimos en una sociedad que lleva siglos interiorizándolas. Pero también hace sol en julio y no por ello la gente se deja morir de insolación, aduciendo es que es verano y es normal que haga calor. Por el contrario, buscamos la sombra, nos refrescamos, usamos un sombrero... Sí lo único que puedes aducir para justificar tu actitud es que es lo normal, tu problema tiene otro nombre: pereza.

La pereza intelectual es muy cómoda ¿por qué poner en cuestión lo que todo el mundo da por supuesto? Y si lo que dan por supuesto, como hombre, te pone a ti en una situación de privilegio, la pereza es aún más cómoda, casi sacralizable. También hay mujeres que aceptan esa normalidad, pese a ser conscientes de que no tiene nada de justa. De nuevo es por pereza, porque hay personas que esperan que alguien les diga lo que deben hacer, no sólo ahí, sino en todas las facetas de su vida. Porque tomar las riendas de la propia vida y asumir la responsabilidad por nuestras decisiones es, lo primero de todo, muy cansado. Porque hay esclavos que consideran que la esclavitud es mejor que la incertidumbre*.

Yo no nací feminista: me hice feminista. No deliberadamente, no te levantas una mañana y lo decides como quien se dice, hoy me pondré calcetines a rayas. Pero una serie de pasos, a veces conscientes, otras casuales, me trajeron aquí. Podría haberme quedado en mi sitio sin caminar, y no me sentiría culpable. Estaría en la postura más cómoda de todas, pero por suerte o por desgracia, la pereza me da nauseas.

El primer paso no lo di yo, crecí con él gracias a mis padres. No había un hombre de la casa dando órdenes sino una pareja de personas que se querían, se respetaban y decidían juntas. Eso sí, las pocas veces que mi padre se encargó de la comida me hicieron agradecer que casi siempre fuera mi madre la responsable. De hecho aprendí a guisar con ella, y tengo el orgullo de saber que, según mi hijo, mis albóndigas son tan buenas como las de la abuela.

Así pues, al cumplir los 18, si bien apenas había tenido trato con chicas, al menos sí tenía dentro el concepto de que nadie está subordinado a nadie por cuestiones de sexo (ni hay ningún motivo específico para que sea una mujer la encargada de guisar, aunque no logré hacer unas croquetas dignas de ese nombre hasta los 20)

El segundo paso vino de forma dolorosa. Me enamoré de una chica llamada A, con una personalidad muy fuerte y un nivel de egoismo casi patológico. Dado mi nivel de empatía, me convertí en una víctima fácil. No creo que lo hiciese a propósito, pero A logró anularme y dejarme casi sin voluntad, recuerdo que al final yo me sentía culpable casi hasta de respirar. Sin embargo saqué dos cosas muy positivas de esa historia: aprendí a protegerme de ese tipo de personas** y empecé a madurar como feminista. A, con todos sus defectos, era una persona inteligente y me abrió los ojos a la realidad que nos rodea: que una mujer, por el simple hecho de serlo, está en desventaja y va a encontrar muchos más obstáculos en su vida que un hombre. No ya discriminaciones abiertas (que siguen existiendo) sino prejuicios de todo tipo, desde el paternalismo hasta el desprecio abierto.

El tercer paso, que llevo dando casi desde que tengo uso de razón, fue observar.

Mientras estudiaba, pude observar un montón de comportamientos machistas. Me alegra decir que en la escuela de agrícolas el volumen era reducido, pero existían. El último año, cuando ya todos empezábamos a buscarnos la vida de una forma u otra, pude ver como mis compañeras, tras tragar más de uno y más de cien sapos mientras estudiaban (y además tener que tragarselos con una sonrisa***) tenían que escuchar en cualquier entrevista de trabajo los consabidos ¿Te planteas casarte? ¿Vas a tener hijos? que, por supuesto, jamás nos preguntaban a nosotros.

Había comportamientos parecidos en mi círculo de amigos, no en todos, afortunadamente, pero existían (y uno de libro, un machito tan repugnante que parecía sacado de un mal guión de Ozores). Dado que todos solían reirle las gracias al gallito de turno, cada día me sentía más marciano en ese aspecto.

Otro paso ha sido la lectura. Nunca he sido lector de Beauvoir, pero si te interesas por la historia, la antropología o el arte es inevitable hacerte muchas preguntas. Dicho sea de paso, entre esas lecturas la más decisiva fue, seguramente, la de los ensayos de Stephen Jay Gould. Porque me llevaron directamente al paso definitivo.

Analizarme.

Gould me hizo ver mi propio comportamiento, los planteamientos micromachistas que estaban adheridos a mi piel sin yo notarlos, incluso en mi labor profesional. Por primera vez me planteé, si en una ilustración debo dibujar a un alce ¿porqué dibujo un macho? ¿acaso una hembra no es un alce igualmente? Y si voy a representar a la humanidad con un individuo ¿porqué se supone que debo poner a un varón caucásico de entre 30 y 40 años****? ¿es que una mujer africana de unos 45 no es EXACTAMENTE igual de representativa*****?

* Cuando los soviéticos se acercaban al campo de Austwizt, no hizo falta usar la fuerza para que los presos marcharan junto a sus guardianes: para muchos, seguir a sus verdugos en fuga era más tranquilizador que esperar al Ejército Rojo. Sólo quedaron (y se salvaron) los que no podían caminar. 

**Literalmente: volvimos a relacionarnos un año después y trató de que volviéramos a ser pareja. Seguía pareciendome una persona magnética, pero lo primero que pasó por mi mente fue NO,  lo que me hizo ver que estaba inmunizado.

*** Porque el machito, cuando se le planta cara, suele alegar que todo era una jocosa broma y procura salir airoso señalando que la ofendida es una borde sin sentido del humor, probablemente reprimida.

**** No exagero, dibujé una mujer representando a la humanidad en una espiral de la vida para el Museo de Cuenca, y los responsables de la exposición, al verlo, se quedaron pensativos un rato antes de darse cuenta de, en efecto, era tan lógico como dibujar un hombre

***** En realidad mucho más representativa, ya que los blancos somos minoritarios, evolutivamente nuestra especie nació en África y Eva Mitocondrial era negra.

7 comentarios:

anasegovia dijo...

me alegra que hay uno menos. crie a mis hijos sola, ya que me separe con 25 años, y ellos tenian 7 años y 10 meses. a pesar de ello son maschistas, por mucho que haya luchado y hayan sido educados por una mujer que no lo es, que las hay. YO ctreeo que lo llevan en los genes de su poadre wque lo era y mucho. gracias,por escribir.

lyuti dijo...

Espero con expectación la parte 2.
¿Admite tu refinado uso del castellano la expresión beso en los morros como forma de celebrar el post?. :).
Bueno, una anécdota sobre el sentido del humor de los profesores universitarios allá en los 80. No sé por qué -no me ocurrió a mi ni lo presencié, me lo contaron. Pero sí conocía a la chica en cuestión, y era espectacular- una estudiante de 18 años salía a toda prisa del aula en mitad de una clase. El profesor le llamó la atención y le preguntó a dónde iba. Ella el contestó, con mucho apuro, que al servicio. El profesor se le quedó mirando y le replicó "¿Cómo sé que es verdad?. Ya está, si te pongo la mano ahí -o en el coño, es que ha llovido y no recuerdo la frase al pie de la letra- y está mojado es verdad".

Anónimo dijo...

Iyuti, ese profesor no era machista. Era un animal indigno, como todos los que - seguro - le rieron la gracia.

lyuti dijo...

Eso es muy fácil de decir, anónimo. Sería algo sin mayor relevancia salvo para esta chica que humilló o vejó de palabra, (que me habría esforzado en olvidar, y no contaría aquí por cosa sin importancia), si no fuera por que no era tan fácil presentar una queja ante el rector para bajarle los humos a este tío, entre otras cosas porque se veía sólo como una salida de tono algo graciosa y subida de tono.
(lyuti desconectada de la cuenta)

José Antonio Peñas dijo...

A eso me refiero con los sapos. Ese tipo de mierdas eran lo cotidiano, y encima había que reír la gracia.

Toy folloso dijo...

Gustoso le cambio la rueda pinchada a cualquier dama que encuentre por estos caminos.
En cambio, no tengo ni idea de coser y, si se me cae el botón de los pantalones, por ejemplo, preciso de una voluntaria.
(Tíos costuritas no, gracias).

Anónimo dijo...

Toy, tu nombre suena a juguete, por lo que puedes tomarte el coser como un juego (seguro que no eres tan torpe, inténtalo).