(Las imágenes que acompañan esta entrada pertenecen a la tira Zits, de J. Scott. Ya tardáis en haceros con ella)
Entre el parto y, pongamos, los 10-11 años eso entra dentro de lo razonable. Lo malo es que uno se acostumbra a esa norma y te haces la ilusión de que lo tienes todo controlado y nada podrá sorprenderte. Entonces (música siniestra de fondo, percusión en tonos graves que va en aumento) llegan LAS HORMONAS (estalla un relámpago al fondo y la escena tiembla por los truenos acompañados de un CHANCHANCHANNNNNNNN)
Al principio no notas nada demasiado llamativo, sólo que el mozuelo tiene de pronto un rizado matojillo de pelos alrededor de los güevos. Pero ¡ay, amigos! esos pelos no crecerían sin fertilizante, y su presencia indica que el fertilizante está recorriendo sus venas impetuosamente. Consejo para padres creyentes: llegado ese momento ya podéis haceros cruces.
El primer síntoma es el hundimiento de tu ordenado plan de vestimenta. De pronto en vez de un niño en crecimiento tienes algo parecido a la criatura del doctor Frankenstein, así, como construido a retales. Una mañana descubres que te ha pegado un estirón piernil y los pantalones le quedan pesqueros, pero los brazos siguen en su ser así que tienes un alargadísimo bracicorto de tórax ridículamente pequeño. Por suerte se tiene en pie ¡como para no! después de todo, un mes atrás has descubierto que su pie calza de repente un 45. Y digo de repente porque las últimas deportivas que le compraste eran un 41 y ya te parecieron enormes. Y el armario donde guardabas su calzado ahora parece una atarazana llena de galeras listas para su botadura*.
Por suerte yo calzo un 41 y he podido heredar sus botas. Ríanse, pero eran buenas y me vinieron al pelo.
Dicho sea de paso, sus deportivas, además de gigantes, parecen tener el don de la ubicuidad: te las encuentras tiradas en cualquier parte, generalmente en zonas de paso. Y si no las ves, las hueles.
Esa es otra. No sé de que están hechas las hormonas esas, pero por como le cambia el olor a sus felices poseedores yo diría que tienen una base de cadaverina con toquecitos de cabrales muy curado. Sumémosle que los varones se ven afectados de una suerte de hidrofobia repentina (a veces hay que empujarle dentro de la ducha con un palo) y entenderéis por qué es necesario ventilar a menudo su dormitorio y cambiar la ropa de cama antes de que le haga un agujero químico.
Y hacer una fuerte inversión en palos para empujarle dentro de la ducha, más unos fórceps para sacarlo, porque luego no quiere salir** y los pantanos cada vez llevan menos agua.
En el caso femenino, por consultas a otras madres, he descubierto que el tema de los olores es menos grave. Paradójicamente, el consumo de agua es incluso mayor, porque ellas se ven afectadas por el síndrome del lavado compulsivo, aunado al ¿qué me pongo? (con los consiguientes problemas de mantener en condiciones el vestuario de una moza que igualmente varía de dimensiones relativas y absolutas en menos de una semana)
Y lo que abultan. Casi es imposible moverte por la casa sin tropezar con alguna de sus extremidades ¿es que son extensibles, al estilo Reed Richards?
Otro interesante efecto de las hormonas es el facial. Tenemos el cambio de proporciones, que nos lo deja cabecipequeño (o será que como le miro desde abajo la cabeza se ve chica por un efecto de perspectiva) más esos cuatro pelillos sombreados en su labio y el alegre añadido de los granos. No demasiados, parece que mis genes van ganando la batalla. Pero qué poca resistencia al dolor: cada vez que le hacemos una limpieza, tras vaporizar bien para abrir los poros y no hacer masacres, suena como si le estuvieran degollando con una piedra no muy afilada. El caso es que, pese a todo, sigue siendo un chaval guapo, así que creo que será un adulto bastante presentable***.
Presentable de cara, que no de habla: o bien le da por hablar atropelladamente, y sin un hilo conductor racional, o nos responde a todo con monosílabos y gruñidos. Y tampoco muy presentable de carácter, porque no resulta extraño decir, hola, D, buenos días, y recibir de vuelta un ¡MAMÁ, PAPÁ ME ESTÁ GRITANDO!
Tanta investigación y tanta leche ¿y aún nadie ha encontrado algún medio de equilibrarles el flujo hormonal a los adolescentes? Eso sí que sería un avance para la humanidad, y no sacar un nuevo iPhone6 que pese seis miligramos menos que el anterior y sea una micra más fino.
Y si no hay dinero para investigar ¿sería tanto pedir que se restablezca el servicio militar, haciéndolo mixto****, adelantándolo a los 14 años y prolongándolo hasta los 21? Ofrezco mi voto al primer partido que afronte con firmeza ese escabroso tema. Piénsenlo, señores militares, contarían con tropas entusiastas, llenas de energías y, probablemente, inmunes a los agentes químicos más agresivos.
Eso sí, el gasto en uniformes no se lo envidio.
* Los que cantan la belleza adolescente en plan Lolita o Muerte en Venecia deberían darse un garbeo por un instituto para ver una galería de los horrores en todo su esplendor
** Sí. Es por lo que estáis pensando.
*** Y bien armado. Menuda tranca gasta el mozo. Y ahí mis genes no han tenido nada que ver.
**** La cuestión mixta se añade a petición de mi amiga S, que no está dispuesta a que yo me libre de mi vándalo y quedarse ella con sus dos bestezuelas en casa por una estúpida cuestión machista
1 comentario:
Jajajajajaja, riendo como una tonta, al de24 todavía le quedan cosas, el miedo al agua, el olor el caos...otras cosas ya están superadas.
Como tengo otro de 31, se que lo que viene es peor, así que estoy tratando de ponerme en modo Zen.
Un beso, ánimo y paciencia y escribe mucho de esto, lo cojo con unas ganas... Anasegovia.
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