Desde muy niño he sido fan de Hal Foster. He leído y releído su obra hasta el punto de que, a estas alturas, probabemente me la conozca viñeta a viñeta. Cada vez que vuelvo a abrir sus páginas me asombran la narrativa, la puesta en escena, los paisajes, el movimiento, el dominio de la anatomía... pero, sobre todo, me pasma la fuerza de los personajes.
Foster no construyó personajes planos. El caracter de sus protagonistas se despliega faceta tras faceta: incluso alguien tan simplón como Pierre, el torpe-sanchopancesco-inútil criado de Sir Gawain tiene bajo su piel regordeta mucho más que un cliché. Sus mujeres no son lánguidas damiselas esperando un rescate (Aleta tiene la sana costumbre de rescatarse sola), los caballeros no son monolitos de virtud, el propio Val puede tener reacciones caprichosas, violentas, crueles... y, si bien no de forma explícita (porque requiere una lectura atenta) tampoco la sexualidad de sus personajes está construida de acuerdo a la norma.
Querido público, olvídense de Tom de Finlandia. Si buscáis una historia con barrillo, bienvenidos al sorprendente mundo del Príncipe
Empecemos por nuestra estrella, Val, a quien seguimos desde su adolescencia hasta los años de madurez (en las fechas en que Foster deja la serie, Val pasa los 40). A priori, un apuesto varón heteronormativo, felizmente casado tras una juventud de alegres devaneos con mozicas de buen ver. Pero las cosas no están tan claras.
Agotado (normal, menudo gangbang) Val es llevado al campamento vikingo y ahí descubrimos su gusto por el cuerpo a cuerpo con poca ropa y su puntito sado en ambientes playeros.
El SM es una constante en la vida de Val. Foster lo da todo en las escenas de mazmorra, donde, por cierto, Val suele ser el sumiso...
Aleta también tiene sus aficiones, y, en el tema del bondage, comparte armario con su marido. Por no mencionar que ella también gusta de andar ligera de ropa, levantando miradas (y lo que no son miradas) a su paso. Asimismo, parece igualmente interesada en el otro lado de la calle, como demuestra su intimidad con la rotunda, robusta y curvilinea Katwin, la fría devoción que despierta en su doncella india, Tillicum, o sus simpáticas escenas de baño.
Val y Aleta viven su sexualidad de forma alegre y abierta, y no tienen reparo en disfrutar de una enérgica sesión de spanking entre aventura y aventura. Son una pareja muy, muy bien compenetrada, que gozan sin que les preocupe el qué dirán.
No puede decirse lo mismo de Sir Gawain, el compañero de Val. Mujeriego empedernido, asaltador de balcones y ventanales, un don Juan triunfador donde los haya pero... no consuma. Porque, cada vez que llega el momento, Gawain pone pies en polvorosa, huyendo de las mujeres a uña de caballo.
Gawain es un narcisista de tendencias homosexuales duramente reprimidas.
Esperan de él que sea un hetero viril, y esa es la apariencia que ofrece al mundo, pero, como puede verse en esta otra imagen, no son los cuerpos femeninos los que le hacen suspirar.
Ahora, si hablamos de represión, la reina Ginevere se lleva la palma. Atrapada en un matrimonio de opereta, con un marido asexual, las atenciones de su amante, Lanzarote, no bastan a llenar su vacío. De hecho, sólo la vemos relajada en cierta ocasión, tras un alegre baño con Aleta (yo no quiero decir nada, pero...)
Arturo ¿qué podríamos decir de Arturo? En la batalla de los pantanos encabeza la carga con su poderosa excalibur, pero nunca más le veremos volver a esgrimirla ¿quizás el soberano, bajo el peso de las responsabilidades, se ha vuelto impotente? No del todo: nuestro rey aún disfruta del voyeurismo. Sí, la única vez que vemos a Arturo... chispeante... es cuando se encuentra con Aleta, como no, en pelotas por el bosque. El monarca, con ojos viciosetes, la persigue por el arroyo, y no se bate en retirada hasta que ella le da un severo correctivo. Luego, al reencontrarse con él, le humilla y maltrata, porque el rey ha sido un chico muy, muy malo.
A buen entendedor...
Os preguntaréis ¿no hay en este medievo ningún atisbo de heteronormatividad? No lo encontraremos en el rey Aguar, solterón empedernido cuya virilidad es puesta en entredicho por su propio hijo, y cuya afición al emperifollamiento sólo tiene parangon con la de Gawain.
Tampoco en Mordred, que sublima sus deseos sexuales en una búsqueda desenfrenada de poder, quizás como un modo de recabar la atención de su fría y dominante madre.
No desesperemos: nos queda Boltar, honrado pirata, y comerciante. El alegre bribón vikingo rezuma hombría a la vieja usanza. Juerguista, fanfarrón, vocinglero, el alma de la fiesta... hasta el día en que su camino se cruza con el de Tillicum y ella le amenaza de muerte. Boltar se deja de juergas adolescentes y madura, decidido a ser digno de la única mujer capaz de helarle en el sitio con una sola mirada. Desde entonces ha sido su amante esclavo y.... vaya, después de todo tampoco aquí tenemos las cosas tan claras.
En fin, confío en no haber hecho añicos vuestros recuerdos, y espero que, si alguien no conocía esta magnífica obra, no deje de leerla por mi culpa. De verdad, vista desde cualquier lado merece la pen... a quién quiero engañar. Mi buen Rafa N (más que un jefe, un amigo) no me perdonará JAMÁS, porque nunca podrá volver a ojear las páginas de Foster con mirada inocente.
Y el día que le explique porqué el lanzaredes de Spiderman está anatomicamente mal situado, probablemente se suicide, después de matarme a mí. Pero la Verdad debe salir a la luz, sea cual sea el precio.
(ninguna de las imágenes ha sido retocada: los dibujos de Foster siempre destacaron, entre otros mil motivos, por su elegante sensualidad)
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