Pensemos en como funcionan esos cultos. Es un movimiento religioso
formado por cabecillas locales, predicadores que no siguen una doctrina
común ni obedecen a ninguna jerarquía central, sino que compiten por
ganar prestigio alardeando de su fanatismo biblico. Unas condiciones que imposibilitan cualquier evolución.
Se llaman cristianos, mencionan mucho a Jesús y ven señales del
espíritu santo por todas partes, pero en realidad basan la mayor parte
de sus ideas (y fobias) en el antiguo testamento, es decir, el código de
leyes de un pueblo de pastores, que aceptan como verbo divino sin dudar
de una sola letra ¿Suena familiar?
En los años 80 y 90 sus
misioneros hicieron muchísimo daño entre las poblaciones indígenas de
Venezuela y la selva amazónica. Pero eso ha quedado en agua de borrajas
comparado con lo que están haciendo desde hace más de una década en
África. Ahí nunca se constituyó una verdadera sociedad civil: la
descolonización dejó tierras y pueblos desarraigados, y la suma de
guerras, corrupción, enfermedad y miseria han desintegrado cualquier
estructura real que vaya más allá de lo local o lo étnico. Sumémosle el
analfabetismo más extremo y tenemos el coto de pesca soñado por los
fanáticos.
El modo de entrada ha sido la caridad, aprovechando los
recursos enviados por sus benefactores en EEUU para que las comunidades
más míseras acaben dependiendo de sus limosnas. Así fue como los
Hermanos Muslmanes ganaron su prestigio en Egipto, pero al menos ellos
organizaron verdaderas redes de apoyo social, mientras que los
misioneros se aseguran de mantener la pobreza como un dogal al cuello de
sus feligreses.
A eso se añade una activa infiltración en los
órganos de gobierno en base a su influencia económica y social, que en
poco tiempo ha logrado que las leyes jueguen a su favor. Poder político
unido a poder religioso y ningún contrapeso civil. La expresión más
visible de ese fanatismo es la persecución desatada contra la
homosexualidad en varias naciones africanas, siendo la más sangrante la
de Uganda. Y, de nuevo, las multitudes que hemos visto apalear, apedrear
y quemar vivos a jóvenes homosexuales no son grupos de fanáticos
extremistas. Son sus vecinos, sus amigos, sus familiares. La gente
común. La moderada. Jaurías indistinguibles de las que hemos visto en
países musulmanes, jaleadas no por imanes o muftis, sino por
predicadores, Biblia en mano, que han encabezado el acoso sin el menor
disimulo.
Si dos religiones aparentemente tan distintas*
como la islámica y la cristiana pueden generar situaciones tan
similares, entonces sus enseñanzas, en sí, no son un problema social. El
problema surge cuando las circunstancias permiten que una religión
inamovible se enseñorée de la vida de un pueblo, sin un contrapeso que
neutralice sus aspectos más negativos. Esa es la causa, más allá de la
fe o los libros sagrados, que hacen que los cultos evangélicos y el
islam puedan ser más dañinos que el resto de las religiones actuales.
Como prueba de que la esencia del Islam no es el problema, podemos observar el ejemplo contrario. Dentro del mundo musulmán hay dos
interesantes excepciones, dos naciones a las que las circunstancias han
permitido avanzar mucho más que sus vecinos. Turquía e Irán.
En el
caso turco, el trauma que supuso la caída de la Sublime Puerta en 1918
dio lugar a la creación de un estado casi laico por obra de Kemal
Attaturk. Eso permitió consolidar una sociedad civil y un activo
nacionalismo (con raíces étnicas) que ha sobrevivido al fin de los
regímenes tutelados y al gobierno de los partidos islamistas. De hecho
la influencia de esos partidos creció, no por obra del fanatismo
religioso, sino por el desencanto de buena parte del pueblo turco por la
falta de avances en su integración con la Unión Europea. Turquía está
lejos de ser un oásis de democracia y respeto de los derechos humanos,
pero está a años luz del cenagal teocrático de Arabia Saudí.
El
caso iraní suma a la cuestión étnica y cultural (como los turcos, los
persas jamás se han sentido integrados en el mundo árabe, y se
enorgullecen de su lengua y su cultura) y un nacionalismo ferviente, un
apartado religioso. Los chiítas ganaron fama de fanáticos en los años de
la Revolución Islámica y el nacimiento de Hezbollá, pero en
realidad forman el ala progresista del islam. En un sentido muy
concreto: el chiismo sí acepta una jerarquía religiosa, encarnada en los
Alfaquíes y los Ayatolas, y, pese a ser, evidentemente, autoridades muy
remisas al cambio, han tenido que aceptar algunas reformas al
convertirse en parte de las instituciones. Dado que sus normas no se
dirigen a la totalidad del islam sino sólo al pueblo persa, incluso esas
escasas concesiones han marcado un sello muy distintivo en el
ismaelismo.
A esto se suma una sociedad civil urbana** muy activa,
con un elevado nivel educativo, y una gran frustración entre las
generaciones posteriores a la Revolución Islámica ante la falta de
expectativas. El conjunto de estas circunstancias ha conformado una
sociedad en ebullición, una olla a presión que, en vez de enquistarse en
el fanatismo religioso, avanza, aunque sea timidamente en la dirección
opuesta, es decir, hacia una apertura laicista. Se podría comparar la
actual situación de Irán con la de la España de finales de los primeros
70, con la dictadura reforzando por todas partes un control que empezaba
a írsele de las manos. Por supuesto lo que suceda en próximos años es
impredecible, pero incluso en los momentos de mayor peso islámico, en
los años inmediatos a la Revolución y durante la guerra con Irak, el
chiismo iraní presentaba aspectos tan ajenos al mundo árabe como la
masiva presencia de las mujeres en la universidad y la prohibición de la
ablación.
Poco más puedo añadir a favor de mi hipótesis: son las
circunstancias históricas y sociales lo que confieren mayor peligrosidad
a una religión, no sus enseñanzas, y por eso es ingenuo presuponer que
la influencia de un credo es indistinguible de otro.
¿Significa lo
dicho hasta aquí que la integración de los musulmanes en nuestra
sociedad es imposible? Ni mucho menos. Precisamente aquí contamos con
los elementos que permiten paliar los principales peligros dela
religión: una sociedad civil consolidada y educación. Pero se requiere
tiempo. Y un esfuerzo consciente para no recaer en viejos errores. Los
estallidos musulmanes en Francia hace una década no se debieron a un
problema religioso, sino de pobreza y discriminación. Los jóvenes que
incendiaron las calles no lo hacían en nombre del islam, sino furiosos y
frustrados por una sociedad que les rechazaba pese a haber nacido
franceses.
La educación puede ayudar a la integración de las
generaciones nacidas aquí, y la legislación puede y debe asegurar la
laicidad de la vida social, pero si esas mismas leyes, además de
obligarles, no les amparan****, establecemos un nuevo punto de partida
para el fanatismo, esta vez agravado por el desarraigo. El desarraigo,
igualmente, es el principal caladero donde echan sus redes los fanáticos
evangelistas. Y aunque a día de hoy no suponen más que una anécdota
pueden acabar siendo más que eso.
No es bueno ignorar los
problemas, pero tampoco debemos dejar que el miedo guíe nuestra forma de
actuar. Sería tristísimo habernos sacudido las cadenas de la beatería
católica para dejar que otros fanatismos limiten nuestras vidas.
(Una
aclaración antes de cerrar el tema. No es que los fanáticos católicos,
ortodoxos o protestantes no quiern controlar la vida de sus vecinos,
apalear o matar a los homosexuales y prohibir a las mujeres salir de
casa sin permiso de su marido (casado ante DIos, of course). Lo que
sucede es que NO PUEDEN HACERLO por las circunstancias históricas, y su
influencia es cada día más floja, de ahí que el creyete moderado sea, en
realidad, un agnóstico mal disfrazado. SOn religiones menos peligrosas,
no porque sean mejores, sino porque han ido perdiendo su capacidad para
hacer daño)
* Aparentemente, porque si vamos a la raiz de sus enseñanzas, no hay tantas diferencias entre los cultos del Libro
** Digo urbana porque
en el campo la situación es diferente. Algo de esperar, ya que entre el
campesinado siempre tardan más en calar las reformas. Precisamente el
término pagano significa en su origen campesino, y debe su significado actual a que fueron los campesinos romanos los más reacios a convertirse al cristianismo
***
Me parece perfecto que se prohíba un símbolo religioso como el velo en
las escuelas... siempre y cuando se prohíban los crucifijos, las
menhorás, la estrella de David... Y si no se permite organizar rezos
colectivos a los musulmanes en la vía por razones de orden público, debe
permitírseles usar locales adecuados. No entiendo porqué no es posible
un uso razonable de las iglesias para la oración, a horas en las que no
hay servicio cristiano.
3 comentarios:
Concuerdo, lo más peligroso de esos grupos es que todos parecen taaaan buenos y sin embargo son un grupo de fanáticos reaccionarios, oscurantistas y más discriminatorios.
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