Hay una tendencia en los ambientes escépticos a considerar la
religión con una cierta relatividad: partiendo de la base de que todas
son igual de falsas, se presupone que todas son igual de problemáticas.
Entiendo que ese punto de vista puede resultar muy cómodo, pero me
parece que está profundamente equivocado.
Por supuesto es fácil
señalar el peligro de las sectas destructivas tipo Wako, o los
movimientos radicales estilo Quicos, pero incluso dentro de las
religiones normales puede (y debe) señalarse que algunas son
especialmente peligrosas. Es una verdad desagradable, y suele aparejar
acusaciones de eurocentrismo, pero a estas alturas no me irá de una cana
más o menos así que ya podéis empezar a apedrearme.
Sí, hay
religiones más peligrosas que el resto. En particular el Islam y los
cultos evangélicos. Y su peligrosidad nace de su incapacidad para el
cambio.
He mencionado en alguna ocasión que las iglesias católica,
anglicana, luterana y, en menor medida, la ortodoxa, tienen una
razonable capacidad de adaptación a las circunstancias sociales. En
general van a remolque de los cambios, pero aunque sea a rastras,
cambian. Para que eso pueda suceder, se requiere una autoridad que
ratifique y consolide esos cambios. En el caso de Roma dicha autoridad
reside en el Papa y los Concilios. Los anglicanos fían su autoridad en
la Corona, los luteranos en los acuerdos episcopalianos y los ortodoxos
en la autoridad de los patriarcas. Luteranos y ortodoxos (sobre todo los
últimos) tienen el problema de no tener una cabeza visible y
centralizada, de ahí que, por comparación, los cambios resulten mucho
más rápidos y drásticos en las dos primeras iglesias. Sobre todo en la
anglicana, que no tiene que lidiar con cientos de realidades sociales,
como le sucede a Roma.
En vida de Mahoma, él era la autoridad
central del Islam: su peso civil y religioso era incontestable. A su
muerte la situación se volvió más compleja. Idealmente, la Ley de Dios
sería interpretada por el Califa, que a su vez velaría por que la Ley
del los hombres se ajustara a la Palabra. Palabra que en principio no
era inamovible, dado que Mahoma no dejó escritos como tales y la
recopilación definitiva de sus enseñanzas y diversas tradiciones orales
asociadas no tuvo lugar hasta el tercer califato.
Sí, el Quran no es obra de Mahoma, sino de sus seguidores.
La
figura del califa, en cualquier caso, debería haberse convertido en la
cabeza del Islam, como lo es el obispo de Roma en el catolicismo o, en
tiempos, el Patriarca de Constantinopla. Pero, al margen de las
disensiones y el establecimiento de califatos independientes* (como el
de Córdoba), el califa nunca pudo asumir ese papel por la inexistencia
de un clero organizado. No hay monjes, sacerdotes, obispos... que se
superpongan al tejido social, dando validez a la autoridad central. La
falta de esta estructura eclesial impidió que los califas tuvieran un
poder real sobre la sociedad, siendo enseguida usurpado su título por
los gobernantes, los sultanes, que reunieron en sus manos el poder
religioso y el civil, haciéndolos indistinguibles.
Eso tuvo un
doble efecto pernicioso. Por un lado descabezó de forma efectiva al
islam como comunidad religiosa, imposibilitando una adaptación al cambio
de los tiempos. Por el otro cortó de raíz cualquier posibilidad de
establecer una legislación ajena a la autoridad religiosa, impidiendo
así el nacimiento de una sociedad civil.
Pensemos en la Europa
Medieval. Por un lado hay un poder real, el de reyes y nobles, al que se
suma el de los gremios y, poco a poco, el de las casas de banca (que
juntos serán el germen de la burguesía) y otro religioso, a su vez
amparado por la jerarquía y las posesiones de la Iglesia. El Papa
dispone de un poder efectivo que oponer a los poderes seculares, y eso
garantiza hasta cierto punto su independencia de los mismos. Este
equilibrio posibilita que tomen forma una serie de estructuras legales
civiles, no religiosas (pensemos en las cortes de Aragón, y su célebre
juramento Nos, que valemos tanto como vos, y juntos más que vos...)
que, al menos de nombre, obligan a todos y no pueden modificarse de
forma arbitraria, por estar implicados muchos poderes. Ésas
características permitieron el salto social y económico de la Alta Edad
Media y, posteriormente, del Renacimiento. Y es en ese intervalo de
cuatro siglos cuando las sociedades europeas dejan atrás a las
sociedades islámicas, incapaces de cambiar.
¿Porqué la ciencia y
la tecnología islámicas se estancan después de un arranque brillante y
arrollador? Porque sin una estructura educativa como la que se construye
bajo la autoridad de la Iglesia, no es posible establecer una
burocracia civil, ni una legislación que ampare el comercio y la banca
de forma efectiva. La sociedad islámica está sujeta al capricho de su
gobernante. Imaginemos un próspero tintorero en Estambul: podría
beneficiarse de mejores métodos de producción, pero el Cadí o el Visir
saben que ese negocio da pingües beneficios, así que le multiplican por
diez los impuestos, o incluso deciden adueñarse de todo acusando al
dueño de impiedad. El afectado nada puede hacer frente a una autoridad
absoluta, que une la ley de Dios a la de los hombres. El resto de
tintoreros no va a apoyar a su compañero porque no hay una estructura
gremial, para ellos sólo es un competidor descabezado. En esas
condiciones el solo hecho de destacar es peligroso, y las actividades
económicas tradicionales (agricultura, perfumería, forja, telares,
comercio...) no tienen incentivos para el cambio. El tintorero de
Estambul seguirá usando los mismos métodos siglo tras siglo. Tampoco hay
incentivo social para el estudio, fuera de la astronomía**, y sin
universidades (auspiciadas, no lo olvidemos, por el poder religioso), ni
intercambio de conocimientos, la ciencia islámica se queda atascada en
sus raíces. Como toda la sociedad.
Eso por lo que se refiere al
cambio social o económico, pero ¿porqué no hay evolución religiosa?
Después de todo hay, al margen de la autoridad del monarca, algunas
autoridades religiosas, muftis y mulás. Pero éstos no
son un clero organizado, sino figuras locales, y aunque se presuponen
algunos requisitos para ser considerados como tales, a la hora de la
verdad todo se traduce en tener prestigio y don de gentes. Cada mufti es
una autoridad separada, de ahí que las Fatwas (mandatos) tengan un caracter igualmente local y no vayan más allá del área de influencia de quien las emite.
Dicho
sea de paso, las fatwas no son órdenes inspiradas por Dios, sino
interpretaciones de su palabra. Un mufti, en realidad, es una suerte de
árbitro a quien se consulta en caso de duda. Lo que no les impide hacer
declaraciones grandilocuentes e incendiarias, y llegamos al punto más
importante de mi planteamiento.
Un mufti puede emitir una fatwa
condenando, por ejemplo, a cualquier mujer que de la mano a su marido en
la calle, porque no hay ninguna autoridad sobre él que pueda
impedírselo. Lo único que le limita es el texto del Quran, y éste es, en
esencia, un código de leyes para un pueblo de pastores del siglo XV.
Así que puede opinar prácticamente sobre cualquier cosa y darle peso
legal, al menos hasta que otro mufti de superior autoridad dicte otra
cosa. Y a su vez lo que dicte ese mufti podrá ser puesto en entredicho
por el siguiente. Y esa rueda sin fin hace imposible cualquier evolución
religiosa, porque ningún cambio toma caracter permanente.
En
esencia y en forma, el pensamiento religioso islámico es EXACTAMENTE el
mismo hoy que hace catorce siglos. Sin cambios. Y las sociedades
islámicas eran prácticamente las mismas hasta bien entrado el siglo XX,
cuando el final del colonialismo europeo las lanzó de nuevo al mundo.
*
Los cismas califales, pese a su espectacularidad, no son sino la lógica
consecuencia de la expansión territorial del Islam. Los diversos cismas
cristianos descentralizaron la autoridad religiosa, pero en el caso del
Islam ésta ya había desaparecido como tal antes de las rupturas.
**
El prestigio de los astrónomos en el islam antiguo se basa en la
necesidad de ajustar los calendarios lunares que guían la vida religiosa
y la agricultura.
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