Mi texto sobre la Gran Guerra se completó con dos recuadros, limitados a 1200 caracteres. Helos aquí, ilustrados de mi propia mano
EL ARMA DEFINITIVA
Cuando Lord Fisher
asistió en 1906 a la botadura del HMS Dreadnought, estaba convencido de tener ante sí el
arma definitiva. Era un diseño revolucionario, un gigante armado con
diez piezas de 305 mm en torres dobles, que, pese a su blindaje de 280 mm, podía
navegar a 21,5 nudos, gracias a sus novedosas turbinas de vapor. Su sola
existencia dejó obsoletos a todos los buques del momento y supuso el arranque
de una frenética carrera naval entre Alemania y Gran Bretaña. Ambas naciones
quedaron al borde de la ruina por el tremendo esfuerzo industrial, que se saldó
con ventaja inglesa al comienzo de la guerra, 24 dreadnought frente a 15.
El monstruoso gasto
no se amortizó jamás: durante la Gran
Guerra no se produjo el choque decisivo para el que nacieron esos acorazados.
La escuadra del Kaiser acabó sus días como chatarra en Scapa Flow y, en los años
20 y 30, muchos de los colosos aún en servicio fueron desguazados tras el
tratado de Washington.
De nuevo soplaron
vientos de guerra: entre 1939 y 1945 lucharon otra vez los viejos Dreadnought junto a otros más recientes
y poderosos, y de nuevo de forma infructuosa. Los Bismark, Tirpiz, Yamato, Musashi, California, Arizona, Roma, Prince of
Wales, Repulse… todos fueron víctimas de la némesis de los acorazados, un
diminuto enemigo en el que no pensó nadie cuando se puso la quilla del Dreadnought: el aeroplano, el arma naval
definitiva.
EL FANTASMA DEL DESIERTO
Lawrence de Arabia no luchaba contra los turcos sobre un blanco caballo,
alfanje en mano, como le inmortalizó el cine. Él prefería usar un coche
blindado. Y no uno cualquiera, porque Lawrence fue a la guerra a bordo de uno
de los mejores automóviles de todos los tiempos. el Armoured Car Rolls-Royce, version militar del legendario SilverGhost, la Joya de la Corona. Los
Rolls de batalla se movían por la arena y los pedregales con la misma elegancia
con que lo hubieran hecho por las calles de Londres. Su motor de seis cilindros
y 50 HP le permitía alcanzar los 90 km/h y su fiabilidad mecánica era
asombrosa, sobre todo en las durísimas
condiciones del desierto. Protegidos por un blindaje de 9 mm, su torre
giratoria armada con una ametralladora Vickers
les daba una potencia de fuego muy respetable.
Lawrence y sus irregulares los emplearon en misiones de exploración y
sabotaje. golpeando allí donde menos se les esperase. Tras la guerra siguieron
en activo hasta 1925, cuando pasaron a la reserva. Pero los Silver Ghost aún volverían a luchar en
1940, esta vez contra las tropes de Mussolini. Finalmente, y tras varias
modernizaciones, los últimos Rolls se jubilaron en 1942, reemplazados por otro
automóvil de leyenda, el Jeep Willys.
Podríamos citar muchos elogios del Armoured
Car Rolls Royce, pero basta con el que le dedicó el propio Lawrence: Un Rolls en el desierto vale más que un
diamante.
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