Los dinosaurios, hoy por hoy, son un valor seguro en los medios de comunicación. Si estrenas una peli simplona, con chica mona huyendo aterrada en ropa interior, apenas tendrás una reseña en las noticias, pero si la chica huye perseguida por un feroz y babeante dinosaurio tendrás cobertura en todas las cadenas. Los Lagartos Terribles venden, y son huespedes usuales de los noticieros, el cine y los documentales, incluso del teatro musical (hace unos años se estrenó una obra sobre una chica enamorada de un alosaurio). Sin embargo hubo una era de oscuridad en la que los grandes saurios no gobernaban la Tierra, y a nadie le importaban una mierda. Yo crecí en ese tiempo de sombras.
Pese a mi apolínea y bien modelada figura voy peinando canitas, ya que nací en la década de los 60, en el año 28 a. JP (antes de Jurassic Park). En España el interés por la paleontológía era escaso, y el interés por los dinosaurios era nulo. Teníamos Los picapiedra en televisión y el Diplodocus carnegii en el museo de Ciencias, y eso era todo. Sin embargo yo crecí como un niño de dinosaurios.
Mi conversión se debió a varios factores, entre ellos mi afición por la lectura, que mis padres estimularon con una enciclopedia de animales, uno de cuyos volúmenes versaba sobre dinosaurios y otras criaturas extintas. A eso se sumó la influencia de un chaval del colegio, un niño apellidado Hidalgo con una vida familiar muy triste y una más que notable obsesión por los tebeos de la Marvel (¡ay, aquellas fascinantes ediciones de Vértice, clasificadas como historias para adultos!), los tiburones y los dinosaurios. Mantuvimos una amistad bastante estrecha durante cinco años, hasta que dejó el colegio, y para entonces el mal estaba hecho: el vicio por los tebeos caminaba a la par de mi fijación dinosaurística.
De remate vi la película Fantasía, de Disney, donde la La Consagración de la Primavera ponía música al nacimiento de la vida en la tierra y el esplendor de la era de los reptiles. La escena del estegosaurio enfrentándose a zurriagazos con el t-rex fue una epifanía: a partir de ese momento fui un fanático converso. Me pasaba el día dibujando y modelando en plastilina dinosaurios y mamuts, con escaso criterio científico pero mucho entusiasmo, y devoraba cualquier cosa que cayera en mis manos sobre el tema. Lo que significa que intelectualmente pasé un hambre canina.
No es que la documentación fuera escasa, es que no la había. Podías ver dinosaurios en los tebeos de Tarzan de los monos (que cada dos por tres se daba un garbeo por el mundo perdido de Pal-Ul-Don) o en los de Turok (aventuras de dos indios en un valle prehistórico). A veces emitían algún documental de Disney sobre dinosaurios (en esos años Disney producía reportajes de naturaleza) y muy de cuando en cuando ponían películas tan informativas como las diversas historias de Godzilla, Hace 1000000 de años o El Valle de Gwangi. Eso era todo.
Mi interés no decayó, pero mis animos flaquearon con los años, porque el desierto paleontológico duró dos largas décadas, con ocasionales oasis que publicaban Muy Interesante y Natura, hasta que en el 88 estrenaron En Busca del Valle Encantado. La peli me pareció una cursilada y no resistía la menor comparación con Fantasía, pero, sin saberlo yo, anunciaba una nueva era, porque Spielberg produjo ese bodrio bajo la influencia del Renacimiento Dinosaurio que estaba gestándose desde los 70.Un año o dos después me encontré con un reportaje fascinante en el Pais semanal, dedicado a los nuevos dinosaurios e ilustrado con unos increíbles dibujos en BN de Douglas Henderson que retrataban un mundo asombroso del que yo no tenía ninguna noticia. Empezaron a aparecer aquí y allá reportajes sobre prehistoria en los que ya no había torpes monstruos descerebrados en un paisaje volcánico, incluyendo unas megailustraciones de Mauricio Antón sobre el pasado remoto de la Península, que si mal no recuerdo salieron en Natura y me dejaron boquiabierto y ojiplático.
Y llegó el año Cero, antes 1993 de la era cristiana. Acababa de hacerme con Los Dinosaurios de Sangre Caliente de Adrian Desmond y a poco de empezar su lectura empezaron a correr noticias sobre una nueva película de Spielberg en la que la tecnología 3D iba a reemplazar a los muñecotes de HarryHausen. Parque Jurásico llegó, arrasó con las taquillas y mi mundo no volvió a ser el mismo.
Empezaron a publicarse libros, reportajes, documentales, novelas, series televisivas… imaginad un yonqui que tras un monazo de veinte años cayera de repente en un almacén de heroina, ese era yo. Llevaba ya unos años haciendo mis pinitos como ilustrador, con lo que mis ingresos, si bien escasos, eran relativamente regulares, así que me rasqué el bolsillo y empecé a resarcirme del hambre pasada.
Seguí creciendo como dinofrikie: en el año 3 d. JP empecé a colaborar con Geo y poco después Teo, su jefe de arte, me propuso un trabajo sobre dinosaurios del triásico argentino. Le puse todo mi entusiasmo y logré un resultado bastante digno para la época, pero para ser sincero hoy me parece un pestiño colorido. En mi siguiente incursión profesional en el pasado, esta vez sobre el cretácico español, cuidé mucho más el escenario pero tan sólo hice un razonable trabajo amateur.
Mi consagración al paleoarte vino de dos factores: el primero fue un curso de 3D, a resultas del cual publiqué unas ilustraciones y una breve animación sobre el dinosaurio pelecanimimus, y el segundo fue Mauricio Antón, que a raíz de ese trabajo me propuso colaborar para un proyecto de aprendizaje sobre el dientes de sable Homotherium. Hasta entonces me limitaba a imitar con escasa fortuna el trabajo de otros autores, pero Mauricio me enseñó las bases de la paleoreconstrucción.
El big bang de internet me deparó muchas alegrías, ya que el volumen de documentación escrita y gráfica sobre paleontología es inimaginable y hace unos años entré en contacto con otros drogadictos, gracias al blog del PaleoFreak. Los dinosaurios se han hecho habituales del cine, la televisión y las librerías. De cuando en cuando sale alguna basura, como la patética Primeval, pero la cantidad de información y la presencia masiva en los medios lo compensa sobradamente. Lo que son las cosas, hace un año me pidieron que preparara una conferencia para el curso de la UNED en Cuenca sobre dinosaurios y medios de comunicación, y allí conocí e hice de telonero del propio Paleofreak. Además en los últimos años he hecho bastantes trabajos de paleontología y ahora mismo estoy embarcado en tres proyectos, uno de ellos sin ánimo de lucro. De niño soñaba con dinosaurios y hoy en parte me gano la vida con ellos, así que se puede decir que he sido un frikie muy afortunado.
Frikie afortunado no significa menos frikie: mi pasión no es demasiado bien recibida por los extraños, que me miran como quien contempla a una especie de tarado infantiloide,. Ese es su problema: yo vivo feliz sabiendo que cada nuevo día puede traerme noticias de un nuevo descubrimiento, una especie desconocida o un estudio fascinante. Incluso tengo pensado un nombre científico por si alguna vez tengo la ocasión de bautizar una nueva especie, que esas cosas no hay que dejarlas a la improvisación
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Sólo un inciso antes de terminar: si algún día os da por seguir las noticias de paleo e informan del descubrimiento de un nuevo terópodo (un carnivoro, para entendernos) y añaden que ha sido bautizado como arteroraptor o arteromesornis (depende de lo aviano que sea el amiguito), brindad por mí, porque sabréis que habré llevado a término uno de mis anhelos más personales.
Mi otra gran fantasía incluye a Cristina Ricci, Janine Garofalo, una suite en las Seychelles, fruta fresca y una intensa quema de calorías, pero esa no está demasiado relacionada con la paleontología, así que ya hablaremos del tema otro día, quizás en alguna entrada tipo "Los diez polvos que nunca echaré", "Pequeñas y grandes frustraciones", "Dios me odia" o similares. Hasta entonces, seguiremos con dinos, coños y otras aficiones inofensivas.