Mujer iroqués

miércoles, 30 de junio de 2010

Confesiones de un frikisaurio


Los dinosaurios, hoy por hoy, son un valor seguro en los medios de comunicación. Si estrenas una peli simplona, con chica mona huyendo aterrada en ropa interior, apenas tendrás una reseña en las noticias, pero si la chica huye perseguida por un feroz y babeante dinosaurio tendrás cobertura en todas las cadenas. Los Lagartos Terribles venden, y son huespedes usuales de los noticieros, el cine y los documentales, incluso del teatro musical (hace unos años se estrenó una obra sobre una chica enamorada de un alosaurio). Sin embargo hubo una era de oscuridad en la que los grandes saurios no gobernaban la Tierra, y a nadie le importaban una mierda. Yo crecí en ese tiempo de sombras.

Pese a mi apolínea y bien modelada figura voy peinando canitas, ya que nací en la década de los 60, en el año 28 a. JP (antes de Jurassic Park). En España el interés por la paleontológía era escaso, y el interés por los dinosaurios era nulo. Teníamos Los picapiedra en televisión y el Diplodocus carnegii en el museo de Ciencias, y eso era todo. Sin embargo yo crecí como un niño de dinosaurios.

Mi conversión se debió a varios factores, entre ellos mi afición por la lectura, que mis padres estimularon con una enciclopedia de animales, uno de cuyos volúmenes versaba sobre dinosaurios y otras criaturas extintas. A eso se sumó la influencia de un chaval del colegio, un niño apellidado Hidalgo con una vida familiar muy triste y una más que notable obsesión por los tebeos de la Marvel (¡ay, aquellas fascinantes ediciones de Vértice, clasificadas como historias para adultos!), los tiburones y los dinosaurios. Mantuvimos una amistad bastante estrecha durante cinco años, hasta que dejó el colegio, y para entonces el mal estaba hecho: el vicio por los tebeos caminaba a la par de mi fijación dinosaurística.

De remate vi la película Fantasía, de Disney, donde la  La Consagración de la Primavera ponía música al nacimiento de la vida en la tierra y el esplendor de la era de los reptiles. La escena del estegosaurio enfrentándose a zurriagazos con el t-rex fue una epifanía: a partir de ese momento fui un fanático converso. Me pasaba el día dibujando y modelando en plastilina dinosaurios y mamuts, con escaso criterio científico pero mucho entusiasmo, y devoraba cualquier cosa que cayera en mis manos sobre el tema. Lo que significa que intelectualmente pasé un hambre canina.

No es que la documentación fuera escasa, es que no la había. Podías ver dinosaurios en los tebeos de Tarzan de los monos (que cada dos por tres se daba un garbeo por el mundo perdido de Pal-Ul-Don) o en los de Turok (aventuras de dos indios en un valle prehistórico). A veces emitían algún documental de Disney sobre dinosaurios (en esos años Disney producía reportajes de naturaleza) y muy de cuando en cuando ponían películas tan informativas como las diversas historias de Godzilla, Hace 1000000 de años o El Valle de Gwangi. Eso era todo.

Mi interés no decayó, pero mis animos flaquearon con los años, porque el desierto paleontológico duró dos largas décadas, con  ocasionales oasis que publicaban Muy Interesante y Natura, hasta que en el 88 estrenaron En Busca del Valle Encantado. La peli me pareció una cursilada y no resistía la menor comparación con Fantasía, pero, sin saberlo yo, anunciaba una nueva era, porque Spielberg produjo ese bodrio bajo la influencia del Renacimiento Dinosaurio que estaba gestándose desde los 70.Un año o dos después me encontré con un reportaje fascinante en el Pais semanal, dedicado a los nuevos dinosaurios e ilustrado con unos increíbles dibujos en BN de Douglas Henderson que retrataban un mundo asombroso del que yo no tenía ninguna noticia. Empezaron a aparecer aquí y allá reportajes sobre  prehistoria en los que ya no había torpes monstruos descerebrados en un paisaje volcánico, incluyendo unas megailustraciones de Mauricio Antón sobre el pasado remoto de la Península, que si mal no recuerdo salieron en Natura y me dejaron boquiabierto y ojiplático.

Y llegó el año Cero, antes 1993 de la era cristiana. Acababa de hacerme con Los Dinosaurios de Sangre Caliente de Adrian Desmond y a poco de empezar su lectura empezaron a correr noticias sobre una nueva película de Spielberg en la que la tecnología 3D iba a reemplazar a los muñecotes de HarryHausen. Parque Jurásico llegó, arrasó con las taquillas y mi mundo no volvió a ser el mismo.

Empezaron a publicarse libros, reportajes, documentales, novelas, series televisivas… imaginad un yonqui que tras un monazo de veinte años cayera de repente en un almacén de heroina, ese era yo. Llevaba ya unos años haciendo mis pinitos como ilustrador, con lo que mis ingresos, si bien escasos, eran relativamente regulares, así que me rasqué el bolsillo y empecé a resarcirme del hambre pasada.

Seguí creciendo como dinofrikie: en el año 3 d. JP empecé a colaborar con Geo y poco después Teo, su jefe de arte, me propuso un trabajo sobre dinosaurios del triásico argentino. Le puse todo mi entusiasmo y logré un resultado bastante digno para la época, pero para ser sincero hoy me parece un pestiño colorido. En mi siguiente incursión profesional en el pasado, esta vez sobre el cretácico español, cuidé mucho más el escenario pero tan sólo hice un razonable trabajo amateur.

Mi consagración al paleoarte vino de dos factores: el primero fue un curso de 3D, a resultas del cual publiqué unas ilustraciones y una breve animación sobre el dinosaurio pelecanimimus, y el segundo fue Mauricio Antón, que a raíz de ese trabajo me propuso colaborar para un proyecto de aprendizaje sobre el dientes de sable Homotherium. Hasta entonces me limitaba a imitar con escasa fortuna el trabajo de otros autores, pero Mauricio me enseñó las bases de la paleoreconstrucción.

El big bang de internet me deparó muchas alegrías, ya que el volumen de documentación escrita y gráfica sobre paleontología es inimaginable y hace unos años entré en contacto con otros drogadictos, gracias al blog del PaleoFreak. Los dinosaurios se han hecho habituales del cine, la televisión y las librerías. De cuando en cuando sale alguna basura, como la patética  Primeval, pero la cantidad de información y la presencia masiva en los medios lo compensa sobradamente. Lo que son las cosas, hace un año me pidieron que preparara una conferencia para el curso de la UNED en Cuenca sobre dinosaurios y medios de comunicación, y allí conocí e hice de telonero del propio Paleofreak. Además en los últimos años he hecho bastantes trabajos de paleontología y ahora mismo estoy embarcado en tres proyectos, uno de ellos sin ánimo de lucro. De niño soñaba con dinosaurios y hoy en parte me gano la vida con ellos, así que se puede decir que he sido un frikie muy afortunado.

Frikie afortunado no significa menos frikie: mi pasión no es demasiado bien recibida por los extraños, que me miran como quien contempla a una especie de tarado infantiloide,. Ese es su problema: yo vivo feliz sabiendo que cada nuevo día puede traerme noticias de un nuevo descubrimiento, una especie desconocida o un estudio fascinante. Incluso tengo pensado un nombre científico por si alguna vez tengo la ocasión de bautizar una nueva especie, que esas cosas no hay que dejarlas a la improvisación

Sí, sufro la incomprensión de la sociedad, pero tengo el apoyo entusiasta de mi hijo y uno  de sus amigos. La dinomanía no morirá mientras lleguen nuevos dinoniños para mantener la antorcha encendida, así que con un poco de suerte enterraremos a los trekkies y dejaremos en el olvido a los góticos .   Star Trek tiene ya muy poco que ofrecer y los vampiros están  de capa caída desde que se volvieron emos, pero la ciencia siempre tiene algo que decir y estoy seguro de que la paleontología no nos defraudará: hay dinosaurios para rato y cada vez son más fascinantes.

Sólo un inciso antes de terminar: si algún día os da por seguir las noticias de paleo e informan del descubrimiento de un nuevo terópodo (un carnivoro, para entendernos) y añaden que ha sido bautizado como arteroraptor o arteromesornis (depende de lo aviano que sea el amiguito), brindad por mí, porque sabréis que habré llevado a término uno de mis anhelos más personales.

Mi otra gran fantasía incluye a Cristina Ricci, Janine Garofalo, una suite en las Seychelles, fruta fresca y una intensa quema de calorías, pero esa  no está demasiado relacionada con la paleontología, así que ya hablaremos del tema otro día, quizás en alguna entrada tipo "Los diez polvos que nunca echaré", "Pequeñas y grandes frustraciones", "Dios me odia" o similares. Hasta entonces, seguiremos con dinos, coños y otras aficiones inofensivas.

viernes, 25 de junio de 2010

El clítoris y otros misterios (II): la eyaculación femenina




Como ya he apuntado, mi relación con mis amigas es bastante estrecha. Por causas de todo tipo he sido asesor sentimental-hombro para lágrimas-fisioterapeuta-confesor; tiene su lógica, nunca me he enrollado con ellas y eso me ha dado un estatus neutro, sin tensiones.

Sin tensiones por su parte: yo sí las he notado, muchas, sobre todo en mis partes pudendas. Si nunca follé con ninguna no fue por falta de ganas sino de posibilidades. Cuando andaba solito (ergo durante toda mi patética adolescencia y buena parte de los años posteriores) no tuve demasiadas oportunidades, y todas fueron ajenas a mi círculo de amigas. Cierta vez, A me confesó que sobre los 19 tenía unas ganas locas de enrollarse conmigo, pero acababa de cortar con otro amigo de nuestro grupo y no quería encasillarse. Estuve en un tris de matarla. Ya fue malo que no me lo dijera entonces, pero decírmelo después, cuando yo ya tenía pareja, fue un detalle de verdadera sádica. No hay polvo que echemos más de menos que el que nunca echamos.

A lo que vamos: superadas las tensiones a base de duchas frías y manualidades, mis amigas contaban conmigo para muchas cosas, incluyendo consultas sexuales de todo tipo. Y fue así como tomé contacto con el misterioso mundo de la eyaculación femenina.

Una noche de copas, mientras el resto de la banda estaba en la pista de baile, P y yo manteníamos una charla más o menos intrascendente que fue derivando hacia temas intimos. En un momento dado ella me preguntó ¿Y cómo sabes tú si una chica se está corriendo?. Normalmente no respondo a cuestiones tan personales, pero ella es de las pocas personas que pueden hacérmelas, así que le expliqué que yo lo notaba en el cambio de la tensión muscular y en las contracciones de la pared vaginal. La respuesta la dejó un tanto…¿decepcionada? así que supuse que no era una pregunta meramente informativa. Unas semanas antes había visto por primera vez una película X con escenas de eyaculación, y le comenté que al parecer algunas mujeres tenían la peculiaridad de emitir un fluido durante el orgasmo. Antes de que acabara la frase me agarró del brazo y me dijo que eso era lo que le pasaba a ella,  y no tenía ni idea del porqué.

Centremos la situación: P no era una adolescente medio boba, sino una mujer muy inteligente que cursaba estudios superiores. Ella había buscado información por su cuenta, no había encontrado nada de nada y no lo había consultado con su ginecóloga porque le daba un yuyu tremendo. Por lo que me describió se trataba de un volumen considerable de líquido transparente (hasta 150 cc en ocasiones) que no era orina (lo había comprobado), y salía expelido con bastante fuerza. Le había sucedido por primera vez con 16 años, y se quedó pasmada y bastante asustada (y su novio muy asombrado). A esas alturas ya no le daba importancia pero quería saber qué era eso y pensó que a lo mejor yo sabía algo más sobre el tema.

Bueno, no tenía datos al respecto, pero por P puedo mover cielo y tierra, así que le prometí investigar. Durante los dos meses siguientes me dediqué a encuestar a todas mis conocidas con docenas de respuestas negativas y bastantes caras extrañadas (por suerte ninguna dejó de hablarme). Busqué información a través de mis contactos profesionales (ya llevaba unos años haciendo ilustraciones de tema médico) con igual resultado. Entonces mi chica me buscó unos cuantos teléfonos de los servicios de asistencia femeninos de la CAM (la misma gente que años después me ayudaría en el tema del clítoris), donde tampoco sabían nada, pero me dieron a su vez el teléfono de un servicio de salud sexual, donde finalmente me derivaron a un médico especialista en sexología que por fin pudo informarme al respecto.

Era la época pregoogle: o sabías moverte o no encontrabas lo que buscabas.

Quedé con P y tuvimos una amena charla, me gané un par de besos y unos achuchones (más tensiones, que en el fondo se agradecen) y a lo tonto adquirí unos conocimientos sin demasiada utilidad práctica pero muy interesantes. El caso es que, si bien hoy en día es más fácil conseguir información, ya sea a través de enciclopedias virtuales, webs de contenido médico o descargas piratas de porno (el squirting es muy apreciado por los conneusseurs) resulta difícil separar la información real de la mitología y las exageraciones, así que vamos a repasar el tema con un poco de detalle.

Ante todo aclaremos esto: la eyaculación femenina no tiene ninguna utilidad aparente, pero tampoco es una disfunción. Lo digo porque he leido afirmaciones para todos los gustos, desde que es un síntoma de distensión en el suelo pélvico hasta que los orgasmos de las eyaculadoras son incomparablemente más intensos que los del resto de las mujeres. Ambos supuestos me parecen erróneos, pero para entenderlo vamos a ver cómo se produce este fenómeno.

A los lados de la abertura vaginal hay dos pares de glandulas. Las inferiores son las de Bartholin, que entre otras cosas ayudan a la lubricación, y encima están las de Skene, que al parecer son homólogas de la próstata masculina y carecen de una función conocida. Es muy común que un órgano que cumple una función definida en uno de los sexos aparezca en forma residual en el otro, por pura economía genética, como las glándulas mamarias inoperativas de los machos de mamífero, así que es posible que estemos ante un caso similar. De hecho cerca de un 20% de las mujeres no llega a desarrollar estas glandulas y en la mayoría son de pequeño tamaño. Tanto la próstata como las glándulas de Skene segregan un fluido alcalino y azucarado que entre otras cosas contiene PSA, un anticoagulante seminal. La eyaculación femenina se produce cuando las contracciones musculares del orgasmo comprimen las glándulas y estas expulsan su contenido por la uretra. Parecen ser capaces de recargarse a gran velocidad, y hay casos, como el de la actriz porno Cytherea* (en las imágenes superiores), célebre eyaculadora multiorgásmica, capaz de lanzar seis o siete emisiones de gran volumen en menos de un cuarto de hora (la pobre debe acabar medio deshidratada).

Como podemos ver, no hay conexión física entre la eyaculación y el debilitamiento del suelo pélvico (el equívoco se debe a que sí la hay entre el suelo pélvico y las pérdidas de orina) y la expulsión del líquido se produce a consecuencia del orgasmo, luego no influye en su intensidad. Otra leyenda al respecto, muy difundida en los años 80, relacionaba la eyaculación con el orgasmo vaginal a través de la célebre zona o punto de Gräfenberg, pero también podemos desechar esa idea: el líquido sale por pura presión física, independientemente del tipo de orgasmo (otro día pondremos los puntos sobre las íes en el asunto del orgasmo vaginal). Es más, no hace falta un orgasmo, basta con que se produzcan contracciones musculares en ese área, por un calambre o durante un parto, por ejemplo, sólo que en esos casos probablemente la mujer pensará que ha perdido momentaneamente el control de la vejiga. Es cierto que un suave masaje alrededor de la uretra con los dedos o la lengua resulta placentera y excitante, pero creo que se debe al efecto de acariciar una zona en contacto con el tronco del clítoris, no a la presencia de las glándulas.

Un último mito afirma que la eyaculación es más habitual entre las mujeres brasileñas (otra vez el maravilloso Brasil) pero resulta un dato dudoso porque no existe una estadística real al respecto, ni allí ni en ninguna parte del mundo. De hecho éste es uno de los aspectos menos investigados de la sexualidad femenina porque no afecta a la reproducción ni al placer sexual, y al margen de los aficionados al cine X sólo los anatomistas han mostrado interés por él. Si le añadimos que las mujeres que eyaculan pueden confundirlo con una pérdida de orina (no todo el mundo se molesta en analizar líquidos corporales) tenemos un perfecto escenario de desinformación. Ese es el motivo de que use términos como parece y aparentemente: hay pocos estudios que vayan más allá de la anecdota y las muestras estadísticas son reducidas.

En sí el fenómeno no causa más problemas que la sorpresa y el azoramiento de las primeras veces pero eso no es baladí. Una muchacha acomplejada (y las adolescentes se caracterizan por serlo) puede sufrir una impresión enorme al experimentar una eyaculación voluminosa e inesperada, y sentir a partir de ahí un fuerte rechazo por su cuerpo, incluso una anorgasmia. No estaría de más que los cursos de educación sexual incluyeran alguna referencia al tema, de forma que nadie sea cogida por sorpresa, y al menos sepa que no sufre ningún trastorno.

Las prodigiosas eyaculaciones de las profesionales del squirting son raras pero la mayoría de las mujeres eyacula en alguna ocasión. En general se emite muy poco volumen de líquido, por lo que suele pasar desapercibido, pero es posible darse cuenta, si no ellas al menos sí sus parejas. Yo he podido notarlo en un par de ocasiones, mientras practicaba un cunnilingus. Al iniciarse el orgasmo de ella noté una breve sensación cálida y fluida en la lengua y un repentino cambio en la acidez de la zona. Nada espectacular, pero fácil de identificar, porque carecía del tono amoniacado de la orina.

Si lo pensamos fríamente, es una pena que la eyaculación abundante no sea la norma. Supondría una cierta incomodidad para las relaciones (habría que tomar alguna precaución para no empapar las sábanas) pero sería ventajoso para ambos sexos: para nosotros, porque no nos quedaría la más mínima duda sobre cuándo tiene un orgasmo tu chica (nada de temblores o contracciones: la Fontana de Trevi en todo su esplendor) y para vosotras sería un mecanismo compensatorio por tantos accidentes. Por fin podríais devolverle a más de uno la gracieta del tú sigue chupando, que ya te aviso, y dejarle que descubra lo que se siente cuando alguien se corre en tu boca.

 Y oye, si le gusta, pues miel sobre hojuelas ¿no?.

lunes, 21 de junio de 2010

Algunas recomendaciones (III)

Por fin he iniciado la demorada limpieza de mi biblioteca. De momento ya he bajado dos carros (uso el de la compra) al contenedor de reciclado y he cedido en adopción un par de docenas de títulos. Pero esta vez el dolor de la criba se ha visto mitigado por una maravillosa sorpresa, porque he recuperado Mi Familia y Otros Animales. Resulta que sí me lo devolvieron pero quedó traspapelado junto a otros trastos y apareció al apartar una torre de papelotes: cubierto por un dedo de polvo pero entero, con sus esquinas gastadas y sus restos de arenilla. Le he dedicado una cariñosa relectura, para volver a disfrutar de una traducción con un sabor ya inencontrable (debido a la puta corrección política la actual edición de Alianza ha eliminado el impagable acento de Spyros Chalikiopoulos)

En tan feliz circunstancia, creo llegado el momento de una nueva entrada sobre uno de mis autores fetiche: Philip K. Dick

Descubría este señor gracias a mi amigo PG. Los que me conocéis me consideráis bastante frikie pero al lado de PG parezco anodino y estandarizado. Entablamos amistad a los 16 años, tras una encendida discusión sobre El Señor de los Anillos, y en su biblioteca pude disponer de obras tan dispares como El Libro Rojo del Cole (ah, tiempos felices), las Fundacion (la trilogía básica, no la basura posterior), Cómo tener la Casa como un Cerdo (imprescindible volumen de autoayuda) y ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? de Dick.

Leí Sueñan… poco después de ver Blade Runner, y me llevé dos sorpresas: la primera, que la novela no tenía nada que ver con la película. Los protagonistas y la acción son similares, pero la historia de los androides es tan solo un fondo sobre el que desarrollar la trama de la obra. La segunda fue que Dick era fascinante: me quedé atrapado de principio a fin y dio comienzo una cacería febril en busca de más títulos. Me llevó años, pero entre librerías comerciales y libreros de viejo conseguí prácticamente todo lo que se ha publicado de Dick en castellano.

No es ciencia ficción al uso. Sus historias transcurren en un futuro más o menos cercano pero no hay heroicas hazañas, invasiones extraterrestres o brillantes naves espaciales. Sus protagonistas son vulgares, incluso inadaptados, como el restaurador de cerámicas de Gestarescala, cuya profesión ha dejado de ser útil, o el protagonista de Tiempo Desarticulado, que se gana la vida rellenando un concurso de prensa. Su visión del futuro es sucia y gris pero tampoco trata de hacer antiutopías.

¿De qué habla entonces? De Dick: sus obsesiones, sus frustraciones, sus paranoias y la realidad que aparentemente le rodeaba. Aparentemente es la clave: era un enfermo mental, hijo de una madre posesiva, incompetente y fanática de la farmacopea, crecido en un entorno social absurdo, y consumidor compulsivo de anfetaminas y sustancias más psicoactivas. Su obra trata de dos temas: la pérdida de la fe y la imposibilidad de distinguir lo real de lo irreal.  Es decir, lo que él sentía.

Ninguno de sus mundos iguala la insanía de Los Clanes de la Luna Alfana, cuyos habitantes pertenecen a la tribu de los Depresivos, al clan de los Obsesivo-compulsivos o a la hermandad de Esquizofrénicos. El protagonista, lider de los Paranoicos, se plantea si entrar en la sala de reunión de los clanes o hacer entrar al doble robótico por si le disparan pero ¿y si sospechan que mandará al robot por delante? entonces lo lógico es entrar él, pero quizás han deducido que el descubriría que sospechan que mandará primero al robot y esperarán que entre el primero para asesinarle… Pero la luna de Alfa no es amenazadora: mucho más siniestro es el retrato que hace Dick de otras sociedades muy similares a la nuestra, cuyos pequeños matices las vuelven escalofriantes en su familiaridad.

En su cuento Foster, estás muerto, asistimos al día a día de un niño aterrorizado porque va a morir: su padre no paga la mensualidad del refugio atómico de la escuela, y cuando los rusos lancen las bombas no le dejarán entrar. Cuando va de la escuela a casa corre enloquecido de la puerta de un refugio a otro, confiando en que si llega el ataque podrá colarse dentro, y vive pegado al escaparate de una tienda de refugios, estudiando ansioso los últimos modelos. ¿Absurdo? No tanto: en esos años los niños recibían clases de supervivencia en caso de un ataque nuclear y todo el mundo construía refugios para una guerra que pensaba inminente.

Dick y su primera mujer eran beats, y un día él recibio la visita de unos agentes del FBI: querían que espiara a su esposa, sospechosa de comunismo. Él racionalizó que el mejor camuflaje para un comunista sería el de miembro del FBI, y de sus debates con los agentes nació El Ojo en el Cielo.

En varias de sus obras, como en Dr. Bloodymoney, Dick revela la obsesión por su hermana melliza muerta a poco de nacer, que se convertiría en una presencia fantasma a lo largo de su vida. ¿Suena enfermizo? Su madre enterró a la niña en un nicho con el nombre de ambos hermanos, para que se reunieran en la muerte, luego no es extraño que el pequeño Philip tuviera sueños confusos.

Su segunda esposa (se casó cinco veces) le convenció para hacer algo que no fuera ciencia ficción, y escribió Confesiones de un artista de mierda, protagonizada por un esquizofrénico cuya dominante hermana se obsesiona con la juvenil pareja de Beats que viven al lado, arruina su matrimonio y el de ellos y se casa con el joven recién divorciado. Su esposa, que se obsesionó con Dick y su mujer, arruinó su matrimonio y el de ellos y se casó con él nada más obtener el divorcio, se sintió agredida por la novela (vaya usted a saber porqué) lo que aparejó su segundo divorcio.

En 1974 Dick perdió los últimos asideros con la realidad al descubrir que un judío cristiano del siglo III llamado Tomás se había reencarnado en su cuerpo y trataba de escapar de las garras del Imperio Romano, que nunca desapareció. Nos lo contó en tres novelas, o mejor dicho una novela contada tres veces: Valis, Radio Libre Albemuth y La Invasión Divina.

Stanislaw Lem (hablaré de él otro día) escribió en Polonia un artículo sobre Dick, a quien consideraba el escritor americano más relevante de la segunda mitad del siglo, y logró que una editorial publicara Ubik, la espeluznante historia de unos personajes que ignoran que han fallecido. Dick debía ir a Varsovia para firmar los contratos y Lem organizó un evento con otros entusiastas de la ciencia ficción, para ofrecer a su visitante una espléndida bienvenida y dedicarle un pequeño congreso literario. Entonces recibió una carta del agente de Dick, explicándole que su representado había llegado a la conclusión de que Lem no existía, que se trataba de un ente ficticio creado por el KGB a petición de Nixon para hacerle viajar a Varsovia y, una vez allí, asesinarle y reemplazarle por un doble. Quizás Lem no se sorprendió demasiado, después de todo ya había demostrado en un ensayo su propia inexistencia.

Todo lo que pueda deciros de Dick es poco: en la última década Minotauro ha ido recuperando sus títulos (excepto Ubik, publicado por Factoría de Ideas), así que no tendréis dificultades para haceros con su obra. Recomiendo empezar por sus relatos breves, editados en cinco volúmenes, y considero imprescindibles Sueñan los Androides, Ubik, Tiempo de Marte, Fluyan mis lágrimas dijo el policía, una mirada a la oscuridad, Dr Bloodymoney, y Los Tres Estigmas de Palmer Eldritch.

Dosificadlo: es adictivo y peligroso, puede llegar a hacerte dudar de lo que ves y logra ponerte un escalofrío en la espalda con las situaciones más cotidianas. Y si llaman a vuestro teléfono de madrugada, no respondáis, no sea que una voz angustiada os revele la terrible verdad, que Dick está vivo y nosotros estamos muertos.

sábado, 19 de junio de 2010

El clítoris y otros misterios (I)

Voy a hacer una afirmación que, a priori, puede resultar escabrosa: soy un gran entendido en coños.

Antes de que visualicéis a un obseso enfermizo al que evitar por las calles puntualizaré: debido a mi trabajo, mi estrecha relación con mis amigas, mi curiosidad y mi carácter obsesivo compulsivo conozco detalladamente la anatomía y funcionalidad de los genitales femeninos. Podría haberlo expresado así desde el principio, pero creo que he logrado atraer vuestra atención ¿verdad?

Un pelín rarito sí que lo soy, porque encuentro que el coño es una preciosidad anatómica y una prueba de la inexistencia de Dios ¿iba a crear nadie un órgano tan bonito para señalarlo como fuente de todo pecado? ergo Dios no existe (o existe y es un cabrón, otro día podemos debatirlo). Pero dejemos el tema general del coño y centrémonos en el elemento que da nombre a esta entrada: el clítoris.

En los comienzos de mi carrera profesional, allá en el pleistoceno, colaboré con una revista dedicada a salud y calidad de vida. Ahí realicé mis primeros trabajos de anatomía con la ayuda de mi amiga P, que me facilitó toda la documentación posible (hablamos de los tiempos anteriores a internet, así que su apoyo fue muy valioso) y en más de una ocasión me asesoró a la hora de desarrollar alguna ilustración.

Si lees esto, P, quiero que sepas que cuando pienso amiga siempre te veo a ti: eres un tesoro. Gracias por tu ayuda y por mil cosas más.

Dada mi naturaleza inquisitiva procuré aprender todo lo posible sobre el cuerpo humano y eso me fue de gran ayuda cuando empecé a trabajar con Geo y Muy Interesante. Entonces, hace seis años, me propusieron hacer una serie de ilustraciones sobre el cuerpo humano, cada una dedicada a un apartado funcional: la vista, el oído, la circulación de la sangre, el conjunto oseo muscular, la respiración… y el sexo.

Como base documental contaba con los  atlas anatómicos  Sobotta y Netter. Ya los había manejado en otras ocasiones y supuse que no tendría problemas para localizar la información necesaria. La ilustración debía combinar la anatomía externa e interna de los genitales y me pareció interesante ofrecer una imagen detallada de la estructura del clítoris. No recordaba exactamente como eran las láminas correspondientes en los atlas, pero pensé que sería sencillo interpretarlas. Entonces vino la sorpresa: no existían.

Para entendernos: el Netter y el Sobotta muestran en detalle TODO el cuerpo humano, masculino y femenino. No una ilustración por órgano, sino muchas, con cortes en diferentes direcciones y vistas desde ángulos dispares para apreciar los elementos más nimios. TODO el cuerpo humano salvo el clítoris.

Me dije, al ser un órgano pequeño bastará con las imágenes generales de la vagina, así que fui a ellas y me llevé otra sorpresa: de pequeño, nada. Estaba la imagen clásica con los labios mayores entreabiertos mostrando en la parte superior el glande del clítoris, la cabeza del conejito sin orejas ¿recordáis? luego un primer corte con el vestíbulo vaginal y, sobre él, un corte circular del clítoris. El siguiente mostraba dos estructuras cilíndricas. Otros cortes mostraban que éstas se dirigían hacia los laterales de la vagina y se ensanchaban muchísmo. Con esas secciones y alguna documentación que me facilitó un servicio de ayuda a la mujer de la Comunidad de Madrid, dibujé la estructura que podéis ver en la cabecera de la entrada. Su posición en el cuerpo es abierta, se curva hacia abajo a partir del punto donde muestro el corte y los cuerpos cavernosos quedan situados a ambos lados del canal vaginal, pero opté por representarlo así para compararlo con un corte del pene.

No tendría porqué haberme extrañado: entiendo un poquito de embriología y sabía que el clítoris y el pene son órganos homólogos y se estructuran a partir de la misma parte del embrión cuando éste inicia su diferenciación sexual. Era lógico que se parecieran muchísimo, pero me sorprendió porque jamás había visto una sola imagen de la anatomía del clítoris.

Incluso hoy en día, si buscamos en Google, junto a imágenes anatómicamente correctas encontramos ilustraciones erróneas, en las que está representado como un cuerpo de apenas dos o tres centímetros de longitud. La causa de tanta inexactitud es, cómo no, el machismo. El clítoris no está relacionado con la reproducción o el aparato digestivo: su única actividad conocida es dar placer a su poseedora, y dado que hasta hace medio siglo nadie (nadie masculino) consideraba importante el placer de la mujer,  el clítoris no interesaba. Incluso algunas escuelas médicas consideraban el orgasmo femenino como una patología y aconsejaban la extirpación (cliteridectomía) como remedio contra la histeria y la consunción femenina. Bravo y hurra.

Ya en 1559 el hombre que hizo la primera descripción moderna del clítoris, el médico paduano Renaldo Columbus, se vio enfrentado a un juicio inquisitorial, siendo acusado con estos dos argumentos:

1.: Aristóteles no describía semejante órgano, luego no existía
2. Si existía, Aristóteles lo había descrito, luego él no había descubierto nada

(¿He mencionado ya que Aristóteles me cae muy, pero que muy mal?)

Renaldo, que logró salir airoso del juicio, quiso llamar a su descubrimiento Dulzura de Venus, ya que era el lugar del placer de la mujer. Por desgracia no lo logró y el anodino término clítoris entró en la literatura médica, sin menciones a su estructura o utilidad. Y así hasta nuestros días, cuando el orgasmo femenino ha dejado de ser un tabú, pero la anatomía del órgano que lo produce sigue siendo desconocida por la mayoría de la gente, incluyendo muchas mujeres.

Alguien dirá ¿y qué? sabemos que da placer así que ¿para qué más? Craso error, porque conociendo su estructura es posible mejorar su uso. Por ejemplo, al hacer un cunnilingus muchas personas se limitan a acariciarlo con la lengua de forma homogénea, o chuperretearlo como un chupachup, pero dada la estructura del glande la caricia es más eficaz si de cuando en cuando nos concentramos en la parte inferior, el frenillo, ya que al igual que en el pene la sensibilidad es ahí mucho mayor. Además las terminaciones nerviosas se concentran no sólo en la cabeza del glande, sino también en el tronco, la parte que va de la bifurcación a la punta, y es posible estimularlo desde abajo, acariciando la pared superior de la vagina, a unos cuatro-cinco centímetros tras la apertura de los labios, donde se nota un ligero abultamiento cuando aumenta la excitación y el clítoris entra en erección (el célebre punto G, que no es tal punto). Otra forma de actuar sobre ese tramo es situando los labios sobre el glande, formando un pequeño vacío y ejerciendo una suave succión rítmica, es decir, practicándole una felación con la presión justa como para que el glande y el capuchón del clítoris describan un pequeño vaivén en nuestros labios. He dicho suave: señores, no es la rueda del ratón ni un M&M, hay que tratarlo con cariño, no como si quisiéramos batir un record olímpico.

¿No dicen que en la variedad está la riqueza? Pues no hay dos clítoris iguales. Van desde diminutas cabecitas apenas perceptibles tras el capuchón hasta los asombrosos clítoris de algunas mujeres brasileñas, que en erección sobresalen hasta cinco o seis centímetros para pasmo de los ignorantes ¿que tendrá Brasil, que contiene tanto prodigio?

Un inciso: hace unos meses algunas diputadas de la oposición se burlaron agriamente de una iniciativa  de la Administración, destinada a elaborar un mapa del clítoris. Con ello demostraron su ignorancia, su mala fe o ambas cosas a la vez. No se trata de un plano para enseñar a las niñas a hacerse pajas, sino de un estudio sobre la inervación del glande del clítoris (que no está correctamente identificada) para ver la viabilidad de practicar una cirugía de reconstrucción a las mujeres que han sufrido una ablación. Se puede discutir la conveniencia de realizar ese estudio con prioridad a otros (personalmente lo veo conveniente ahora y debería haberse hecho mucho antes) , pero en ningún caso se trata de una frivolidad.

Bueno, a estas alturas mi fama de depravado psicótico estará ya firmemente establecida, luego no merece la pena seguir insistiendo en el tema. En alguna próxima entrada trataré otro interesante misterio, el de la eyaculación femenina, pero dejaré pasar un tiempo a ver si entretanto recupero alguno de los lectores/as que habré espantado con esta entrada, quizás con algún texto lleno de salves a María.

O puede que no me merezca la pena recuperar a quien se espanta con demasiada felicidad. Total, mi imagen ya no puede empeorar mucho más …

viernes, 11 de junio de 2010

¡Dinosaurios! (y III)

Ya hemos repasado los pajarillos que animan nuestras calle. Vamos a ver ahora aves más contundentes, de esas que alegrarían una buena cazuela.

Justo en el límite de peso tenemos las alondras (Alauda arvensis). La primera vez que las vi pensé que eran gorriones gordotes. Luego, al acercarme, noté que eran bastante mayores, que caminaban en vez de saltar y que tenían un moñete de plumas en el cogote. Suelen rondar un descampado que hay cerca del CEIP G. Lorca, y a veces se meten en el patio del colegio, fuera de horas de recreo, para picotear todo lo que se le haya caído a los niños. Por suerte les gusta moverse por espacios muy abiertos y se las distingue bien de otras aves, porque no aprecian de la cercanía y no dejan que nadie se les arrime más allá de un tiro de piedra.

El siguiente animalejo me lo encontré en casa, a principios del verano,. Pasé frente al baño y noté que algo grande y gris se movía tras la mampara de la ducha: pensé que podría tratarse de una rata y me acerqué a investigar, encontrándome con un pajarote bastante nervioso que intentaba salir de ahí (se trata del bicho cagón de la fotografía que encabeza esta entrada). Se había colado por el ventanuco de la ducha, que era avatible, y cuando revoloteaba hacia arriba se daba con el cristal y volvía para abajo. Se trataba de un volantón de perdiz roja (Alectoris rufa), que debía haberse despistado y se había adentrado en el pueblo. No sé cómo haría para colarse por un ventanuco de un cuarto piso, pero ahí estaba.

Cerré la puerta mientras cargaba la batería de la cámara para que el ave no me viera trastear y se tranquilizara un poco. Luego, tras hacerl algunas fotos, lo cogí con cuidado para enseñárselo a mi hijo, le metimos en una caja de zapatos y buscamos un jardín protegido donde no estuviera al alcance de la gente. Esperé a que no hubiera público y lo solté: inmediatamente se aplastó contra el suelo, entre mis pies. Para mi asombro dejé de verlo por unos instantes y tuve que fijarme bien para asegurarme que estaba ahí, ya que al quedarse inmóvil resultaba casi invisible. Después, cuando vio que no había peligro, se puso en pie sobre sus patorras y echó a correr hacia los arbustos, como una avestruz en miniatura. No volví a verla, así que ignoro si le fue bien y se largó de vuelta al campo en cuanto cayó la noche o si la echó al cocido algún jubilado, pero fue una experiencia ornitológica muy interesante.

Mantuve abierta la ventana de la ducha unos días pero no entró ninguna perdiz más. Lástima: pensé haber descubierto un sistema cómodo de caza, e incluso busqué alguna receta por si acaso, pero todo quedó en nada.

Si lo que queremos es echarle sustancia al puchero, la ciudad ofrece una nutritiva alternativa a las esquivas perdices. Desde el verano de 2006 varias bandadas de ánades reales (Anas platyrhynchos) han adoptado el pueblo como destino turístico. Es algo atípico porque esos bonitos patos le tienen bastante manía a la gente. Resulta que ese verano tuvimos una sequía bastante dura, los humedales de la zona se secaron y las únicas extensiones con agua que quedaban eran los estanques del Parque de Andalucía, que ya tenían su población de patos oficiales (los que pone el servicio de parques). Los ánades vieron agua, vieron patos y una vez abajo descubrieron que, vaya usted a saber porqué, alguien les echaba comida, así que empezaron a acudir al lugar de forma asidua.

Resulta fascinante verles llegar, volando a toda velocidad, con el cuello muy estirado, como bolos a reacción, amerizando en grupo con un sonoro chapoteo y un montón de cuacs. O en parejas, macho y hembra, siempre muy juntos, aleteando en perfecta sincronía. Hace un par de años me quedé pasmado al ver como un grupo de tres, en formación de V, doblaban una esquina en vuelo rasante (en dirección prohibida, todo hay que decirlo).

El primer año que vinieron fue el de la alerta de la gripe aviar, y cada vez que un grupo se posaba en el agua un montón de mamás aterrorizadas corrían a rescatar a sus hijos y huían despavoridas del parque entre los pataleos indignados de los niños. Ahora ya nadie se asusta y los ánades se han ido acostumbrando a la cercanía de la gente. Los que no se acostumbran son los patos municipales, porque los azulones son bastante expeditivos y si opinan que hay demasiados patos en un estanque lo despejan a picotazos en un santiamén. Los cisnes y la bandada de gansos comunes que viven en el estanque mayor de la parte baja del parque no tienen problema, porque son lo bastante grandes como para defenderse, pero los patos de toda la vida, los blancos de pico amarillo, lo pasan mal.

Los ánades no son los únicos que acuden a los parques en verano. En dos ocasiones he visto un ejemplar de garza real (Ardea cinerea), inconfundible por su tamaño, su color y su modo de volar, aleteos amplios y pausados con el cuello replegado formado una S. Sospecho que viene a pescar al estanque grande cuando baja el sol, ya que allí hay bastantes peces de buen tamaño.

Con tantos volátiles sabrosos en nuestra ciudad, es lógico que algún predador les eche el ojo. Los gatos lo intentan (no siempre con buena fortuna, como ya vimos), y siempre que pido pato en el restaurante oriental que hay cerquita de casa me entran dudas sobre su origen, pero también hay cazadores alados, escasos pero siempre impresionantes. Lo normal es verles patrullando a media altura, casi siempre milanos reales (Milvus milvus) y otra rapaz de tamaño similar (tal vez un ratonero, Buteo buteo,  ya que hay algunas parejas en el encinar de Valdelatas)

Mi encuentro más cercano con un ave de presa fue, de nuevo, una cuestión de azar. Mi chica y yo íbamos a recoger a nuestro hijo a su clase de judo, en el colegio, y vi un ave de tamaño mediano posada sobre el pabellón donde se daba la clase. Pensé que sería una paloma pero de pronto echó a volar a una velocidad asombrosa y pasó a nuestro lado, casi rozándonos y haciendo quiebros como un acróbata. Tomó altura y pude verla por fin contra el cielo: una silueta nítida de halcón. Al pasar a nuestro lado pude ver que su dorso era de color canela, luego era un cernícalo común (Falco tinnunculus). Los había visto por los campos que lindan con el extremo de la avenida Chopera, casi inmóviles en el aire mientras buscaban su presa, pero fue la primera vez que me encontre con uno en pleno casco urbano. Los he vuelto a ver en dos ocasiones, en la misma zona al lado del CEIP Emilio Casado. No sé qué es lo que cazan allí, porque me parecen muy pequeños como para atacar a una paloma y no estaban acechando en vuelo estacionario, sino pasando a  gran velocidad; supongo que cuando les veo ya han logrado una captura y van de vuelta al nido.

Mi último avistamiento de aves tuvo lugar hace un par de semanas. Primero una mañana llevando al colegio a mi hijo, luego el pasado sábado desde el coche, vi una rapaz de gran tamaño volando muy despacio y a gran altura. La silueta era muy rectangular, de tabla, y por el modo de volar en círculos ascendentes podría ser un buitre leonado (Gyps fulvus). Sospecho que no se trata de ningún ejemplar que esté afincado cerca sino de una casualidad: algún buitre de patrulla que ha sobrevolado nuestra zona.

Así entretengo mis paseos, mirando al cielo cada vez que noto algo inusual. Mi chica me regaló el año pasado unos prismáticos de observación, pero ya sabéis como es esto: el día que sales feliz con tus prismáticos no aparece ni un puto gorrión, y cuando no los llevas se te cruzan en el camino todos los volátiles del planeta, dodos y fénix incluidos. Con o sin prismáticos observar aves es un placer y siempre te depara alguna sorpresa, como el otoño pasado, en Madrid, cuando vi pasar a uno de los escasos peregrinos (Falco peregrinus) que se han instalado en los edificios más altos de la capital. Ver un halcón mientras desayunas en una terracita con unas amigas es un gozo inesperado y confío en seguir llevándome alegrías durante mucho tiempo. Y no sólo con la contemplación, porque además de ser agradables de observar, algunos terópodos pueden resultar epicureamente estimulantes una vez asados y rodeados de patatitas y salsa.

Quien sabe, quizás al apretarnos una gallina al ajillo estamos vengando alguna afrenta jurásica, cuando los dinosaurios dominaban la tierra y nuestros humillados antepasados mamíferos aparecían en el menú del día.

(Nota a la anterior entrada sobre aves: he consultado  sobre el pajarillo no identificado que he visto de cuando en cuando y me han comentado que si bien alguna vez han visto carriceros en los estanques del parque, lo más probable es que se trate de un mosquitero común, mucho más abundante)

lunes, 7 de junio de 2010

¡Dinosaurios! (II)


Como ya apunté anteriormente, estamos rodeados de tierra de cereal y encinares, y la avifauna, poco a poco, va colonizando el casco urbano. Me fjjé en ello por primera vez hará unos diez años, cuando vi un pajarillo de lejos cuyos movimientos me resultaban extraños, porque no se parecían a los de los gorriones. Desde entonces he tomado nota de unas cuantas especies, a veces por su forma de moverse o volar, más a menudo escuchando un canto que no me resultaba familiar y en ocasiones de forma bastante imprevista, encontrándomelos de sopetón en algún sitio inesperado.

Ese primer encuentro fue con las lavanderas (Motacilla alba, el nombre es tan cuco como su dueña). De lejos vi unas avecillas esbeltas, que caminaban dando pasos largos y hacían un gracioso movimiento con la cola, larga y rígida. De ahí reciben su nombre, ya que baten rítmicamente la cola, como hacían las lavanderas antiguamente con la pala de lavar. Tienen el lomo gris ligeramente azulado, cara blanca con capirote negro, un babero negro que baja hacia el pecho y marcas blancas y negras en alas y cola. Cuando vuelan lo hacen de forma muy llamativa, como a saltos, probablemente para comunicarse con la exhibición de las manchas. Parecen los seres más frágiles del mundo, pero ese misma avecilla medra en las estepas del centro de Asia y sobrevive en la cordillera del Himalaya, en alturas donde un humano moriría a la intemperie.

Un par de primaveras más adelante me quedé anonadado al pasar cerca de una escuela infantil que tiene un área densamente arbolada, porque se oía un concierto asombroso: trinos de tonos muy altos, variadísimos, unas veces vibrantes, otras largos y sostenidos, sin cejar ni un instante. Me detuve para buscar a los tenores, lo que motivó que se callaran al momento, pero tras estar unos minutos inmóvil los pájaros retomaron su tarea y pude buscarlos. Costó bastante, porque cuando están parados en medio del follaje, los verdecillos (Serinus serinus) son casi invisibles.

Son menores que un gorrión común, y más esbeltos. Su color es pardogrisáceo con matices verdes o amarillos en el pecho, y cuando vuelan despliegan manchas de un intenso verde amarillento en la espalda y las alas, casi fosforescente mientras brincan por el aire sin dejar de cantar ni un instante. Oyendo su canto uno pensaría que hay una bandada entera en cada árbol, pero son muy territoriales y en general la escandalera la está montando un sólo macho mientras pone cara de hola, soy una inofensiva hoja. No alcanzo a entender que un pecho tan diminuto produzca semejante volumen de música, pero ahí están. A la hora de comer se vuelven más sociales, y en los descampados pueden verse grupos de hasta una docena picoteando en medio del cañizo y echándose al aire al unísono si te acercas demasiado, con un repentino chisporroteo de color.

En una ocasión vi (y oí) a un pariente suyo muy popular, un jilguero (Carduelis carduelis, sospecho que le van los carrizales), pero debía ser algún ejemplar despistado porque no lo he vuelto a encontrar.

En cambio los petirrojos (Erithacus rubecula, vaya ascazo de nombre ¿verdad?) son visitantes asíduos, sobre todo cuando asoma la primavera. Son muy discretos y sólo les delata su canto, una suerte de chirriditos cortos de tres a cinco notas y trinos acabados como en interrogación, que se repiten con variaciones tras una pausa. Hay que fijarse con detenimiento, porque suelen ocultarse bien, manteniéndose pegados al tronco del árbol de modo que sólo vemos un dorso gris ceniza, pero en cuanto les da un rayo de sol se distingue su pecho rojizo. Como son bastante confiados puedes observarles un rato largo, a condición de no moverte bruscamente: alguno se ha quedado cantando a menos de medio metro de mi nariz, y mira que uno es tirando a feo y poco tranquilizador. Siempre van de a uno, nunca les he visto en grupos, y pasado un par de meses vuelven a hacerse invisibles hasta la próxima primavera.

También tenemos dos especies de páridos: herrerillos (Parus caeruleus) y carboneros (Parus major). Con mucho son los pajaros más bonitos que pueden verse por aquí, pecho amarillo y verde muy vivo, el herrerillo de espalda azul y careta blanca con antifaz, babero y collar negro, el carbonero de lomo más grisaceo, una franja negra de pecho a vientre y un amplio caperuzo negro con mejillas blancas. Su canto es muy peculiar: dos o tres notas de tono ascendente, una suerte de pi-pi-pú, repetidas con una breve pausa, a veces entonadas por un par machos desde el mismo árbol, luego no deben tener tan mal genio como los verdecillos. La última vez que me encontré con uno, un herrerillo concretamente, estaba posado en un tronco, casi a la altura de mis ojos, y pudimos observarnos un rato largo, yo inmóvil y el meneando la cabecica a cada poco, como buscando un buen ángulo para estudiarme.

Todavía hay otro pajarillo en nuestros jardines, pero aún no he logrado identificarlo: es muy tímido y no deja que nadie se acerque a más de 10 metros. Dado lo chiquito y estilizado podría tratarse de un carrizero (Acrocephalus scirpaceus, pero a mí no me parece que sea demasiado cabezón) porque en nuestros parques hay muchos estanques con cañaveral, pero sospecho que pasará un tiempo largo antes de que pueda asegurarlo con precisión.

viernes, 4 de junio de 2010

Breve guía del improperio (y III)

No quiero cerrar el tema de los insultos sin hacer mención a esas palabras repletas de sabor y tradición que han ido cayendo en el desuso y sólo son empleadas hoy en día por gentes lo bastante mayores como para haber crecido con ellas y personas con un gran conocimiento del idioma castellano y sus raíces. Algunas han sido reivindicadas en los últimos años por humoristas televisivos como los miembros de Oregón Televisión, Muchachada Nui o José Mota. Vaya desde aquí mi admiración y agradecimiento por esos profesionales que reivindican un humor mucho más allá de las risas enlatadas y el chiste facilón.

Se trata de expresiones populares con una gran riqueza sonora y visual, que en ocasiones sólo han sobrevivido en algunas comarcas de nuestra tierra, convirtiéndose en localismos. De ahí que la mayoría carezcan de equivalencias fuera de España, dada la imposibilidad de transcribir a otras lenguas su sonoridad y capacidad evocadora. Vamos a repasar una pequeña parte de este tesoro nacional, digna herencia de nuestros ancestros

MAJADERO es una de mis palabras favoritas. Deriva de la acción culinaria de majar, golpear repetidamente para machacar, como se hace con la mano del mortero, y es una ocurrencia muy feliz, pues el majadero une a su cortedad de luces la insistencia en la tontería, es decir, es el necio machacón. Se trata de un buen ejemplo de fuerza fonética, ya que la sucesión de vocales abiertas se refuerza con la dureza de la J, subrayando así el hartazgo que sentimos ante el que se hace merecedor del apelativo

SOPLAGAITAS es un sinónimo popular de estúpido. Llamamos así a los que creen estar demostrando sus dotes y habilidades sin comprender que se ponen en ridículo. El símil resultará evidente para cualquiera que haya escuchado tocar a un buen gaitero y sufrido después a algún aficionado bienintencionado pero incapaz.

Otra belleza de nuestro idioma es TUMBAOLLAS, con su sinónimo TRAGALDABAS. ¿Necesitan explicación estas maravillas?. Quédense los ascetas con sus raciones desangeladas: quienes pisamos firme sabemos que festejar es zampar y si la gula es pecado lo es por ser placer. Diganme tumbaollas, tragaldabas, arrebañapucheros o tripero, que no me avergonzarán porque, parafraseando a Sancho, al buen comer dicen José.

ZOTE es, sin duda, el término más sonoro y contundente para calificar al torpe de entendederas. Resulta una palabra especialmente sabrosa porque la apertura en Z se prodiga poco en nuestro idioma, pero abunda en palabras ofensivas, como ZOPENCO, que es casi un sinónimo de zote, pero mientras esta señala a los de comprensión lenta, aquella se ciñe a la persona de mollera pétrea.

Existen otros improperios azetados, como ZASCANDIL, persona ligera y enredadora, es decir, liante y culo de mal asiento, o la contundente palabra ZARRAPASTROSO que, según mi chica, se define sin necesidad de diccionario: basta con mirarme.

El personaje de El Cansino Histórico se ha hecho célebre por la retahila de insultos con la que reboza a sus víctimas, y entre ellos destacan dos con Z: ZAMARRO, bruto y tosco, y ZUMALLO, término de origen euskaldún, que define a aquel que canta sus virtudes sin poseerlas (por la zumalla, un simpático pájaro cantor).

De los otros (muchos) términos popularizados por el Cansino sólo destacaré PREGONADO, que gana fama sin mérito, y PUDRECOLCHONES, dicho del holgazán e inutil sin enmienda.

ATROPELLAPASTOS es otra expresión compuesta digna de elogio, que remite quizás al recuerdo del temido caballo de Atila. Y no en vano,pues el atropellapastos o atropellaplatos (versión más doméstica del primero) es aquel que siembra el caos por su torpeza y precipitación.

El CAGAMANDURRIAS es un personaje digno de nuestro desprecio, siendo el hombre (que no mujer) atildado y pagado de sí mismo, que presume  sin gracia ninguna que le adorne. Su mejor sinónimo es un galicismo, PETIMETRE, conversión de petit mâitre, es decir, jefecillo, que se da aires sin tener autoridad. La palabra castellana es una acertada metáfora visual, ya que el señalado camina tan estirado como si llevara una mandurria o bandurria dentro del culo.

Finalmente destacaré dos simpáticos localismos, el aragonés DESUSTANCIADO y el manchego PAN SIN SAL, sinónimos para la persona aburrida, sosa y sin gracia, que pasa por la vida sin dejar tras de sí nada digno de recordar.

En fin, quedan en el tintero cientos, miles de expresiones populares repletas de dignidad y merecedoras de mejor suelte que el olvido y la extinción. Si recordáis alguna de especial significación para vosotros, usadla sin pudor y no dudéis en señalármela, ya que si reunimos suficientes propuestas podremos plantearnos una nueva entrega de ofensas populares.

jueves, 3 de junio de 2010

¡Dinosaurios! (I)

El fin de semana pasado pude ver desde el coche un gran dinosaurio carnívoro que patrullaba su territorio y me dije que ya era el momento de hablar un poco de ellos.

Dinosaurios: mi ciudad está plagada de terópodos, dinosaurios carnívoros como el tyrannosaurus rex, y más en concreto   manirraptores, parientes de los feroces y cinematográficos velocirraptores. La mayoría de la gente diría que se me ha ido la olla con el calor, pero los paleofrikis ya saben de qué estoy hablando ¿verdad? La subclase neornites, los dinosaurios que sobrevivieron al límite KT, es decir, las aves modernas.

No te rías, no. La próxima vez que un gorrión se te quede mirando desde la acera recuerda que esa simpática pelotita emplumada se está fijando en tu bocadillo, pero algunas neuronas en su cerebro le susurran aplásta al mamífero entre tus mandíbulas, saborea su grasa mezclada con la sangre que chorrea de tu boca, escucha el sonido de sus huesos al astillarse entre aullidos de dolor…

Bromas aparte, me gusta observar a las aves. A menudo me quedo inmóvil para que no se asusten mientras miro (yo digo que soy un poco zen, M  lo llama quedarse embobado como un pasmarón) y suelo señalárselos a nuestro hijo D para desesperación de M porque cuando va con ella le pregunta mami ¿qué pájaro es ese? y ella le responde un pájaro, hijo, un pájaro, con plumas, alas y pico, y para más detalles pregúntale al plasta de tu padre.

Alguna vez he intentado explicarle la diferencia entre los diversos tipos, pero ella dice que deje de darle la murga con paseriformes, ciconiformes y diosabequeformes, que ella sólo distingue entre gordiformes (gorriones) y el resto.

La ventana de mi cuarto de trabajo da a la fachada del tendedero y dado el amor que sienten las aves por cagar sobre la ropa recién lavada tengo un excelente observatorio para la avifauna más corriente. Son aves que podemos ver en cualquier casco urbano: los ubicuos gorriones comunes (passer domesticus, literalmente pájaro de aquí; no es que Linneo se comiera mucho la cabeza, no), las urracas (Pica pica ¡qué nombre más cachondo!) y algún que otro mirlo despistado (Turdus merula, de la familia de los túrdidos), porque aunque son abundantes es raro que se suban a un cuarto piso.

Siempre me han hecho gracia los gorriones en tierra, dando saltitos, colándose por cualquier sitio para pillar unas miguitas o un cacho de chorizo, un poco payasetes pero entrañables. Los mirlos, en cambio, caminan agachados, una patita delante de la otra, y si tienen prisa levantan el culo, bajan la cabeza y se pegan una carrerita para desaparecer en el arbusto más cercano. Estos días están nidificando y no paro de verlos (a ellos, las hembras son muy discretitas) venga a correr todo ajetreados con el pico lleno de briznas. La urracas van muy dignas y derechitas, sin inmutarse demasiado por la gente, y si tengo suerte y pasean al sol me ofrecen un espectáculo de colores cada vez que ahuecan un poco el plumaje del cuello y dejan ver una breve explosión irisada.

Además de dignas tienen un puntito salvaje. Hace años (D era muy chiquitín y no lo recuerda) paseábamos por el pueblo y oí un graznido peculiar, que no había escuchado nunca. Miré para arriba y vi en un árbol una urraca muy enfadada y un gato más bien gordote. Supongo que el felino, claramente hogareño y bobalicón, debió verla desde el jardín y se diría es un pájaro, yo soy un gato ¿qué más hay que pensar? y subiría en plan expedicionario sin saber cómo las gastan las urracas. El pobre bigotón estaba arrinconado en mitad de una rama, maullando de forma lastimera y cada vez que intentaba salir de ahí se llevaba un par de picotazos y retrocedía un poco más.

Enseguida descubrí que el graznido era una llamada, algo así como venid y uníos a la juerga, porque en unos minutos llegaron media docena más de urracas, y se lanzaron a meterle viajes al asediado. El pobre micifuz reculó hasta el borde de la rama y cuando nos íbamos se quedó colgando de las patas delanteras. No vi el final de la historia, pero apostaría cien euros a que ese gato besó el suelo. Mientras subíamos hacia casa le dije a M fíjate, resulta que vivimos en el Serengueti y nosotros sin enterarnos.
Por supuesto también tenemos palomas, pero en vez de la paloma doméstica (Columba livia) típica de las grandes ciudades aquí hay paloma torcaz (Columba palumbus), casi la mitad más grande, francamente bonita, espalda grisazulada, collar blanco y pecho burdeos. Y peligrosas, porque sueltan unos zurullos de dimensiones aterradoras. En estas fechas, para más inri, sus cacazas son de un intenso color purpúreo debido a su afición por la ingesta de moras. De cuando en cuando también se ven algunas palomas más pequeñas, de color entre gris clarito y crema, con una franja oscura en la nuca. Podrían ser tórtolas turcas (Streptopelia decaocto, vaya nombrecito para un ave tan maja) pero no dejan que te acerques demasiado y no he podido verificarlo.

¿Porqué no hay paloma doméstica? Creo que se debe a la limitación de alturas: la paloma doméstica desciende de la bravía, que suele anidar en paredes rocosas altas (los ingleses la llaman Rock Pigeon), mientras que torcaces y tórtolas son arborícolas.

Hasta aquí lo usual: como he dicho gorriones, urracas, mirlos y palomas son habituales en todos los cascos urbanos, pero si lindas directamente con el campo, poco a poco (petit à petit, me encanta esa expresión) una buena cantidad de aves silvestres se ha ido afincando en nuestra vecindad. Pero ya vale por hoy: hablaré de esos interesantes volátiles en la próxima entrada.

martes, 1 de junio de 2010

La credibilidad del paleoarte (y II)

En el caso de los animales realmente antiguos, dinosaurios y otras criaturas como pterosaurios, pelicosaurios, laberintodontes… las cuestiones referidas a la coloración son totalmente hipoteticas porque el color (salvo alguna notable excepción) no fosiliza. Creo que el mejor criterio es estudiar el medio ambiente en que se desenvolvía la criatura y acercarnos a los patrones de color de los animales actuales en esa situación, tonos pardos para los ecosistemas esteparios, colores disruptivos en habitantes del bosque… Conviene aplicar contrasombreados ya que casi todos los vertebrados que conocemos siguen esa norma,  y si queremos aplicar manchas distintivas de color (zonas brillantes y contrastadas, que suelen tener una función social o reproductora) deberíamos centrarnos en el cráneo y el pecho, ya que es ahí donde suelen exhibirlas los animales modernos. Si el fósil muestra elementos claramente ornamentales como crestas o escudos craneales  podemos decorarlos de forma viva, pero sin exagerar en el resto del cuerpo. Hay un punto intermedio entre los animales parduzco verdosos (lo que en la profesión se conoce como color caca de dinosaurio) y la psicodelia de Luis Rey.

El color no fosiliza pero a veces el comportamiento sí. Las icnitas (huellas fósiles) nos hablan de los patrones de desplazamiento de los animales (si formaban o no grupos, si sus pistas se cruzaban o iban paralelas, si las manadas tenían ejemplares de diferentes edades…). La dentadura, los gastrolitos (piedras de digestión, como en las mollejas de las aves), los coprolitos (ñordos fósiles) y los restos de contenido estomacal nos permiten averiguar cosas sobre la dieta  y los modos alimentarios. Las zonas de puesta y nidificación permiten deducir datos sobre la reproducción: cuando se descubrió oviraptor se le acusó de robar huevos, pero fósiles posteriores han demostrado que los restos correspondían a una madre que murió defendiendo su nidada.

Hay fósiles realmente extraordinarios, como los ictiosaurios que murieron pariendo a sus crías, o el de los dinosaurios combatientes del Gobi, gracias al cual sabemos que velociraptor (que no pesaba más allá de 20 o 30 kilos)  era en cualquier caso un animal capaz de matar, y protoceratops, apodado la oveja del cretácico, no era ni mucho menos una presa indefensa.

La anatomía nos permite averiguar muchas cosas sobre el comportamiento. Ya conté anteriormente lo que se podía extrapolar respecto a los hábitos sexuales, pero también podemos calcular las posibilidades de movimiento o su capacidad de visión (la posición de los ojos nos indica si podían ver de forma binocular, el tamaño de las cuencas está directamente relacionado con la capacidad de ver por la noche o en aguas profundas…) y los elementos de su esqueleto nos dirán si podían luchar de forma activa (cornamenta, garras…) o si se defendían de forma pasiva (armaduras, puas, mazas…) y los daños y señales en los huesos nos hablarán de la vida que llevaría un ejemplar concreto (como en el sorprendente caso de El Gran Al.

Hasta aquí llegan las extrapolaciones y deducciones razonables. Más allá nos metemos en la especulación con escasa o ninguna base.  Cuando un autor nos dice que T-rex era un audaz cazador, o un perezoso carroñero,  que los ictiosaurios temían adentrarse en aguas abiertas por miedo a los grandes liopleurodones o que los velociraptores se comunicaban con elaborados sonidos, está elucubrando sin pruebas : el registro fósil no nos dice nada acerca de la actitud de un animal, o sus temores, mucho menos respecto a sus sonidos, si era cariñoso con su prole o simplemente la toleraba cerca. De hecho a veces te encuentras con planteamientos que son contrarios a la evidencia fósil, como en JP3, donde el espinosaurio es presentado como un feroz matador de tiranosaurios, cuando su mandíbula le señala como un pescador al acecho, o cualquiera de las escenificaciones de Clash of the dinosaurs, donde prima el espectáculo por encima de cualquier rigor científico.

En conclusión ¿Hasta qué punto es creible el paleoarte, ya sea como ilustración o como película-documental? Al margen de la profesionalidad de cada autor (que oscila entre los  que realmente hacen una interpretación anatómica rigurosa y los que se limitan a copiar lo que hacen otros, sin ningún criterio), podemos considerar que las reconstrucciones anatómicas, como tales, son bastante fiables,  y que hay herramientas que nos permiten averiguar cosas sobre el modo de vida de los animales extinguidos,  pero más allá de ciertos límites entramos en el campo del espectáculo puro y duro y en ese terreno no vamos a encontrar nada que pueda considerarse   no ya cierto, sino ni siquiera verificable.