Hace un par de semanas alguien me preguntó por la fiabilidad que tenían las recreaciones de animales extinguidos. Dado que no es la primera vez que oigo esa cuestión creo que puede ser interesante explicar en qué nos basamos cuando hacemos una paleoreconstrucción.
Hay una premisa básica: la veracidad es inversamente proporcional al tiempo transcurrido. Los restos de un animal extinguido hace 10000 años serán más fáciles de interpretar que los de uno desaparecido hace 200 millones. El más reciente será similar a los animales de hoy en día y podremos extrapolar muchos datos, en cambio los remotos pueden ser tan ajenos a nosotros como un extraterrestre y apenas tendremos referencias actuales.
He hablado de los seres modernos: la interpretación de un ser extinto se hace en base a la anatomía comparada, es decir, al análisis anatómico, funcional y mecánico de los animales actuales, y la aplicación de ese análisis a los restos fósiles. Si encontramos una mandíbula perteneciente a un rinoceronte extinto sólo con ella sabremos que se trataría en efecto de un rinoceronte, un hervíboro con tres dedos en cada extremidad y aspecto robusto. Comparando el tamaño de la mandibula con la de los rinocerontes actuales podremos calcular razonablemente su tamaño real, y en base al desgaste de sus dientes conoceremos su edad. A la hora de reconstruirlo con mayor exactitud sería preferible disponer también de algún hueso de las articulaciones, para saber si era de piernas cortas como los rinocerontes modernos o largas como los indricotéridos gigantes del mioceno, y si tuviéramos además la parte delantera del cráneo sabríamos si tendría o no cuernos, aunque estos se hallaran rotos o ausentes, porque dejarían unas marcas características en el hueso que nos indicarían su tamaño y número.
Supongamos ahora un animal muy antiguo, como el dinosaurio pelecanimimus, uno de mis amores secretos. Este terópodo se conoce por restos parciales hallados en Cuenca, incluyendo cabeza, cuello, la mayor parte del tronco y los brazos. Precisamente los brazos permiten determinar que se trata de un ornitomímido basal, un pariente de los gallimimus que pudimos ver en Parque Jurásico, y eso nos dice cómo recrear las partes del esqueleto que no conocemos. Todos los ornitomímidos conocidos tienen piernas muy largas, similares a las de las ratites modernas (avestruces, ñandúes…) y podemos calcular su longitud en base al tamaño del cuerpo.
Cuando hice la primera versión las piernas quedaron cortas pero no pude verlo hasta que programé un ciclo de carrera para el modelo: al dar la zancada mi ejemplar se veía obligado a levantar mucho el fémur, algo que ningún animal corredor haría, porque resultaría muy costoso en términos de energía. Deduje que las tibias eran demasiado cortas y las alargué en un tercio: con eso bastó para que el movimiento del animal fuera realista. Hay un cierto margen de error, ya que si estos animales eran velocistas la tibia debería ser aún más larga, pero si se trataba de corredores de fondo sería algo más corta. Adicionalmente el grado de osificación de los huesos del brazo indicaba que se el fósil correspondía a un ejemplar joven que podría haber crecido hasta un 50% más, con el consiguiente cambio de las proporciones.
Éste fósil además dejó una marca en la piedra que perfilaba el contorno de la cabeza cuando murió: eso nos permite saber que tenía una cresta en la nuca y una bolsa bajo el cuello. Su dentición era distinta a la de sus parientes, ya que en vez de un pico desdentado presentaba una multitud de dientes diminutos que empezaban a fundirse formando un borde contínuo, lo que nos da una idea acerca de como evolucionó la mandíbula en esta familia.
He hablado de lo que podemos saber directamente de los huesos. A partir de aquí entramos en el terreno de las deducciones. La primera, en el caso del dinosaurio, es sobre el plumaje. No hay evidencias fósiles de plumas en ningún ornitomímido, pero estos animales son coelurosaurios y tenemos restos emplumados en todas las demás ramas del clado, luego podemos aventurar que pelecanimimus no tendría plumas complejas pero sí algún tipo de cobertura básica, aunque podríamos representarlo con la piel desnuda.
Volvamos al rinoceronte. Si se trata de un coelodóntido es probable que estuviera cubierto de un espeso pelaje, ya que los primeros hombres retrataron rinocerontes lanudos. En cualquier caso sabemos que tendría una gruesa piel y su color, probablemente, sería grisaceo o parduzco, ya que todos los rinocerontes modernos presentan esa coloración, neutra y sin marcas. Supongamos que en vez de un rinoceronte tenemos los restos de un dinoterido primitivo: si la estructura de sus hombros y cuello le impedirían agacharse para beber agua, sabremos que tenía una trompa y conoceremos su longitud aunque no tengamos los restos de la cabeza.