Mujer iroqués

viernes, 31 de diciembre de 2010

MI PENE Y YO (I) Los primeros escarceos


El cuerpo humano está lleno de elementos interesantes. La mano, por ejemplo, siempre me ha fascinado: desde niño me recuerdo mirando mis manos, moviendolas, rotándolas, jugando con los dedos… y asombrándome, como si tuvieran vida propia. Los ojos también tienen su aquel y les he dedicado muchas horas de espejo, intentando sorprender a la pupila cuando se contrae, buscando manchitas en el iris, u observando el relieve las venillas de la conjuntiva. Pero la única parte de mi cuerpo con la que mantengo una relación realmente complicada es con mi pene.

Pene, falo, miembro, picha, polla, cola, pinga, pinganillo, pindonga, minga, mango, nabo, nardo, rabo, palote, cimbel, sinhueso, calvo, pija, pájaro, cipote, carajo, verga, chola, churra, chistorra, pepino, manubrio, plátano, cigala, cuca, flauta, hermanito pequeño, soldadito, trompa, hurón, dedo de en medio, báculo, pito… Dudo mucho que exista en castellano un concepto con tantos sinónimos y apostaría mi brazo izquierdo a que la pilila ocupa un lugar de honor en el inconsciente humano, o mejor dicho en el masculino. Hablemos claro, señores: que levante la mano el tío que no piensa en su polla al menos un par de veces al día… ¿nadie?…  ¿El Papa, dices? ¡Pero si no hay nadie más obsesionado con las genitales que los miembros de la iglesia! Fíjate en todas las normas que intentan imponer a su uso ¡No piensan en otra cosa!

La fijación peneana nos viene de lejos, casi desde nuestros primeros días de vida. El primer mes uno no le da demasiada importancia a nada que no sea comer y cagar, pero sobre el tercero ya hemos descubierto que además de manos y pies los chicos tenemos por ahí abajo un juguetito de lo más interesante, y a la que estás un ratito sin pañal te pasas el rato manoseándolo. Luego empezamos a interesarnos por el mundo que nos rodea y poco a poco dejamos de darle importancia al colgajillo, pero un día, entre los cuatro y los seis años, volvemos a ser conscientes de que la colita no sólo sirve para hacer pis (y qué gustico te da cuando llevas aguantándote un buen rato y por fin puedes desenfundar y dejarte llevar ¿verdad?) sino que es un cacharrillo de lo más entretenido y relajante. Claro que la sociedad no ve con buenos ojos que uno explore la diversidad de su cuerpo y pronto se encarga de poner límites a la investigación ¿O no habéis oído nunca a una madre soltar un rotundo ¡niño! ¡dejayadetocartecoooooño!?

Da igual: si van a coartar la natural inocencia de nuestros estudios en público, seguiremos con ellos en la clandestinidad. Y con más interés, porque tu pito no sólo es útil y da gustirrinín, sino que tiene vida propia y a veces, sin saber muy bien porqué, se pone rígido y apunta para arriba. Y tú te dices ¡esto es genial! y puede que incluso pienses que debe valer para algo, porque si no ¿de qué? Y anda que no juegas a toquetearlo para que se endurezca. Además por aquel entonces quien más quien menos ya sabe que las niñas gastan otra cosa, que también resulta fascinante. Claro que tus indagaciones probablemente te consigan una buena bronca y un castigo de magnitud sorprendente, porque no nos engañemos, los papis comprensivos y amigos de lo didáctico escasean y cuando alguien intenta explicarte el porqué de las diferencias y su utilidad emplea términos bastante aburridos, así que el interés puede decaer un poco.

Entre los 11 y los 12 tu curiosidad por los genitales femeninos (bueno, quiero decir mi curiosidad, pero extrapolo) y otros diferenciales anatómicos se renueva y los toqueteos aumentan en intensidad, hasta ese día inolvidable en que, de forma accidental, te haces tu primera paja. Y puede que la segunda también, pero a partir de la tercera ya son deliberadas, y el que diga lo contrario (o afirme que no se asustó un poco) miente como un bellaco.

Bueno, por fin has averiguado para que servía el invento, pero no lo sabes todo: el afán investigador te lleva a buscar documentación y descubres nuevos misterios, algunos muy interesantes, otros más bien preocupantes. Hoy en día la red facilita mucho el trabajo de los adolescentes, pero mi generación se educó a base de revistas, y el día que cayó en mis manos una de las verdaderamente informativas (o sea, de las muy, pero que muy guarras*) descubrí que algo no cuadraba. Tú ves a las mozas en plan ginecológico y mola ¿no? que el saber no ocupa lugar, pero también están los partenaires, con esos trastos enormes, enhiestos, de cabeza purpúrea, amenazadora y reluciente… y claro, miras para abajo, comparas y sí, la idea general es más o menos esa, pero está claro que los detalles no coinciden.

El trauma no dura demasiado, todo hay que decirlo, porque con la edad tus proporciones mejoran y el pelo empieza a disimular un poco las cosas, pero siempre te va a quedar un cierto resquemor. Y todo por esa manía de los editores de pornografía de buscar siempre lo exagerado. Entiendo que eso facilita mucho el enfoque y la iluminación, pero podrían pensar un poco en el público juvenil y lo fácil que resulta traumatizarlo.

Lo que sí dura es el afán de meneártela: los moralistas consideraban (supongo que siguen considerándolo, pero ¿a quién le importan) que el onanismo es un síntoma de inmadurez, un vicio juvenil  que remite con la edad. Y yo digo ¡y una polla!  Al principio puede que te muestres un poco comedido, por aquello de la vergüenza y la sensación de desasosigo que te queda  tras la salpicadura ¿no? pero  enseguida le cojes ritmo, mejoras la técnica, descubres los cleenex y ya es un no parar.  Hace unos años oí a unas mamis hablando de sus retoños,  que por lo que decían rondaban los 13 añitos y una de ellas decía ¡Ay, chica, es que yo no sé si se masturba, y claro, con lo raros que son los chicos, cualquiera le pregunta! Yo pensé, señora ¿tiene picha, manos y 13 años?  se la pela, créame, sé de lo que hablo.


*¡Cuanto le debemos los hombres de mi quinta a Berth Milton padre! El Lib molaba, pero el primer Private marcaba un antes y un después.

martes, 28 de diciembre de 2010

Roma y la ambigüedad bíblica (II)


El valor otorgado a la Biblia no supuso una diferencia significativa a lo largo de los siglos XVII y XVIII porque nadie dudaba de su veracidad, pero en el XIX el Libro empezó a hacer aguas. El reverendo Buckland, buscando evidencias del Diluvio Universal, descubrió las pruebas de una glaciación continental, un cataclismo que ni siquiera aparecía a pie de página en el Génesis. Lyell puso las bases de la geología moderna, demostrando que la Tierra era asombrosamente antigua. Y llegó Darwin.

La iglesia anglicana anatemizó a los científicos, el ponzoñoso Pio IX publicó la encíclica Syllabus Errorum, condenando cualquier propuesta que contradijera el magisterio eclesiástico y las diversas confesiones protestantes hicieron otro tanto. No sirvió de mucho: a lo largo del siglo XX los estudiosos de la Biblia, libres de dogmas, demostraron que no era una crónica veraz sino un compendio de mitos mesopotámicos mezclado con otros de origen local.

En 1950* Pio XII escribió la  Humani Generis, aceptando, la viabilidad de la hipótesis darwiniana, y Juan Pablo II lo refrendó en 1996. La iglesia anglicana también suavizó su postura y en 2008 pidió perdón a Darwin. En cambio los luteranos europeos pasan de puntillas por el tema, la mayoría de los calvinistas apoya la literalidad bíblica, las diversas sectas de origen protestante (episcopalianos, adventistas, baptistas, renacidos, pentecostales …) son plenamente literalistas y la Iglesia Ortodoxa, pese a no tener una doctrina clara al respecto, se inclina también por la tradición.

¿Porqué esas diferencia? Porque católicos y anglicanos dejaron de lado el valor doctrinal del antiguo testamento mucho antes del siglo XIX. Además ambas iglesias están jerarquizadas en forma piramidal lo que facilita los cambios. Una vez la jerarquía anglicana o el Papa deciden soltar lastre, soltado queda. Eso explica la ambigüedad de los ortodoxos, ya que su concepto religioso es profundamente conservador y no hay una autoridad central, tomándose las decisiones en Concilios Ecuménicos.

Y llegamos al punto conflictivo. Hoy está claro que la Biblia es obra de hombres y no de Dios, ha conocido varias reescrituras, se basa a su vez en mitologías paganas bien conocidas, y la historia que narra no es más que un relato, y ni siquiera demasiado bueno. La postura de las sectas, aunque irracional, es lógica, ya que la base de su fe es el Libro, y la de los ortodoxos es comprensible, pero ¿católicos y anglicanos? Roma no tuvo problemas en renunciar al latín, aceptar la evolución y abrirse al ecumenismo. La iglesia anglicana acepta además la ordenación sacerdotal y episcopal de las mujeres, lo que se da de hostias con el antiguo Testamento. Así que ¿Porqué mantenerlo como canon?

El problema es que no hay reemplazo. Yahvéh es un impresentable, asesino de niños, vengativo hasta lo indecible, puntilloso, genocida… Roma estaría feliz de sacárselo de encima y librarse de la incongruencia que supone que un psicópata que ordena la lapidación de los que tejen con dos fibras diferentes, se transforme por arte de magia en un padre amoroso. Pero durante veinte siglos han procurado erradicar a todos los demás panteones del imaginario popular, tachándolos de fantasías o encarnaciones de Satán, así que si le rechazan, se quedan sin dios.

Eso no debería ser importante, ya que el cristianismo se basa en el Nuevo Testamento ¿no? Pues sí, pero no. La Palabra de Jesús no es ni demasiado original, ni demasiado coherente, ni demasiado profunda. Es muy buenrollista ¿no? amaos los unos a los otros, poned la otra mejilla y todo eso, pero para ese viaje no hacían falta alforjas. El Nuevo Testamento sólo tiene peso si  Cristo es el Hijo primogénito de Dios, anticipado por los profetas, nacido en el linaje de David y cordero sacrificial por el Pecado Original. Y el único Dios disponible es el viejo cabroncete del Génesis. Así que si no aceptamos las Escrituras en su totalidad, no hay un Padre para el Hijo, ni un Pecado que lavar, ni una Promesa que cumplir, y Jesús pierde su credibilidad. Ergo, si no hay Biblia, no hay Iglesia.

La paradoja no tiene solución. Los mitrados están demasiado ocupados tratando de mantener a flote su barca como para preocuparse de cuestiones de detalle. Además son muchos siglos de nadar y guardar la ropa así que tampoco pasa nada por chapotear un poquito más. Pero al afirmar que razón y cristianismo son compatibles se equivocan, porque éste se asienta sobre el pilar de la verdad bíblica, y la razón ha tirado por tierra ese pilar. De hecho, en España la mayoría de los creyentes rechaza la autoridad papal, un 40 % no cree que Jesús fuera hijo de Dios y un 40% de los creyentes no practicantes no cree en Dios**. Al relativizar la base de su fe, se han saboteado a sí mismos.

No me gusta jugar a profeta, pero voy a hacer un vaticinio: la tendencia a la baja seguirá y se acelerará no porque aumente la racionalidad de la gente (qué más quisiera yo) sino porque la incoherencia del cristianismo socava su posición. Despojada de su manto sagrado, la Iglesia tiene que competir en igualdad con todo tipo de supercherías tan incongruentes como ella, pero más cómodas para sus seguidores y no va a dejar de perder terreno. Dudo que yo viva lo bastante para verlo, pero un día el Vaticano tendrá que echar el cierre por impago del alquiler, y mi hijo o los suyos podrán brindar por el entierro de una de las instituciones más aburridas y sucias que ha conocido la Humanidad.

* 90 años entre ambas encíclicas. No está mal si tenemos en cuenta que Roma aún no le ha pedido perdon a Giordano Bruno.

** El concepto  creyente no practicante está muy traído por los pelos, pero el de creyente no creyente me resulta dadaista.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Roma y la ambigüedad bíblica




Una de las diferencias más llamativas entre las iglesias tradicionales (es decir, la católica, la ortodoxa y, en cierta medida, la anglicana) y las reformadas (luteranos, calvinistas, adventistas, renacidos…) es su posición con respecto al Antiguo Testamento.

Los cristianos reformados son literalistas bíblicos, es decir, consideran que los textos religiosos judíos precristianos son veraces y fiables al ser Palabra Revelada. Eso incluye el Pentatéuco, los libros que narran la historia del pueblo judío entre Josué y los Macabeos, el conjunto de los textos proféticos (Isaías, Ezequiel, Zacarías…) y los Libros de Sabiduría (la historia de Job, el Eclesiastés, los Salmos…). Por el contrario los tradicionalistas consideran que estos libros, si bien son canónicos y dignos de reverencia como parte del mensaje divino y preludio a la Venida del señor, no deben interpretarse en un sentido literal, sino metafórico. Un teólogo católico puede utilizar en su argumentación las epístolas de Pablo, pero no se apoyará en las normas levíticas, por considerar que estas, como todo el conjunto de la ordenación religiosa mosaica (a excepción del decálogo) quedan abolidas tras la predicación de Jesús.

Para entender esta diferenciación hay que remontarse a los orígenes de la Iglesia. En sus orígenes los cristianos eran una rama más del judaísmo, como lo eran los fariseos, los saduceos o los zelotas. La autoridad estaba en manos de Santiago, que dirigía la comunidad de Jerusalén. Todo cambió tras el alzamiento del año 66: Jerusalén y su templo fueron destruidos, Santiago murió en el asedio junto a toda su congregación y las diversas comunidades judías del Imperio sufrieron una dura represión (es probable que la persecución de Nerón contra los cristianos fuera en realidad contra los judíos). Desaparecida la autoridad tradicionalista, los cristianos se desligaron del judaísmo, ya que buena parte de los supervivientes eran gentiles y las normas judaicas como las prohibiciones alimentarias o la circuncisión les resultaban muy problemáticas (recordemos el debate entre Pablo de Tarso y Santiago a respecto). Para cuando tuvo lugar la segunda Guerra Judía, en tiempos de Adriano, el cristianismo ya se había desvinculado de sus origenes y formaba una comunidad diferenciada.

El alejamiento del judaísmo prosiguió durante las fases finales del Imperio y cuando, ya en la Edad Media, los teólogos buscaron referentes en los que apoyar sus argumentos, no los buscaron en las Escrituras, sino en la filosofía clásica. Era lógico que así lo hicieran, ya que las normas hebreas no están abiertas al debate, y resultaban difíciles de adaptar a una sociedad radicalmente distinta del pueblo de pastores que las engendró. Además los primeros organizadores de la Iglesia Imperial, como Orígenes o Agustín de Hipona, eran inicialmente seguidores de la de filosofía griega, con lo que la Escolástica Medieval, apoyada primero en Platón y más adelante en Aristóteles, cayó en terreno abonado. Todo eso cambió con la llegada del Renacimiento y, poco después, la Reforma.

Al denunciar la autoridad papal y rechazar la preeminencia de Roma en las cuestiones religiosas, Lutero arrojó por la borda todo el bagaje teológico acumulado en 14 siglos de cristianismo y decidió recuperar la pureza del cristianismo original, antes de que fuera contaminado por el paganismo y el poder. Por eso tradujo la Biblia al alemán: así los cristianos podrían leer la Palabra de Dios en su propio idioma, sin necesidad de intermediarios. Sin embargo el antiguo monje no era un literalista, y no pensaba que todos los textos testamentarios tuvieran el mismo valor. De hecho consideraba que buena parte de los escritos precristianos eran puramente anecdóticos y tuvo incluso la intuición de que el Apocalipsis era ajeno al conjunto de los Libros (acertaba, ya que se trata de un poema escatológico escrito durante el alzamiento contra Roma del año 66).

Lutero estableció que cualquier cristiano podía interpretar el mensaje de Dios por sí mismo, bastando con la fe para la comprensión de la Verdad Revelada. Eso dio pie a la aparición de innumerables grupúsculos, ya que nadie tenía porqué aceptar la autoridad ajena en materia de fe y cualquier persona con carisma estaba en situación de convencer a sus vecinos de que a Verdad era la que él predicaba, con tal de que pudiera usar la Biblia para apoyar sus aseveraciones. Sin embargo la sociedad nacida de las sangrientas guerras religiosas del XVI no era demasiado amiga de experimentos anárquicos y tanto luteranos como anglicanos formaron iglesias jerarquizadas y reglamentadas, intolerantes con las desviaciones o los misticismos.

Así las cosas, las sectas no tenían demasiadas posibilidades de expandirse en la vieja Europa, y los grupos más radicales, como hugonotes y puritanos, no vieron más salida que emigrar al Nuevo Mundo. Allí, lejos de reyes y obispos, se vieron a sí mismos como un nuevo Pueblo Elegido conquistando la Tierra Prometida (y exterminando de paso a sus anteriores ocupantes, una actividad bendecida por el Jehová del Antiguo Testamento). Así nació el literalismo puro y duro, ya que mientras el mensaje de Cristo rezuma ambiguedad (el mismo Jesús que se presenta como el Cordero de Dios preparado al sacrificio aparece también como Señor de los Ejércitos y dueño de la Venganza), las leyes de Moisés son tajantes en sus afirmaciones, sin espacio para componendas o medias tintas, algo muy adecuado para una sociedad reducida y fanática. Además los relatos del Génesis, el Éxodo o los Macabeos resultan mucho más vivos y coloridos que las anécdotas del Nuevo Testamento, y los parsimoniosos textos de Pablo palidecen frente a personajes como Eliseo, capaz de enviar una manada de osos a despedazar a unos niños que se burlaban de su calvicie, o Sansón, derribando el templo y sepultándose junto a sus enemigos.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Cartas desde el frente


La gente que me conoce sabe que a veces mis aficiones se me van un poco de las manos. Es inherente a mi perfil obsesivo-compulsivo, y trato de sobrellevarlo con  dignidad. No obstante hay ocasiones en que hasta yo mismo reconozco que las cosas rozan la insanía, y sospecho que ése es el caso de mi libro.

Si, mi libro: hace tres años que dedico mis ocios a escribir un libro sobre la Segunda Guerra Mundial, más en concreto sobre el arma acorazada alemana, la PanzerWaffe. Esta semana di comienzo al último apartado y creo que es un buen momento para recapitular y preguntarme ¿cómo me metí en este berenjenal? Vayamos por partes.

La afición por los temas castrenses me viene de antiguo, ya que mi padre era oficial del Arma de Caballería y mis dos abuelos eran también militares, al igual que buena parte de mis tíos, algunos de mis primos y mi hermano mayor. Debido a mi temprana miopía y mi natural sedentario nunca me planteé un futuro uniformado, pero siempre me interesó la temática castrense y con los años me volví un apasionado de la historia militar.

Hasta aquí, nada del otro jueves; de cuando en cuando conseguía algún libro interesante y lo añadía a mi biblioteca de Historia, pero sin obsesionarme demasiado. Entonces llegó la internet esa, y con ella los foros donde la gente compartía aficiones: papiroflexia, colombofilia, dactilografía, zoofilia… Mi primera afiliación fue a un foro de modelado y animación 3D, y por ahí entró el mal en mi casa. 

El mejor modo de aprender a modelar es plantearse un objetivo complejo, con muchos elementos que te obliguen a aplicar todas las técnicas posibles: yo elegí el cazacarros estadounidense M-10 Wolverine. Necesitaba mucha documentación para construirlo con todo detalle, (interior, motor, transmisión…) así que empecé a navegar y, gracias a San Google, llegué a los  foros sobre temas militares. Al principio me limité a recabar datos para mi trabajo pero me picó la curiosidad y empecé a leer los hilos que más me llamaron la atención.

¡Ay de mí! Antes de un mes me había vuelto un adicto y en menos de un trimestre participaba en todo tipo de debates, algunos de ellos realmente chorras. Por suerte el tiempo que puedo dedicar al vicio es más bien escaso y limité mis visitas a unos pocos sectores para reconducir el asunto hasta reducirlo a una afición razonable. Pero mi natural bondad vino a ponerme en dificultades (el infierno está empedrado de buenas intenciones).

Disfrutaba mucho con los textos de los foreros más veteranos, y me parecía mal no ofrecer algo de mi propia cosecha. Acababa de leer un interesante trabajo del historiador británico David Fletcher, The Great Tank Scandal y preparé un artículo de mediana extensión usando ese texto como base y ampliando con algunas otras obras relacionadas. El resultado, a día de hoy, me parece más que mediocre, pero en su momento tuvo una buena acogida, excelente incluso, y recibí abundantes beneplácitos.

La vanidad es el pecado favorito de Satanás, y fue mi perdición. Me dije, oye, podría hacer algo parecido sobre los carros alemanes, que son mucho más fardones que la chatarra británica. Dicho y hecho, me puse a indagar y la cosa empezó a salirse de madre: había toneladas y toneladas de documentación, y la mayor parte de ella era contradictoria. Para sacar algo en claro había que contrastar fuentes y para localizarlas había que saber moverse por la red. Para mi desgracia, sé moverme muy bien, así que localicé un montón de archivos verificables, que a su vez me llevaban a otras fuentes anteriores…

No voy a aburriros más. Lo que iba a ser un artículo amplio es a día de hoy un volumen con más de 400 páginas, y dado que acabo de empezar a redactar la quinta parte y tras esa vendrán la recapitulación y el análisis final la extensión definitiva rozará las 500 (la versión en bruto que he ido subiendo poco a poco a los foros supera ya las 600). Me ha llevado 3 años llegar hasta aquí y he tenido que consultar cerca de 9000 páginas entre libros, artículos, informes operativos, prensa de la época… Buena parte la he conseguido de forma gratuita (hay una enorme cantidad de archivos a disposición del público en lugares como la Biblioteca del Congreso de EEUU, por citar sólo un ejemplo) pero me he rascado el bolsillo a menudo* en amazon y ahora no dejan de mandarme ofertas por correo (deben pensar ¡este pirado es una mina!)

Y todo esto por diversión, que para eso están los hobbies ¿no? Pues no. La diversión se terminó allá sobre la página 250. El último año ha sido muy aburrido porque batallas como Arhem o las Ardenas no son sino un montón de absurdos encontronazos caóticos que hay que verificar uno por uno, identificando quién, dónde y cuándo y comparando con otros informes para asegurarte de que no estás metiendo la pata. Un muermo, en serio. Entonces ¿Porqué sigo?

Por orgullo. Odio dejar las cosas sin terminar: he dicho que voy a llegar al final y llegaré por mis santos cojones. Por agradecimiento, porque mucha gente me ha ayudado y me parecería una mierda dejar colgado el trabajo después de contar con ellos. Y porque, pese a todo, ha sido útil. No de forma directa, quiero decir que el que yo termine mi libro no me va a reportar ningún beneficio más allá de decir ¡Se acabó! y correr a emborracharme (bastante gente en la red me ha animado a publicarlo pero tengo muy claro que el mercado para algo de este estilo es minoritario, y eso siendo muy optimista).

La utilidad ha sido de tipo personal. He aumentado notablemente mi capacidad para cribar informes, bucear en bibliotecas, contrastar fuentes y leer entre líneas, e igualmente he mejorado mucho escribiendo. Mi sintaxis ha dado un salto de gigante y mis habilidades con la tijera también, porque mi intención es conseguir un archivo manejable, que no pase de las 400 páginas de texto, (ya he logrado podarles casi 100 a las dos primeras partes). Entretanto he hecho mis pinitos como redactor en la revista Muy Historia, con un artículo sobre la I Guerra Mundial (La Guerra de las máquinas) y otro sobre la Segunda (La Corte de los Milagros) y ¡qué coño! mi autoestima ha subido mucho, porque creo que lo hice con bastante dignidad. Y también creció mi ego cuando, tras encontrarme con una penosa traducción al castellano de uno de los libros que necesitaba para documentarme, monté un pequeño motín en la red. ¡Soy peligroso!

En fin, calculo que a finales de la primavera habré terminado el mamotreto y terminaré de editar a lo largo del verano, así que casi veo la luz al fondo del túnel. Luego procuraré alejarme todo lo posible de esta frikada: seguiré escribiendo, pero ni una línea más sobre la Guerra Mundial. Hay otros mundos, espero.

Hasta entonces, la lucha continúa: mis camaradas del Ejército Soviético acaban de alcanzar las fronteras de Prusia Oriental y vamos a convertirla en un erial, así que con vuestro permiso (y sin él también) me vuelvo al interior de mi T-34/85, que aún quedan fritzs por aplastar (putos boches, salen de debajo de las piedras).

¡Nos vemos en Berlín!

*Me gasté más cuando encontré en una web todos los tebeos de Carl Barks y Don Rosa escaneados. La descarga era gratis, pero imprimir en color más de 3000 páginas me costó cerca de 700 euros en tinta. Triste destino de friki.