El cuerpo humano está lleno de elementos interesantes. La mano, por ejemplo, siempre me ha fascinado: desde niño me recuerdo mirando mis manos, moviendolas, rotándolas, jugando con los dedos… y asombrándome, como si tuvieran vida propia. Los ojos también tienen su aquel y les he dedicado muchas horas de espejo, intentando sorprender a la pupila cuando se contrae, buscando manchitas en el iris, u observando el relieve las venillas de la conjuntiva. Pero la única parte de mi cuerpo con la que mantengo una relación realmente complicada es con mi pene.
Pene, falo, miembro, picha, polla, cola, pinga, pinganillo, pindonga, minga, mango, nabo, nardo, rabo, palote, cimbel, sinhueso, calvo, pija, pájaro, cipote, carajo, verga, chola, churra, chistorra, pepino, manubrio, plátano, cigala, cuca, flauta, hermanito pequeño, soldadito, trompa, hurón, dedo de en medio, báculo, pito… Dudo mucho que exista en castellano un concepto con tantos sinónimos y apostaría mi brazo izquierdo a que la pilila ocupa un lugar de honor en el inconsciente humano, o mejor dicho en el masculino. Hablemos claro, señores: que levante la mano el tío que no piensa en su polla al menos un par de veces al día… ¿nadie?… ¿El Papa, dices? ¡Pero si no hay nadie más obsesionado con las genitales que los miembros de la iglesia! Fíjate en todas las normas que intentan imponer a su uso ¡No piensan en otra cosa!
La fijación peneana nos viene de lejos, casi desde nuestros primeros días de vida. El primer mes uno no le da demasiada importancia a nada que no sea comer y cagar, pero sobre el tercero ya hemos descubierto que además de manos y pies los chicos tenemos por ahí abajo un juguetito de lo más interesante, y a la que estás un ratito sin pañal te pasas el rato manoseándolo. Luego empezamos a interesarnos por el mundo que nos rodea y poco a poco dejamos de darle importancia al colgajillo, pero un día, entre los cuatro y los seis años, volvemos a ser conscientes de que la colita no sólo sirve para hacer pis (y qué gustico te da cuando llevas aguantándote un buen rato y por fin puedes desenfundar y dejarte llevar ¿verdad?) sino que es un cacharrillo de lo más entretenido y relajante. Claro que la sociedad no ve con buenos ojos que uno explore la diversidad de su cuerpo y pronto se encarga de poner límites a la investigación ¿O no habéis oído nunca a una madre soltar un rotundo ¡niño! ¡dejayadetocartecoooooño!?
Da igual: si van a coartar la natural inocencia de nuestros estudios en público, seguiremos con ellos en la clandestinidad. Y con más interés, porque tu pito no sólo es útil y da gustirrinín, sino que tiene vida propia y a veces, sin saber muy bien porqué, se pone rígido y apunta para arriba. Y tú te dices ¡esto es genial! y puede que incluso pienses que debe valer para algo, porque si no ¿de qué? Y anda que no juegas a toquetearlo para que se endurezca. Además por aquel entonces quien más quien menos ya sabe que las niñas gastan otra cosa, que también resulta fascinante. Claro que tus indagaciones probablemente te consigan una buena bronca y un castigo de magnitud sorprendente, porque no nos engañemos, los papis comprensivos y amigos de lo didáctico escasean y cuando alguien intenta explicarte el porqué de las diferencias y su utilidad emplea términos bastante aburridos, así que el interés puede decaer un poco.
Pene, falo, miembro, picha, polla, cola, pinga, pinganillo, pindonga, minga, mango, nabo, nardo, rabo, palote, cimbel, sinhueso, calvo, pija, pájaro, cipote, carajo, verga, chola, churra, chistorra, pepino, manubrio, plátano, cigala, cuca, flauta, hermanito pequeño, soldadito, trompa, hurón, dedo de en medio, báculo, pito… Dudo mucho que exista en castellano un concepto con tantos sinónimos y apostaría mi brazo izquierdo a que la pilila ocupa un lugar de honor en el inconsciente humano, o mejor dicho en el masculino. Hablemos claro, señores: que levante la mano el tío que no piensa en su polla al menos un par de veces al día… ¿nadie?… ¿El Papa, dices? ¡Pero si no hay nadie más obsesionado con las genitales que los miembros de la iglesia! Fíjate en todas las normas que intentan imponer a su uso ¡No piensan en otra cosa!
La fijación peneana nos viene de lejos, casi desde nuestros primeros días de vida. El primer mes uno no le da demasiada importancia a nada que no sea comer y cagar, pero sobre el tercero ya hemos descubierto que además de manos y pies los chicos tenemos por ahí abajo un juguetito de lo más interesante, y a la que estás un ratito sin pañal te pasas el rato manoseándolo. Luego empezamos a interesarnos por el mundo que nos rodea y poco a poco dejamos de darle importancia al colgajillo, pero un día, entre los cuatro y los seis años, volvemos a ser conscientes de que la colita no sólo sirve para hacer pis (y qué gustico te da cuando llevas aguantándote un buen rato y por fin puedes desenfundar y dejarte llevar ¿verdad?) sino que es un cacharrillo de lo más entretenido y relajante. Claro que la sociedad no ve con buenos ojos que uno explore la diversidad de su cuerpo y pronto se encarga de poner límites a la investigación ¿O no habéis oído nunca a una madre soltar un rotundo ¡niño! ¡dejayadetocartecoooooño!?
Da igual: si van a coartar la natural inocencia de nuestros estudios en público, seguiremos con ellos en la clandestinidad. Y con más interés, porque tu pito no sólo es útil y da gustirrinín, sino que tiene vida propia y a veces, sin saber muy bien porqué, se pone rígido y apunta para arriba. Y tú te dices ¡esto es genial! y puede que incluso pienses que debe valer para algo, porque si no ¿de qué? Y anda que no juegas a toquetearlo para que se endurezca. Además por aquel entonces quien más quien menos ya sabe que las niñas gastan otra cosa, que también resulta fascinante. Claro que tus indagaciones probablemente te consigan una buena bronca y un castigo de magnitud sorprendente, porque no nos engañemos, los papis comprensivos y amigos de lo didáctico escasean y cuando alguien intenta explicarte el porqué de las diferencias y su utilidad emplea términos bastante aburridos, así que el interés puede decaer un poco.
Entre los 11 y los 12 tu curiosidad por los genitales femeninos (bueno, quiero decir mi curiosidad, pero extrapolo) y otros diferenciales anatómicos se renueva y los toqueteos aumentan en intensidad, hasta ese día inolvidable en que, de forma accidental, te haces tu primera paja. Y puede que la segunda también, pero a partir de la tercera ya son deliberadas, y el que diga lo contrario (o afirme que no se asustó un poco) miente como un bellaco.
Bueno, por fin has averiguado para que servía el invento, pero no lo sabes todo: el afán investigador te lleva a buscar documentación y descubres nuevos misterios, algunos muy interesantes, otros más bien preocupantes. Hoy en día la red facilita mucho el trabajo de los adolescentes, pero mi generación se educó a base de revistas, y el día que cayó en mis manos una de las verdaderamente informativas (o sea, de las muy, pero que muy guarras*) descubrí que algo no cuadraba. Tú ves a las mozas en plan ginecológico y mola ¿no? que el saber no ocupa lugar, pero también están los partenaires, con esos trastos enormes, enhiestos, de cabeza purpúrea, amenazadora y reluciente… y claro, miras para abajo, comparas y sí, la idea general es más o menos esa, pero está claro que los detalles no coinciden.
El trauma no dura demasiado, todo hay que decirlo, porque con la edad tus proporciones mejoran y el pelo empieza a disimular un poco las cosas, pero siempre te va a quedar un cierto resquemor. Y todo por esa manía de los editores de pornografía de buscar siempre lo exagerado. Entiendo que eso facilita mucho el enfoque y la iluminación, pero podrían pensar un poco en el público juvenil y lo fácil que resulta traumatizarlo.
Lo que sí dura es el afán de meneártela: los moralistas consideraban (supongo que siguen considerándolo, pero ¿a quién le importan) que el onanismo es un síntoma de inmadurez, un vicio juvenil que remite con la edad. Y yo digo ¡y una polla! Al principio puede que te muestres un poco comedido, por aquello de la vergüenza y la sensación de desasosigo que te queda tras la salpicadura ¿no? pero enseguida le cojes ritmo, mejoras la técnica, descubres los cleenex y ya es un no parar. Hace unos años oí a unas mamis hablando de sus retoños, que por lo que decían rondaban los 13 añitos y una de ellas decía ¡Ay, chica, es que yo no sé si se masturba, y claro, con lo raros que son los chicos, cualquiera le pregunta! Yo pensé, señora ¿tiene picha, manos y 13 años? se la pela, créame, sé de lo que hablo.
*¡Cuanto le debemos los hombres de mi quinta a Berth Milton padre! El Lib molaba, pero el primer Private marcaba un antes y un después.