Mujer iroqués

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viernes, 5 de septiembre de 2014

VA DE VIÑETAS...Prince SLUT in the Days of King Arthur


Desde muy niño he sido fan de Hal Foster. He leído y releído su obra hasta el punto de que, a estas alturas, probabemente me la conozca viñeta a viñeta. Cada vez que vuelvo a abrir sus páginas me asombran la narrativa, la puesta en escena, los paisajes, el movimiento, el dominio de la anatomía... pero, sobre todo, me pasma la fuerza de los personajes.

Foster no construyó personajes planos. El caracter de sus protagonistas se despliega faceta tras faceta: incluso alguien tan simplón como Pierre, el torpe-sanchopancesco-inútil criado de Sir Gawain tiene bajo su piel regordeta mucho más que un cliché. Sus mujeres no son lánguidas damiselas esperando un rescate (Aleta tiene la sana costumbre de rescatarse sola), los caballeros no son monolitos de virtud, el propio Val puede tener reacciones caprichosas, violentas, crueles... y, si bien no de forma explícita (porque requiere una lectura atenta) tampoco la sexualidad de sus personajes está construida de acuerdo a la norma.

Querido público, olvídense de Tom de Finlandia. Si buscáis una historia con barrillo, bienvenidos al sorprendente mundo del Príncipe Valiente Golfx.

Empecemos por nuestra estrella, Val, a quien seguimos desde su adolescencia hasta los años de madurez (en las fechas en que Foster deja la serie, Val pasa los 40). A priori, un apuesto varón heteronormativo, felizmente casado tras una juventud de alegres devaneos con mozicas de buen ver. Pero las cosas no están tan claras.

Sí, Val retoza alegremente con Aleta, pero también se le ve muy a gustito rodeado de mozos fornidos... y desnudos. Es más, él suele quedarse en pelotas (o en tangarrabos) a las primeras  de cambio. Y con mucho contacto físico, que eso es cosa de hombres... No vamos a mencionar su peinado, ajustado a las modas de la época, pero todo el personaje destila una interesante ambigüedad viril. Pensemos en el gran momento en que Val recibe la espada Cantante de manos del príncipe Arn, pues sólo con ella podrá frenar a los vikingos que les persiguen. La escena de la batalla en el puente (arriba) impresiona por su belleza, pero ¿qué estamos viendo? docenas de musculosos, sudorosos y peludos hombretones se lanzan en masa sobre un imberbe joven armado con una enorme y rígida espada, y los caídos se sumergen en oleadas de espuma.

Agotado (normal, menudo gangbang) Val es llevado al campamento vikingo y ahí descubrimos su gusto por el cuerpo a cuerpo con poca ropa y su puntito sado en ambientes playeros.

El SM es una constante en la vida de Val. Foster lo da todo en las escenas de mazmorra, donde, por cierto, Val suele ser el sumiso... 


Aleta también tiene sus aficiones, y, en el tema del bondage, comparte armario con su marido. Por no mencionar que ella también gusta de andar ligera de ropa, levantando miradas (y lo que no son miradas) a su paso. Asimismo, parece igualmente interesada en el otro lado de la calle, como demuestra su intimidad con la rotunda, robusta y curvilinea Katwin, la fría devoción que despierta en su doncella india, Tillicum, o sus simpáticas escenas de baño.


Val y Aleta viven su sexualidad de forma alegre y abierta, y no tienen reparo en disfrutar de una enérgica sesión de spanking entre aventura y aventura. Son una pareja muy, muy bien compenetrada, que gozan sin que les preocupe el qué dirán.

No puede decirse lo mismo de Sir Gawain, el  compañero de Val. Mujeriego empedernido, asaltador de balcones y ventanales, un don Juan triunfador donde los haya pero... no consuma. Porque, cada vez que llega el momento, Gawain pone pies en polvorosa, huyendo de las mujeres a uña de caballo.

Gawain es un narcisista de tendencias homosexuales duramente reprimidas.
Esperan de él que sea un hetero viril, y esa es la apariencia que ofrece al mundo, pero, como puede verse en esta otra imagen, no son los cuerpos femeninos los que le hacen suspirar.

Ahora, si hablamos de represión, la reina Ginevere se lleva la palma. Atrapada en un matrimonio de opereta, con un marido asexual, las atenciones de su amante, Lanzarote, no bastan a llenar su vacío. De hecho, sólo la vemos relajada en cierta ocasión, tras un alegre baño con Aleta (yo no quiero decir nada, pero...)

Arturo ¿qué podríamos decir de Arturo? En la batalla de los pantanos encabeza la carga con su poderosa  excalibur, pero nunca más le veremos volver a esgrimirla ¿quizás el soberano, bajo el peso de las responsabilidades, se ha vuelto impotente? No del todo: nuestro rey aún disfruta del voyeurismo. Sí, la única vez que vemos a Arturo... chispeante... es cuando se encuentra con Aleta, como no, en pelotas por el bosque. El monarca, con ojos viciosetes, la persigue por el arroyo, y no se bate en retirada hasta que ella le da un severo correctivo. Luego, al reencontrarse con él, le humilla y maltrata, porque el rey ha sido un chico muy, muy malo. 

A buen entendedor...

Os preguntaréis ¿no hay en este medievo ningún atisbo de heteronormatividad? No lo encontraremos en el rey Aguar, solterón empedernido cuya virilidad es puesta en entredicho por su propio hijo, y cuya afición al emperifollamiento sólo tiene parangon con la de Gawain.

Tampoco en Mordred, que sublima sus deseos sexuales en una búsqueda desenfrenada de poder, quizás como un modo de recabar la atención de su fría y dominante madre.


No desesperemos: nos queda Boltar, honrado pirata, y comerciante. El alegre bribón vikingo rezuma hombría a la vieja usanza. Juerguista, fanfarrón, vocinglero, el alma de la fiesta... hasta el día en que su camino se cruza con el de Tillicum y ella le amenaza de muerte. Boltar se deja de juergas adolescentes y madura, decidido a ser digno de la única mujer capaz de helarle en el sitio con una sola mirada. Desde entonces ha sido su amante esclavo y.... vaya, después de todo tampoco aquí tenemos las cosas tan claras.

En fin, confío en no haber hecho añicos vuestros recuerdos, y espero que, si alguien no conocía esta magnífica obra, no deje de leerla por mi culpa. De verdad, vista desde cualquier lado merece la pen... a quién quiero engañar. Mi buen Rafa N (más que un jefe, un amigo) no me perdonará JAMÁS, porque nunca podrá volver a ojear las páginas de Foster con mirada inocente.

Y el día que le explique porqué el lanzaredes de Spiderman está anatomicamente mal situado, probablemente se suicide, después de matarme a mí. Pero la Verdad debe salir a la luz, sea cual sea el precio.

(ninguna de las imágenes ha sido retocada: los dibujos de Foster siempre destacaron, entre otros mil motivos, por su elegante sensualidad)

miércoles, 18 de enero de 2012

SOBRE EL FORNICIO Y LA IGLESIA (Reflexiones teológicas)


No voy a hablar demasiado de las majaderías que ha soltado la sotana mayor de Córdoba. Por una parte, porque otros lo han hecho ya, y mejor que yo. Por otra, mi interés se centra en el término que ha empleado esa caricatura de hombre, cuya sesera y pene presupongo mohosos y tumefactos… perdón… lo he visualizado con demasiada nitidez… creo que voy a vomitggglbrrrgf…

El mío no es interés morboso sino caritativo. Sólo quiero ayudar a la Santa Madre Iglesia porque la homilía del mitrado muestra lo mal que entiende la clerecía los placeres de la vida.

Fornicio
, dice. Valiente majadero.

Del latín fornices, arco, en su sentido arquitectónico, por los que sostenían los soportales donde las meretrices aguardaban a sus clientes. La elección de ese palabra nos da pie a introducirnos en la mente del señor obispo (puag) y ver las cosas a través de sus ojos (repuag). Luego para él (y la institución que representa), el sexo es una actividad  clandestina y sucia, ejercida en rincones oscuros o lupanares escondidos.

Lupanares que, por otra parte, dieron muy buenos dividendos a la Iglesia, ya que durante siglos esta sacrosanta institución administró locales públicos y cobró diezmos de esa lucrativa actividad. Pero no nos desviemos del tema. La cuestión es que, para el atrofiado cerebro del señor Demetrio, todo lo que no sea cópula reproductiva y bendecida previo paso por el altar, es fornicio.

Pues mire, señor mío. O suyo, que yo no quiero nada con usted. No se llama así, sino folleteo, del verbo follar, del latín follicare, y no es sucio, ni clandestino, sino saludable, divertido y repleto de posibilidades, un vergel para mentes inquietas y exploratrices.

Las almas ensotanadas, para su desgracia, no se caracterizan por su inquietud intelectual, más bien todo lo contrario. Su idea de la coyunda (ahora lo llaman relaciones sexuales o sexualidad, la propia terminología da bostezos), se reduce a introducir un pene en una vagina y menearlo hacia adelante y hacia atrás unos minutos (no muchos, supongo, más de cinco se considerará vicio) hasta soltar un lecharazo, por supuesto sin condón, y no con animus jocandi, sino con la idea deliberada de fertilizar algún óvulo descarriado. Y ya está.

Que conste, nada tengo en contra de la cabalgata del misionero. Bueno, cabalgata, lo que se dice cabalgata... sospecho que tras unos años de  –santa– cópula misioneril, la cosa se queda en un trotecillo cochinero, lo que viene a ser un portantillo*, para entendernos. Pero, sea cual sea el símil equino, es una opción muy limitada. Tiene que haber mucho más. Lo hay, de hecho. Y ahí la Iglesia debería ver una oportunidad evangeliszadora donde sólo vislumbra pecado.

Pensemos en una de las actividades follandiles más chulas, y de las más denostadas desde los púlpitos: la gastronómica. Ergo, comerle a tu partenaire (o partenaires) los bajos. Para el ojo no experto puede parecer tan sólo una actividad preliminar. Craso error.

El término preliminar presupone que el objetivo del trabajo bucal es preparar el plato fuerte. A veces es así, no lo niego, pero también es un buen modo de disfrutar sin más, con el único objetivo en mente de seguir jugando con nuestra boca hasta el final. ¿Buen, dije? Excelente, sobresaliente incluso. Comerse un precioso y profundo coño o una enhiesta y firme polla es un modo fantástico de matar el rato, mucho mejor que ver el Hormiguero o jugar al Apalabrados.

Dicho sea de paso, hasta ahora no he tenido nunca un rabo en mi boca, luego alabo la maniobra sólo de oídas, pero la vida puede dar muchas vueltas y no descarto conocer de primera lengua ambas experiencias. ¿Para mi condena eterna? Pues bueno, pues vale, pues me alegro. Para usted la perra gorda.

La gracia de las actividades bucales es que, pese al desagrado con que son contempladas por los sacerdotes, son prácticas que entran perfectamente dentro del más puro espíritu cristiano. Porque lo molón de sacarle brillo a genitales ajenos, es que no eres tú la persona que disfruta, sino el otro. Vale, sí se disfruta. Al menos yo lo disfruto, es embriagador para el tacto, el gusto y el olfato. Pero si hacemos bien nuestra parte quien se corre es el otro, eso es impepinable. Es decir, cuando hago un cuni o una mamada, estoy dando, no recibiendo. Y ese es el espíritu del cristianismo: hacer al otro lo que quisiéramos para nosotros.

Eso deja fuera de la ecuación al mutuo rechupeteo. Ahí hablamos de quid pro quo, no de altruismo follil.

Pues bien, pensemos en todas las posibilidad es que desprecia la iglesia al rechazar tan santa acción. Podría presentársela como ejemplarizante obra de caridad o muestra del más puro amor en la santidad del matrimonio. Porque el mandato de Cristo era dar de comer al hambriento y de beber al sediento. Y vestir al desnudo, supongo que después de, por aquello de no coger frío.

¿Qué ventajas añadidas tendría el repaso de bajos? A nivel de catequesis, muchas. Los cursos prematrimoniales se caracterizan por lo escaso del repertorio sexual que ofertan a los futuros cónyuges, así que toda ampliación del catálogo será bienvenida y repercutirá en un aumento de la asistencia, que hoy por hoy es más bien escasa (apenas un par de amigos míos creyentes reconocen haber asistido al curso de principio a fin). Asimismo beneficiará a los sacerdotes encargados de aleccionar a los contrayentes, ya que para hacer bien su trabajo tendrán que documentarse, y acrecentar el saber siempre es placentero.

Hemos hablado sólo de la chupadita, pero hay tantas otras posibilidades litúrgicas... ¿qué me dicen del coíto anal como metáfora del sufrimiento por la verdadera fe? o la elegancia del bondage para escenificar las pías estampas de mártires y crucificados, que de por sí ya incluyen una buena cantidad de cuerdas, suspensión y parafernalia SM. Señores obispos, están ustedes desperdiciando el entusiasmo popular al obstinarse en pasear una y otra vez los mismos pasos apolillados de Semana Santa.

Y no se trata sólo de ejemplarizar al creyente o atraer al público en general. La bendición del folleteo variado sería un aliciente para la recluta de nuevas vocaciones, escasas hoy en día, por no decir paupérrimas. Abran la mente, y los jóvenes acudirán en tropel a conventos y seminarios, tan necesitados de calor humano.


Pero eso requiere un cambio de actitudes. Basta de ofender a los folladores, por favor, nuestros actos rezuman bondad, caridad, incluso fe (uno siempre tiene fe en que el siguiente polvo molará incluso más que el anterior). Cualidades cristianas, virtudes teologales, incluso. Así que, señores de la COnferencia, recuerden...

Que no es por vicio, eminencia,
no es por vicio.
Pues practicar el fornicio
apacigua las conciencias
y alegrar los orificios
es bien cristiana tarea.

*Dícese del paso corto y apresurado del pollino

miércoles, 2 de noviembre de 2011

EL DERECHO DE LA MUJER AL ORGASMO (en la Edad Media) III



(Sólo recordaros que la fuente de este y los dos textos precedentes es la HISTORIA MEDIEVAL DEL SEXO Y EL EROTISMO de Ana Martos)

A comienzos del Renacimiento, la situación parecía estable en lo referido al orgasmo femenino. Los textos de la época consideraban al gozo de la mujer garantía de estabilidad en la pareja y clave para la concepción. Todavía a mediados del siglo XVI Ambroise Paré opinaba que la esterilidad podía deberse a la ausencia de placer, lo que repercutiría en que la mujer no emitiría su propio esperma, y su cuerpo rechazaría el del hombre.

Pese a todo las posturas aristotélicas fueron abriéndose camino a los largo del siglo XVI, preparando el terreno para el desastre que llegaría en el XVII. Recordemos que la mayor parte de las opiniones de Aristóteles sobre la mujer eran profundamente despectivas, ya que consideraba que las hembras eran, en el mejor de los casos, un punto intermedio entre los animales y el hombre varón. Es decir, seres imperfectos, con menos huesos, menos dientes y menos inteligencia. No porque se hubiera molestado nunca en contar huesos y dientes o medir la inteligencia, sino porque, si la mujer era inferior, lo otro era una deducción natural.

En cuanto al tema de la concepción, el griego opinaba que el hijo era engendrado exclusivamente por la simiente masculina, actuando la mujer tan sólo como receptáculo, encargada de nutrir y permitir el crecimiento. Nada más. Eso volvía completamente innecesario el papel del supuesto semen femenino, que no sería sino un subproducto generado por la excitación, sin papel reproductivo. Y bueno, en eso sí tenemos que darle la razón al estigirita. Sí, los fluidos vaginales no intervienen en la formación del embrión, sólo contribuyen a la lubricación y a mejorar el ph de la cavidad genital, evitando la muerte de los espermatozoides antes de tiempo. Pero no podemos hablar de razón en el sentido racional, porque Aristóteles no se molestó en investigar nada al respecto, simplemente acertó de pura chiripa.

Esa chiripa fue viéndose confirmada en los primeros años de la ciencia, a finales del XVI y comienzos del XVII. Las primeras observaciones del espermatozoide en los primitivos microscopios hicieron creer que la simiente masculina era un diminuto homúnculo, agazapado en la cabeza del renacuajillo, que sólo necesitaba el fértil campo de la matriz para desarrollarse. Es decir, la responsabilidad de la progenie recaía en el hombre. Unos años antes se había descuvierto el óvulo, y la vieja polémica del esperma masculino frente al femenino reapareció, esta vez dividida entre ovistas y espermistas.

Al margen de esa disputa, la ausencia de semen en los fluidos femeninos era notoria, y eso dejó en evidencia el papel atribuido al orgasmo femenino. El placer de la mujer no era necesario para engendrar, luego el hombre ya no estaba obligado a buscar el placer de su pareja, limitándose al suyo propio. Es más, el gozo sexual fue estigmatizado, incluso dentro del matrimonio, y el que una mujer disfrutara del sexo paso a ser una mancha de lascivia y pecado. Una situación que se prolongaría hasta el siglo XX, ya que aunque a mediados del XIX el orgasmo femenino dejó de ser una trampa de Satán, los médicos decimonónicos lo etiquetaron como un desorden psicológico que debía ser curado o reprimido.

Y así cerramos nuestra extraña historia, bastante opuesta a lo que tradicionalmente nos han vendido los educadores. Lejos de ser un tiempo de represión sexual, la Edad Media resulta ser un periodo de fogosa carnalidad. Ajenos a los conocimientos de la anatomía moderna, los pensadores más avanzados defendieron el derecho de la mujer al placer, aunque fuera con argumentos erróneos. Por contra, el Renacimiento, tan lleno de luces y humanismo, trajo el fin del goce, con el firme apoyo de Aristóteles, y el advenimiento de la ciencia moderna remató la tarea, convirtiendo el placer de la mujer en una aberración a extirpar.

El gozo por la vida se reflejó en las letras en todo su esplendor por Europa a lo largo de los siglos XIII y XIV, y dio sus últimas coletadas en el XVI, de la mano de Ravelais. A partir de ahí el sexo se convirtió en materia de textos prohibidos y entró en la clandestinidad, como lo hizo el placer de la mujer al verse negado por doctores y filósofos. Quizás fue mejor así, poca alegría podría traernos una literatura picante en la que sólo disfrutan la mitad de los protagonistas.Pero no dejo de dolerme por tantos versos alegres y coloridos que nunca pudieron escribirse, y tantas personas que no pudieron expresar su gozo o incluso se lo negaron, sintiéndose sucias por disfrutar de su cuerpo.

No quiero terminar sin rendir homenaje a esos autores que no se recataron en cantar a la carne, con todo desparpajo. Del genial Alfonso Álvarez de Villasandino, DECIR CONTRA UNA DUEÑA, un divertido poema dedicado a una dama que se le hizo la estrecha.

Señora, pues que no puedo
abrevar el mi carajo
en este vuestro lavajo,
por demás es mi denuedo:
he perdido, segunt cuedo,
mi afán e mi trabajo,
si tras el vuestro destajo
non vos arregaço el ruedo.



Señora fermosa e rica,
yo querría recalcar
en ese vuestro alvañar
mi pixa qu’es grande o chica;
como el asno a la borrica
vos querría enamorar,
non vos ver, mas apalpar
yo deseo vuestra crica.


Señora, flor de madroño,
yo querría sin sospecho
tener mi carajo arrecho,
bien metido en vuestro coño.
Por ser señor de Logroño,
non deseo otro provecho
sinon foder coño estrecho
en estío o en otoño.


Señora, por fijo o fija
en vos querría haber,
más vos querría foder
que ser señor de Torija;
si meades por vedija,
fazedmelo entender,
que yo vos faré poner
atanquía en la verija.


Señora, en fin de razones,
yo me ternía por sapo
si el culo non vos atapo
con aquestos mis cojones,
e a los çinco empuxones
non vos remojaré el papo:
non me den limpio trapo
para enxugar los tajones.


Señora, quien mea o caga
non se debe espantar,
aunque se sienta apalpar
por delante o por de çaga;
la que tal bocado traga
como vos faré tragar,
non se debe despagar,
pues alguna bien se paga.


Señora, notad el modo
de aquesto que vos digo:
vos habedme por mendigo
si diez veces non vos fodo.
En vuestras ingles devodo,
que si subo en vuestro ombligo
de vos çerrar el postigo
non sé si será del todo.


Señora, sabed de çierto
que podedes bien a osadas
medir nueve o diez pulgadas
en mi mango grueso e yerto:
si yo con él vos açierto
a poder de cojonadas,
las sedas bien remojadas
serán d’ese boca-abierto.

Finida

Si vos fallo en descubierto,
como fodo a ventregadas,
veredes por las pisadas
que non duermo, antes despierto.

martes, 1 de noviembre de 2011

EL DERECHO DE LA MUJER AL ORGASMO (en la Edad Media) II


Si el marido estaba obligado a ofrecer placer a su mujer, toda ayuda sería poca, así que filósofos y poetas dedicaron amplios esfuerzos a ofrecer información al respecto. Y de nuevo contaron con la ayuda de los clásicos, como el insigne Aristófanes, maestro de lo obsceno y divertido (recordemos como las atenienses no dicen basta hasta que la Guerra del peloponeso corta el suministro de dildos). O los consejos de Ovidio y Marcial, que van de lo general a lo explícito.

Musulmanes y judíos aportaron su valiosa contribución, ya que en ambas culturas se consideraba que Dios bendecía el amor con el placer. Y no sólo el placer heterosexual, ya que autores como Ibn Yahya sostenían que el coíto es más saludable con muchachos que con mujeres. Y Avicena  afirmaba que el amor entre mujeres resulta un buen paliativo ante la falta de atención del marido.

El gran Maimónides menciona diversos afrodisíacos, pero pronto llega a la conclusión de que nada refuerza tanto la dureza del pene como la propia lujuria, y aconseja esforzarse en retrasar el propio placer para acompasarlo al de la mujer.

Sin ser tan explícitos ni abiertos de mente como sus colegas de otras religiones, los médicos europeos, a cuenta de garantizar la fertilidad de la mujer a través del placer, bebieron de esas y otras fuentes, empezando por su propia experiencia, para ilustrar a los cristianos de bien sobre los mejores modos de excitar a sus parejas antes de la follada propiamente dicha, repasando las diversas zonas del placer femenino y buscando modos de prolongar los juegos, facilitando el gozo simultáneo de ambos cónyuges. Eso sí, con preferencia de la postura clásica (el actual misionero) al final, para asegurar la adecuada retención del esperma en el interior de la mujer. Salvo en el caso de los hombres demasiado obesos, según Alberto magno. De ahí que, como se asevera en los Cuentos de Canterbury, nada podía ser pecado dentro del matrimonio...

¡Ay, esposa mía! Tengo que tomarme ciertas libertades contigo y ofenderte gravemente antes de que me una marital mente contigo. Pero, no obstante, recuerda esto: no hay buen artesano que efectúe una buena tarea apresuradamen te; por ello, tomémonos el tiempo necesario y hagámoslo bien. No importa el rato que estemos retozando: los dos estamos atados por el sagrado vínculo del himeneo -¡bendito sea este yugo!-, y nada de lo que hagamos puede ser peca do. Un hombre no puede pecar con su esposa -sería como cortarse con su propia daga-, pues la ley permite nuestros juegos amorosos. Por lo que él estuvo «trabajando» hasta que empezó a cla rear... 

Este estado feliz para los amantes del buen follar duró hasta el siglo XIV, cuando empezó a extenderse la nefasta influencia del pensador más dañino de la antigüedad. Porque el molesto Aristóteles no estaba de acuerdo con los padres de la medicina.

Algunos creen que la hembra emite su parte de esperma en el coito... pero no se trata de esperma, sino de una secreción local propia de la mujer.

Hasta ese momento Hipócrates y Galeno, y en su nombre Avicena, marcaban la pauta en cuanto a la anatomía del sexo, pero Aristóteles encontró su voz en Averroes, el médico cordobés. Éste decidió verificar las afirmaciones del estigirita y, comprobó que, en efecto, los testículos femeninos (los ovarios) eran más pequeños que los masculinos (en realidad no es así, pero la labia de Aristóteles podría hacer dudar de la redondez del sol a un observador poco atento) y no producían esperma, luego de acuerdo a las ideas de la época no intervenían en la reproducción. Eso dejaba al hombre como único aportador de semen, y, en consecuencia, dejaba a la mujer en el papel de simple receptáculo para la simiente masculina.

Averroes, además, comprobó que muchas mujeres reconocían no sentir placer en sus relaciones sexuales, pese a lo cual quedaban preñadas de forma regular por sus escasamente hábiles esposos. Por no mencionar la evidencia de que una mujer podía tener un hijo a consecuencia de una violación. En defensa de sus posiciones, los defensores del orgasmo como base de la fecundación adujeron que, en realidad, incluso una mujer violada brutalmente experimentaba placer en la cópula y podía quedar, en consecuencia, embarazada. Como es de suponer, ese argumento se empleó para acusar a las mujeres de consentir en la violación, volviéndolas de víctimas en culpables siempre y cuando quedaran embarazadas.

Por su parte, los contrarios a Galeno se esforzaron en sostener lo innecesario del placer femenino en el embarazo y la inutilidad real del esperma de la mujer, ya que éste carecería de espíritu ni fuerza vital, al contrario que el flujo de la regla, que nutriría al feto (la amenorrea durante el embarazo hizo creer a muchos que el embrión se alimentaba de la sangre menstrual). La causa del placer femenino empezó a tambalearse: si toda la responsabilidad del embarazo recaía sobre el hombre, el gozo femenino volvería a su vieja condición de pecado.

Alberto Magno, encargado de refutar a Averroes, adujo que el esperma femenino sí era necesario para auxiliar al masculino, encargándose de facilitar su entrada al útero. Así pues, aunque no era necesario que la mujer gozara durante la cópula, si lo era que tuviera placer en algún momento previo, a fin de disponer del esperma femenino necesario. Y así llegó el Renacimiento, con la disputa aún sobre la mesa y las posiciones claramente enfrentadas, aristotélicos a un lado, galénicos al otro.

(continuará)

domingo, 30 de octubre de 2011

EL DERECHO DE LA MUJER AL ORGASMO (en la Edad Media) I



¿Has apuntado lo que he dicho, maldito capullo? Aún no he acabado contigo. ¡Ni lo sueñes! vamos a practicar el medievo con tu culo.

Escuchando a Marcelus Wallace, está muy claro que el concepto que el vulgo tiene sobre la Edad Media no es demasiado positivo. El término con el que suele designarse a esa etapa de la historia europea no podría ser más descriptivo: los tiempos oscuros.

Sin embargo, el medievo no sólo fue esa época de oscuridad y rechinar de dientes que nos han vendido durante décadas. También fue una época de debate y descubrimiento, sobre todo a partir del primer milenio. En la Universidad de París, mientras se demostraba la esfericidad de la Tierra mediante la observación de su sombra sobre la Luna en los eclipses, pensadores como Tomás de Aquino analizaban y refundaba la filosofían a partir de los textos transcritos por los árabes, llegaban a la conclusión de que el mundo debía conocerse tal y como es, y entronizaban la razón como una herramienta para el debate ajena a la fe.

En medio de ese y otros debates de gran trascendencia, hubo uno que ha pasado desapercibido, pero que merece ser rescatado, aunque sólo sea para reivindicar a unas personas que, aunque equivocadas en sus argumentos, intentaban mejorar la vida de sus semejantes.

A priori, podríamos pensar que el sexo no sería un tema muy debatido en esos siglos. Menos aún si nos referimos al placer, no a la mera reproducción. Pero ese fue el caso. Después de todo si la iglesia condenó una y cien veces la nefanda costumbre de los baños públicos, por ser estos ocasión de escándalos, aventuras, citas y lances de todo tipo, al excitarse la lascivia de unos y otras por la contemplación de cuerpos desnudos y los calores vaporosos, es que la relajación de las costumbres era muy superior a la que suponemos hoy en día.

Los mismos poetas que cantaban al amor cortés no tenian reparo en escribir rimas que hoy en día no pasarían la censura de puro obscenas y explícitas, e incluso todo un duque, Guillermo de Aquitania, no dudó en describirse como trinchador de mozas y compuso versos muy poco sutiles al rememorar su encuentro con dos alegres hermanas en busca de fiesta, camino del Lemosin. Las damas se aseguran de su discreción y entonces...

«Hermana», dijo Agnés a Ernessén
«que es mudo, se ve bien»;
«Hermana dispongámonos al deleite
y a la holganza»;
ocho días o más, estuve
en tal compañía.
Tanto las follé como oiréis
ciento ochenta y ocho veces
que a poco rompo mi correaje
y mi arnés
y no os diré, por vergüenza
la enfermedad que pillé.

Y fue en este ambiente de festiva carnalidad y condena nada encubierta, donde se desarrolló la curiosa discusión sobre el derecho de la mujer al orgasmo. Todo arrancó de un comentario de Hipócrates, donde el padre de la medicina enseñaba que la mujer producía semen como el hombre, y su esperma se reunía en la vagina con el masculino, rezumando el sobrante por la abertura de la vulva (tal vez refiriéndose a la lubricación, en ocasiones muy evidente, o icluso a la eyaculación femenina). Esta aseveración fue apoyada por Galeno, que opinó a su vez que la función del semen femenino era excitar sexualmente a la mujer, abrir el cuello del útero y facilitar la fecundación.

Hoy sabemos que la mujer no produce semen, aunque las glándulas de Sneke sí emiten un fluido bastante similar al líquido espermático. Pero en la Edad Media la autoridad de los clásicos era indiscutible, ya que no era factible realizar disecciones ni estudiar la anatomía humana de forma detallada (recordemos que el clítoris no fue descrito hasta el siglo XVI) así que los médicos europeos aceptaron la autoritas de sus ilustres predecesores, y llegaron a la logica conclusión de que, si el esperma femenino era necesario para la fecundación, y la eyaculación en el hombre se producía a consecuencia del placer, la femenina funcionaría igual. Ergo, para asegurar la fertilidad, era necesario que las mujeres sintieran placer con el coíto.

Hemos mencionado que el clítoris no fue descrito hasta el siglo XVI, en concreto hacia el año 1559, pero eso no significa que se ignorara su existencia, ya que las mujeres medievales, como las de la Antigüedad (y las de la prehistoria, es un suponer) ya sabían lo agradable que resulta sacarle brillo a esa cabecita tan traviesa que se esconde encima de la vagina. Pero la iglesia, recordemos, condenaba de forma implacable el nefando vicio solitario, así que hablar del mejor amigo de la mujer resultaba arriesgado. En consecuencia los médicos atribuían el deseo y el placer sexual al útero (de ahi el término histeria, empleado para designar los síntomas del deseo insatisfecho y, posteriormente, de todo mal femenino). El error era lógico, ya que muchos pensadores medievales consideraban que los órganos sexuales femeninos eran un reflejo invertido de los masculinos, luego si el hombre notaba el placer en la punta del carajo, la mujer debía sentirlo en su inverso, al fondo de la vagina, en la boca del útero. En cuanto al clítoris, la explicación más aceptada era la de Galeno, que opinaba que esa estructura actuaba como soporte de los labios vaginales, que a su vez debían proteger el interior de la vagina del frío.

Las explicaciones sobre la anatomía sexual femenina resultan francamente exóticas, vistas con nuestros ojos modernos, ya que el escritor tunecino Ahmad-al-Tifashi afirmaba que, dado que las mujeres sentían placer cuando el varón acariciaba sus pechos y jugueteaba con sus pezones, seguramente el flujo seminal de la mujer partía de ahí, de la zona situada tras las clavículas. En cuanto al origen del deseo sexual, los autores coincidían en que se debían al exceso de volumen de los órganos sexuales, motivado por el acúmulo de semen bien en los testículos, bien en los ovarios.

Fueran cuales fueran las ideas de los anatomistas del medievo sobre la mujer, la cuestión que nos interesa es que, al deducir la necesidad del placer femenino para la procreación, se encontraron con una justificación del orgasmo más allá de la aristotélica (que se reducía a la necesidad del placer para engañar a humanos y animales e incitarles a reproducirse). Y eso suponía un contrapeso a las tesis que consideraban el placer sexual como un sentimiento inmundo ocasionado por la pervivencia del pecado original en los órganos reproductivos, a todas luces impuros e imperfectos.

Claro está que el placer debía mantenerse en unos límites razonables para no caer en el vicio, ya que, de acuerdo a Alberto Magno, observador tan avispado que incluso comprobó que algunas mujeres alcanzaban el placer con sólo frotar sus muslos entre sí (lo que por cierto tiraba por tierra la idea de la responsabilidad uterina) el exceso de esperma generado por la cópula sin freno atiborraría la matriz de la mujer, dejándola tan resbaladiza que la simiente no lograría sujetarse y caería al vacío.

Pero, con o sin límites a la impudicia, una cosa quedaba clara: si deseaban tener descendencia, los hombres tenían la obligación de ofrecer placer a sus compañeras.

(Continuará)

La historia original y las referencias proceden de la excelente obra Historia Medieval del sexo y el erotismo, de Ana Martos

miércoles, 20 de julio de 2011

DE AMAR, FOLLAR... y lo que nos gusta complicarnos la vida (II)


Continúo divagando sobre sexo y amores. Nos habíamos quedado en mis antinaturales confesiones homoeróticas.

El tema de la homosexualidad, dicho sea de paso, tiene dos grados diferentes de antinaturalidad. La homosexualidad masculina (lo que vienen a ser los gayers) está hoy en día bastante aceptada, hasta por sectores bastantes tradicionales a los que, incluso, les hace gracia. Es lógico, las locas han dado mucho juego en el humor tradicional, y los editores de casettes de chistes (esas que se vendían en los baretos de carretera, alternando en el mostrador con cassetes con tías en tetas en la portada) les deben muchos dividendos, por no decir su propia razón de ser. Pero resulta que las chicas (o sea, las boyers) no tienen tan buena prensa y siguen siendo vistas como desequilibradas, viciosas, enfermas o frígidas*. Quiero decir, no creo que a muchos tíos homosexuales les hayan soltado por la calle eso de ¡A ti lo que te hace falta es que te folle un buen coño para quitarte las tonterías! pero a ellas se lo siguen diciendo (reemplácese el elemento anatómico, por supuesto)

¿Cual es el problema? ¿Qué daño hacen dos mujeres que se quieren y se disfrutan? O mejor dicho ¿Qué daño hacen ellas que no hagan dos tíos? Y llegamos al meollo. Dos tíos que gustan de follar juntos no causan ningún trastorno en una sociedad que, como la nuestra, sigue siendo patriarcal, porque no suponen una amenaza para los hombres heteros, es más, implican una reducción de la competencia. Pero dos chicas que se quieren, son dos coños menos en el mercado ¡y eso no, eso no puede ser! ¡a la hoguera con ellas!

¿A alguien le escandaliza el concepto mercado de coños? Pues es lo más natural del mundo. La familia tradicional, esa que la Iglesia defiende a capa y espada, se consolida, en la mayor parte del planeta (y en España hasta no hace mucho) cuando un hombre se compra un coño para su uso exclusivo, a ser posible con un útero para que críe a sus hijos. Eso no impide que él pueda seguir metiéndola fuera del matrimonio, porque es cosa de hombres, pero ¡ay de ella como deje que otro pene entre en su sagrado agujero!

No pongáis esa cara. Ése es el modo en el que entienden el matrimonio demasiados millones de personas, y en nuestro civilizado país esa forma de pensar sigue estando muy extendida. Tras los asesinatos de mujeres a manos de su ex, no hay celos, inseguridad ni frustración por la desvalorización del rol masculino, sino la idea natural de que tu coño me pertenece y te mataré antes de dejar que lo folle otro.

Ojo, los argumentos sobre lo natural no se ciñen al lado conservador. Podemos encontrar debates similares en todas partes. Por ejemplo, el Dr. Robin Baker sostiene que en el eyaculado masculino hay espermatozoides especializados en combatir a los espermatozoides de otros machos, lo que demostraría que estamos evolutivamente adaptados para el sexo en tropel. Al margen de que su tesis tiene muchos puntos débiles, la observación de los primates promiscuos muestra que los machos compiten entre sí incrementando el volumen de espermatozoides. Los chimpancés tienen unos güevos el doble de grandes que un humano medio, y dado que pesan un tercio menos que nosotros, en proporción sus pelotas nos triplican. Vamos, que para ser unos promiscuos naturales, nuestras gonadas dan un poco de penita.

Lo curioso es que los machos humanos gastamos un nardo impresionante. Quiero decir, incluso mi humilde colita es un cipotón king size si se compara con el de cualquier otro simio. Lo que me lleva a preguntarme ¿qué ventaja reproductiva supone? A lo mejor en algún momento de nuestra evolución (puede que en la fase erectus) el modo de atraer a las hembras fuera hacer volatines con la polla, y al llegar el celo todos los machos se pusieran a hacer el avioncito, ganando el que lograra las cabriolas más vistosas. Eso explicaría también el porqué del alegre color del glande, que daría mucho más vistosidad al revoloteo.

Bromas aparte, sí hay justificaciones naturales acerca de nuestra conducta sentimental y sexual. Aunque no resultan agradables de oír. Porque he conocido a bastantes parejas, incluída alguna muy cercana, que siguen juntos por pereza, por ignorancia o por miedo. Y eso sí es natural. Personas que arrastran una relación que lleva muerta años, si es que no nació ya malherida, pero nunca se deciden a soltar amarras. Porque ya se han acostumbrado a vivir juntos sin mirarse, porque no se imaginan que fuera puedan encontrar algo mejor, o por puro miedo a la soledad. Porque otra cosa que nos han vendido, es que no tener pareja es un fracaso.

Es un argumento muy triste, y la idea me parece absurda. Yo tengo la suerte de haber compartido media vida con una mujer maravillosa, pero sé que igualmente podría haber disfrutado mi vida sin pareja estable, y ella sería igual de feliz sin un hombre siempre a su vera. Además ser un individuo no implica estar solo, y sería una opción mucho más extendida de no ser por las dificultades económicas que apareja organizar una vida de forma individual. No nos engañemos, hoy por hoy es muy difícil pagarse un piso en solitario, y los problemas logísticos que pueden ir surgiendo, como criar un niño sin ayuda de una pareja, no son desdeñables. Pero volvemos al mismo problema: en muchas parejas, al final es una persona (usualmente ella) quien apechuga con la crianza, así que los retos pueden ser similares.

Precisamente ahora asistimos a la reafirmación de la individualidad en todos los aspectos, incluyendo el sexo y el amor. ¿Porqué no vas a poder amar a otra persona sin verte obligado a compartir casa e hipoteca? Claro que eso implica un grado de madurez que no todo el mundo alcanza, y más cuando entramos en el terreno de las relaciones abiertas, ya sean polisexuales o poliamorosas.  Otra opción que demasiada gente tilda de antinatural (debería patentar esa palabra y cobrar royalties cada vez que alguien la pronuncie con tono indignado: me iba a forrar).

Pero hombre
, dirá alguno (porque es un modo de pensar muy de tíos) eso del poliamor es un chollo, ¿no? Viva la virgen y a pillar cacho. Puede que lo fuera en los 70, cuando todo el mundo se lanzó al desmadre (a mí no me cogió, siempre llego tarde a todo ¡ay!) pero no hoy, precisamente porque la individualidad, y sobre todo la individualidad de la mujer, se ha reforzado**. Además, hablando siempre desde fuera, entiendo que este tipo de situaciones sólo pueden funcionar con una buena dosis de sentido común y capacidad de negociar y resolver conflictos, que haberlos, los habrá. Porque cuando intimamos, siempre hay consecuencias, ya sean positivas o negativas.

Y puesto que hablamos de nuestra afición a complicarnos la existencia, si alguien se plantea esa forma de vivir el amor, debe tener en cuenta que las complicaciones serán, como mínimo, tan numerosas como personas tomen parte.

Otra característica que sospecho necesitan las personas poliamorosas es una capacidad organizativa muy superior a la mía. Yo sólo necesito cuadrar mi agenda con mi chica, y aunque vivimos juntos a veces es un problema. Ése, junto al de la inevitable tensión emocional, es el principal problema que veo a este tipo de relaciones, y de ahí que, a priori, vea imprescindible la madurez. No sé si yo sería capaz de gestionar mi vida de esa manera.

Me diréis, igualmente se necesita madurez en una relación monógama. ¡Pues claro, joder, y en cualquier otra! pero como es lo natural demasiada gente se tira de cabeza sin pensar. De hecho hay más de uno y más de mil que se emparejan con la primera persona con la que follan medio a gusto, no vaya a ser que se les pase el arroz y se queden solos. Y así esas personas igualmente se complican innecesariamente la vida, por obstinarse en creer que quedarse solo es un fracaso.

Bueno, hasta aquí mis divagaciones. Quizás alguien se sorprenda de que no haya hablado de cosas tan de moda como el swinger o el bondage. Aparte de no querer extenderme más, no veo esas tendencias como formas de entender una relación, sino como juegos. Por otra parte el swinger no acaba de darme buenas vibraciones. No veo ningún problema si ambos miembros de la pareja están enteramente de acuerdo al respecto, pero, como apunté arriba, hay demasiadas cosas que se hacen por miedo a la soledad, o por dependencia hacia la otra persona. El BDSM me parece menos problemático, mientras se mantenga en los límites de la diversión. Sólo veo preocupante el coste del atrezzo, que debe ser todo menos barato: la artesanía en cuero o látex tiene un precio muy alto*** . Claro que a lo mejor buscando en las tiendas chinas se encuentran opciones más asequibles, pero la calidad será siempre muy discutible.

En fin. Por desgracia no hay recetas magistrales para evitarnos las complicaciones, precisamente porque no existe una forma natural de hacer las cosas. Así que no deberíamos ponérnoslas aún más chungas buscando excusas y justificaciones. Ya seamos monógamos, polígamos, promiscuos, solitarios, heteros, bisex, homo, transgénero... siempre vamos a encontrarnos con problemas, porque follar y amar siempre tiene consecuencias. Y dado que no amar ni follar resulta igual de problemático, si no más (no hay más que ver la cara de vinagre de Rouco o Ratzi****, que en teoría no follan y desde luego no aman) no nos queda otra opción que apechugar y tirar p'alante. Al menos nosotros, de cuando en cuando, nos reiremos por el camino.

(Actualización a fecha de 2015: tras varios años metido en el mundo de las relaciones poliamorosas, entendidas como relaciones no monogámicas, éticas y afectivas, confirmo que el esfuerzo personal que requiere este tipo de planteamiento es intenso, y el dolor puede ser tan grande como la alegría, pero estrellarse es un precio pequeño si logras volar)

* ¿Frígidas? Sólo de pensar lo que debe sentir una mujer con otra me estremezco de pura envidia.

** Se acusa al feminismo de ser un enemigo de la sexualidad. Nada me parece más alejado de la realidad: es en igualdad como una mujer puede vivir realmente su sexualidad, no como esclava atenta a satisfacer al amo, sino como persona que goza de su cuerpo en compañía o sin ella.


*** Ojo, que lo vale: he visto auténticas maravillas en algunos catálogos, de esas que requieren muchas horas de trabajo y mucha experiencia detrás.

**** Ya creíais que me había olvidado de ellos ¿verdad? Pues no soy amigo de dar hilo sin puntada.

sábado, 16 de julio de 2011

DE AMAR, FOLLAR... y lo que nos gusta complicarnos la vida (I)


Hace tiempo una amiga me preguntó porqué uso tan poquito la expresión hacer el amor. Aparte de encontrar que se ha aplicado a tantas situaciones que se puede vaciar de contenido, creo que es una fórmula que llama a la confusión. Para entenderlo, primero necesitamos definir los términos. En esencia, amar es compartirse, y follar es disfrutarse. Son conceptos diferentes, y juntos resultan geniales, pero pueden vivirse por separado.

El problema es que cuando follamos (bien) con alguien lo normal es cogerse cariño, aunque sólo sea por la propia relajación del post-polvo. Estoy seguro de que cuando nuestro compañero de escuela, el gran humanista S, se follaba un melón*, charlaba un ratito de forma amigable con la cucurbitácea mientras se fumaban el cigarrito de después. Porque la situación se presta. Y ahí viene el conflicto, porque sí, podemos hacer el amor con la persona a quien amamos, pero también podemos hacerlo justo al revés y poner la carreta delante de los bueyes.

Con dos dedos de frente, la follada no tendría consecuencias negativas, si acaso ayudaría a mejorar nuestras relaciones. Pero nos gusta complicarnos la vida e intentamos darle a nuestros actos una trascendencia que probablemente no tengan. Estás con un amigo-amiga, os gustáis, tenéis un ratito de intimidad, la temperatura sube, una polla lleva a la boca digoooo... una cosa lleva a la otra, folláis como mandriles, os corréis en comandita... hasta aquí nada que objetar, pero entonces uno (o ambos, o más si ha sido un triplete o grupo superior) empieza a comerse la cabeza con que ese polvo significa algo, porque desde siempre nos han vendido la burra de que el sexo va unido al amor.  Y no es así, a veces (muchas) simplemente nos disfrutamos. Pero el runrun no ceja y llegan las complicaciones.

La primera y más clásica es obsesionarse con que esa otra persona es especial. Que lo es, porque todos somos especiales, y si nos gustamos, pues mucho más. Pero un polvo, por rico que nos sepa, no se traduce en un amor para toda la vida.

Este es un error que antes se asociaba más a las mujeres, pero todos podemos caer. Cuando nos regocijamos, bajamos las defensas, y somos vulnerables. Tomar decisiones al calor de los genitales es una imprudencia, mantenerlas contra viento y marea cuando el calor se ha pasado es una estupidez. Y construir una relación de pareja en base a un apretón es una garantía para el desastre: el amor de tu vida se construye día a día, no te cae del cielo entre arrullos y sábanas de seda.

Esta primera complicación se debe, como digo, a la confusión, pero otras nacen de nuestra perra manía de complicarnos la existencia y complicársela a los demás. Y cuando amamos y follamos, nos la complicamos mucho. O mejor dicho, nos la complicamos mucho más. Porque demasiada gente intenta hacer de su costumbre un patrón para todos. ¿Cuántas veces no hemos oído decir que determinadas formas de amar son antinaturales? Un adjetivo que engloba TODO salvo la monogamia heterosexual. De donde se sigue que esa es la manera natural ¿no?

Bueno, si algo es natural, debe estar ampliamente representado en la naturaleza. Miremos a los primates, tan naturales ellos. Nuestro pariente monógamo más cercano es un primo tercero, el género Hylobates (los gibones, para entendernos), y el resto son grupos bastante alejados, incluyendo algunos prosimios. Pero si miramos a nuestra familia más directa, resulta que los gorilas son poligínicos (un macho, varias hembras), los orangutanes son polígamos dispersos (emparejamiento al azar, sin formar familias) los chimpancés son polígamos múltiples (grupos de machos y hembras, que follan de acuerdo al rango social) y los bonobos, además de múltiples, son bisexuales (un follón en el mejor sentido de la palabra, todo el mundo con todo el mundo, estableciendo el rango social en función de con quién se folle).

Bueno, a lo mejor los monos, además de pajilleros, son unos antinaturales, pero seguro que entre el resto de mamíferos la cosa cambia ¿no? No. La práctica más extendida es la poliginia. Nos queda el fascinante mundo de las aves, repleto de alegres pajarillos monógamos y fieles, esforzándose en hacer nidos cuquísimos para criar a sus tiernos y hambrientos polluelos. Pero cuando se ha estudiado el adn de las puestas, la imagen de fidelidad se ha caído al suelo. En la mayoría de las especies supuestamente monógamas, los cuernos múltiples (machos follando con todas las hembras de la zona, hembras tirándose a todo macho que pase cerca del nido) son de lo más habitual.

Dejemos de buscar lecciones en los bosques. La monogamia no está impresa en nuestros genes, sólo depende de los condicionantes sociales, siendo el más importante la dependencia económica de la mujer respecto al hombre. A medida que las mozas ganan el control sobre sus recursos, la pareja deja de ser un pilar inamovible y se convierte en una opción más entre otras.

Al menos, dirán los bienpensantes, sí hay algo claramente natural, y es la cópula heterosexual, Adán con Eva, Eva con Adán. Ja, y de nuevo ja, ja, y aún añadiría otro ja. Se conocen centenares de especies en las que las relaciones homosexuales son de lo más corriente, no sólo entre los mamíferos, sino en aves, reptiles e incluso insectos. Y aunque no fuera así, aunque fuéramos la única especie con prácticas homosexuales, daría lo mismo, porque la heterosexualidad sólo es obligatoria para tener descendencia, pero los humanos normalmente no follamos para tener niños, sino porque nos gusta follar. Y ahí no hay normas que valgan.

Yo me considero heterosexual en alto grado (si hetero es negro y homo es blanco, vengo a ser un gris oscuro) Encuentro atractivas a la mayor parte de las mujeres de edad adecuada** que me cruzo por la calle y muy, muy, muy atractivas a casi todas mis amigas. Soy un rendido devoto del coño, maravilla genital y centro del universo, al menos del mío. Pero de cuando en cuando se me queda en la mirada algún hombre que me hace exclamar (mentalmente, que uno es tímido) joder, me lo follaría. El último, un megaviril mulato que atendía en un macdonald, con un cuerpazo que quitaba el hipo. Aunque en este caso el follado sería yo, porque con un macizo así sales del armario sabiendo que te van a matar, pero morirás bien relleno...

Pero dejemos las confesiones para otro momento porque nos estamos desviando del tema. Lo que quiero decir es que poca gente es 100% hetero o 100% no hetero, luego no deberíamos llevarnos las manos a la cabeza si alguien se cambia de equipo a mitad de la partida...

(to be continued one day of these)

* Lo que resulta más complejo de lo que parece, pero S, que es un pozo de sabiduría, nos ilustró en su momento sobre las diversas técnicas y usos.

** Es decir, a día de hoy (editado en 2022) entre los 40 y los 65, asín a ojo

martes, 8 de marzo de 2011

TOCARSE (II) …de aquella manera…


Como ya comenté hace un tiempo, el placer del roce no tiene porqué estar directamente relacionado con el sexo, pero tampoco tiene porqué no estarlo. Es más, si hay un sentido que considero imprescindible para el buen follar, es el del tacto.

La caricia amigable, el roce casual, el ir de la manita… está muy bien pero no hay caricia como la que promete barrillo. Y, si es inesperada, mejor todavía. Hace unos meses estábamos mi chica y yo en un andén de la estación de Sol, con dos niños a nuestro cargo y rodeados de una multitud, cuando ella me dejó sin respiración metiéndo de forma sorpresiva su mano bajo mi pantalón y soltándome un buen apretón. Visto y no visto, pero lo alevoso del ataque y lo morboso de la situación me produjeron 1: una sólida e instantánea erección 2: un sonrojo digno de una novicia de clausura y 3: un subidón de temperatura que me dejó la piel ardiendo por un buen rato. Y todo con un sencillo y rápido movimiento de la mano ¡Qué no hará Ana Tamariz!

Dejémonos de escándalos públicos y vayamos a lo que nos ocupa, que es el arte del tocar. Arte que, dicho sea de paso, va mucho más allá de usar las manos.  Quiero decir, la caricia de las yemas de los dedos siempre es especial, pero el cuerpo está repleto de terminaciones nerviosas por todas partes, y dejarlas sin usar es un desperdicio inadmisible en estos tiempos de crisis (la de los 40), cuando toda ayuda debiera ser más que bienvenida.

Un pequeño inciso: ¿cuando van los desarrolladores de gadgets absurdos a comercializar un calentador de manos para juegos de cama? Una mano helada sobre tu picha, unos dedos gélidos sobre tu coño, son motivo más que suficiente para que la líbido se desvanezca. En casos de extrema urgencia suelo poner mis manos bajo el agua caliente, a la máxima temperatura soportable (que en mi caso es mucha) pero no deja de ser un apaño chapucero y desprovisto de glamour. ¿Tanto costaría complementar algún juguetito con una resistencia bajo la empuñadura? Yo lo dejo caer, por si pasa por aquí alguien del gabinete de diseño de Lulú.

Siempre que se mencionan los juegos preliminares se presuponen caricias manuales u orales, pero si no andamos con prisas (siempre desaconsejables) un prolongado y serpentino abrazo desnudo pone en contacto una gran superficie de piel, pecho con pecho, vientre con vientre. Es cálido, descansado y agradable ¿Porqué privarnos de algo así? Follar no es sólo cuestión de calentarse, también requiere relajación, y un tranquilo pas a deux calma los nervios y afina a maquinaria.

De acuerdo, eso sólo funciona con gente de espíritu reposado. Las almas inquietas como mi amiga V son incapaces de estar más allá de unos minutos sin ponerse a dar brincos y volatines, así que entiendo que en ocasiones hay que obviar el momento zen y pasar a caricias más activas. Yo, personalmente, soy un gran entusiasta de los recovecos, donde la piel suele ser muy sensible. Como la parte inferior de los pechos, donde nunca suele dar el sol, las axilas, la cara interior de los muslos… claro que a veces me despisto y se me va el santo al cielo jugueteando con el pezón o la areola, pero eso debe ser algún tipo de fijación freudiana sin importancia.

Tengo otra fijación: cuando desciendo por el cuerpo de mi pareja siempre me tomo mi tiempo al llegar a su vientre, enroscándome a su alrededor cual gatito en el cesto.  Se supone que la barriguita no es una zona especialmente libidinosa, pero para mí es un verdadero imán. Soy carne de psiquiatra: me enamoré de esa maravillosa redondez durante nuestro embarazo y no puedo (ni quiero) sacármela de la cabeza. La cubro de besos y la acaricio con las manos, con mis mejillas, con la lengua … porque, como dije, no todo es mano: la lengua y los labios son órganos táctiles de primera categoría.

Tampoco  pierdo la noción del tiempo cuando estoy a media altura: el perfume de mi chica pronto me embriaga, saca a la luz el marranete que  llevo dentro y me obliga con sus cantos de sirena a seguir camino abajo. Porque allí está el paraíso  del tacto.

No exagero: objetivamente el coño ofrece una  fantástica variedad de sensaciones táctiles. El jugueteo con el vello, acariciando y peinando el rizo. Las texturas de los labios, tan distintos los mayores de los menores, que ocultan la tersura de la pared anterior. La magia del clítoris, primero ligeramente rugoso, luego alisado al enervarse. Y la exploración del interior, dejando que los dedos descubran la humedad, el calor y la palpitación. Ahí sí que me eternizo, y no es raro que el polvo se dilate y se remate allí, porque no todo es meter.

Me entristece que en el porno presten tan poca atención  a la caricia. Sé que hay que amortizar el tiempo de grabación pero si una actriz puede tirarse doce minutos sacándole brillo al sable de su partenaire ¿No podría él dedicarle un ratito a sus labios vaginales?  Yo lo encuentro mucho más excitante que el vulgar metisaca, pero no debo ser un público mayoritario, me temo. Debería probar el porno por y para mujeres, a ver si me siento más identificado.

No quiero cerrar este tema sin  plantar mi bandera y protestar por una tendencia de lo más dañino. En los últimos años, los gurús del fashion le han declarado la guerra a los labios menores. Según dicen, son antiestéticos y obscenos, y una mujer glamourosa debería operarse para presentarse lisas y sin anormales excrecencias.  Eso me lleva a pensar que los citados gurús son pederastas mal encubiertos, porque una de las características de la madurez sexual es el desarrollo genital. Entiendo que una mujer que tenga unos labios anormalmente grande se sentirá incómoda y puede tener problemas de salud. En casos así es lógica una intervención quirúrgica, pero amputar una zona sensible por cuestiones de moda me parece aberrante.

Puede parecer un asunto trivial, pero es más grave de lo que parece. En Australia se ha aprobado una ley que considera que un desnudo es obsceno y censurable desde el momento en que muestra los labios menores, lo que ha disparado el negocio de los carniceros sin escrúpulos. ¿Es que esos legisladores no saben que en un coño normal, los labios menores siempre asoman, aunque sea ligeramente? y lo peor es que están logrando que algunas mujeres consideren que sus genitales son feos y anormales, como si no fuera bastante ya la presión de las tallas, de la edad o del tamaño de los pechos.

Dejemos el bisturí para castrar a esos impresentables. No hay dos cuerpos iguales, así que imponer modas es borrar la individualidad. No me gusta ponerme reivindicativo, pero cuando veo cosas así me sublevo y siento ganas de salir a la calle a protestar. ¡Ni un coño sin sus labios, ni un rostro sin historia, ni un polvo sin caricias!

¿Alguien se apunta a la mani?

miércoles, 19 de enero de 2011

MI PENE Y YO (II) Siempre de la manita…


Hace unos meses vi en la red una hoja de ayuda para jóvenes cristianos: se trataba de una lista de precauciones para evitar  el nefando vicio del onanismo. Entre otras cosas se aconsejaba a los muchachos rehuir las reuniones de amigos sin supervisión de adultos, para evitar la tentación de la masturbación en grupo, motivada, según el autor, por el deseo de emulación y la competitividad. Debo decir que la recomendación me dejó un tanto preocupado, porque en mi pandilla nunca nos dedicamos a la paja tribal, mucho menos a los concursos. También me entraron dudas sobre la temática de las pruebas ¿Se trata de ver quien se la menea más rápido, o más veces? ¿Se valoraba la distancia alcanzada por el eyaculado, su volumen, sus cualidades organolépticas? El cristianismo está lleno de misterios.

Vale, nosotros no nos la pelábamos en comité, pero ya se sabe como son estas cosas: quien más, quien menos, intuye cómo la tienen sus amigos. Nunca hemos elaborado un estadillo regla en mano, pero pronto sabes quien se sale de la media, sea por arriba o por abajo, o quién ha tenido problemas de caperuza. Esas cosas resultan obvias cuando se han compartido unas cuantas borracheras. Y pueden ser problemáticas, como le pasó a mi amiga M, cuando una tarde veraniega, medio adormilados en el parque, nos preguntó si sabíamos cuanto eran veinte centímetros.

A mí se me da bastante bien calcular esas cosas, así que tracé en el suelo una raya de la longitud requerida, a lo que ella respondió ¡Vaya! ¡Pues era cierto!  Ese comentario, tras unos segundos de incredulidad, fue acogido con un entrecruce de miradas descojonadas de los presentes, pues sabíamos que la medida que intrigaba a M correspondía a la polla de nuestro amigo P, no a la de su novio. Novio que, por cierto, también oyó el comentario: ni que decir tiene la cosa acabó medio mal.

M, dicho sea de paso, es un pedazo de hembra que pasa difícilmente desapercibida (cuando nos damos un abrazo mi cara queda, aproximadamente, a la altura de sus tetas, lo que no está tan mal como puede parecer a primera vista), y alguna vez he hablado con ella del espinoso tema de las medidas. Según su testimonio, nunca ha tenido problemas con la humilde talla nacional (humilde para ella, evidentemente) ya que, según sus palabras, sus usuarios suelen ser de lo más activo. Si alguna otra dama quiere ofrecernos su propia opinión, será mas que bienvenida, porque ese es uno de esos temas en los que el saber no ocupa lugar (aparte de los 14 cm famosos). 

Por cierto ¿cómo se mide una picha? Con regla, hasta ahí llego, pero ¿cómo se establece el punto cero? ¿En la parte que da al ombligo, o en la base inferior? ¿Y cómo se calibra la erección adecuada para la medición? Porque según la situación y el ánimo, la cosa puede oscilar fácilmente un par de centímetros.

Sí, reíros si queréis, pero cuando eres un chavalín sin experiencia estas cosas pueden tirar tu autoestima por los suelos. Porque, hablando en plata, hacerte pajas está bien, pero lo que quieres es follar, y te comes mucho la cabeza. Puede que hoy los adolescentes lo tengan bastante fácil, pero no era el caso allá en mi lejana juventud.  O mejor dicho, no era mi caso: como ya comenté anteriormente, los vientos del amor no me eran demasiado propicios y puedo apostar toda mi fortuna presente y futura a que los amigos de mi panda, sin excepción, se estrenaron antes que yo. Pero poco a poco, cogí experiencia en eso de relacionarme con mujeres sin que huyeran despavoridas, hasta el día feliz de mi primer polvo.

Claro que feliz, lo que se dice feliz, pues no: un puto desastre. Yo había salido de una relación bastante negativa, y aunque logré ligar esa noche (debía ser una santa o estaba más desesperada que yo) no sé quien de los dos estaba más acojonado y no hubo manera de llevar aquello a buen puerto. No buscaré excusas: mi pene se mantuvo en todo momento a la altura de las circunstancias, pero yo no. Por suerte entablé amistad poco después con C, una chica realmente increíble, y aunque no llegamos a follar me enseñó que las mujeres eran seres fascinantes, me quitó el miedo, me dio unas cuantas lecciones muy valiosas y me lanzó sin salvavidas a un mundo maravilloso.

La siguiente vez que convencí a una prójima para retozar, mi cola y yo íbamos relajados, tranquilos y llenos de esperanza, y no fuimos defraudados. Es más, la cosa superó todas mis expectativas: estar dentro de otra persona, notar sus reacciones, su calor, su vibración, acompasar tu respiración a la suya… por mucho que te lo hayan contado, no estás preparado para sentirlo. O al menos la parte que se queda fuera, porque mi picha se sentía natural cual polluelo en el nido, casi funcionando en automático y sólo le faltó gritar ¡ESTO ES LO MÍO!

Desde entonces mi pene y yo hemos mantenido una larga vida de entendimiento y buenas maneras. Al principio conocimos bastante sequía (lo de ligar se me daba de pena y sospecho que aún es así porque antes de que me diera tiempo a coger práctica conocí a la mujer de mi vida) pero en conjunto tenemos una relación altamente satisfactoria. Yo no le pido imposibles y él no me da disgustos, más allá de las puñeteras erecciones matutinas.

Las mujeres no tenéis ni idea de lo incómodo que resulta despertarte con el rabo tieso. Y mucho, porque la cosa puede ponerse realmente muy dura. Tú ahí, con la vejiga llena, y no puedes aliviarte porque tu nardo se ha puesto en huelga a la japonesa y no hay manera de que la cosa baje. Mejor dicho, no hay manera correcta, porque yo, al menos, no suelo tener ganas de meneármela recién amanecido y en días laborables mi dueña y yo tenemos horarios incompatibles, así que no queda más opción que la dolorosa ducha fría. En días no lectivos el problema horario desaparece, pero surge el del niño reclamando desayunos. Aunque alguna ocasión de ejercitarse siempre encuentras, y debo confesar que en un universo ideal en el que las parejas se despertaran ambos de buen ánimo y los hijos, recién levantados, se alienaran con algún videojuego o unos dibujos, el endurecimiento matinal sería un gran invento. Pero vivimos en un universo hostil y despiadado, y la mayoría de las erecciones mañaneras mueren sin utilidad alguna.

Por lo demás, como digo, las cosas se desarrollan plácidamente, ya sea para juegos de pareja o para partidas de solitario. Porque sí, los hombres adultos de vida sexual activa también se la menean ¿Porqué iba a ser de otro modo? Más de una vez he conocido mujeres que se sorprendían e incluso se escandalizaban de oírlo. ¿Matarse a pajas mi Antonio? ¿Porqué iba a hacer algo así? ¿Acaso no le doy yo todo lo que necesita?. Pues no lo dudo,  guapa, pero ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? Son placeres diferentes y ambos están muy bien. Que la picha no se gasta por mucho que la frotes ¿sabes? y aunque a uno le guste jugar al tenis también puede matar los ratos libres en el frontón.

Poco puedo añadir. A nivel estético debo decir que el rabo no es ningún prodigio, y en cuanto a su funcionalidad, pues deja mucho que desear: el sistema de erección es eficaz, pero complejo, puede fallar de forma puntual* y cuando no está en activo puede resultar un estorbo. Por comparación, el coño es un ejemplo magnífico de buen diseño, con unos estándares de seguridad y un concepto estético muy superiores, dónde va a parar. Pero oye, mi colita cumple con su cometido y me ayuda a pasar el rato así que no puedo echarle nada en cara.

Quisiera terminar con algunos consejos para un uso y mantenimiento adecuados del invento. El primero va dirigido a los fabricantes de ropa. Queridos señores de la industria textil, la seguridad es un valor en alza en nuestros días, así que ¿porqué no toman ejemplo de ese prohombre, el gran Jacob Davis, y universalizan la bragueta abotonada. Pocas terminos resultan más amenazadores para el pene que la ominosa palabra cremallera.

Y para vosotras, mis maravillosas amigas, sólo dos anotaciones:

– NO ES DE GOMA. Se maneja con firmeza y suavidad, sin sacudidas bruscas o frenéticas. Las lesiones peneanas duelen mucho. Pero mucho, mucho.

– NO ES MASTICABLE, así que mucho ojito. Y por favor, lo de chascar los dientes en sus proximidades, ni en broma ¿Habéis visto las tortuguitas, como esconden la cabeza en cuanto notan la proximidad del peligro? pues eso.

Yo lo dejo caer. Meditadlo y evitad indeseables accidentes. Y sólo me queda desear a todo el mundo buenas noches. Mi pene y yo nos vamos a la camita, a tener dulces sueños. Preferiblemente de los muy cochinotes, aunque luego me levante soliviantado. Que en el fondo uno es un pelín masoquista.

* Aunque yo no puedo quejarme: dos caídas del servicio en veinticuatro años de folleteo dan una tasa de errores prácticamente despreciable.