...si acabase el mundo y alguien preguntase a los hombres: «Veamos, ¿qué habéis sacado en limpio de vuestra vida, qué conclusión definitiva habéis deducido de ella?», podrían los hombres mostrar en silencio el Quijote y decir luego: «Ésta es nuestra conclusión… ¿podríais condenarnos por ella?». (F. Dostoievsky)
Nuestro rústico amigo no es ciego. La gloria, las comodidades y la riqueza son tentadoras, pero en el fondo siente que Sancho el Gobernador no es Sancho Panza. Y tampoco Don Quijote es tal sin su escudero. Por eso, tras la última burla, el asalto y batalla nocturnos por la Ínsula, Sancho abraza a su burro, lo enjaeza, y parte, aunque intenten retenerlo con promesas y mieles, porque...
...más quiero recostarme a la sombra de una encina en el verano y arroparme con un zamarro de dos pelos en el invierno, en mi libertad, que acostarme con la sujeción del gobierno entre sábanas de holanda y vestirme de martas cebollinas. Vuestras mercedes se queden con Dios y digan al duque mi señor que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano. Sin blanca entré en este gobierno y sin ella salgo
Por cierto que Sancho que entre alegre y triste venía caminando sobre el rucio a buscar a su amo, cuya compañía le agradaba más que ser gobernador de todas las ínsulas del mundo... nos da una nueva muestra de su nobleza, sin más testigos que las aves y los lectores. Se encuentra con unos pobres peregrinos y, no teniendo dinero para darles, comparte con ellos lo poco que lleva, un pan y algo de queso. Al ir a seguir su camino, uno de ellos le reconoce y le habla
—¿Cómo y es posible, Sancho Panza hermano, que no conoces a tu vecino Ricote el morisco, tendero de tu lugar?
Un morisco, desterrado de su tierra, señalado por la ley como enemigo de Dios y del Rey, disfrazado para eludir a la Santa Hermandad. Pero Sancho sabe que ley no es justicia, y se funden en abrazo. Esa noche compartirán confidencias, noticias, recuerdos y afecto. Ricote ofrecerá riqueza a Sancho, pero el elige, una vez más, su camino, el que comparte con Don Quijote.
Y allá van de nuevo, pese a las súplicas de los Duques, porque quien se dice andante no puede permanecer ocioso y cortesano. Así que, a lomos del rucio y de Rocinante, parten, más unidos que nunca, tras su larga separación. Que bien dijo en su momento Don Quijote a sus hospedantes...
yo no le trocaría con otro escudero, aunque me diesen de añadidura una ciudad,
Ni Sancho buscaría otro señor, ni más destino que seguirle. De hecho demuestra ser el único que quiere a Don Quijote, sólo él le es fiel, contra viento y marea. Y cuando, tras el triste duelo con el Caballero de la Blanca Luna, vuelven, vencidos, hacia su tierra, y alguien le dice...
—Sin duda este tu amo, Sancho amigo, debe de ser un loco.
—¿Cómo debe? —respondió Sancho—. No debe nada a nadie, que todo lo paga, y más cuando la moneda es locura
Y, si no han de ser caballero y escudero, pastores serán, y ya casi paladean esa nueva vida, de nuevo en el camino, sin más techo que las estrellas.
Pero el sueño tiene un final. Los que se han empeñado en curar a Don Quijote, sin duda pensando en su bien, le han arrebatado lo que de verdad le importaba, y, por fin cuerdo, don Alonso Quijano, el Bueno, ya no tiene motivos para vivir. Bien lo sabe Sancho, que no duda en acusarse de todo lo malo
Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros y el que es vencido hoy ser vencedor mañana.
No hay caso. Don Quijote ya no está, y don Alonso sólo espera su turno para marchar. Pero, incluso cuerdo, sabe cuanto le debe a su amigo
si como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de la ínsula, pudiera agora, estando cuerdo, darle el de un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece.
La muerte de Don Alonso cierra la historia. Nunca sabremos qué fue de Sancho. Su vida seguirá, y están Teresa y Sanchica, que nunca han dudado de él (igual que él nunca dudó de su señor), por mucho que sus actos les parecieran incomprensibles. Hace años me atreví a imaginar un final, pero es innecesario. Don Quijote, que no Don Alonso, le hizo un regalo, cien, mil veces más valioso que todas las ínsulas o reinos de este mundo: le dio la oportunidad de elegir.
Y esas son, para mí, las razones de Sancho. No siguió al loco por codicia o engaños. Eligió seguirle por su nobleza, la verdadera, y al hacerlo eligió la libertad.
El Quijote es EL LIBRO. Lo fue hace siglos y lo es hoy. Cervantes no sólo creo una forma de narrar única, que resiste sin desgastarse el paso del tiempo, además nos regaló una obra inacabable, porque quien lo ama nunca termina de leerlo. Para mí es, sobre todo es un canto a la libertad. La libertad de abrazar a quien, diga lo que diga el rey, es tu vecino y amigo. La libertad que defiende Marcela, la pastora, en la primera proclama feminista de la literatura universal. La libertad de quien señala la hipocresía y la molicie, mientras revela la nobleza de la gente común. Y, por encima de todas, la libertad del camino, porque nadie es más libre que quien a nadie debe y a nada se sujeta, salvo a sus principios.
Volveré a leerlo, y volveré a asombrarme, y descubriré que sigo sin entenderlo, y que bajo lo que yo creo hay otro libro totalmente diferente. Como será diferente el que descubrirá quien quiera que lo coja por primera, segunda o quinta vez. Animaos y no os dejéis intimidar por los prejuicios: leed el Quijote, soñad, y regalarnos vuestros sueños