Además de no comprender la terminología científica más básica, los medios (y en consecuencia su público) tienen fijación por algunas expresiones, también mal entendidas, que suelen copar los titulares como si de mantras periodísticos se tratara.
El primero es darwinismo. Dada la incapacidad de los informantes de ir mucho más allá de los primeros párrafos de la wikipedia, la imagen que recibe la sociedad es que los científicos siguen recitando los textos de Darwin a modo de Nuevo Testamento, y que El Origen de las Especies es una suerte de libro sagrado e inatacable. Al hacerlo ignoran que el propio Darwin reescribió y corrigió su obra en varias ocasiones. Tampoco suele mencionarse que en las primeras décadas del siglo XX el darwinismo como tal fue perdiendo influencia ante nuevas posibilidades como los estudios de Mendell e incluso el lamarckismo, que vivió un breve florecimiento antes de extinguirse. Sin embargo a medida que aumentaba el conocimiento sobre los mecanismos de la herencia la selección natural volvió a ser reivindicada
Lo que hoy en día llamamos darwinismo es es en realidad un Neodarwinismo o Darwinismo de Síntesis, un edificio cuyos cimientos son, en efecto, las ideas de Darwin sobre la selección natural, pero que incluye además elementos tan diferentes como la herencia mendelliana, la genética de poblaciones de Haldane y Fisher, la biogeografía de Wallace, el equilibrio puntuado de Gould y Eldredge, la selección a nivel de genes planteada por Dawkins… y lo que venga, porque la ciencia, al contrario que las creencias irracionales, no está fosilizada.
Precisamente el término fósil unido a la palabra hallazgo suele cortocircuitar los cerebros de las redacciones, ya que ante cualquier descubrimiento de interés (un dinosaurio o un homínido, para los periodistas el resto de los seres vivos no cuenta) nos encontramos con titulares como la teoría de Darwin se tambalea ante nuevo hallazgo fósil o Hallazgo fósil confirma las ideas de Darwin. Y ni una ni otra, porque la obra de Darwin no hablaba de fósiles sino de seres vivos, y las pruebas que recopiló se basaban en los seres vivos. Los fósiles nos brindan una magnífica ventana al pasado y nos ayudan a reconstruir la historia de la Tierra pero aunque no tuviéramos ni uno solo la teoría de la selección natural seguiría sosteniéndose.
A cuento de los fósiles hay otro término que copa los titulares. Cada vez que se publica un nuevo descubrimiento relacionado con los homínidos los periódicos nos saludan con Hallado el eslabón perdido, A la búsqueda del eslabón perdido, Nuevo eslabón perdido y similares, lo que el maestro bloguero Paleofreak bautizó como la eslabonitisde la prensa. El concepto en sí es una herencia victoriana sin valor científico, que se originó al simplificar groseramente las teorías de Darwin como El hombre desciende del Mono. Eso dio paso a la idea de que debía haber un antepasado intermedio entre el hombre y el mono, un eslabón perdido en la cadena de la vida. La idea arraigó tanto en la mentalidad de la época que propició la más célebre estafa paleontológica del siglo XX, el Hombre de Piltdown, construido para ajustarse al supuesto eslabón, o el icono clásico con que abrimos esta entrada, tan conocido como erróneo. Ya no digamos si juntamos la eslabonitis con la política, como hace unos años, cuando el hallazgo de Anoiapithecus brevirostris se convirtió, por obra y gracia del arte periodístico, en El eslabón perdido era catalán.
Este tipo de errores podrían evitarse con un poco de sentido común. No es necesario ser biólogo para entender conceptos tan sencillos, basta con tener un poco de interés por el trabajo bien hecho y hacer cosas tan evidentes como comprobar las fuentes, consultar un diccionario… todo lo cual, dicho sea de paso, es muy fácil gracias a la red. Eso por parte de quien redacta la noticia, pero se supone que por encima de él hay un ente conocido como editor, que cobra más que el sufrido plumilla y justifica su sueldo revisando el trabajo del primero (que a su vez suele ser una simple revisión de lo aportado por algún hambriento becario). Sin embargo hoy en día parece que tanto uno como otro dedican la mayor parte de su tiempo a olvidar lo que (supuestamente) aprendieron en la facultad.
Otro conjunto de pifias podrían evitarse con la sencilla norma de desconfiar de los traductores automáticos. Dado que la mayor parte de los medios españoles se han convertido en meros difusores de noticias de agencia, estaría bien que algún que otro redactor tuviera unas mínimas nociones de la lengua de Shakespeare y así evitar que una noticia del tipo prof. Mary Schweiltzer does a bone comparison between modern chicken and female T-rex se convierta en El profesor Mary Swechltezir demuestra que las gallinas descienden del tiranosaurio hembra o cosas peores.
No seré yo quien solicite una oficina de censura de titulares científicos, líbreme el FSM, pero en mi opinión una moderada tanda de latigazos de cuando en cuando beneficiaría mucho a los responsables de los noticieros. Cada vez que los periodistas hablan de divulgación surgen las lágrimas y los reproches ante la incomprensión y ceguera que muestran los científicos a la hora de relacionarse con los medios, pero el sector debería empezar por hacer autocrítica: si los científicos sienten rechazo, es en gran parte por la frivolidad y la falta de solidez que muestran los medios a la hora de informar. Nadie exige que los informadores sean titulados en ciencias exactas, pero un correcto empleo del vocabulario y un poco de dedicación a la hora de documentarse sería un excelente punto de partida.
Y paciencia, señores, un poco de paciencia. El mundo no va a colapsar porque se tomen unos minutos para repasar un texto y verificar una fuente. Si me apuran incluso podrían revisar la ortografía y quizás, sólo quizás, dar una noticia interesante sin convertirla en una mamarrachada.