Mujer iroqués

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domingo, 17 de septiembre de 2023

PLUMAS Y MÁS PLUMAS (va de dinos)



Hace poco, un amigo dibujante* preguntó sobre si es o no razonable poner plumas a los grandes dinosaurios carnívoros como alosaurio o tiranosaurio. Al parecer veía un cierto consenso en cuanto a no emplumarlos. Y bueno, me dije, vamos a intentar explicar bien este tema, porque tiene mucha miga.

Si es que te gustan los dinosaurios, claro. Si no es así, puedes dejar de leer aquí y echar a correr antes de que yo te vea y me acerque a contarte alguna dinocosa.

Sí, soy esa persona a la que le dices buenos días y, antes de que puedas saber qué ha sucedido, te está soltando una chapa de seis kilómetros sobre dinosaurios

Y cuando intentas escapar descubres que te he encadenado a una farola, la fuga es imposible MUA HA HA HA HA HA.

Pero venga, voy a suponer que el tema como mínimo te despierta alguna curiosidad así que vamos con las dinoplumas.

Lo primero ¿Qué dice la evidencia fósil? Pues resulta que hay impresiones de piel de Tyrannosaurus rex sin plumas. Caso cerrado, los tiranosaurios no tienen plumas, fin de la investigación...

... salvo que no tenemos impresiones de cuerpo entero de un tiranosaurio, sólo huellas parciales de algunas zonas del cuerpo. Eso no significa que no pudiera haber plumas en otras zonas, pero indica que, si tenían plumaje, no cubría todo el cuerpo y habría amplias áreas de piel desnuda. Luego volveré sobre este punto.

Vayamos por partes. Ante todo quiero dejar claro que, en principio, cualquier dinosaurio, del grupo que sea, podría tener plumas. Es así porque los pterosaurios (los grandes voladores del mesozoico) también las tenían, luego el antepasado común de pterosaurios y dinosaurios tenía plumas. Luego incluso un diplodocus podría tener plumas.

Por si alguien no entiende lo del antepasado común, voy a explicarlo brevemente. Las plumas son un elemento anatómico de gran complejidad, por lo que resulta estadísticamente muy improbable que hayan surgido en la línea evolutiva más de una vez. Así pues, si un animal tiene plumas comparte un vínculo con los demás animales con plumas.

El caso del pelo y los mamíferos es similar. Cualquier mamífero puede tener pelo, porque el antepasado común de todos los mamíferos era peludo. Ahora bien, en determinados casos, ese potencial apenas se expresa. Los delfines, por ejemplo, sólo tienen unos pocos pelos testimoniales. Los elefantes africanos tienen muy poco pelo, mientras que el elefante indio tiene bastante pelo por comparación. La rata topo solo tiene unos pocos por el cuerpo más las vibrisas de la nariz... etc.

Así que potencialmente cualquier dinosaurio podría tener plumas, pero no todos los dinosaurios las desarrollarían. Y ahora volvamos a la pregunta inicial ¿se encontrarían plumas en los grandes carnívoros? o, mejor dicho ¿en qué condiciones podrían presentar plumas esos animales?

El plumaje cumple varias funciones, y la primera (seguramente la primigenia) es el aislamiento térmico. A priori es posible que los grandes terópodos no las necesitaran. Los animales endotérmicos pierden calor por la piel, pero los animales muy grandes tienen una gran inercia térmica, ya que el volumen se incrementa en factor de 3 y la superficie en factor de 2

Explicación rollo, pero necesaria. Supongamos un cubo de 1 m de lado lleno de agua. Cada cara tiene 1 m² de superficie luego su superficie total es 6 m². Su volumen es 1  y su masa es de una tonelada (1000 litros de agua) 

Vamos a duplicar las dimensiones del cubo. Ahora tiene 2 m de lado. Su superficie pasa a ser, para cada cara, de 4 m², luego en total tiene 6x4 = 24 m². Pero su volumen ahora es de 2x2x2, es decir 8 m³, luego su masa es de 8 toneladas, luego ahora tenemos, por cada tonelada de peso, 24/8 = 3 m² de superficie. La masa se ha multiplicado por 8, mientras que la superficie lo ha hecho por 4. A igualdad de forma, la relación masa/superficie se ha reducido a la mitad

Los teropodos son todos similares en forma, así que, a grandes rasgos, un ejemplar de 1 tonelada tendría una superficie X de piel, pero uno de 8 tn tendría una superficie de 4X, es decir, su relación masa/superficie sería la mitad.

Pues bien, la masa de un tiranosaurio adulto se estima en torno a las 8 toneladas y la de un alosaurio es mucho menor, tal vez 1'2, 1'5 toneladas. Luego en principio un tiranosaurio no necesitaría cubierta de plumas pero alosaurus quizás si la precisara...

... dependiendo del entorno

Los dinosaurios no vivían sólo en los paisajes tropicales que muestran las películas. Ocuparon todo el planeta, incluyendo las zonas polares. Un tiranosaurio que viviera, por ejemplo, en la actual Alaska podría necesitar algo de abrigo. Con noches largas y heladas y días breves y muy poco calurosos, la inercia térmica no bastaría. Los elefantes actuales apenas tienen pelo, pero los mamuts lanudos, que vivían en el norte de eurasia, eran literalmente masas de pelo con patas.

Lo mismo se puede decir para alosaurus (hay evidencias de alosaurios en la antartida) Así que, en funcion del escenario, podrías emplumarlos o no.

Pero las plumas no solo sirven de abrigo. Tienen otras funciones. Por ejemplo, protección UV

En un ambiente muy soleado, las plumas podrían proteger al animal contra la radiación solar. En ese caso, el dorso del animal estaría cubierto. Y si estaba ahuecado podría atrapar algo de aire, facilitando la refrigeración. 

Es una hipótesis personal, pero no lo veo inviable. Así que podríamos emplumar a un tiranosaurio o alosaurio que estuviera en un entorno muy expuesto al sol.

Y llegamos al último punto, mi favorito.

LAS PLUMAS SIRVEN PARA FOLLAR

Las aves modernas, los machos, para ser concretos, exhiben los plumajes más absurdos, incómodos y poco prácticos que podamos imaginar, no para abrigarse ni para no asarse al sol, sino para atraer a las hembras y echar un polvete.

Durante el celo, un tiranosaurio podría presentar áreas de plumaje muy llamativas en unos pocos puntos del cuerpo, quizás en la cabeza, los costados del cuerpo, el dorso... por un lado el plumaje le haría parecer más grande (lo que disuadiría a otros machos de enfrentarle) y por el otro se mostraría ante las tiranochurris como un galán triunfador que no solo tiene energía para cazar y expulsar a sus competidores, sino que le sobra para lucir un atuendo absurdamente colorido, y, porqué no, quizás se pavonearía para enseñarlo más claramente.

Imagina la cola del trex como un abanico de plumas de colores mientras su afortunado poseedor interpreta el equivalente cretácico de la danza del culo de Shin Chan ¿Que hembra se resistiría? 

No, no estoy  inventándome nada que no esté ya inventado. Los animales modernos exhiben las estructuras y comportamientos más absurdos para asegurarse la follacion ¿porqué debería ser distinto en el mesozoico?

Resumiendo. La cuestión del plumaje depende de la función que quieras atribuirle

_ Termoregulacion: cuanto mayor sea el animal y más cálido el clima, menos necesarias son las plumas

_ Insolación: sólo serían necesarias en climas de tipo desértico

_ Folleteo: Sí, en cualquier ámbito, hábitat y especie

Y... en caso de ser plumas para la follacion, no necesitan cubrir todo el cuerpo, solo aparecerían en las áreas más adecuadas para una exhibición, de ahí que no sean incompatibles con la evidencia fósil de áreas de piel desnuda  del T-rex que mencionabamos antes.

Y con esto doy por finalizada la chapa sobre plumasaurios. Si has llegado hasta aquí, espero no haberte decepcionado y te informo de que estoy escribiendo un libro sobre este y otros temas igual de entretenidos relacionados con la follación del Mesozoico. Así que, cuando llegue el momento no olvidéis...

COMPRAAAAAR, COMPRAAAAR, MIS HERMOSOS (y plumíferos) JABALÍIIIES (dinosaaaaaurios)


* Aitor Eraña, por favor no dejéis de ver su trabajo https://www.deviantart.com/terminaitor

domingo, 2 de enero de 2022

PALABRAS PODEROSAS


Disclaimer: esta entrada no es apta para
#señoros. Si eres el tipo de persona que piensa que su polla es el centro del universo y que responde a cualquier crítica legítima con un #notallmen te has equivocado de blog y deberías buscarte otro espacio en el que sentirte seguro.


Hace poco, hablando con mi amigaamada Eva*, comentamos nuestra sexualidad, cómo la vivimos y cómo influye en nuestro día a día. Entonces ambos fuimos conscientes de un detalle: sexualidad es una palabra de género femenino.

Cuando lo noté, me pareció que se trataba de algo natural, ya que desde siempre he creído (y, en mi experiencia, verificado) que la sexualidad de la mujer es más profunda, intensa y poderosa que la masculina. De ahí que no me resulte sorprendente que la propia palabra sea femenina

Antes de que se me echen al cuello los defensores de la mal llamada incorrección política**, diré que sí, existe la sexualidad masculina. No sólo eso: de hecho es la sexualidad omnipresente. La mayor parte de nuestro entorno sexual se centra en lo masculino y la satisfacción del deseo masculino en todos los ámbitos, desde el publicitario hasta el cultural pasando por el lingüístico (que sigamos diciendo que algo es la polla o cojonudo cuando es sobresaliente, y un coñazo cuando nos aburre, no es una casualidad)

¿Porqué digo que la sexualidad masculina es predominante? Pensemos, por ejemplo, en el porno. El volumen de escenas sexuales dedicadas a un público masculino, en el que todo, desde el vestuario hasta las prácticas van dirigidos a la satisfacción de los hombres, es abrumador. Por supuesto hay quien defiende que videos como los de la productora K, que suelen consistir en violaciones colectivas por parte de una turba de machotes sobre una mujer solitaria con todo tipo de elementos degradantes (violencia, dolor, lesiones en la piel, penetraciones forzadas, ataduras, eyaculaciones masivas en la boca...) son en realidad obras destinadas a un público femenino cuyas fantasías, oh casualidad, coinciden exactamente con la satisfacción de los deseos sexuales masculinos más extremos (y lo mismo sucede en la imaginería BDSM, cuyos defensores a ultranza insisten en lo revolucionario que es que la mujer ocupe siempre el rol sumiso, casualmente el que tradicionalmente se le ha asignado hasta apenas un suspiro).

Y sí, no dudo de que habrá alguna mujer que tenga esas fantasías (hay gente que colecciona sellos, de todo hay en la viña del señor) pero no me trago que ese sea el público al que van dirigidas esas producciones.

Incluso las escenas sexuales supuestamente lésbicas están orientadas, en un 90%, a un público masculino, y coinciden poco o nada con el verdadero sexo entre mujeres (no, lo de la tijereta no es tan divertido, sólo es algo para un momento puramente genital, y tampoco las lesbianas están deseando que entren algunos hombres para completar la fiesta, son así de sosainas, ya veis)

Uno podría verse tentado a creer que si la sexualidad masculina está presente en nuestras vidas de una forma tan abrumadora, será porque es mucho más intensa que la femenina, pero no es así. Sexualmente, los hombres heterosexuales son más burdos que un calcetín de esparto, su concepto del sexo es puramente coitocéntrico (lo que viene a ser, meterla) y su único objetivo es eyacular. Todo el proceso junto puede durar ¿cinco minutos? y fin

En ese mismo esquema la sexualidad femenina es puramente pasiva, la única fuente de placer es la penetración, y si hay alguna caricia, del tipo que sea, se la considera un preliminar, es decir, un simple aperitivo antes del plato fuerte, que es el envite viril del poderoso miembro masculino. Y, por supuesto, esa mujer esperará con éxtasis la eyaculación de su macho o machos.

No es algo de ahora. Este modelo de normatividad sexual nos viene dado desde el siglo XIX. En el imaginario social la mujer esperaba, sumisa y agradecida, a que su esposo reclamara sus derechos sobre su cuerpo. No se esperaba que ellas sintieran deseo sexual alguno, salvo que se tratara de mujeres públicas, es decir, prostitutas, actrices, cantantes, adúlteras, incluso miembros de la servidumbre***... a las que se señalaba como culpables de toda depravación. 

También en los años de la (en mi opinión) mal llamada Liberación Sexual, todo se enfocaba a la satisfacción del deseo masculino. La mujer liberada debía estar siempre disponible, so pena de ser tildada de reprimida. E incluso en los ambientes liberales de nuestros días**** sigue considerándose que una mujer debe orientar su sexualidad hacia lo que desean los hombres. No haciendo aquello que ellas desean, sino dando por hecho que lo que quieren sus compañeros es exactamente lo que ellas ansían. Incluyendo la violencia de la que hemos hablado. 

Yo no soy ningún campeón sexual, ni un rey de la promiscuidad (aunque a ojos de algunos podría parecerlo, vista la estrechez de sus mentes) pero he visto la sexualidad femenina real, cuando se expresa libre, con confianza y sin ataduras. Me he quedado maravillado ante ella, y me he sentido un privilegiado por ello.

Y ahora, parafraseando cierta película de culto, debería deciros que he visto cosas que no creeríais. He visto naves de asalto en llamas más allá de Orión. He sentido que una mujer que pesaba 15 o 20 kilos menos que yo me alzaba en vilo casi sin darse cuenta. Otra que me sacaba una cabeza me dio la vuelta y me dejó flipando con un simple movimiento de sus piernas (de verdad aún no sé cómo lo hizo). He notado bajo mis yemas estremecimientos que no tenían nada que envidiar al volcán de la Palma y me he bebido (y compartido) un torrente cálido de placer que parecía inagotable. También he vivido experiencias dulces y calmadas. O de lo más pedestre, ese polvo que como mucho es un por relajarnos, a ver si dormimos mejor. Y a veces nos ha salido de pena, que más que echar un polvo se nos ha caído, y nos hemos partido de risa juntos, sin malos rollos ni sentirnos culpables, porque a veces no era el momento, o simplemente esa persona y yo no tenemos esa química y no hemos insistido. Porque ni hay dos personas idénticas, ni dos momentos iguales, ni dos relaciones comparables. 

Y la he cagado muchas veces, pero he tenido la oportunidad de aprender y evitar cagarla de nuevo, al menos de la misma manera. Porque nadie está a salvo de cagarla, ni hombres ni mujeres.

Pero la cuestión, lo importante, es que YO NO SOY EL PROTAGONISTA, simplemente colaboro (porque ahí somos dos personas) a crear un espacio seguro en el que dejarnos llevar, sin preocuparnos de nada más que nosotros, sin comparaciones y sin más límites que los que nosotros mismos nos hemos impuesto. Límites que pueden ser muy amplios

Habrá quien exprese su deseo de forma más normativa (aborrezco la palabra vainilla, porque demasiada gente la usa de forma despectiva) y habrá quien deje salir fantasías y kinks inimaginables. La clave es que, sea cual sea el caso, esa persona se sienta libre de hacer lo que desea, sin sentirse presionada, juzgada o evaluada. 

La verdadera sexualidad femenina aflora cuando quitas las trabas y las imposiciones, y es maravillosa. No se parece una mierda a lo que se ve en el porno o se lee en esas publicaciones tan audaces que te explican como debe ser la mujer del siglo XXI. Y es mucho, mucho, mucho más variada, profunda, intensa que la masculina.

Ahora alguno me dirá ¿y no podría cambiarse eso? ¿No podríamos hacer la experiencia masculina más parecida a la femenina. Y la respuesta es SÍ, CLARO QUE SÍ. Sólo que ese SÍ tiene un enorrrrrrrrme PERO. Para vivir algo así, hay que dejar a un lado lo establecido, lo normativo, y eso implica renunciar al privilegio de ser la norma, aceptar todos nuestros matices y diferencias. TODOS. Y experimentar libremente y sin prejuicios.

Y mientras eso no sea algo general (y ya os digo que por mucho que intenten venderme esa libertad sexual tan del siglo XXI, yo sólo veo lo de siempre, maquillado) la palabra SEXUALIDAD, con mayúsculas, seguirá siendo femenina.

* Con su permiso, pronto os hablaré de ella

** Lo que ese tipo de personajes tan tan revolucionarios llama "incorrección política" coincide, oh casualidad, con lo que era el pensamiento dominante hace apenas un par de décadas, cuando todo se regía por la medida masculina y normativa y lo que no entrara en esa categoría era considerado inferior e incluso risible

*** Las mujeres del servicio, en España al menos, solían tener la obligación encubierta de servir de colchón al señorito, y en caso de que la cosa saliera a la luz, se las acusaba a ellas como responsables por su lascivia o bajeza moral

**** Lo que he visto del swinger me da ganas de rascarme como si tuviera sarna, el mundillo BDSM, salvo excepciones, rezuma machismo de una forma casi putrefacta y en el ambiente poliamor que frecuenté hasta 2018 pronto se pasó de una apariencia de apertura de mentes a la norma masculina*****, hasta que la burbuja saltó por los aires. Dado que estoy alejado del entorno desde entonces, es posible que las cosas sean ahora distintas, ojalá sea así.

*****Y, con lo fácil que es disfrutar del privilegio, yo mismo lo hice y actué como un machito invasivo y creído, hasta que me lo señalaron públicamente y me fui. 

sábado, 30 de julio de 2016

JARRI POTTER (I) El Armario sin Fondo

Bienvenidos al quidditch, el deporte de equipo más fálico del planeta



Lo que sigue, es el fruto de una serie de comidas de tarro personales y una larga y fructífera conversación con @laguiri . Gracias por tu paciencia, E.


Creo que muchos conocéis o imagináis el escaso aprecio que siento por el protagonista de las novelas de J. K. Rowling. Voy a dejar* las razones de mi inquina contra don hacedme casito que soy especial buaaaaa y voy a centrarme en otro elemento del universo potteriano que me tiene con la mosca tras la oreja desde hace tiempo: la normatividad.

El mundo mágico creado por Rowling es, amen de muy poco funcional y económicamente inviable, un páramo gris de normatividad, algo que la saga cinematográfica ha exacerbado hasta la nausea. Normatividad sexual, sobre todo, pero también de otros tipos, como veremos a continuación.

Pensemos en la familia directa de Jarri, sus tíos y su primo. Los Dursley son tontos, mezquinos y, sobre todo, ridículos porque son GORDOS. Es más, presumen de su gordura jajajaja, qué patéticos, y como castigo a su maldad la tía segunda de Jarri, Marge, que de por sí ya es bien gorda, es inflada como un zeppelín.

Tenemos a Neville Longbotton, al que también Voldemort condenó a morir, como a Jarri, por el mismo motivo que a Jarri, y que es huerfano a todos los efectos ya que su familia fue torturada hasta la locura por protegerle. Vale que no tiene una cicatriz molona como Jarri, pero debería al menos tenérsele en cierta consideración pero es un personaje que genera rechifla y se le retrata... gordo (no se volverá un personaje respetado hasta que adelgace)

Están los guardaespaldas de Draco Malfoy, Crabbe y Goyle, que son unos matones descerebrados y solo piensan en atracarse de comida y, oh sorpresa, son bien gordos. Por contra, los hermanos gemelos de Ron, que se pasan la vida asaltando la cocina, son altos y delgados (será cosa metabólica, ya se sabe, si eres de los malos te engorda hasta el aire)

También hablamos de normatividad racial. Hay algunos rostros no blancos, pero todos los personajes con más de tres párrafos de diálogo son caucásicos. Y como prueba de cargo, como me recuerda @ComandanteVimes, la actriz que interpreta a Lavender Brown en El prisionero de Azkaban es negra pero, en el Príncipe Mestizo, cuando por fin le dan un mínimo protagonismo (y le mete la lengua hasta el gañote a Ron "malamigo" Weasley, ascendido a sex symbol desde que juega al quidditch) la cambian por una actriz blanca. La productora se justifica explicando que la primera interprete no siguió trabajando, que no se manejaba bien en papeles hablados, que... ¿de verdad pretenden que creamos que entre las 7000 chicas que se presentaron al casting para la sexta peli NO HABÍA NI UNA SOLA ACTRIZ NEGRA QUE SUPIERA HABLAR?

O quizás es que en el montaje final se olvidaron de incluir la escena en la que Lavender sufría los terribles efectos del hechizo blanqueate levioooosa

 Harry se lo puede montar con orientales pero ¿una chica negra morreando con un pelirrojo? ESO ES ANTINATURAL

Pero basta de normatividad estética/étnica y vamos a la que nos importa, la sexual. Tenemos un mundo en el que conviven al menos seis especies inteligentes: humanos, elfos, duendes, centauros, gigantes y sirenios. Y en toda la saga no hay un solo personaje abiertamente homosexual o trans. EL UNIVERSO POTTERIANO ES CISHETERO**.

No sólo todo el mundo más allá del andén del andén 9 3/4 es heteronormativo: hablamos de una sociedad patriarcal, en donde, salvo las profesoras (todas solteras), una periodista de cotilleos y alguna funcionaria, no vemos una sola mujer cuyo oficio no sea ser señora de. A nadie le importa a qué se van a dedicar las condiscípulas de Jarri porque ninguna (salvo Hermione y Luna) parece preocupada por nada que no sea ponerse ideales de la muerte en el baile*** y arrimarse mucho a la estrella de quidditch del momento o a cualquier macho que parezca un buen partido (no debe haber mucho donde escoger, ya que hasta Ron parece despertar un razonable interés).

Empezando por la mamá de Jarri que se ayuntó con el macho alfa del insti sin importarle que se comportara como un matón chulesco, y es que el amooooooor lo redime todo.

Una de las escenas más lamentables tiene lugar cuando, en la cuarta película, las alumnas de la academia Beauxbattons entran en el comedor de Hogwarts ejecutando una coreografía de caderas meneantes, suspiritos y caídas de pestañas, siendo acogidas por un montón de boquiabiertos y hormonados adolescentes con la varita enhiesta, y muchas adolescentas mosqueadas, porque esas francesas guarras vienen a quitarles el novio (el único al que no parece faltarle riego al cerebro es Jarri ya que, como bien comenta el tuitero @aburrido354, tiene la mente ocupada pensando en vicios orientales, así que no le queda tiempo para parisinas)

Las chicas de Beauxbattons, para nada estereotipadas

Dicho sea de paso, la representante de dicha escuela en el torneo de los magos se limita a hacer bonito, lucir bañador y ser rescatada, es decir, el rol femenino clásico en las novelas de aventuras.

El grado de heteronormatividad es tal que, cuando Jarri, Hermione y Ron usan la poción multijugos para adoptar la apariencia de tres alumnos de Slytherin, por supuesto ellos dos se transformarán en chico y ella elige a una chica, porque de no ser así, hubiéramos tenido una chica con pene Y ESO NO PUEDE SER

Hay, cierto es, unos pocos personajes de identidad sexual... discutible. Los Malfoy no rezuman excesiva virilidad, y las novelas y la película dejan entrever cierta fascinación equívoca de Draco por Jarri, pero al final de la saga sabemos que el joven y desustanciado albino ha hecho lo que se esperaba de él, es decir, casarse y tener hijos. Y, porqué no decirlo, esos hombres afeminados, invariablemente, pertenecen al bando de los malos. Todos los buenos son machos machotes, incluso Remus Lupin, que podría presentar, como humano, una cierta ambigüedad, pero en su otra personalidad es un hombre lobo viril y peludo. Y para asegurarse de que no quedan dudas, la señora Rowling me lo casa antes de hacerle morir como heroico heterosexual


Draco, a veces, parece soñar con un mundo distinto, donde él sería libre de ser fiel a sí mismo

Como remate, y de nuevo esto se ve mucho más exacerbado en las películas, la sexualidad en el mundo de los magos es apagada, casi totalmente gris. La señora Weasley no parece hacer otra cosa en su vida que cocinar y coser, el señor Weasley resulta difícilmente reconocible como procreador (recuerda mucho al señor Ropper, de Un Hombre en Casa), la madre de Malfoy tiene pinta de no haber tenido un orgasmo en toda su puñetera vida y, dada la escasa sexualidad de su señorial marido, probablemente se quedó preñada en su primer polvo y ya se dijeron, para qué repetir. Los únicos personajes que despiertan interés sexual entre las masas son el profesor Lockhart, por cuyos pijísimos encantos suspiran todas las brujas de bien y de cualquier edad, y el megamacho del Este, la estrella de quidditch Victor Krum, el buscador testosterónico, a cuyo paso caen las bragas a millares (Hermione debe ser la mujer más odiada de todo Hogwarts, ya que ha catado su legendario y firme mango de escoba)

Ron descubre que A: Hermione tiene un culo fantástico y B: no va a ser él quien arrime cebolleta

Hay una sola excepción a esta norma, la loca, loquísima Bellatrix Lestrange, que, dada la desazón de Voldemort ante su muerte, parece haber sido la única que ha visto de cerca la varita del tenebroso líder. En las películas nos es mostrada, literalmente, como una GothicSlut, voluptuosa, escotada y amiga de las transparencias y los tacones altos. Por supuesto, este personaje agresivamente sexual es de los malos, así que parece que el regocijo sexual no es algo digno de una bruja como deben ser las brujas***. Ellas deben separar las piernas, cerrar los ojos (sobre todo Molly Weasley, para que no le de la risa al ver a su marido desnudo) y recordar que todo es por el bien de Inglaterra, digo del mundo mágico.

Nada sorprendentemente, la descocada Bellatryx carece absolutamente de sororidad. En el mundo de Potter las mujeres se dedican a cotillear y malmeter, no a unirse frente a la opresión, así que en la batalla del Gran Salón de Hogwarts, en vez de coordinar sus esfuerzos con el resto de mortífagos para asegurar la victoria, se lanza a cazar a las únicas alumnas que en un futuro podrían disputarle el trono de bruja más sexy*****, Hermione, Luna y Ginny. Aprovechando su encegamiento, Molly Weasley le volará el culo en nombre del colectivo de señoras con rulos y bata boatiné, por zorrón.

Podríamos presuponer que, tras la victoria, y dada el importante papel que han jugado en ella las mujeres, vendría una época de más aperturismo de mentes, pero en el epílogo no vemos nada de eso. Hermione, Luna y Ginny se han convertido en señoras de,  y si bien parece que no se dedican solamente a sus labores, los puestos de importancia siguen ocupados por hombres y, aunque Draco parece seguir notando calores y humedad bajo su túnica cada vez que se cruza con Jarri, disimulándolo todo con su habitual expresión de desdén, está claro que el pobre nunca se atreverá a dar al paso y seguirá viviendo una vida de frustración y apariencias, en un mundo donde los armarios seguirán cerrados a cal y canto.

Y, ahora que lo pienso, en la sexta novela vemos que Draco entiende mucho de armarios... yo no digo nada, pero a buen entendedor...

EDICION: Como me hace notar la tuitera @Meryone, la normatividad afecta también al rol femenino ya que la Maternidad nos es presentada como el máximo valor al que puede aspirar una mujer. La Madre de Harry, Lily, usa el poder de la maternidad (que nos es descrito como una fuerza primitiva por el propio Voldemort) para proteger a su bebé, la madre de los Weasley es la única adulta que actúa sin la menor duda ante una emergencia para salvar a sus cachorras (que se lo digan a Bellatryx) y hasta Narcissa, la madre de Malfoy, es capaz de ver las consecuencias de los actos de su esposo y tomar medidas para evitar un desastre, traicionando al Señor Oscuro para salvar a su hijo. Frente al rol de Madre todo lo demás palidece, ya que Hermione, con toda su inteligencia, habría muerto de no ser por la feroz intervención de Molly.


* De momento, porque prometo una entrada sobre porqué Harry debería ser muerto a pedradas en público
** Se supone que luego y por lo bajinis la autora (célebre transfoba y probablemente homófoba) ha dicho que en realidad dumbledore era gay pero no se acordó de ponerlo en los libros. Pues mira, no, no me vale. Los "a posteriori" son sólo excusas)
*** Y como se ve en el baile de la cuarta película, ir "ideales" es vestirse de princesita Disney, salvo que seas una exótica hindú)
**** Ojo, ellos son magos/hechiceros, ellas brujas.
***** En la última novela Bellatrix parece disfrutar torturandorefinadamente a Hermione, lo que podría denotar aficiones... especiales.. De nuevo todo lo que no sea la sexualidad normal se vincula a la maldad.

sábado, 27 de abril de 2013

PREFIERO LA DULZURA


Los pocos que me conocen de cerca saben que comparto los planteamientos del sex positive. Dado que la mayor parte de mis lectores no están en ese caso, aclararé que ese concepto se refiere a la libertad de expresar, celebrar y disfrutar tu sexualidad de forma abierta, sin miedo ni vergüenza, siempre dentro del respeto a las demás opciones y sobre la base del consentimiento entre adultos responsables.

Bueno, pues a riesgo de ser señalado con el dedo y atraer sobre mí miradas hostiles, desprecio social y esputos callejeros, voy a hablaros de mis aficiones.

Y no, no me refiero al aeromodelismo ni la filatelia. Pero sé que voy a desilusionar a buena parte de mi público, ya que no soy ningún gurú de las tendencias sexuales más de moda.

Como el empotramiento, tan mentado y festejado desde hace un par de años. Reconozco que el propio término mola, hace innecesarias las explicaciones, las gráficas y los libros de instrucciones. La sencillez encarnada en polvo: rabo dentro y a culear con enérgicos empellones gluteares. Pero...

... no tengo nada en contra de los 100 metros lisos, es una carrera potente y espectacular, muy mediática, que dura entre 9 y 10 segundos. Un poco más si hablamos de la de 200. Y eso es el empotramiento, un metisaca de velocista cachas. Y si es lo que pide el cuerpo, perfecto, pero reducirlo todo al sprint final resulta muy pobre. Para mí el empotrador de oficio es, como mucho, un mal follador bien disfrazado, y la (o él) que sueña con verse empotrada (-ado) ha visto demasiado porno o tiene demasiada ganas atrasadas.

El empotramiento está sobrevalorado. Hala. Yastá. Lo dije. Contra mí las piedras.

Hablemos del bondage,  otro término muy de moda. Aclaro, ante todo, que las puñeteras sombras esas son una birria. Mis amistades aficionadas al BDSM lo consideran una mala novelucha rosa repintada de topicazos, porno light para vainillas maricomplejines que quieren aparentar modernidad. Yo, personalmente, sospecho que la compradora* (que no lectora) usual de esa trilogía adquiere el libro para pasearlo bajo el brazo y que las vecinas, al ver el título, digan, halaaaaaaaa, lo que va leyendo esaaaaaaaaaa, menuda guarronaaaaaaaa.

El bondage verdadero no va de azotes, de posturas extremas ni de dolor. Va de relaciones de confianza y de inhibiciones, de descargar responsabilidades, de entregarte y aceptar, todo ello con un sentido de la belleza notable y ciertas dosis de fetichismo.

De nuevo un pero. No necesito sometimiento para sentir confianza, no me gusta la idea de controlar a otra persona, aunque ella disfrute al dejarlo todo en mis manos. El placer estético que puedo sentir se ve coartado por mi angustia ante la inmovilidad forzada, y no me ayuda saber que la persona inmovilizada no siente esa angustia, la mía es demasiado fuerte, la proyecto y vuelve a mí.

En cuanto a fetiches, bueno, todos los tenemos pero los míos no incluyen tanta parafernalia.

Como he dicho, no estoy de moda. Y podéis llamarme cursi, mariquituso o nenaza. Mi opción es la dulzura.

La dulzura no es brusca. Está en el contacto más leve, en la caricia más suave.  

A veces la siento incluso antes del contacto: mis yemas se han vuelto más y más sensibles con los años y basta notar el calor de la piel justo antes del roce para sentir una suave descarga. Electricidad bajando por tu cuello, guiándome hacia tu lóbulo.

Es confianza. Plena, sin ambigüedades. Por eso va mucho más allá de las manos, más allá de la piel. Una confianza que borra los límites y convierte cada encuentro en una primera vez, y al mismo tiempo sigue siendo la primera vez.

Viajo por un paisaje familiar, no necesito mapa para caminar tu cuerpo. No me serviría, cada vez el camino es diferente. La orografía de tu piel cambia bajo la caricia. Mis dedos encuentran nuevos senderos, mis labios los recorren lentamente, atesorándolos, aunque sepan que mañana los senderos habrán cambiado. Y de pronto, en mitad del camino, un estremecimiento te recorre, y a tu sorpresa se suma la mía, porque se extiende desde mi piel por todo mi cuerpo.

No es tibia. Es un fuego que nace lentamente, apenas una brasa incandescente, pero crece sin cesar y nos atraviesa hasta los huesos. Bastaría un movimiento torpe para apagarlo, pero ambos sabemos como avivarla, sobre todo pasado ese límite más allá del cual cuanto más leve es la caricia, más ardiente es la ola que nos recorre.

Bajo lentamente por la curva que lleva a tus muslos. Me pierdo entre ellos, beso tras beso, y a cada uno le sigue un nuevo temblor, hasta convertirse en una lenta explosión, y soy yo el que tiembla al sentir tu placer en mis labios, tu calor en mi boca.

No necesita ataduras, si quieres sujetarme te basta una sonrisa para dejarme a tu merced, para que tus labios y tus manos me incendien, o tal vez me guíen a ti.

No hay caricia más intensa que compartir tu vientre mientras tus labios buscan los míos, sentir como tu vulva me toma, y también me besa. Entrar lentamente en tu cuerpo, deleitándonos en cada pliegue, en cada llamarada. Olvidar donde acaba tu piel y empieza la mía.

Siempre es distinta, a veces suave de principio a fin, otras intensa, hasta volverse un frenesí en que nuestras caderas se pierden, se enlazan y vibran, danzando enloquecidos hasta caer sin aliento, porque ese incendio ha crecido por todo nuestro cuerpo, y nos abrasamos por entero.

No desdeño otros modos de amar. No hay un manual, ni una norma estricta. A veces sí, el cuerpo solo pide caña y dejarse llevar así es maravilloso: no hay nada de malo en un polvo potente y cuando surge lo disfruto. Como no hay nada malo en un rato de caricias furtivas y traviesas cuando la ocasión es propicia. La pasión lo abarca todo, la disfruto de mil formas y si otras personas disfrutan de alguna distinta a la mía, yo, sabiéndolo, disfruto con ellos.

Pero conozco mi camino. El que puedo recorrer a ciegas. Si debo elegir, reivindico la dulzura.

*Porque hablamos de un producto lanzado para el público romántico-femenino, una variante más de las novelas con cachas depilados y vientre chocolatinado en la portada. A los highlanders, piratas, bandidos, vikingos, vampiros...  se suman ahora los millonetis aficionados a petar culetes y tirar de correas.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

EL DERECHO DE LA MUJER AL ORGASMO (en la Edad Media) III



(Sólo recordaros que la fuente de este y los dos textos precedentes es la HISTORIA MEDIEVAL DEL SEXO Y EL EROTISMO de Ana Martos)

A comienzos del Renacimiento, la situación parecía estable en lo referido al orgasmo femenino. Los textos de la época consideraban al gozo de la mujer garantía de estabilidad en la pareja y clave para la concepción. Todavía a mediados del siglo XVI Ambroise Paré opinaba que la esterilidad podía deberse a la ausencia de placer, lo que repercutiría en que la mujer no emitiría su propio esperma, y su cuerpo rechazaría el del hombre.

Pese a todo las posturas aristotélicas fueron abriéndose camino a los largo del siglo XVI, preparando el terreno para el desastre que llegaría en el XVII. Recordemos que la mayor parte de las opiniones de Aristóteles sobre la mujer eran profundamente despectivas, ya que consideraba que las hembras eran, en el mejor de los casos, un punto intermedio entre los animales y el hombre varón. Es decir, seres imperfectos, con menos huesos, menos dientes y menos inteligencia. No porque se hubiera molestado nunca en contar huesos y dientes o medir la inteligencia, sino porque, si la mujer era inferior, lo otro era una deducción natural.

En cuanto al tema de la concepción, el griego opinaba que el hijo era engendrado exclusivamente por la simiente masculina, actuando la mujer tan sólo como receptáculo, encargada de nutrir y permitir el crecimiento. Nada más. Eso volvía completamente innecesario el papel del supuesto semen femenino, que no sería sino un subproducto generado por la excitación, sin papel reproductivo. Y bueno, en eso sí tenemos que darle la razón al estigirita. Sí, los fluidos vaginales no intervienen en la formación del embrión, sólo contribuyen a la lubricación y a mejorar el ph de la cavidad genital, evitando la muerte de los espermatozoides antes de tiempo. Pero no podemos hablar de razón en el sentido racional, porque Aristóteles no se molestó en investigar nada al respecto, simplemente acertó de pura chiripa.

Esa chiripa fue viéndose confirmada en los primeros años de la ciencia, a finales del XVI y comienzos del XVII. Las primeras observaciones del espermatozoide en los primitivos microscopios hicieron creer que la simiente masculina era un diminuto homúnculo, agazapado en la cabeza del renacuajillo, que sólo necesitaba el fértil campo de la matriz para desarrollarse. Es decir, la responsabilidad de la progenie recaía en el hombre. Unos años antes se había descuvierto el óvulo, y la vieja polémica del esperma masculino frente al femenino reapareció, esta vez dividida entre ovistas y espermistas.

Al margen de esa disputa, la ausencia de semen en los fluidos femeninos era notoria, y eso dejó en evidencia el papel atribuido al orgasmo femenino. El placer de la mujer no era necesario para engendrar, luego el hombre ya no estaba obligado a buscar el placer de su pareja, limitándose al suyo propio. Es más, el gozo sexual fue estigmatizado, incluso dentro del matrimonio, y el que una mujer disfrutara del sexo paso a ser una mancha de lascivia y pecado. Una situación que se prolongaría hasta el siglo XX, ya que aunque a mediados del XIX el orgasmo femenino dejó de ser una trampa de Satán, los médicos decimonónicos lo etiquetaron como un desorden psicológico que debía ser curado o reprimido.

Y así cerramos nuestra extraña historia, bastante opuesta a lo que tradicionalmente nos han vendido los educadores. Lejos de ser un tiempo de represión sexual, la Edad Media resulta ser un periodo de fogosa carnalidad. Ajenos a los conocimientos de la anatomía moderna, los pensadores más avanzados defendieron el derecho de la mujer al placer, aunque fuera con argumentos erróneos. Por contra, el Renacimiento, tan lleno de luces y humanismo, trajo el fin del goce, con el firme apoyo de Aristóteles, y el advenimiento de la ciencia moderna remató la tarea, convirtiendo el placer de la mujer en una aberración a extirpar.

El gozo por la vida se reflejó en las letras en todo su esplendor por Europa a lo largo de los siglos XIII y XIV, y dio sus últimas coletadas en el XVI, de la mano de Ravelais. A partir de ahí el sexo se convirtió en materia de textos prohibidos y entró en la clandestinidad, como lo hizo el placer de la mujer al verse negado por doctores y filósofos. Quizás fue mejor así, poca alegría podría traernos una literatura picante en la que sólo disfrutan la mitad de los protagonistas.Pero no dejo de dolerme por tantos versos alegres y coloridos que nunca pudieron escribirse, y tantas personas que no pudieron expresar su gozo o incluso se lo negaron, sintiéndose sucias por disfrutar de su cuerpo.

No quiero terminar sin rendir homenaje a esos autores que no se recataron en cantar a la carne, con todo desparpajo. Del genial Alfonso Álvarez de Villasandino, DECIR CONTRA UNA DUEÑA, un divertido poema dedicado a una dama que se le hizo la estrecha.

Señora, pues que no puedo
abrevar el mi carajo
en este vuestro lavajo,
por demás es mi denuedo:
he perdido, segunt cuedo,
mi afán e mi trabajo,
si tras el vuestro destajo
non vos arregaço el ruedo.



Señora fermosa e rica,
yo querría recalcar
en ese vuestro alvañar
mi pixa qu’es grande o chica;
como el asno a la borrica
vos querría enamorar,
non vos ver, mas apalpar
yo deseo vuestra crica.


Señora, flor de madroño,
yo querría sin sospecho
tener mi carajo arrecho,
bien metido en vuestro coño.
Por ser señor de Logroño,
non deseo otro provecho
sinon foder coño estrecho
en estío o en otoño.


Señora, por fijo o fija
en vos querría haber,
más vos querría foder
que ser señor de Torija;
si meades por vedija,
fazedmelo entender,
que yo vos faré poner
atanquía en la verija.


Señora, en fin de razones,
yo me ternía por sapo
si el culo non vos atapo
con aquestos mis cojones,
e a los çinco empuxones
non vos remojaré el papo:
non me den limpio trapo
para enxugar los tajones.


Señora, quien mea o caga
non se debe espantar,
aunque se sienta apalpar
por delante o por de çaga;
la que tal bocado traga
como vos faré tragar,
non se debe despagar,
pues alguna bien se paga.


Señora, notad el modo
de aquesto que vos digo:
vos habedme por mendigo
si diez veces non vos fodo.
En vuestras ingles devodo,
que si subo en vuestro ombligo
de vos çerrar el postigo
non sé si será del todo.


Señora, sabed de çierto
que podedes bien a osadas
medir nueve o diez pulgadas
en mi mango grueso e yerto:
si yo con él vos açierto
a poder de cojonadas,
las sedas bien remojadas
serán d’ese boca-abierto.

Finida

Si vos fallo en descubierto,
como fodo a ventregadas,
veredes por las pisadas
que non duermo, antes despierto.

martes, 1 de noviembre de 2011

EL DERECHO DE LA MUJER AL ORGASMO (en la Edad Media) II


Si el marido estaba obligado a ofrecer placer a su mujer, toda ayuda sería poca, así que filósofos y poetas dedicaron amplios esfuerzos a ofrecer información al respecto. Y de nuevo contaron con la ayuda de los clásicos, como el insigne Aristófanes, maestro de lo obsceno y divertido (recordemos como las atenienses no dicen basta hasta que la Guerra del peloponeso corta el suministro de dildos). O los consejos de Ovidio y Marcial, que van de lo general a lo explícito.

Musulmanes y judíos aportaron su valiosa contribución, ya que en ambas culturas se consideraba que Dios bendecía el amor con el placer. Y no sólo el placer heterosexual, ya que autores como Ibn Yahya sostenían que el coíto es más saludable con muchachos que con mujeres. Y Avicena  afirmaba que el amor entre mujeres resulta un buen paliativo ante la falta de atención del marido.

El gran Maimónides menciona diversos afrodisíacos, pero pronto llega a la conclusión de que nada refuerza tanto la dureza del pene como la propia lujuria, y aconseja esforzarse en retrasar el propio placer para acompasarlo al de la mujer.

Sin ser tan explícitos ni abiertos de mente como sus colegas de otras religiones, los médicos europeos, a cuenta de garantizar la fertilidad de la mujer a través del placer, bebieron de esas y otras fuentes, empezando por su propia experiencia, para ilustrar a los cristianos de bien sobre los mejores modos de excitar a sus parejas antes de la follada propiamente dicha, repasando las diversas zonas del placer femenino y buscando modos de prolongar los juegos, facilitando el gozo simultáneo de ambos cónyuges. Eso sí, con preferencia de la postura clásica (el actual misionero) al final, para asegurar la adecuada retención del esperma en el interior de la mujer. Salvo en el caso de los hombres demasiado obesos, según Alberto magno. De ahí que, como se asevera en los Cuentos de Canterbury, nada podía ser pecado dentro del matrimonio...

¡Ay, esposa mía! Tengo que tomarme ciertas libertades contigo y ofenderte gravemente antes de que me una marital mente contigo. Pero, no obstante, recuerda esto: no hay buen artesano que efectúe una buena tarea apresuradamen te; por ello, tomémonos el tiempo necesario y hagámoslo bien. No importa el rato que estemos retozando: los dos estamos atados por el sagrado vínculo del himeneo -¡bendito sea este yugo!-, y nada de lo que hagamos puede ser peca do. Un hombre no puede pecar con su esposa -sería como cortarse con su propia daga-, pues la ley permite nuestros juegos amorosos. Por lo que él estuvo «trabajando» hasta que empezó a cla rear... 

Este estado feliz para los amantes del buen follar duró hasta el siglo XIV, cuando empezó a extenderse la nefasta influencia del pensador más dañino de la antigüedad. Porque el molesto Aristóteles no estaba de acuerdo con los padres de la medicina.

Algunos creen que la hembra emite su parte de esperma en el coito... pero no se trata de esperma, sino de una secreción local propia de la mujer.

Hasta ese momento Hipócrates y Galeno, y en su nombre Avicena, marcaban la pauta en cuanto a la anatomía del sexo, pero Aristóteles encontró su voz en Averroes, el médico cordobés. Éste decidió verificar las afirmaciones del estigirita y, comprobó que, en efecto, los testículos femeninos (los ovarios) eran más pequeños que los masculinos (en realidad no es así, pero la labia de Aristóteles podría hacer dudar de la redondez del sol a un observador poco atento) y no producían esperma, luego de acuerdo a las ideas de la época no intervenían en la reproducción. Eso dejaba al hombre como único aportador de semen, y, en consecuencia, dejaba a la mujer en el papel de simple receptáculo para la simiente masculina.

Averroes, además, comprobó que muchas mujeres reconocían no sentir placer en sus relaciones sexuales, pese a lo cual quedaban preñadas de forma regular por sus escasamente hábiles esposos. Por no mencionar la evidencia de que una mujer podía tener un hijo a consecuencia de una violación. En defensa de sus posiciones, los defensores del orgasmo como base de la fecundación adujeron que, en realidad, incluso una mujer violada brutalmente experimentaba placer en la cópula y podía quedar, en consecuencia, embarazada. Como es de suponer, ese argumento se empleó para acusar a las mujeres de consentir en la violación, volviéndolas de víctimas en culpables siempre y cuando quedaran embarazadas.

Por su parte, los contrarios a Galeno se esforzaron en sostener lo innecesario del placer femenino en el embarazo y la inutilidad real del esperma de la mujer, ya que éste carecería de espíritu ni fuerza vital, al contrario que el flujo de la regla, que nutriría al feto (la amenorrea durante el embarazo hizo creer a muchos que el embrión se alimentaba de la sangre menstrual). La causa del placer femenino empezó a tambalearse: si toda la responsabilidad del embarazo recaía sobre el hombre, el gozo femenino volvería a su vieja condición de pecado.

Alberto Magno, encargado de refutar a Averroes, adujo que el esperma femenino sí era necesario para auxiliar al masculino, encargándose de facilitar su entrada al útero. Así pues, aunque no era necesario que la mujer gozara durante la cópula, si lo era que tuviera placer en algún momento previo, a fin de disponer del esperma femenino necesario. Y así llegó el Renacimiento, con la disputa aún sobre la mesa y las posiciones claramente enfrentadas, aristotélicos a un lado, galénicos al otro.

(continuará)

domingo, 30 de octubre de 2011

EL DERECHO DE LA MUJER AL ORGASMO (en la Edad Media) I



¿Has apuntado lo que he dicho, maldito capullo? Aún no he acabado contigo. ¡Ni lo sueñes! vamos a practicar el medievo con tu culo.

Escuchando a Marcelus Wallace, está muy claro que el concepto que el vulgo tiene sobre la Edad Media no es demasiado positivo. El término con el que suele designarse a esa etapa de la historia europea no podría ser más descriptivo: los tiempos oscuros.

Sin embargo, el medievo no sólo fue esa época de oscuridad y rechinar de dientes que nos han vendido durante décadas. También fue una época de debate y descubrimiento, sobre todo a partir del primer milenio. En la Universidad de París, mientras se demostraba la esfericidad de la Tierra mediante la observación de su sombra sobre la Luna en los eclipses, pensadores como Tomás de Aquino analizaban y refundaba la filosofían a partir de los textos transcritos por los árabes, llegaban a la conclusión de que el mundo debía conocerse tal y como es, y entronizaban la razón como una herramienta para el debate ajena a la fe.

En medio de ese y otros debates de gran trascendencia, hubo uno que ha pasado desapercibido, pero que merece ser rescatado, aunque sólo sea para reivindicar a unas personas que, aunque equivocadas en sus argumentos, intentaban mejorar la vida de sus semejantes.

A priori, podríamos pensar que el sexo no sería un tema muy debatido en esos siglos. Menos aún si nos referimos al placer, no a la mera reproducción. Pero ese fue el caso. Después de todo si la iglesia condenó una y cien veces la nefanda costumbre de los baños públicos, por ser estos ocasión de escándalos, aventuras, citas y lances de todo tipo, al excitarse la lascivia de unos y otras por la contemplación de cuerpos desnudos y los calores vaporosos, es que la relajación de las costumbres era muy superior a la que suponemos hoy en día.

Los mismos poetas que cantaban al amor cortés no tenian reparo en escribir rimas que hoy en día no pasarían la censura de puro obscenas y explícitas, e incluso todo un duque, Guillermo de Aquitania, no dudó en describirse como trinchador de mozas y compuso versos muy poco sutiles al rememorar su encuentro con dos alegres hermanas en busca de fiesta, camino del Lemosin. Las damas se aseguran de su discreción y entonces...

«Hermana», dijo Agnés a Ernessén
«que es mudo, se ve bien»;
«Hermana dispongámonos al deleite
y a la holganza»;
ocho días o más, estuve
en tal compañía.
Tanto las follé como oiréis
ciento ochenta y ocho veces
que a poco rompo mi correaje
y mi arnés
y no os diré, por vergüenza
la enfermedad que pillé.

Y fue en este ambiente de festiva carnalidad y condena nada encubierta, donde se desarrolló la curiosa discusión sobre el derecho de la mujer al orgasmo. Todo arrancó de un comentario de Hipócrates, donde el padre de la medicina enseñaba que la mujer producía semen como el hombre, y su esperma se reunía en la vagina con el masculino, rezumando el sobrante por la abertura de la vulva (tal vez refiriéndose a la lubricación, en ocasiones muy evidente, o icluso a la eyaculación femenina). Esta aseveración fue apoyada por Galeno, que opinó a su vez que la función del semen femenino era excitar sexualmente a la mujer, abrir el cuello del útero y facilitar la fecundación.

Hoy sabemos que la mujer no produce semen, aunque las glándulas de Sneke sí emiten un fluido bastante similar al líquido espermático. Pero en la Edad Media la autoridad de los clásicos era indiscutible, ya que no era factible realizar disecciones ni estudiar la anatomía humana de forma detallada (recordemos que el clítoris no fue descrito hasta el siglo XVI) así que los médicos europeos aceptaron la autoritas de sus ilustres predecesores, y llegaron a la logica conclusión de que, si el esperma femenino era necesario para la fecundación, y la eyaculación en el hombre se producía a consecuencia del placer, la femenina funcionaría igual. Ergo, para asegurar la fertilidad, era necesario que las mujeres sintieran placer con el coíto.

Hemos mencionado que el clítoris no fue descrito hasta el siglo XVI, en concreto hacia el año 1559, pero eso no significa que se ignorara su existencia, ya que las mujeres medievales, como las de la Antigüedad (y las de la prehistoria, es un suponer) ya sabían lo agradable que resulta sacarle brillo a esa cabecita tan traviesa que se esconde encima de la vagina. Pero la iglesia, recordemos, condenaba de forma implacable el nefando vicio solitario, así que hablar del mejor amigo de la mujer resultaba arriesgado. En consecuencia los médicos atribuían el deseo y el placer sexual al útero (de ahi el término histeria, empleado para designar los síntomas del deseo insatisfecho y, posteriormente, de todo mal femenino). El error era lógico, ya que muchos pensadores medievales consideraban que los órganos sexuales femeninos eran un reflejo invertido de los masculinos, luego si el hombre notaba el placer en la punta del carajo, la mujer debía sentirlo en su inverso, al fondo de la vagina, en la boca del útero. En cuanto al clítoris, la explicación más aceptada era la de Galeno, que opinaba que esa estructura actuaba como soporte de los labios vaginales, que a su vez debían proteger el interior de la vagina del frío.

Las explicaciones sobre la anatomía sexual femenina resultan francamente exóticas, vistas con nuestros ojos modernos, ya que el escritor tunecino Ahmad-al-Tifashi afirmaba que, dado que las mujeres sentían placer cuando el varón acariciaba sus pechos y jugueteaba con sus pezones, seguramente el flujo seminal de la mujer partía de ahí, de la zona situada tras las clavículas. En cuanto al origen del deseo sexual, los autores coincidían en que se debían al exceso de volumen de los órganos sexuales, motivado por el acúmulo de semen bien en los testículos, bien en los ovarios.

Fueran cuales fueran las ideas de los anatomistas del medievo sobre la mujer, la cuestión que nos interesa es que, al deducir la necesidad del placer femenino para la procreación, se encontraron con una justificación del orgasmo más allá de la aristotélica (que se reducía a la necesidad del placer para engañar a humanos y animales e incitarles a reproducirse). Y eso suponía un contrapeso a las tesis que consideraban el placer sexual como un sentimiento inmundo ocasionado por la pervivencia del pecado original en los órganos reproductivos, a todas luces impuros e imperfectos.

Claro está que el placer debía mantenerse en unos límites razonables para no caer en el vicio, ya que, de acuerdo a Alberto Magno, observador tan avispado que incluso comprobó que algunas mujeres alcanzaban el placer con sólo frotar sus muslos entre sí (lo que por cierto tiraba por tierra la idea de la responsabilidad uterina) el exceso de esperma generado por la cópula sin freno atiborraría la matriz de la mujer, dejándola tan resbaladiza que la simiente no lograría sujetarse y caería al vacío.

Pero, con o sin límites a la impudicia, una cosa quedaba clara: si deseaban tener descendencia, los hombres tenían la obligación de ofrecer placer a sus compañeras.

(Continuará)

La historia original y las referencias proceden de la excelente obra Historia Medieval del sexo y el erotismo, de Ana Martos

miércoles, 7 de septiembre de 2011

MIMARSE (Lo que viene a ser, hacerse pajas) y II


Los peligros que persiguen a la joven onanista son, si cabe, más aterradores que los del varón. En 1870, el doctor Francis Cooke alertó sobre la lacra que amenazaba a la civilización en su obra Satan in Society. Las doncellas victorianas, lejos de guardar su pureza para el altar del matrimonio, se profanaban con el nefasto y solitario crimen de la masturbación. Peor aún, la degradación se camuflaba bajo el disfraz de la amistad ya que, lejos de las miradas de sus padres, las jovencitas estimulaban mutuamente sus genitales, arrastrándose hacia el abismo de los lechos sudorosos. 

¿Qué daños se causan las muchachas con sus febriles frotes? Ellas no eyaculan oleadas de médula. Pero ¡ay! la mente femenina, de por sí frágil, se debilita por los espasmos  del tocamiento. La obsesión enfermiza por el placer ahoga el propio deseo de vivir, dejando tras de sí abotargadas jóvenes de rostro macilento, profundas ojeras, y respiración lenta y difícil. Sus cuerpos se vuelven blandos, pesados, sus movimientos torpes y erráticos. Reducidas a muertas vivientes, las desdichadas consumen sus últimas fuerzas, empujadas a la tumba por el desenfreno. Las supervivientes quedan imposibilitadas de concebir hijos sanos. Si por un milagro la onanista llega a reproducirse, su vástago nacerá debil, enfermizo, tísico,  probablemente idiota, apenas humano.

Otro médico, el doctor Talmey, lo resumió con más precisión: la autoindulgencia conduce a la anemia, la malnutrición, la astenia muscular y el agotamiento mental y nervioso. La mujer inmoderada se delata por su palidez, su melancolía y su incapacidad para enfrentarse a cualquier trabajo mental o corporal.

La solución, como ya dije, era quirúrgica. Unos sabios cortes en las zonas pecaminosas y ¡hop! resuelto. Ya en pleno siglo XX algunos cirujanos proponían la lobotomía para prevenir que las ovejitas se descarriaran, porque las niñas buenas no se tocan.

Bueno, tengo opiniones al respecto. La confianza que me tienen algunas de mis amigas les ha llevado a informarme acerca de sus aficiones más íntimas. De hecho, el nivel de detalle, a veces, me ha parecido excesivamente prólijo. Es probable que, además de la confianza, les hagan gracia mis denodados (a veces baldíos) esfuerzos por no sudar y mantener una expresión interesada, pero neutra. En cualquier caso, las quiero y las perdono.

Mi primera conclusión es que las niñas buenas se tocan*. Y mucho. Algunas más que yo, y eso es mucho tocar. En cuanto a los efectos perniciosos del frotamiento, no soy experto en fisiología, pero no parecen demasiado visibles. Mis amigas son alegres, inteligentes, vivarachas y sonrosadas. Se mueven con más gracia que yo y, salvo las fumadoras compulsivas, respiran sin dificultades. No parece que ninguna vaya a morirse, al menos de momento, y las que han tenido hijos han parido unos retoños de lo más saludable y vigoroso. Incluso demasiado, más de una hubiera preferido críos más tranquilos.

De hecho, sospecho que las mujeres nos dan sopas con honda en el tema de la masturbación. No tienen desgaste con el orgasmo, con lo que pueden enlazar varias pajas seguidas sin demasiada dificultad (E me dijo que una noche de aburrimiento llegó a la docena, y yo nunca pasé de cinco). Se corren mucho más profundamente, con más cacho. Y sus posibilidades son mayores. S sólo necesita cruzar un poco las piernas y mover los muslos disimuladamente durante un ratito para activar el disparador. M disfruta con los vaqueros muy ceñidos. C hace bueno el chiste de la bici, sin quitar el sillín. 

Otra ventaja de la masturbación femenina es que mejora la coordinación motriz. Nosotros hacemos un agarre sencillo, con un diámetro entre el plátano canario y el vaso de tubo, pero el juego de pinza sobre la cabecita requiere una combinación de suavidad y precisión que no está al alcance de todos. Y encima lo hacen con mucha más elegancia. En serio, chicas, me muero de envidia. Si tuviera clítoris, lo tendría reluciente a fuerza de sacarle lustre.

No obstante, diré en defensa de nuestro género que la eyaculación, cuando sale alegre, le da un toque decó al asunto que las chicas no pueden igualar. Y está nuestra arma secreta: la próstata

Y en este momento muchos lectores masculinos han encogido involuntariamente el culo.

Mal hecho, chavalotes. La próstata no sólo justifica el sueldo de los proctólogos (señor, qué palabreja). Correctamente manipulada, esa bolsita es una fuente de alegrías y relajación. Eso sí, si la meneada clásica requiere una cierta discreción e intimidad, la exploración de nuestra sexualidad profunda lo pide a gritos. Porque, en general, si tu pareja te sorprende con un par de dedos en tu cavidad anal, será muy dificil convencerla de que esto no es lo que parece.

En cualquier caso, es aconsejable conocer la propia anatomía, aunque sea para evitar situaciones médicas complicadas. Porque cuando el urólogo realiza una exploración en ese área tan comprometida no es raro que el cuerpo responda con una erección, y eso puede generar cierta confusión en las mentes masculinas, de por sí no demasiado avispadas. Alguno habrá pensado ¿resulta que soy homosexual y he tardado cuarenta años en enterarme? Otro se dirá ¿me ponen verraco los doctores calvetes con un guante de latex? ¡uno nunca acaba de conocerse! Y, sí, tal vez haya salido a la luz un aspecto desconocido de tu sexualidad, pero probablemente tu cuerpo haya reaccionado de forma natural a un estímulo nuevo. Así que, indaguen sin miedo, señores, no me sean melindrosos.

Y, queridas, si sorprendéis a vuestra pareja en situación comprometida, sed comprensivas. 

Dicho sea de paso, y dirigiéndome a los oyentes con hijos, recordad que vuestros retoños también van a toquetearse. Llegado el momento, si accidentalmente os encontráis con la faena en marcha, disimulad y retiraos con discrección, que no hay gallarda más triste que la no terminada. Luego, cuando el niño o la niña se hayan aliviado, introducid el tema de forma casual, como quien no quiere la cosa ¿Sabías que los antiguos babilonios tenían una legislación especial para regular los regadíos en la cuenca del Tigris? Pues ya que hablamos de ello.... 

No creo que necesario decirles eso de es natural, todo el mundo lo hace, no debes sentirte raro  porque para cuando les pilléis, la mitad de su clase llevará una buena temporada alegrándose el juguetito. Explicad las ventajas de la intimidad, la utilidad de los pestillos y, en el caso de los niños, el buen uso del papel higiénico. Si tiene más dudas, las consultará en internet porque, no nos engañemos, por muy comprensivos que sean tus padres, la idea de preguntarles sobre eso resulta difícil.

Eludamos los moralismos y las ñoñerías. Llamad a las cosas por su nombre. Os lo agradecerán. Ese día no. La sóla idea de que sus padres hablen de sexo pueden hacer vomitar a cualquier adolescente. Pero a la larga lo agradecerán.

Sólo un apunte más. Hace muchos años escuché de refilón a una monja aleccionando a unas adolescentes  (mi experiencia como monitor en una acampada de Montañeras de Santa María fue surrealista) con el siguiente argumento: Niñas, no os toquéis, porque Jesús os ve, y le haréis llorar.

Mira tú por donde el niño Dios tiene aficiones voyeuristas, el viciosete asqueroso. Y seguro que se la pela, mientras espía a las niñas. Pues no creo que llore, hermana, pensé, salvo si alguna salpicadura le da en el ojo. Que todo puede ser: siendo Dios y hombre, el lecharazo será considerable.

Y con este santo pensamiento en mente, os dejo reposar. Dadle vueltas y, si las dudas teológicas os desvelan, profanaos, que conciliaréis mejor el sueño. Y si no es así, pues haceos otra, ¡qué leches!

*O será que todas las que conozco son malas, que no lo descarto

martes, 6 de septiembre de 2011

MIMARSE (Lo que viene a ser, hacerse pajas) I


 

Esta entrada (sólo la entrada, no seáis mal pensados) está dedicada a una estupenda muchacha, Itzi, que me sugirió escribir sobre la felicidad de la autosatisfacción. Un beso, morena.

Hacerse una paja, una gayola, una gallarda, un dedito, una alemana, tocarse la colita, rascarse el chichi, darle al manubrio, follarse la mano, sacarle brillo al dedo, pulir madera, meneársela, frotar la pepitilla, acudir al autoservicio, cinco contra el calvo, hacerse la pinza... existen pocas actividades más agradables para nuestros ratos de ocio en soledad que la de ofrecernos a nosotros mismo un poco de cariño, bajo la forma de suaves caricias.

No se requieren especiales habilidades físicas o intelectuales. Sólo necesitamos un poco de tiempo libre (mala cosa, las prisas) un ambiente tranquilo, intimidad* y una mínima cultura genital.

El coste se adapta a cualquier bolsillo, Podemos usar nuestra fantasía, sin más gasto que unos cleenex (sobre todo en el caso masculino, higiene ante todo) o lanzarnos a la búsqueda de documentación, bien navegando por la red (voy a tener suerte) o entre esos documentos almacenados en una carpeta llamada Varios, usualmente guardada dentro de otra carpeta denominada Complementos, escondida a su vez en una de nombre Miscelánea que aparece al abrir el archivo Sin interés, depositado en el directorio de documentos del administrador. Sí, esa carpeta cuya existencia niegan todos los hombres.

Ya sea mediante un archivo cuidadosamente clasificado, o dejándonos llevar por los azares de la web, es posible dedicarse al onanismo sin más gastos que los derivados del consumo eléctrico y nuestra cuenta de internet. Se requirirían varias vidas, muchas manos, y toneladas de cleenex para repasar toda lo que la gente, desinteresadamente, ha subido a la red en los últimos años. Por cierto que un acumulador obsesivo de pornografía suele ser considerado un pajillero, pero al poner su erudición a disposición de la comunidad, pasa a convertirse en un suministrador de contenidos. Dónde va a parar.

Por supuesto, es posible acudir a canales de pago, algunos de gran calidad, o incluir en la cesta de la compra juguetes para uso personal, dual o comunal. Pero incluso en esas condiciones no hay que gastar demasiado para pajearse como un mandril (o mandrila) aburrido.

La masturbación no sólo resulta económica. Es, además, útil. Nos permite explorar nuestra anatomía y sus posibilidades. Descarga tensiones y relaja**. Practicada en pareja (o tercetos, cuartetos...) mejora el mutuo conocimiento del cuerpo. Y, en los hombres, favorece la fertilidad. Hay quien piensa que el embarazo requiere testículos llenos a rebosar. Craso error, porque los espermatozoides tienen un ciclo de vida muy corto. Mejor menealla diariamente, para estimular la producción. Un ejército de soldaditos seniles y cansinos no es rival para un selecto comando de jóvenes y vigorosos buceadores.

Y encima, te corres. ¿Qué más podríamos pedir?

Por ejemplo, que nos dejaran masturbarnos en paz. Desde el advenimiento del monoteísmo, la sociedad ha señalado con su dedo al masturbador. Da igual la confesión, todas las jerarquías han condenado en términos atroces el placer personal. San Agustín , personaje desagradable y reprimido donde los haya, declaraba que el vicio solitario era peor a ojos de Dios que la violación o el adulterio. Beda el Venerable, por lo demás un varón de gran sensatez, imponía siete años de penitencia a las masturbadoras.

Esta obsesión por el frotamiento se contagió a las leyes y las normas médicas. Hasta bien entrado nuestro siglo, se consideraba que la masturbación era una peligrosa desviación, culpable de los más terribles estragos. Los médicos decimonónicos recomendaban el empleo de ataduras y guantes rasposos para evitar que los jóvenes destruyeran su salud por las noches. Una solución parcial, porque no podían recomendar directamente la castración. Para compensar, castraban a las mujeres, ya que la extirpación del clítoris y los labios mayores se consideraba una excelente terapia para proteger a las muchachas de la perdición.

¿Qué males eran estos, que requerían medidas tan radicales? Aristóteles, preclaro filósofo, afirmaba, entre otras muchas majaderías, que el semen procedía del cerebro, luego el masturbador corre el riesgo de quedarse sin médula. Así, gotica a gotica. Esa pérdida de fluidos espinales apareja estúpidez, ceguera y parálisis. Por otra parte el joven onanista consume sus fuerzas de forma peligrosa, con lo que no sólo su crecimiento es escaso sino que llega a la madurez prematuramente envejecido, tísico y anquilosado. Por añadidura su piel se cubre de granos purulentos y el cabello empieza a caer a temprana edad.

Pues no sé ustedes, pero un servidor se la ha pelado de forma entusiasta desde los doce años hasta hoy, y de momento sigo vivo.

Bueno, muy alto no soy, y la coronilla me clarea, pero nunca fui una mazorca granulienta y sólo tuve las espinillas justas para entretenerme ante el espejo. La miopía no cuenta, ya que tuve gafas antes de mi primera gayola. Respiro bien, como con buen apetito, me conservo ágil gracias al Pilates, duermo con placidez y mi intelecto sigue bien vivo. Y mi médula, hasta donde sé, no ha perdido ni un cachito, así que, en su conjunto, puedo rechazar los argumentos clásicos.

De joven, cuando aún me declaraba cristiano y acudía semanalmente a confesarme (entre confesión y confesión, caían como una docena de pajas), el párroco, don DeoGratias, me decía que estaba corriendo un grave peligro, ya que físicamente podía estar agotando mis posibilidades y al llegar la madurez no podría realizarme sexualmente. Ponía como ejemplo el caso del atleta que se pasa de entrenamiento. Debo reconocer que el planteamiento era astuto, ya que no aludía al pecado, pero me temo que el buen hombre no estaba muy puesto en fisiología o deporte. A ver, ¿acaso antes de un partido, un equipo de futbol se entrena no jugando al fútbol? Hasta donde yo sé, el equipo se pone en forma jugando contra sí mismo.
Querido Don Deogratias, si está usted leyéndome (que todo podría ser), sepa usted que, si bien ya no salgo a tres diarias, como en mis buenos tiempos, mi polla y yo mantenemos una amistosa relación, repleta de alegres zarandeos. Y de momento no parece que las reservas se estén agotando. Así pues, espero que haya encontrado mejores argumentos porque, lo que es yo, pienso seguir tocando la zambomba hasta el momento de mi muerte. Excepto si logro morir follando, claro. 

(Continuará, en cuanto acabe una cosilla que me traigo entre manos)

*Salvo que uno guste de ofrecer un espectáculo público, previo acuerdo de los asistentes al evento, por supuesto

** No siempre. Hay un cierto estado de ánimo nervioso que no se relaja mediante la masturbación, pudiendo ésta incluso emperorarlo. Por suerte no lo he sufrido a menudo.