Hola de nuevo.
Lo primero, disculparme por la larga ausencia. Me temo que el esfuerzo de sacar tres libros casi seguidos el año pasado me dejó... quemado, sin ánimo de seguir escribiendo. Gracias a quienes me cuidan ( y pienso muy fuerte en Marisa y Eva) y a quien me ha metido caña para que retome la escritura (¡esa Marisol!) estoy de vuelta.
Sin embargo, no basta con estar bien. Y, sí, tengo algunas cosas en cartera para escribir, pero varias de ellas son más bien negativas o, como mucho, sardónicas, y eso no me parecía adecuado para arrancar. Otros temas que tengo en mente son simplemente descriptivos (por ejemplo, quiero contar como ha sido para mí la experiencia de publicar la última parte de mi serie sobre historia) Finalmente, quiero contar cosas que han pasado en estos meses que hace un año apenas me parecían imaginables. Pero necesitaba un empujoncito, algo que me hiciera decir, AHORA.
Hoy ha llegado ese empujoncito, y lo ha traído el puro azar. Pero si algo he aprendido desde que mi vida dio un vuelco hace ya 12 años es que el azar no es solo azar, sino un elemento más de un paisaje mucho más amplio.
El paisaje, en esta ocasión, tiene un colorido muy hermoso. Se trata de una tarjeta que mi chica ha hecho para su madre. Hoy comíamos con ella y su familia, y anoche estaba ella rematando el trabajo, intentando que todo quedara tal y como quería y adaptándose sobre la marcha a incidentes de última hora. A mí, personalmente, me parece una preciosidad, es una combinación de acuarela y bordado con un juego de color que ya quisiera yo ser capaz de emular.
Pues bien, esta mañana hemos salido para coger el metro, con tiempo sobrado dado que íbamos bastante lejos. Y, en el primero de tres transbordos, la bolsita con la tarjeta quedó olvidada en el asiento. Cuando Marisa fue consciente ya estábamos a varias estaciones de distancia, y Diego recordó entonces que había oído a alguien preguntar ¿es esto suyo? a una señora, pero no pensó que tuviera que ver con nosotros.
En fin, en un caso así poco se puede hacer, dimos por perdida la tarjeta y seguimos nuestro viaje, que aún se prolongó una hora por diversos incidentes (como la escasez de taxis en Valdemoro)
La comida fue muy agradable, pasamos unas horas estupendas y, finalmente, iniciamos el camino de vuelta. Al llegar a Atocha pillamos un tren hasta Chamartín, y allí nos planteamos si esperar el cercanías hasta casa o tirar de metro. El metro tiene muchas paradas, pero el tren tardaría en llegar así que optamos por cogerlo.
Llegamos al transbordo donde habíamos perdido la tarjeta, pasamos los tornos, fuimos hasta donde solemos esperar en el andén y, al apoyarse en otro torno, Marisa tocó algo, se giró y allí, delante suyo, estaba la bolsa con la tarjeta.
No nos lo podíamos creer, pero era real, la teníamos delante de nuestros ojos. Marisa y yo nos dimos un abrazo, lo recogimos y ya subimos los tres al tren. Por el camino repasamos lo sucedido y comprendimos lo extremadamente improbable de lo que acababa de suceder.
Pensad en todos los elementos que se han conjugado para que pudiéramos recuperar esa tarjeta:
_ Primero, la persona que la encontró, al no ver al dueño o dueña, decidió dejarla en un lugar visible por si acaso esa persona regresaba.
_ Nosotros llegamos a Chamartín justo cuando se iba el tren que debíamos coger, y decidimos tomar el metro por no esperar otros 20 minutos al siguiente. De haber llegado un minuto antes, habríamos subido al cercanías.
_ Cogimos el metro porque el conductor nos vio cuando ya había cerrado las puertas y las abrió para nosotros. Podríamos haber tenido que esperar al siguiente y, quizás, en ese intervalo, la bolsa con la tarjeta habría desaparecido.
_ Finalmente, llegamos al andén del transbordo unos minutos antes que el tren que debíamos coger y Marisa se apoyó, por casualidad, en ese torno.
Si esto fuera una peli y en vez de una tarjeta esa bolsa contuviera un chip vital para la seguridad nacional, este curso de acontecimientos haría que la peli fuera absurda por inverosimil. Pero no es una peli Y HA SUCEDIDO
Y sí, soy muy consciente de que el azar juega un papel muy importante en mi (nuestra) vida. La mayor parte de las cosas que me han sucedido en esta última década empezaron por azares casi imposibles. Pero en este caso concreto, todo ese azar tendría un peso igual a cero de no ser por el primer punto de la sucesión:
UNA MUJER RECOGIÓ DEL SUELO LA TARJETA Y DECIDIÓ DEJARLA EN UN LUGAR VISIBLE, PARA QUE NO SE PERDIESE DEL TODO.
Fue un gesto pequeño, anodino. Quizás abrió la tarjeta y vio una dedicatoria a una madre, y le pareció importante, o simplemente le dio pena que perdiéramos algo tan bonito. E hizo lo único eficaz* que podía hacer para devolvérnosla, que fue dejarla en un sitio donde estuviera a salvo de que la pisaran y pudiéramos verla.
Un gesto pequeño de amabilidad para con unos desconocidos.
Y así es como hacemos entre todos que el mundo sea un lugar más llevadero. Haciendo lo que podemos, con pequeños gestos, con pequeños detalles. Recoger una tarjeta perdida, indicar a una persona una dirección que no encuentra, agradecer su trabajo a un dependiente o a la cajera del metro, seguirle la broma a un bebé que se ríe al vernos, abrirle la puerta del metro a unos viajeros que llegan a la carrera por el andén... sí, lo sé, estoy sonando CURSI, y no me avergüenzo de ello. Me gusta ser CURSI.
Hoy hemos tenido un día muy bueno, que empezó con una pequeña sombra. Una mujer amable nos ha permitido terminarlo borrando esa sombra y dándonos una alegría, y desde esta tribuna bajita y anodina quiero decirle, gracias, señora, quien quiera que sea usted. Gracias de corazón.
Y le doy las gracias también al conductor que decidió esperarnos, e igualmente al chico que, un rato después, cuando salíamos del metro, se ha dado cuenta de que a nuestro hijo se le había caído un billete de 20 euros del bolsillo y le ha dicho, señor, se le ha caído ese billete**. Tres personas amables en nuestro camino de hoy.
Citando a mi amiga Diana, y debería citarla más a menudo, no penséis que todo el mundo está contra vosotros. La mayor parte de la gente es como tú y como yo, no desea ni hacerte daño ni aprovecharse de ti, y si le das la oportunidad, te lo demuestran. Hoy tres personas nos lo han demostrado, y me siento cálido al decir GRACIAS.
Y, sí, me noto también sorprendido, por no decir flipando, por todo el azar que se ha condensado hoy en nuestro camino.
* Podría haberlo llevado a las taquillas, pero nunca hubiéramos pasado por ahí.
** Por otra parte, el ver que un chico de unos 15 le llamaba señor ha dejado un poco tocado a mi hijo, que por primera vez se ha sentido viejer