Hoy me apetece hablar de vínculos imprevistos. A poco que rasques un poco en los avatares del pasado, es fácil descubrir que, aunque aparentemente un suceso pueda tener lugar de forma independiente, lo usual es que los eventos, incluso los más insignificantes, se influyen unos a otros. La Historia no es una sucesión de anécdotas, sino una red que a veces se extiende mucho más allá de lo creíble.
Voy a intentar explicarlo con un ejemplo: los pueblos precolombinos, al contrario de lo que suele pensarse, sí conocían la rueda. Es imposible no conocer la rueda si tu cultura incluye la alfarería, porque el torno de alfarero y la rueda son, en esencia, la misma invención. De hecho los aztecas usaban la rueda, pero de forma lúdica, en juguetes. La razón de que no le dieran un uso práctico es la ausencia de ganado de tiro antes de la llegada de los españoles. Los únicos animales con la capacidad física de tirar de un carro eran los bisontes y estos no son domesticables. Me diréis que las llamas sí son domésticas, pero estas, al igual que otros camélidos, no son animales de tiro sino de carga al lomo. El caballo, el animal de tiro por excelencia, es originario de América, pero desapareció de sus praderas hace unos 11000 años.
Ahora bien, la extinción del caballo no fue casual: fue obra de los cazadores humanos, que a medida que se expandían por el Continente fueron eliminando a la mayor parte de las grandes especies de mamíferos. Es dudoso que los cazaran tan masivamente como para hacerlos desaparecer, pero en un ambiente tan duro como el de la última glaciación (que los humanos aprovecharon para llegar a América por Bering), y con fuertes fluctuaciones entre praderas y bosques a medida que el clima se estabilizaba, los humanos pudieron ser la gota que desequilibró la supervivencia de los équidos.
Y así tenemos que un hecho tan alejado en el tiempo como la extinción de los caballos fue la razón de que los hombres de Cortés, 100 siglos después de su desaparición, no tuvieron que enfrentarse a un ejército de jinetes ni a carros de guerra, y pudieron aprovechar muy bien la ventaja de contar con los únicos caballos de América.
Pero hoy voy a hablar de otros vínculos más cercanos entre sí, que además incluyen una breve parada en las filmotecas, o en YouTube
Los que peinamos canas nunca olvidaremos ese momento glorioso en el que el oficial Fletcher Christian, interpretado por Marlon Brando, se alza contra la tiranía del capitán Bligh (Trevor Howard) y se adueña del Bounty. Rebelión a Bordo es un canto a la voluntad, la dignidad y la libertad
La historia real es más interesante, menos romántica y mucho más llena de matices. Y no tiene tanto que ver con la brutalidad de un capitán como con la esclavitud en las Antillas y las consecuencias de la revolución francesa
El capitán del Bounty, William Bligh, no era un hombre especialmente sádico o tiránico. De hecho estaba muy bien considerado como marino y, tras al motín, fue exonerado y siguió con una brillante carrera en la Royal Navy, alcanzando el grado de Vicealmirante.
En realidad la disciplina a bordo del HMS Bounty no era muy diferente de la que reinaba en cualquier buque de la época. Y el hecho de que tuviera lugar un motín no era nada novedoso. Lo interesante en este caso es que le haya dado tal aureola a un suceso cuyas causas fueron bastante más materiales de lo que se refleja en la versión canónica.
El Bounty formaba parte de una gran operación que había organizado la armada inglesa a petición de los plantadores de azucar de las Antillas inglesas. Las explotaciones del Caribe se basaban en la mano de obra esclava. Esclavos que eran tratados con una brutalidad e inhumanidad muy superior a lo que pudo pasar a bordo del célebre buque, pero eso no queda tan bonito en las películas. Por comparación, los de las explotaciones de tabaco y algodón del Sur de los Estados Unidos eran unos privilegiados: los hacendados ingleses y franceses consideraban a sus esclavos como animales sin más interés que su fuerza bruta, y vivían en un estado de permanente paranoia ante la posibilidad de una revuelta, lo que les llevaba a tomar medidas cada vez más duras para mantener el status quo. Y por eso el Bounty viajó a los mares del sur
Los botánicos europeos estaban fascinados con las plantas descubiertas en el trópico, y había una que acaparaba todos los elogios: el arbol del pan. El fruto de esta planta, que en ocasiones roza los 6 kilos de peso, es sabroso y muy nutritivo. Además la productividad es muy alta, con una media de 200 piezas por árbol y año. Pues bien, a mediados del siglo XVIII algunos plantadores de azucar tuvieron una idea que enseguida contó con el apoyo del gobierno inglés ¿porqué gastar recursos y tiempo alimentando a los esclavos de la misma manera que a los blancos. Por mala que fuera la comida que se les daba, era preciso usar alimentos que, o bien debían cultivarse en las islas (usando terrenos y trabajadores que de otro modo podrían usarse para plantar más azucar) o se importaban, con el consiguiente gasto en fletes y tasas. Pero ¿y si se plantaba arbol del pan en las islas? una vez crecieran, los árboles no debían ser plantados año tras año, y los propios esclavos podrían encargarse de su recolección y preparación una vez terminaran con las tareas diarias.
Pero para ello era preciso trasladar y aclimatar dicha planta y a eso se dedicó la Royal Navy a petición de la Royal Society, dando forma a lo que se llamó la Ruta del Pan. Y por eso el Bounty inició su viaje rumbo a Tahití, en 1787, haciendo una escala en las Canarias para aprovisionarse y, de paso, recoger muestras de la vegetación de la zona. Después de todo la expedición tenía el patrocinio de la Royal Society de Londres, y Bligh, como muchos marinos europeos, procuraba recopilar toda la información científica posible. De hecho era necesario un cierto conocimiento botánico para cumplir la misión, ya que el barco debía recoger un millar de plantones del arbol del pan y garantizar su superviviencia a bordo para trasladarlos a las Antillas.
La ruta prevista inicialmente era la más directa, hacia la Polinesia, a través del Cabo de Hornos, pero el mal tiempo hizo imposible seguirla y Blich optó por navegar hacia el este, por el cabo de Nueva Esperanza y el sur del Índico, hasta llegar a Tahití contorneando las costas meridionales de Australia. Hay que decir que el diario de a bordo no muestra ningún indicio de la disciplina abusiva que la leyenda atribuye al comandante del Bounty. Más bien viene a decir que conocía sobradamente los riesgos de las grandes travesías y procuró mantener a la tripulación en buen estado de salud y ánimo. No obstante, el alargamiento del viaje debió influir en lo que sucedió al llegar a destino
La recogida de los especímenes, su preparación, y la carga en el buque de todos los maceteros y las provisiones se dilataron más de lo previsto y la tripulación, tras tantos meses de reclusión en un barco que apenas tenía 27 m de eslora, se encontró con un estilo de vida que, por comparación con la que llevaban en Inglaterra (y no digamos respecto a la vida a bordo del barco) era paradisiaca. Medio siglo después, durante el viaje del Beagle, Charles Darwin y el capitán Fitzroy denunciaron en un duro artículo titulado "el estado moral de Tahiti"que las islas de la Polinesia eran vistas por los visitantes ingleses como una especie de burdel gratuito donde todo estaba permitido a costa de los nativos y eso es lo que pensaban los marineros del Bounty y algunos de los oficiales, incluyendo a Christian Fletcher.
Llegado el momento de embarcar empezaron los problemas disciplinarios. Nadie quería obedecer las órdenes: hubo amenazas, fugas y fue necesario el uso de la fuerza para iniciar el viaje de vuelta. Además el nuevo periplo sería más duro, porque el barco iba abarrotado de plantas que habría que cuidar durante toda la travesía. Meses después, el capitán Bligh declaró que el motín no fue fruto de la casualidad y estaba planificado desde antes de la partida. Dados los hechos, no puedo sino darle la razón. La tripulación no se rebeló en defensa de su dignidad, sino para volver a la vida de lujuria, alcohol y pereza que habían descubierto en tierra. La tensión estalló a las pocas semanas de la partida y el 29 de abril de 1789 Christian abanderó a los marineros, desarmó al capitán y los leales, y los embarcó en un esquife con algunas provisiones y una brújula. Luego, los marinos celebraron su victoria saqueando las provisiones de bebida y arrojando al mar hasta el último macetero, antes de regresar a tahití para recoger a algunos nativos, principalmente mujeres. La versión canónica dice que eran sus novias y amigos: dado que ese es un punto de vista demasiado novelesco, lo más probable es que embarcaran a quien les plació, sin que los nativos pudieran hacer nada por impedirlo.
La película de 1962 (y, hasta donde sé, todas las otras versiones de esta historia) no llega más allá de la recalada de los amotinados en las Pitcairn y el juicio al que hizo frente Bligh tras llegar a Gran Bretaña ¡en bote, tras una travesía de 6000 km! Tan mal marino no debía ser. Pero la historia siguió más allá del destino de Christian y sus seguidores (que por cierto acabaron matándose unos a otros hasta el punto de que cuando las Pitcairn fueron descubiertas sólo sobrevivía uno de ellos)
(y mañana más...)