_ (Jose de 2022) Hola. Vengo del futuro. ¿Sabes, esa chica que conociste ayer? Pues, dentro de unos años, seréis pareja
_ (Jose de 2017) Tú flipas
_ (Marisol) Hazle caso, escucha a las brujas a tu alrededor
Sí, esa habría sido mi reacción. Y la de Marisol.
Era miércoles, día de cuerdas en El Dinosaurio (los miércoles se celebraban quedadas de shibari) y alguien propuso echar una partida de ¿Bang? No, era algo de fantasy.
Ese día vi a Eva por primera vez. Una mujer menudita, de gafas y pelo corto, muy alegre. Su forma de hablar y de mirar era traviesa y risueña. Y nos metió una soberana paliza con las cartas.
Esa tarde hablamos un poco en la barra y nos caímos bien. No nos vimos muy seguido, pero con el tiempo fuimos cogiendo algo de confianza.
Tiempo después conocí a E, su hijo, que tenía 4 años. Vino a ver con él la expo de dinosaurios que hice en El Dinosaurio y le llevé en brazos, explicándole cada imagen. Creo que se lo pasó bien porque no quería bajar.
Un día Eva me propuso una sesión de masaje/shiatsu. Yo solía ir a fisioterapia así que me dije ¿porqué no? puede que sea buena.
Es buena. De hecho es una excelente masajista, pero va más allá. Lo llama su poder de bruja. Yo lo llamo lectura: lee a su paciente, con las manos, con los ojos, con la piel... y aplica lo que lee.
Puede ser desconcertante. Hay quien se asusta porque te explica lo que ve y les coge por sorpresa. Quizás por eso muchos no repetían.
Yo repetí. Eva se convirtió en mi masajista, o, mejor dicho, mi terapeuta. No era una cuestión de relajación física. Hablábamos, mucho, y nuestras conversaciones me aliviaban. No porque me dijera lo que quería oír, sino por mostrarme lo que no quería mirar. Me hizo ver que llevaba mucho peso que no era mío, y que no cuidaba de mí mismo. También vio partes de mí que no me atrevía a sacar, y buscó cómo darme herramientas para ello. En ocasiones, al acabar una sesión, me parecía que algo se había disipado, y en otras me parecía que había abierto una puerta y no sabía a donde llevaba.
No era unidireccional. A medida que pasaba el tiempo nos atrevimos, poco a poco, a compartir temas muy personales, tanto ella como yo. Y así, escuchándonos, fuimos ganando más confianza.
Meses después pasé por un momento muy duro. En Polimad me señalaron (y era cierto) que era invasivo, abusivo, agobiante y, en general, un machito de mierda. Llamé a Eva para disculparme y despedirme, porque también lo fui con ella. Y, para mi sorpresa, me dijo que no deseaba dejar de vernos. Sí, era consciente de como había actuado yo, pero me veía capaz de corregir mis cagadas*, y quería darme esa oportunidad.
En 2019 se vio en una situación difícil. Más que difícil. Confió en mí y me pidió consejo y apoyo. Afortunadamente, pude dárselos. Y pasamos de ser amistades a amigos. Amigos reales.
No siempre estamos de acuerdo, lo que no es malo. La diferencia es positiva: ambos aprendemos del otro y encontramos formas diferentes de ver las cosas, fuera de la caja, más allá de nuestra forma previa de pensar**.
Ha conocido a mi familia, a mi madre, le he hablado de ella a mis hermanos, primos y sobrinos, mi amiga Susana lleva un tiempo diciéndome TÚ, MALQUEDA ¿CUANDO VOY A CONOCER A EVA? Y lo mismo con su familia. No queremos ser un secreto para nadie, porque los secretos son aquello de lo que te avergüenzas, y no vamos a avergonzarnos de amar
Evidentemente nuestra relación tiene límites, y muchas incertidumbres. Pero esos límites no son paredes rígidas e inamovibles, y las incertidumbres son parte de cualquier vínculo. No sabemos qué ríos nos tocará atravesar, pero ya veremos como lo hacemos cuando lleguemos a la orilla.
Entretanto, seguimos caminando, cogiéndonos de la mano y sintiendo que, a donde quiera que nos lleve este camino que estamos creando juntos, estaremos bien.
Y, de cuando en cuando, nos hacemos esa pregunta. ¿Cómo sucedió? ¿Cómo pudimos enamorarnos sin darnos cuenta siquiera? y ¿Cuando pasó eso?
A día de hoy, no hemos podido responderla, y en el fondo me gusta que sea así. No es necesario saberlo todo
*Quiero creer que he sido capaz de dejar atrás esa actitud de mierda, pero me llevó mucho tiempo. Asumir que eres el malo de tu propia película es algo muy duro de tragar
_ (Jose de 2017) Tú flipas
_ (Marisol) Hazle caso, escucha a las brujas a tu alrededor
Sí, esa habría sido mi reacción. Y la de Marisol.
Era miércoles, día de cuerdas en El Dinosaurio (los miércoles se celebraban quedadas de shibari) y alguien propuso echar una partida de ¿Bang? No, era algo de fantasy.
Ese día vi a Eva por primera vez. Una mujer menudita, de gafas y pelo corto, muy alegre. Su forma de hablar y de mirar era traviesa y risueña. Y nos metió una soberana paliza con las cartas.
Esa tarde hablamos un poco en la barra y nos caímos bien. No nos vimos muy seguido, pero con el tiempo fuimos cogiendo algo de confianza.
Tiempo después conocí a E, su hijo, que tenía 4 años. Vino a ver con él la expo de dinosaurios que hice en El Dinosaurio y le llevé en brazos, explicándole cada imagen. Creo que se lo pasó bien porque no quería bajar.
Un día Eva me propuso una sesión de masaje/shiatsu. Yo solía ir a fisioterapia así que me dije ¿porqué no? puede que sea buena.
Es buena. De hecho es una excelente masajista, pero va más allá. Lo llama su poder de bruja. Yo lo llamo lectura: lee a su paciente, con las manos, con los ojos, con la piel... y aplica lo que lee.
Puede ser desconcertante. Hay quien se asusta porque te explica lo que ve y les coge por sorpresa. Quizás por eso muchos no repetían.
Yo repetí. Eva se convirtió en mi masajista, o, mejor dicho, mi terapeuta. No era una cuestión de relajación física. Hablábamos, mucho, y nuestras conversaciones me aliviaban. No porque me dijera lo que quería oír, sino por mostrarme lo que no quería mirar. Me hizo ver que llevaba mucho peso que no era mío, y que no cuidaba de mí mismo. También vio partes de mí que no me atrevía a sacar, y buscó cómo darme herramientas para ello. En ocasiones, al acabar una sesión, me parecía que algo se había disipado, y en otras me parecía que había abierto una puerta y no sabía a donde llevaba.
No era unidireccional. A medida que pasaba el tiempo nos atrevimos, poco a poco, a compartir temas muy personales, tanto ella como yo. Y así, escuchándonos, fuimos ganando más confianza.
Meses después pasé por un momento muy duro. En Polimad me señalaron (y era cierto) que era invasivo, abusivo, agobiante y, en general, un machito de mierda. Llamé a Eva para disculparme y despedirme, porque también lo fui con ella. Y, para mi sorpresa, me dijo que no deseaba dejar de vernos. Sí, era consciente de como había actuado yo, pero me veía capaz de corregir mis cagadas*, y quería darme esa oportunidad.
En 2019 se vio en una situación difícil. Más que difícil. Confió en mí y me pidió consejo y apoyo. Afortunadamente, pude dárselos. Y pasamos de ser amistades a amigos. Amigos reales.
Entonces llegaron 2020 y la pandemia. Tras la cuarentena quedamos para una sesión y, entonces, pasó algo que no esperábamos: nos abrazamos intensamente, antes y después del masaje. Estuvimos ¿media hora? tal vez más, abrazados. Sin hablar mucho, sólo sintiendo. Al acabar estábamos mareados, como borrachos. Entendimos que nos habíamos echado muchísimo de menos, pero también supimos que ahí había algo de lo que no habíamos sido conscientes. Creo que ambos nos asustamos, pero ninguno salió corriendo.
Empezamos a comprender que, más allá de las sesiones de terapia, e incluso de nuestra amistad, nos estábamos cuidando, el uno al otro. Un mes o dos después, muerto de miedo, me atreví a decir te amo. Y, para mi sorpresa, ella me dijo, yo a ti también.
Nos preguntamos ¿qué somos entonces, el uno para el otro? Amigos no abarcaba lo suficiente, y las otras palabras que suelen usarse no contenían lo que sentíamos. Y, de pronto, de forma espontánea, surgió una palabra. Que era solo nuestra.
Amigaamada
Amigoamado
Los siguientes meses fueron de mucha precaución: no queríamos dar nada por supuesto y, muy despacio, fuimos acercándonos. No había atracción sexual, así que exploramos lo que creímos sería una amistad intima con mucha calma, viendo a dónde nos llevaba.
En Navidad me hizo un regalo. Unos mitones en los que había bordado mis iniciales. Ese día, le dije a su hijo, E, quiero que sepas que amo a tu madre. Y creo que primero dijo ¡Por fin! y luego añadió, con esa mirada tan suya, que ve más allá de lo que tiene delante, ya lo sabía. Y ella también te ama a ti, me lo ha dicho.
Pasamos nuestra primera noche juntos justo cuando se desataba la tormenta sobre Madrid y la nieve empezaba a borrar la ciudad. Esa noche bajamos con cuidado nuestras barreras y, entre los dos, creamos un espacio seguro en el que mostrarnos desnudos. Teníamos mucho miedo, pero nos abrazamos y no dejamos que nos dominara. Hablamos de cosas que nunca habíamos hablado con nadie, expresamos, escuchamos, lloramos, nos dimos aire el uno al otro para seguir... fue una noche de catarsis. Al final, emocionalmente agotados, nos dormimos.
No nos despertamos hasta la tarde del día siguiente. Y al levantar la persiana de la terraza nos encontramos con casi un metro de nieve y un silencio como yo no había escuchado jamás.
Casi sin darnos cuenta, empezamos a explorar nuestra sexualidad y, sobre todo, nuestra sensualidad. No nos poníamos, no era una fiebre feroz en plan, dios, cómo te deseo. Descubrimos que hacernos el amor era algo que surgía de forma natural, sin prisa y sin temor. Y a medida que exploramos, empezamos a ir mucho más allá de lo que habíamos imaginado.
Todo ha sido paulatino, hemos ido muy despacio. Ambos tenemos vidas complejas, y encajar algo así en ellas requiere afecto y cuidado, porque no deseamos romper lo que tenemos ni lo que previamente teníamos. Pero eso no significa que pensemos y planifiquemos cada paso. De hecho, todo ha fluido casi sin rozamiento.
Hubo un momento clave, cuando, estando juntos en un festival, una tragedia golpeó a mi familia. Marisa me dijo, no intentes correr de regreso, no puedes hacer nada, quédate ahí, Eva te cuidará. Y así fue. Al regresar, cuando se vieron, se abrazaron: un gesto de unión entre ellas, gracias por cuidarle, gracias por confiar en mí. Una manera de decir, esto es real, y queremos que permanezca.
Han pasado dos años, quizás un poco más. Poco a poco nos hemos ido dando más espacio, y haciendo que vernos deje de ser algo especial, una cita, para convertirse en algo natural. Incluso hemos empezado a hacer vida cotidiana, compartiendo, no lo mágico y apasionado, sino el día a día. Planificar la compra, tener unas horas de trabajar juntos, cada uno en lo suyo, cocinar, una jornada de limpieza. Intentar que su gata comprenda que las 5 de la mañana no es hora de ponerse a cazar nuestros pies...
Quizás lo más importante, hemos aprendido a comunicarnos. A veces con miedo, porque el miedo está presente, y hemos aprendido que es valioso, y que al ponerlo en palabras le damos una dimensión real, y podemos gestionarlo. Y hemos aprendido a expresar nuestras dudas y nuestro asombro.
Empezamos a comprender que, más allá de las sesiones de terapia, e incluso de nuestra amistad, nos estábamos cuidando, el uno al otro. Un mes o dos después, muerto de miedo, me atreví a decir te amo. Y, para mi sorpresa, ella me dijo, yo a ti también.
Nos preguntamos ¿qué somos entonces, el uno para el otro? Amigos no abarcaba lo suficiente, y las otras palabras que suelen usarse no contenían lo que sentíamos. Y, de pronto, de forma espontánea, surgió una palabra. Que era solo nuestra.
Amigaamada
Amigoamado
Los siguientes meses fueron de mucha precaución: no queríamos dar nada por supuesto y, muy despacio, fuimos acercándonos. No había atracción sexual, así que exploramos lo que creímos sería una amistad intima con mucha calma, viendo a dónde nos llevaba.
En Navidad me hizo un regalo. Unos mitones en los que había bordado mis iniciales. Ese día, le dije a su hijo, E, quiero que sepas que amo a tu madre. Y creo que primero dijo ¡Por fin! y luego añadió, con esa mirada tan suya, que ve más allá de lo que tiene delante, ya lo sabía. Y ella también te ama a ti, me lo ha dicho.
Pasamos nuestra primera noche juntos justo cuando se desataba la tormenta sobre Madrid y la nieve empezaba a borrar la ciudad. Esa noche bajamos con cuidado nuestras barreras y, entre los dos, creamos un espacio seguro en el que mostrarnos desnudos. Teníamos mucho miedo, pero nos abrazamos y no dejamos que nos dominara. Hablamos de cosas que nunca habíamos hablado con nadie, expresamos, escuchamos, lloramos, nos dimos aire el uno al otro para seguir... fue una noche de catarsis. Al final, emocionalmente agotados, nos dormimos.
No nos despertamos hasta la tarde del día siguiente. Y al levantar la persiana de la terraza nos encontramos con casi un metro de nieve y un silencio como yo no había escuchado jamás.
Casi sin darnos cuenta, empezamos a explorar nuestra sexualidad y, sobre todo, nuestra sensualidad. No nos poníamos, no era una fiebre feroz en plan, dios, cómo te deseo. Descubrimos que hacernos el amor era algo que surgía de forma natural, sin prisa y sin temor. Y a medida que exploramos, empezamos a ir mucho más allá de lo que habíamos imaginado.
Todo ha sido paulatino, hemos ido muy despacio. Ambos tenemos vidas complejas, y encajar algo así en ellas requiere afecto y cuidado, porque no deseamos romper lo que tenemos ni lo que previamente teníamos. Pero eso no significa que pensemos y planifiquemos cada paso. De hecho, todo ha fluido casi sin rozamiento.
Hubo un momento clave, cuando, estando juntos en un festival, una tragedia golpeó a mi familia. Marisa me dijo, no intentes correr de regreso, no puedes hacer nada, quédate ahí, Eva te cuidará. Y así fue. Al regresar, cuando se vieron, se abrazaron: un gesto de unión entre ellas, gracias por cuidarle, gracias por confiar en mí. Una manera de decir, esto es real, y queremos que permanezca.
Han pasado dos años, quizás un poco más. Poco a poco nos hemos ido dando más espacio, y haciendo que vernos deje de ser algo especial, una cita, para convertirse en algo natural. Incluso hemos empezado a hacer vida cotidiana, compartiendo, no lo mágico y apasionado, sino el día a día. Planificar la compra, tener unas horas de trabajar juntos, cada uno en lo suyo, cocinar, una jornada de limpieza. Intentar que su gata comprenda que las 5 de la mañana no es hora de ponerse a cazar nuestros pies...
Quizás lo más importante, hemos aprendido a comunicarnos. A veces con miedo, porque el miedo está presente, y hemos aprendido que es valioso, y que al ponerlo en palabras le damos una dimensión real, y podemos gestionarlo. Y hemos aprendido a expresar nuestras dudas y nuestro asombro.
También hemos comprendido que No es una respuesta tan válida como Sí. Y no tememos un No porque, sin él, el Sí no vale nada nada
No siempre estamos de acuerdo, lo que no es malo. La diferencia es positiva: ambos aprendemos del otro y encontramos formas diferentes de ver las cosas, fuera de la caja, más allá de nuestra forma previa de pensar**.
Ha conocido a mi familia, a mi madre, le he hablado de ella a mis hermanos, primos y sobrinos, mi amiga Susana lleva un tiempo diciéndome TÚ, MALQUEDA ¿CUANDO VOY A CONOCER A EVA? Y lo mismo con su familia. No queremos ser un secreto para nadie, porque los secretos son aquello de lo que te avergüenzas, y no vamos a avergonzarnos de amar
Evidentemente nuestra relación tiene límites, y muchas incertidumbres. Pero esos límites no son paredes rígidas e inamovibles, y las incertidumbres son parte de cualquier vínculo. No sabemos qué ríos nos tocará atravesar, pero ya veremos como lo hacemos cuando lleguemos a la orilla.
Entretanto, seguimos caminando, cogiéndonos de la mano y sintiendo que, a donde quiera que nos lleve este camino que estamos creando juntos, estaremos bien.
Y, de cuando en cuando, nos hacemos esa pregunta. ¿Cómo sucedió? ¿Cómo pudimos enamorarnos sin darnos cuenta siquiera? y ¿Cuando pasó eso?
A día de hoy, no hemos podido responderla, y en el fondo me gusta que sea así. No es necesario saberlo todo
*Quiero creer que he sido capaz de dejar atrás esa actitud de mierda, pero me llevó mucho tiempo. Asumir que eres el malo de tu propia película es algo muy duro de tragar
**Por ejemplo, gracias a ella, he empezado a entender el significado de la magia, o al menos uno de sus significados