Mujer iroqués

viernes, 31 de diciembre de 2010

MI PENE Y YO (I) Los primeros escarceos


El cuerpo humano está lleno de elementos interesantes. La mano, por ejemplo, siempre me ha fascinado: desde niño me recuerdo mirando mis manos, moviendolas, rotándolas, jugando con los dedos… y asombrándome, como si tuvieran vida propia. Los ojos también tienen su aquel y les he dedicado muchas horas de espejo, intentando sorprender a la pupila cuando se contrae, buscando manchitas en el iris, u observando el relieve las venillas de la conjuntiva. Pero la única parte de mi cuerpo con la que mantengo una relación realmente complicada es con mi pene.

Pene, falo, miembro, picha, polla, cola, pinga, pinganillo, pindonga, minga, mango, nabo, nardo, rabo, palote, cimbel, sinhueso, calvo, pija, pájaro, cipote, carajo, verga, chola, churra, chistorra, pepino, manubrio, plátano, cigala, cuca, flauta, hermanito pequeño, soldadito, trompa, hurón, dedo de en medio, báculo, pito… Dudo mucho que exista en castellano un concepto con tantos sinónimos y apostaría mi brazo izquierdo a que la pilila ocupa un lugar de honor en el inconsciente humano, o mejor dicho en el masculino. Hablemos claro, señores: que levante la mano el tío que no piensa en su polla al menos un par de veces al día… ¿nadie?…  ¿El Papa, dices? ¡Pero si no hay nadie más obsesionado con las genitales que los miembros de la iglesia! Fíjate en todas las normas que intentan imponer a su uso ¡No piensan en otra cosa!

La fijación peneana nos viene de lejos, casi desde nuestros primeros días de vida. El primer mes uno no le da demasiada importancia a nada que no sea comer y cagar, pero sobre el tercero ya hemos descubierto que además de manos y pies los chicos tenemos por ahí abajo un juguetito de lo más interesante, y a la que estás un ratito sin pañal te pasas el rato manoseándolo. Luego empezamos a interesarnos por el mundo que nos rodea y poco a poco dejamos de darle importancia al colgajillo, pero un día, entre los cuatro y los seis años, volvemos a ser conscientes de que la colita no sólo sirve para hacer pis (y qué gustico te da cuando llevas aguantándote un buen rato y por fin puedes desenfundar y dejarte llevar ¿verdad?) sino que es un cacharrillo de lo más entretenido y relajante. Claro que la sociedad no ve con buenos ojos que uno explore la diversidad de su cuerpo y pronto se encarga de poner límites a la investigación ¿O no habéis oído nunca a una madre soltar un rotundo ¡niño! ¡dejayadetocartecoooooño!?

Da igual: si van a coartar la natural inocencia de nuestros estudios en público, seguiremos con ellos en la clandestinidad. Y con más interés, porque tu pito no sólo es útil y da gustirrinín, sino que tiene vida propia y a veces, sin saber muy bien porqué, se pone rígido y apunta para arriba. Y tú te dices ¡esto es genial! y puede que incluso pienses que debe valer para algo, porque si no ¿de qué? Y anda que no juegas a toquetearlo para que se endurezca. Además por aquel entonces quien más quien menos ya sabe que las niñas gastan otra cosa, que también resulta fascinante. Claro que tus indagaciones probablemente te consigan una buena bronca y un castigo de magnitud sorprendente, porque no nos engañemos, los papis comprensivos y amigos de lo didáctico escasean y cuando alguien intenta explicarte el porqué de las diferencias y su utilidad emplea términos bastante aburridos, así que el interés puede decaer un poco.

Entre los 11 y los 12 tu curiosidad por los genitales femeninos (bueno, quiero decir mi curiosidad, pero extrapolo) y otros diferenciales anatómicos se renueva y los toqueteos aumentan en intensidad, hasta ese día inolvidable en que, de forma accidental, te haces tu primera paja. Y puede que la segunda también, pero a partir de la tercera ya son deliberadas, y el que diga lo contrario (o afirme que no se asustó un poco) miente como un bellaco.

Bueno, por fin has averiguado para que servía el invento, pero no lo sabes todo: el afán investigador te lleva a buscar documentación y descubres nuevos misterios, algunos muy interesantes, otros más bien preocupantes. Hoy en día la red facilita mucho el trabajo de los adolescentes, pero mi generación se educó a base de revistas, y el día que cayó en mis manos una de las verdaderamente informativas (o sea, de las muy, pero que muy guarras*) descubrí que algo no cuadraba. Tú ves a las mozas en plan ginecológico y mola ¿no? que el saber no ocupa lugar, pero también están los partenaires, con esos trastos enormes, enhiestos, de cabeza purpúrea, amenazadora y reluciente… y claro, miras para abajo, comparas y sí, la idea general es más o menos esa, pero está claro que los detalles no coinciden.

El trauma no dura demasiado, todo hay que decirlo, porque con la edad tus proporciones mejoran y el pelo empieza a disimular un poco las cosas, pero siempre te va a quedar un cierto resquemor. Y todo por esa manía de los editores de pornografía de buscar siempre lo exagerado. Entiendo que eso facilita mucho el enfoque y la iluminación, pero podrían pensar un poco en el público juvenil y lo fácil que resulta traumatizarlo.

Lo que sí dura es el afán de meneártela: los moralistas consideraban (supongo que siguen considerándolo, pero ¿a quién le importan) que el onanismo es un síntoma de inmadurez, un vicio juvenil  que remite con la edad. Y yo digo ¡y una polla!  Al principio puede que te muestres un poco comedido, por aquello de la vergüenza y la sensación de desasosigo que te queda  tras la salpicadura ¿no? pero  enseguida le cojes ritmo, mejoras la técnica, descubres los cleenex y ya es un no parar.  Hace unos años oí a unas mamis hablando de sus retoños,  que por lo que decían rondaban los 13 añitos y una de ellas decía ¡Ay, chica, es que yo no sé si se masturba, y claro, con lo raros que son los chicos, cualquiera le pregunta! Yo pensé, señora ¿tiene picha, manos y 13 años?  se la pela, créame, sé de lo que hablo.


*¡Cuanto le debemos los hombres de mi quinta a Berth Milton padre! El Lib molaba, pero el primer Private marcaba un antes y un después.

martes, 28 de diciembre de 2010

Roma y la ambigüedad bíblica (II)


El valor otorgado a la Biblia no supuso una diferencia significativa a lo largo de los siglos XVII y XVIII porque nadie dudaba de su veracidad, pero en el XIX el Libro empezó a hacer aguas. El reverendo Buckland, buscando evidencias del Diluvio Universal, descubrió las pruebas de una glaciación continental, un cataclismo que ni siquiera aparecía a pie de página en el Génesis. Lyell puso las bases de la geología moderna, demostrando que la Tierra era asombrosamente antigua. Y llegó Darwin.

La iglesia anglicana anatemizó a los científicos, el ponzoñoso Pio IX publicó la encíclica Syllabus Errorum, condenando cualquier propuesta que contradijera el magisterio eclesiástico y las diversas confesiones protestantes hicieron otro tanto. No sirvió de mucho: a lo largo del siglo XX los estudiosos de la Biblia, libres de dogmas, demostraron que no era una crónica veraz sino un compendio de mitos mesopotámicos mezclado con otros de origen local.

En 1950* Pio XII escribió la  Humani Generis, aceptando, la viabilidad de la hipótesis darwiniana, y Juan Pablo II lo refrendó en 1996. La iglesia anglicana también suavizó su postura y en 2008 pidió perdón a Darwin. En cambio los luteranos europeos pasan de puntillas por el tema, la mayoría de los calvinistas apoya la literalidad bíblica, las diversas sectas de origen protestante (episcopalianos, adventistas, baptistas, renacidos, pentecostales …) son plenamente literalistas y la Iglesia Ortodoxa, pese a no tener una doctrina clara al respecto, se inclina también por la tradición.

¿Porqué esas diferencia? Porque católicos y anglicanos dejaron de lado el valor doctrinal del antiguo testamento mucho antes del siglo XIX. Además ambas iglesias están jerarquizadas en forma piramidal lo que facilita los cambios. Una vez la jerarquía anglicana o el Papa deciden soltar lastre, soltado queda. Eso explica la ambigüedad de los ortodoxos, ya que su concepto religioso es profundamente conservador y no hay una autoridad central, tomándose las decisiones en Concilios Ecuménicos.

Y llegamos al punto conflictivo. Hoy está claro que la Biblia es obra de hombres y no de Dios, ha conocido varias reescrituras, se basa a su vez en mitologías paganas bien conocidas, y la historia que narra no es más que un relato, y ni siquiera demasiado bueno. La postura de las sectas, aunque irracional, es lógica, ya que la base de su fe es el Libro, y la de los ortodoxos es comprensible, pero ¿católicos y anglicanos? Roma no tuvo problemas en renunciar al latín, aceptar la evolución y abrirse al ecumenismo. La iglesia anglicana acepta además la ordenación sacerdotal y episcopal de las mujeres, lo que se da de hostias con el antiguo Testamento. Así que ¿Porqué mantenerlo como canon?

El problema es que no hay reemplazo. Yahvéh es un impresentable, asesino de niños, vengativo hasta lo indecible, puntilloso, genocida… Roma estaría feliz de sacárselo de encima y librarse de la incongruencia que supone que un psicópata que ordena la lapidación de los que tejen con dos fibras diferentes, se transforme por arte de magia en un padre amoroso. Pero durante veinte siglos han procurado erradicar a todos los demás panteones del imaginario popular, tachándolos de fantasías o encarnaciones de Satán, así que si le rechazan, se quedan sin dios.

Eso no debería ser importante, ya que el cristianismo se basa en el Nuevo Testamento ¿no? Pues sí, pero no. La Palabra de Jesús no es ni demasiado original, ni demasiado coherente, ni demasiado profunda. Es muy buenrollista ¿no? amaos los unos a los otros, poned la otra mejilla y todo eso, pero para ese viaje no hacían falta alforjas. El Nuevo Testamento sólo tiene peso si  Cristo es el Hijo primogénito de Dios, anticipado por los profetas, nacido en el linaje de David y cordero sacrificial por el Pecado Original. Y el único Dios disponible es el viejo cabroncete del Génesis. Así que si no aceptamos las Escrituras en su totalidad, no hay un Padre para el Hijo, ni un Pecado que lavar, ni una Promesa que cumplir, y Jesús pierde su credibilidad. Ergo, si no hay Biblia, no hay Iglesia.

La paradoja no tiene solución. Los mitrados están demasiado ocupados tratando de mantener a flote su barca como para preocuparse de cuestiones de detalle. Además son muchos siglos de nadar y guardar la ropa así que tampoco pasa nada por chapotear un poquito más. Pero al afirmar que razón y cristianismo son compatibles se equivocan, porque éste se asienta sobre el pilar de la verdad bíblica, y la razón ha tirado por tierra ese pilar. De hecho, en España la mayoría de los creyentes rechaza la autoridad papal, un 40 % no cree que Jesús fuera hijo de Dios y un 40% de los creyentes no practicantes no cree en Dios**. Al relativizar la base de su fe, se han saboteado a sí mismos.

No me gusta jugar a profeta, pero voy a hacer un vaticinio: la tendencia a la baja seguirá y se acelerará no porque aumente la racionalidad de la gente (qué más quisiera yo) sino porque la incoherencia del cristianismo socava su posición. Despojada de su manto sagrado, la Iglesia tiene que competir en igualdad con todo tipo de supercherías tan incongruentes como ella, pero más cómodas para sus seguidores y no va a dejar de perder terreno. Dudo que yo viva lo bastante para verlo, pero un día el Vaticano tendrá que echar el cierre por impago del alquiler, y mi hijo o los suyos podrán brindar por el entierro de una de las instituciones más aburridas y sucias que ha conocido la Humanidad.

* 90 años entre ambas encíclicas. No está mal si tenemos en cuenta que Roma aún no le ha pedido perdon a Giordano Bruno.

** El concepto  creyente no practicante está muy traído por los pelos, pero el de creyente no creyente me resulta dadaista.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Roma y la ambigüedad bíblica




Una de las diferencias más llamativas entre las iglesias tradicionales (es decir, la católica, la ortodoxa y, en cierta medida, la anglicana) y las reformadas (luteranos, calvinistas, adventistas, renacidos…) es su posición con respecto al Antiguo Testamento.

Los cristianos reformados son literalistas bíblicos, es decir, consideran que los textos religiosos judíos precristianos son veraces y fiables al ser Palabra Revelada. Eso incluye el Pentatéuco, los libros que narran la historia del pueblo judío entre Josué y los Macabeos, el conjunto de los textos proféticos (Isaías, Ezequiel, Zacarías…) y los Libros de Sabiduría (la historia de Job, el Eclesiastés, los Salmos…). Por el contrario los tradicionalistas consideran que estos libros, si bien son canónicos y dignos de reverencia como parte del mensaje divino y preludio a la Venida del señor, no deben interpretarse en un sentido literal, sino metafórico. Un teólogo católico puede utilizar en su argumentación las epístolas de Pablo, pero no se apoyará en las normas levíticas, por considerar que estas, como todo el conjunto de la ordenación religiosa mosaica (a excepción del decálogo) quedan abolidas tras la predicación de Jesús.

Para entender esta diferenciación hay que remontarse a los orígenes de la Iglesia. En sus orígenes los cristianos eran una rama más del judaísmo, como lo eran los fariseos, los saduceos o los zelotas. La autoridad estaba en manos de Santiago, que dirigía la comunidad de Jerusalén. Todo cambió tras el alzamiento del año 66: Jerusalén y su templo fueron destruidos, Santiago murió en el asedio junto a toda su congregación y las diversas comunidades judías del Imperio sufrieron una dura represión (es probable que la persecución de Nerón contra los cristianos fuera en realidad contra los judíos). Desaparecida la autoridad tradicionalista, los cristianos se desligaron del judaísmo, ya que buena parte de los supervivientes eran gentiles y las normas judaicas como las prohibiciones alimentarias o la circuncisión les resultaban muy problemáticas (recordemos el debate entre Pablo de Tarso y Santiago a respecto). Para cuando tuvo lugar la segunda Guerra Judía, en tiempos de Adriano, el cristianismo ya se había desvinculado de sus origenes y formaba una comunidad diferenciada.

El alejamiento del judaísmo prosiguió durante las fases finales del Imperio y cuando, ya en la Edad Media, los teólogos buscaron referentes en los que apoyar sus argumentos, no los buscaron en las Escrituras, sino en la filosofía clásica. Era lógico que así lo hicieran, ya que las normas hebreas no están abiertas al debate, y resultaban difíciles de adaptar a una sociedad radicalmente distinta del pueblo de pastores que las engendró. Además los primeros organizadores de la Iglesia Imperial, como Orígenes o Agustín de Hipona, eran inicialmente seguidores de la de filosofía griega, con lo que la Escolástica Medieval, apoyada primero en Platón y más adelante en Aristóteles, cayó en terreno abonado. Todo eso cambió con la llegada del Renacimiento y, poco después, la Reforma.

Al denunciar la autoridad papal y rechazar la preeminencia de Roma en las cuestiones religiosas, Lutero arrojó por la borda todo el bagaje teológico acumulado en 14 siglos de cristianismo y decidió recuperar la pureza del cristianismo original, antes de que fuera contaminado por el paganismo y el poder. Por eso tradujo la Biblia al alemán: así los cristianos podrían leer la Palabra de Dios en su propio idioma, sin necesidad de intermediarios. Sin embargo el antiguo monje no era un literalista, y no pensaba que todos los textos testamentarios tuvieran el mismo valor. De hecho consideraba que buena parte de los escritos precristianos eran puramente anecdóticos y tuvo incluso la intuición de que el Apocalipsis era ajeno al conjunto de los Libros (acertaba, ya que se trata de un poema escatológico escrito durante el alzamiento contra Roma del año 66).

Lutero estableció que cualquier cristiano podía interpretar el mensaje de Dios por sí mismo, bastando con la fe para la comprensión de la Verdad Revelada. Eso dio pie a la aparición de innumerables grupúsculos, ya que nadie tenía porqué aceptar la autoridad ajena en materia de fe y cualquier persona con carisma estaba en situación de convencer a sus vecinos de que a Verdad era la que él predicaba, con tal de que pudiera usar la Biblia para apoyar sus aseveraciones. Sin embargo la sociedad nacida de las sangrientas guerras religiosas del XVI no era demasiado amiga de experimentos anárquicos y tanto luteranos como anglicanos formaron iglesias jerarquizadas y reglamentadas, intolerantes con las desviaciones o los misticismos.

Así las cosas, las sectas no tenían demasiadas posibilidades de expandirse en la vieja Europa, y los grupos más radicales, como hugonotes y puritanos, no vieron más salida que emigrar al Nuevo Mundo. Allí, lejos de reyes y obispos, se vieron a sí mismos como un nuevo Pueblo Elegido conquistando la Tierra Prometida (y exterminando de paso a sus anteriores ocupantes, una actividad bendecida por el Jehová del Antiguo Testamento). Así nació el literalismo puro y duro, ya que mientras el mensaje de Cristo rezuma ambiguedad (el mismo Jesús que se presenta como el Cordero de Dios preparado al sacrificio aparece también como Señor de los Ejércitos y dueño de la Venganza), las leyes de Moisés son tajantes en sus afirmaciones, sin espacio para componendas o medias tintas, algo muy adecuado para una sociedad reducida y fanática. Además los relatos del Génesis, el Éxodo o los Macabeos resultan mucho más vivos y coloridos que las anécdotas del Nuevo Testamento, y los parsimoniosos textos de Pablo palidecen frente a personajes como Eliseo, capaz de enviar una manada de osos a despedazar a unos niños que se burlaban de su calvicie, o Sansón, derribando el templo y sepultándose junto a sus enemigos.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Cartas desde el frente


La gente que me conoce sabe que a veces mis aficiones se me van un poco de las manos. Es inherente a mi perfil obsesivo-compulsivo, y trato de sobrellevarlo con  dignidad. No obstante hay ocasiones en que hasta yo mismo reconozco que las cosas rozan la insanía, y sospecho que ése es el caso de mi libro.

Si, mi libro: hace tres años que dedico mis ocios a escribir un libro sobre la Segunda Guerra Mundial, más en concreto sobre el arma acorazada alemana, la PanzerWaffe. Esta semana di comienzo al último apartado y creo que es un buen momento para recapitular y preguntarme ¿cómo me metí en este berenjenal? Vayamos por partes.

La afición por los temas castrenses me viene de antiguo, ya que mi padre era oficial del Arma de Caballería y mis dos abuelos eran también militares, al igual que buena parte de mis tíos, algunos de mis primos y mi hermano mayor. Debido a mi temprana miopía y mi natural sedentario nunca me planteé un futuro uniformado, pero siempre me interesó la temática castrense y con los años me volví un apasionado de la historia militar.

Hasta aquí, nada del otro jueves; de cuando en cuando conseguía algún libro interesante y lo añadía a mi biblioteca de Historia, pero sin obsesionarme demasiado. Entonces llegó la internet esa, y con ella los foros donde la gente compartía aficiones: papiroflexia, colombofilia, dactilografía, zoofilia… Mi primera afiliación fue a un foro de modelado y animación 3D, y por ahí entró el mal en mi casa. 

El mejor modo de aprender a modelar es plantearse un objetivo complejo, con muchos elementos que te obliguen a aplicar todas las técnicas posibles: yo elegí el cazacarros estadounidense M-10 Wolverine. Necesitaba mucha documentación para construirlo con todo detalle, (interior, motor, transmisión…) así que empecé a navegar y, gracias a San Google, llegué a los  foros sobre temas militares. Al principio me limité a recabar datos para mi trabajo pero me picó la curiosidad y empecé a leer los hilos que más me llamaron la atención.

¡Ay de mí! Antes de un mes me había vuelto un adicto y en menos de un trimestre participaba en todo tipo de debates, algunos de ellos realmente chorras. Por suerte el tiempo que puedo dedicar al vicio es más bien escaso y limité mis visitas a unos pocos sectores para reconducir el asunto hasta reducirlo a una afición razonable. Pero mi natural bondad vino a ponerme en dificultades (el infierno está empedrado de buenas intenciones).

Disfrutaba mucho con los textos de los foreros más veteranos, y me parecía mal no ofrecer algo de mi propia cosecha. Acababa de leer un interesante trabajo del historiador británico David Fletcher, The Great Tank Scandal y preparé un artículo de mediana extensión usando ese texto como base y ampliando con algunas otras obras relacionadas. El resultado, a día de hoy, me parece más que mediocre, pero en su momento tuvo una buena acogida, excelente incluso, y recibí abundantes beneplácitos.

La vanidad es el pecado favorito de Satanás, y fue mi perdición. Me dije, oye, podría hacer algo parecido sobre los carros alemanes, que son mucho más fardones que la chatarra británica. Dicho y hecho, me puse a indagar y la cosa empezó a salirse de madre: había toneladas y toneladas de documentación, y la mayor parte de ella era contradictoria. Para sacar algo en claro había que contrastar fuentes y para localizarlas había que saber moverse por la red. Para mi desgracia, sé moverme muy bien, así que localicé un montón de archivos verificables, que a su vez me llevaban a otras fuentes anteriores…

No voy a aburriros más. Lo que iba a ser un artículo amplio es a día de hoy un volumen con más de 400 páginas, y dado que acabo de empezar a redactar la quinta parte y tras esa vendrán la recapitulación y el análisis final la extensión definitiva rozará las 500 (la versión en bruto que he ido subiendo poco a poco a los foros supera ya las 600). Me ha llevado 3 años llegar hasta aquí y he tenido que consultar cerca de 9000 páginas entre libros, artículos, informes operativos, prensa de la época… Buena parte la he conseguido de forma gratuita (hay una enorme cantidad de archivos a disposición del público en lugares como la Biblioteca del Congreso de EEUU, por citar sólo un ejemplo) pero me he rascado el bolsillo a menudo* en amazon y ahora no dejan de mandarme ofertas por correo (deben pensar ¡este pirado es una mina!)

Y todo esto por diversión, que para eso están los hobbies ¿no? Pues no. La diversión se terminó allá sobre la página 250. El último año ha sido muy aburrido porque batallas como Arhem o las Ardenas no son sino un montón de absurdos encontronazos caóticos que hay que verificar uno por uno, identificando quién, dónde y cuándo y comparando con otros informes para asegurarte de que no estás metiendo la pata. Un muermo, en serio. Entonces ¿Porqué sigo?

Por orgullo. Odio dejar las cosas sin terminar: he dicho que voy a llegar al final y llegaré por mis santos cojones. Por agradecimiento, porque mucha gente me ha ayudado y me parecería una mierda dejar colgado el trabajo después de contar con ellos. Y porque, pese a todo, ha sido útil. No de forma directa, quiero decir que el que yo termine mi libro no me va a reportar ningún beneficio más allá de decir ¡Se acabó! y correr a emborracharme (bastante gente en la red me ha animado a publicarlo pero tengo muy claro que el mercado para algo de este estilo es minoritario, y eso siendo muy optimista).

La utilidad ha sido de tipo personal. He aumentado notablemente mi capacidad para cribar informes, bucear en bibliotecas, contrastar fuentes y leer entre líneas, e igualmente he mejorado mucho escribiendo. Mi sintaxis ha dado un salto de gigante y mis habilidades con la tijera también, porque mi intención es conseguir un archivo manejable, que no pase de las 400 páginas de texto, (ya he logrado podarles casi 100 a las dos primeras partes). Entretanto he hecho mis pinitos como redactor en la revista Muy Historia, con un artículo sobre la I Guerra Mundial (La Guerra de las máquinas) y otro sobre la Segunda (La Corte de los Milagros) y ¡qué coño! mi autoestima ha subido mucho, porque creo que lo hice con bastante dignidad. Y también creció mi ego cuando, tras encontrarme con una penosa traducción al castellano de uno de los libros que necesitaba para documentarme, monté un pequeño motín en la red. ¡Soy peligroso!

En fin, calculo que a finales de la primavera habré terminado el mamotreto y terminaré de editar a lo largo del verano, así que casi veo la luz al fondo del túnel. Luego procuraré alejarme todo lo posible de esta frikada: seguiré escribiendo, pero ni una línea más sobre la Guerra Mundial. Hay otros mundos, espero.

Hasta entonces, la lucha continúa: mis camaradas del Ejército Soviético acaban de alcanzar las fronteras de Prusia Oriental y vamos a convertirla en un erial, así que con vuestro permiso (y sin él también) me vuelvo al interior de mi T-34/85, que aún quedan fritzs por aplastar (putos boches, salen de debajo de las piedras).

¡Nos vemos en Berlín!

*Me gasté más cuando encontré en una web todos los tebeos de Carl Barks y Don Rosa escaneados. La descarga era gratis, pero imprimir en color más de 3000 páginas me costó cerca de 700 euros en tinta. Triste destino de friki.

sábado, 27 de noviembre de 2010

TOCARSE


Esta semana hemos estrenado en casa una camilla de masajes y me parece excusa suficiente para hablar de un tema que me encanta: los tocamientos.

Aclararé desde el principio que no me refiero al acto de tocarse en el sentido más directo de la forma verbal reflexiva, (marranos, que sois todos unos marranos, y os vais a quedar ciegos de tanto ver porno en el ordenador, pasadlo a AVI y podréis verlo en pantalla grande, mucho más saludable) ni al tocamiento mutuo con intenciones masturbatorias (ya está bien, que parecéis mandriles ¿y luego me llamáis a mí enfermo?) sino al hecho de tocarse sin más, el puro placer del tacto.

Una buena amiga me dijo hace cosa de un año (¿te acuerdas, laura?) que lo que le llamaba más la atención de nuestra pareja era que resultaba difícil vernos juntos sin que de alguna manera estuviéramos manteniendo algún contacto, ya fuera un abrazo, una caricia, un beso… y ya sabéis como somos los obsesivo-compulsivos: esa misma noche empecé a darle vueltas al tema en la cabeza. Empecé a fijarme en la gente a mi alrededor, y pude ver que la mayoría de la gente evita tocar a otras personas, al menos en público. Eso me resultó chocante, ya que siempre he mantenido una relación bastante física con mis amistades.

Bueno, puntualizo: con mis amistades femeninas.

Sí, de acuerdo, los tíos mantenemos contacto de forma bastante habitual, sobre todo entre los 15 y los 20 años, pero es más una suerte de pugilismo amistoso que otra cosa. Llegas al banco donde te espera el resto de la tropa con la litrona y no falta algún cariñoso empujón (¡Hola, cabroncete!), un puñetazo en el pecho sin ánimo ofensivo (¿Qué passssa?) o incluso algún pellizco al vientre (¡Estás echando tripa, gordaco!). Pero eso no son tocamientos, sino una suerte de combate ritual entre machos, que relaja tensiones y deja clara la jerarquía del grupo.

Puntualizo de nuevo: a esa edad mi estatus masculino era bastante bajo, así que me llevaba una buena cantidad de palmetadas. No olvidemos que así como hay machos alfa, la estabilidad social requiere que también existan los machos épsilon (en física, aplícase a la partícula diminuta y de valor despreciable)

La cuestión es que cuando estaba con la sección femenina de la pandilla (es decir, casi siempre, yo era una chica honoraria) veía que ellas sí se tocaban de forma cariñosa. Se abrazaban, se hacían alguna carantoña, se peinaban entre sí… cosas todas ellas impensables entre hombres. Lo más cercano desde un punto de vista masculino era las palmadas en la espalda cuando algún amigo acababa de ser plantado por su ligue y se encontraba vomitando tras atizarse unos cuantos copazos, un proceso catártico bastante eficaz, aunque dañino para las abundantes figuritas de porcelana que llenaban la casa de L, donde tuvieron lugar un par de borracheras asistenciales.

Años después, pasada la etapa de las cariñosas agresiones entre adolescentes, me encontré con una excepción, mi amigo P, que entre otras cosas fue la persona (bueno, las personas, él y su hermana C) que me enseñó las técnicas básicas de masaje. Recuerdo alguna cara escandalizada a nuestro alrededor mientras nos dábamos un masaje en la orilla de un pantano, y sin motivo, dado que ambos somos heterosexuales verdaderos. Quizás ahí estaba la clave, dado que sospecho que los pseudoheteros evitan el contacto físico entre sí por miedo a que su virilidad quede en entredicho.

Las enseñanzas de P me fueron de gran utilidad, ya que, como he dicho, yo formaba parte del grupo de las chicas, y determinados patrones culturales (como el abuso de los tacones altos) hacen que, en general, las mujeres estén más necesitadas de un buen masaje que los hombres. He sido durante dos décadas el fisioterapeuta de cabecera de casi todas mis amigas (P –of course–, M. A. Mo. AA, , J y su hermana C, S… creo que hay como docena y media de mujeres cuyas espaldas y pies me son mucho más familiares que su cara) y aún hoy, cuando nos vemos, no falta quien necesite un poco de relax.

Podría pensarse que se aprovechaban de mí, pero no es cierto, porque pronto sentí que el contacto físico es agradable para ambas partes. No me refiero a que me empalme como un burro sobando a mis compañeras (alguna ereccioncilla de cuando en cuando, pero eso es inevitable, mis hormonas son como son y no puedo cambiarlas) sino a que el propio contacto de la piel con la piel es muy placentero. Además el que mis servicios como masajista fueran bien recibidos contribuyó a que mis amigas me incluyeran en su círculo de confianza física, con su punto de morbillo, ya que para entonces había cogido bastante confianza en mí mismo como para superar mis complejos adolescentes (se me podía considerar un macho delta).

El placer que me produce el contacto físico tiene tres partes claramente diferenciables. Por una parte el puro gozo del tacto: la piel humana es cálida, flexible y firme, muy agradable de tocar sin necesidad de actividad sexual por en medio. Igual de agradable es que te toquen, siempre y cuando sea dentro de un marco de confianza. Esa es la segunda parte: al acariciar o permitir que nos acaricien bajamos nuestras defensas y mostramos vulnerabilidad ante el otro, lo que resulta un gesto de confianza muy explícito. Cuando alcanzamos esa confianza además de relajarnos nos sentimos más cercanos, y eso siempre es placentero. Probablemente sea una herencia de nuestro pasado primate, ya que nuestros parientes dedican largas horas acicalarse mutuamente la espalda, rebajando así las tensiones sociales y reforzando vínculos familiares y amistosos. Finalmente, y centrado en el caso del masaje, está el placer positivo que surge de lograr que la otra persona se sienta mejor, ya sea disipando su tensión con una presión suave y prolongada, o ayudándole a eliminar un dolor o una incomodidad con un masaje más firme: lo que estás haciendo ayuda a la otra persona, y eso (al menos para mí) hace que la experiencia sea placentera.

He especificado sin necesidad de actividad sexual. Por supuesto la caricia sexual es maravillosa, pero los gestos de cariño no necesitan ir seguidos de una buena follada para resultar agradables. Cuando cae la tarde y mi chica y yo por fin tenemos un ratito para sentarnos juntos y relajarnos suelo encontrarme sus pies en mi regazo, lo que da comienzo a una sesión de masaje que puede prolongarse durante horas, sin que pasemos a caricias más íntimas. Vale, sí, a veces la mano se me va a zonas más arriesgadas, pero sin malicia, más que nada porque con el ajetreo que llevamos lo normal es llegar cansados a la noche y el saber que al día siguiente hay que ponerse en marcha a las 7'30 rebaja bastante las posibilidades libidinosas entre semana.

Lo que decía nuestra amiga es cierto: cuando vamos juntos siempre mantenemos contacto, aunque sea sólo cogernos la mano (somos unos cursis, me temo, siempre de la manita), y me pasa lo mismo cuando estoy con mis mejores amigas, ya sea paseando medio abrazados, o arrebujados mutuamente en un sofá mientras nos ponemos al día. En la Uni, allá por el cuaternario, J y yo solíamos saludarnos y despedirnos con un picolengua, lo que sorprendía a más de un compañero que sabía que no estábamos liados y apenas nos veíamos fuera de la escuela. Lo mismo me sucede cuando quedo con M, con el agravante de que esa supermujer mide más de 1'80 y para darla un beso tengo que subirme a algo (escalón, banco, bolardo) y la gente se nos queda mirando*. No hay dobles intenciones: simplemente nos sale natural, y es algo muy agradable. No entiendo porqué hay personas que se niegan a si mismas ese placer como si fuera algo pecaminoso o comprometedor.

Insisto, está muy bien con barrillo, pero son placeres diferentes. Por desgracia la mayoría de los hombres (la mayoría de heteros al menos) no llegan a entenderlo, y mantienen un muro a su alrededor, no sólo en lo referente al contacto con otros hombres, sino al contacto con mujeres. O mejor dicho, al de sus mujeres con otros hombres ya que lo ven como una amenaza sexual (pero no objetan nada al contacto entre féminas: sospecho que el cine X ha hecho mucho más daño del que creemos). Bastantes de mis amigos prefieren meterse al cuerpo una buena dosis de farmacopea antes que pedirme que yo les solucione una contractura, así que sospecho que si intentara romper el hielo dándoles un beso cordial tendría que aprender a recoger del suelo mis dientes con los dedos rotos.

La presión social del rol masculino y dominante es una carga bastante pesada, pero existen mujeres (pocas, pero ahí están) con fobia al contacto. Sospecho que detrás hay problemas de represión sexual, pero también falta de aceptación. Son personas que no sólo rehuyen el contacto táctil más allá del sexo, sino que seguramente tampoco se tocan demasiado a sí mismas, y sienten algo de rechazo hacia su propio físico. Por desgracia de nuevo se trata del resultado de la presión social, esta vez orientada hacia un ideal femenino tan tópico y machista como inexistente. Es difícil disfrutar del contacto de la piel con la piel si de partida te avergüenzas de tu cuerpo.

En fin, poco más puedo añadir. Algún día me liaré la manta a la cabeza y hablaré de los otros tocamientos, ya sean mutuos o autoabastecidos, pero hoy el cuerpo me pide otra cosa, como irme a la cama y antes de dormirme abrazar un ratito a mi compañera, sentir el calor de su cuerpo a mi lado y, si se tercia y no me llevo demasiadas patadas, mangarle un poco de edredón calentito para arrebujarme en condiciones.

Buenas noches y muchas caricias para todo el mundo.

*Sospecho que algo parecido ha pasado más de una vez con mi amiga V, otra gran aficionada a la caricia amistosa, porque en varias ocasiones he visto a gente mirándonos con expresión de aquí hay barrillo, y no lo hay.

martes, 9 de noviembre de 2010

MARIPILI, MI PRIMER AMOR (paleontológico)


Como ya he comentado, siempre he sido un enamorado de los dinosaurios. No obstante hay un punto de inflexión en mi vida como frikie, marcado por mi encuentro con el que sería mi primer personaje animado.

Allá en 2001 un servidor de ustedes decidió hacer un curso de animación y 3D y debo decir que volver a estudiar y aprender tras una década de  holganza fue una experiencia muy vivificante. El caso es que se esperaba que cada alumno presentara un pequeño proyecto de animación, una historia de un minuto de duración, y yo pensé en algo tipo documental-ficción con un dinosaurio.

Cuando se repasan los foros y galerías 3D de la red aparecen cienes y cienes de tiranosaurios: casi todo el que hace su primer dinomodelo se construye un T-rex. Hay quien intenta incluso venderlo, lo que no deja de tener su gracia si pensamos que sólo en la página de TurboSquid hay ya como 60 rex a la venta, algunos de una calidad más que notable.

Yo me dije, José, el mundo no necesita otro tiranosaurio (ni otro M-1 Abrams, porque otra obsesión de los modeladores novatos es ese puto carro de combate*) así que búscate algo que nadie haya hecho antes ¡si será por dinosaurios! Así que abrí el Larousse de los dinosaurios (J. L. Sanz y R. Martín) y la Memoria de la Tierra (L. Agustí y M. Antón). Apenas llevaba unas páginas al azar cuando me enamoró un simpático animalillo llamado Pelecanimimus polyodon.

 
El bichín lo tenía todo para entrarme por los ojos: aire desenfadado, talla petite, ojos grandes y expresivos… ¡y encima era manchego!. Lo tenía todo salvo documentación. Sólo existe un ejemplar fósil, medio ejemplar, para ser exactos, y salvo los dibujos de Martín y Antón no había mucho más donde agarrarse. Pero ¿quién dijo miedo, habiendo cerca hospitales? me armé de lápiz y papel y esbocé algunas vistas básicas para empezar a construir mi modelo. En un par de semanas conseguí algo que más o menos se ajustaba a los escasos datos que tenía a mi disposición.

Decidí que su nom de guerre sería MariPili (le vi cara de chica, por el gesto avispado), hice algunas pruebas muy básicas de movimiento y ahí habría quedado todo de no ser por un inesperado giro del destino

.Estando en la redacción de Muy Interesante me preguntaron qué tal llevaba el curso 3D y mostré algunas tomas de mi primer modelo. No era gran cosa, pero el redactor jefe (Cope) me propuso hacer algo más acabado para publicarlo en la revista. Dado que no había información en la red, fuimos a la UAM con los paleontólogos que habían descubierto el fósil: así conocí a Sanz y ortega, y a nuestro animoso y sonriente dinosaurio.

Los paleontólogos ya habían tenido un par de malas experiencias con reconstrucciones de ese bicho en concreto pero igualmente me ofrecieron documentación y un montón de valiosas indicaciones. Así corregí mi modelo dando lugar a MariPili 1.0, que vio la luz en las páginas de Muy en octubre de 2002.
     
También preparé una pequeña secuencia para la web de la revista. Mi hijo, que contaba por aquel entonces dos años, venía a menudo a ver qué hacía en mi cuarto de trabajo, y siempre tenía un ataque de risa cuando veía a MariPili comerse la libélula. ¿Habré arañado sin saberlo una raíz del humor universal, anidada en nuestro inconsciente desde el cretácico?

El artículo y la animación gustaron al público y a los paleos. Sanz y Ortega me propusieron algunos cambios para mejorar el animal y en base a la secuencia descubrimos algunos errores en las proporciones, ya que la longitud que había calculado para las patas (el fósil no las tiene) me obligaba a forzar mucho el movimiento en la carrera. Así tuve mi primer contacto con la biomecánica, y con esos arreglos y otra piel nació MariPili 1.2.

 
El 1.2 era un modelo transicional pero por casualidad protagonizó un minidocumental de infausto recuerdo. Otro compañero de Muy (Jorge Alcalde) tenía relación con una productora y les mostró la secuencia que habíamos publicado. Me propusieron grabar un pequeño programa sobre mi trabajo y el dinosaurio. Una ocasión feliz de no ser porque me dieron largas durante varios meses y de pronto lo necesitaron todo en menos de dos semanas. Algunas animaciones quedaron resultonas (como una en la que una chica le daba un besito a mi MariPili, morbo lésbico e interespecífico) pero la secuencia principal fue un verdadero desastre: a falta de tiempo sólo pude llegar al primer previo, con un escenario penoso, un movimiento atroz y una iluminación abominable. Además las tomas que se hicieron en la redacción y en la cátedra de paleontología me pillaron en medio de un trancazo y tuve que grabar con 40 grados de temperatura y dolorosos temblores. Verme en televisión tuvo su gracia pero, francamente, el resultado me pareció lamentable y ni siquiera me molesté en conservar una copia del programa.


Maripili 1.3 llegó con nueva librea, sugerencia de Sanz, y otro reajuste de proporciones. Esta versión protagonizó una secuencia animada y algunas vistas estáticas para una exposición en el MCNM. Luego decidí corregir algunos errores de principiante, como un abultamiento en el brazo que parece un doble hombro, o la posición de las manos, que en su momento modelé en la infame pose del pianista. Además quería ver qué tal le quedaría una capa de plumaje basto en la espalda y probar algunas ideas nuevas sobre la forma de estructurar el esqueleto, y así surgió MariPili 1.4 en principio un simple modelo de prácticas pero…

… Focus Polonia me encargó la serie de los follasaurios y me dije, pobre MariPili, triste y sola en el mundo, démosle una alegría. Recuperé la librea de MariPili1.2, más adecuada para una hembra por sus tonos apagados, y con la de MariPili1.3, más llamativa, monté el macho (no está bautizado ¿alguna sugerencia). Luego rediseñé las articulaciones, dejándolas lo bastante flexibles como para que mi feliz pareja follara con agilidad y, por que no decirlo, su poquito de barrillo.

Más tarde o más temprano tendré que plantearme una reconstrucción completa, una nueva Maripili 2.0: han pasado 9 años desde que puse en grada los primeros polígonos y, modestia aparte, he mejorado bastante como modelador y animador. Necesita un buen lavado de cara, una piel más detallada, un poquito de dimorfismo sexual… estoy seguro de que quedará muy bien, pero me da una pereza… y una morriña…

No nos engañemos: por muy bonita que sea, la 2.0 nunca podrá desplazar en mi corazón a la MariPili básica. Hay cosas que no pueden borrarse, como el instante de rematar la cabeza y contemplar por primera vez esa media sonrisa tan cachonda, la primera vez que la puse a andar, torpona pero llena de ánimos, o la primera secuencia decente, libélula incluida, que se ganó el cariño de todos los que la contemplaron, niños y paleos.

El primer amor no se olvida: llevo contruidas otras dos docenas de caracteres, entre bichos y gente, pero mi MariPili es única, y siempre tendrá un lugarcito especial en mi corazón.

* Algún día os contaré como modelé mis primeros cacharrines bélicos, porque mi otra frikiafición es la Historia Militar, sobre todo la Segunda Guerra Mundial.






sábado, 30 de octubre de 2010

DIARIO DE LA PATERNIDAD RESPONSABLE (VIII) El parque: observaciones


Algunas de las vivencias del parque acarrean un valioso aprendizaje de cara a nuestro posterior devenir en áreas tan dispares como la física, la nutrología o el puro zen. Veamos algunas de esas valiosas lecciones.

El juego de chocar nos introduce en el apasionante mundo de la mecánica de sólidos. La dinámica es muy sencilla: el receptor (yo) se sitúa en un área despejada, en posición acuclillada y con brazos abiertos, mientras el pelotón de pequeños corredores se coloca a una distancia de cinco, seis metros para tomar carrerilla y chocar con el citado receptor. Este juego se mantiene en unos límites razonables mientras los churumbeles oscilan entre los dos y tres años de edad, con un peso medio de 12 kg. Los problemas aparecen un año después, cuando el pelotón kamikace tiene de tres a cuatro años de edad, su peso medio alcanza los 15 kg y su coordinación motriz está más desarrollada, lo que se traduce en una sorprendente capacidad de aceleración en distancias cortas. El aumento de peso no es importante, pero sí lo es el incremento de la velocidad ya que la fuerza del choque depende de la energía cinética y en ésta el factor velocidad se eleva al cuadrado.

La mejora en la coordinación supone además que, en vez de una serie de impactos separados, la infortunada víctima en precario equilibrio (insisto: yo) recibe el impacto colectivo de seis u ocho bultos cuyo peso conjunto supera el de un adulto medio y que, por casualidad o mala hostia, aciertan en las partes anatómicamente más vulnerables (bajo vientre, tráquea, entrepierna…). Para hacernos una idea del resultado debemos imaginar lo que le sucedería a un solitario bolo que fuera golpeado a la vez por media docena de jugadores decididos a obtener un strike.

La experiencia es un grado, también aquí, y aparte de tácticas dilatorias (como intentar convencer a los peques de que arrollar a un indefenso papi cual manada de ñues enloquecidos no es tan divertido) uno acaba por desarrollar ciertas habilidades, como rodar en la caída para evitar lesiones graves o situarse en la parte blandita del arenero (es mejor enarenarse el pelo que sufrir una luxación)

La palatabilidad de un alimento se ve notablemente influenciada por la persona que lo ofrece. Una de las mamis llamada C se las ve y se las desea para que su hija M, adorable y vivaracha niña de la misma edad que mi hijo D, se tome las galletas, el yogur y la chocolatina de la merienda. Es todo un problema porque socialmente está mal visto abrirle la boca con una palanqueta a la niña e introducir las viandas gañote abajo empujando con un palo. Sin embargo la encantadora mica sí come a dos carrillos si le ofrezco parte de las galletas que traigo para D, de la misma marca y clase que las de su madre (siempre llevo galletas de más, por si me entra gusilla). Solución rápidamente negociada: cuando llegamos al parque C me pasa subrepticiamente la merienda de M, yo la camuflo en la bolsa de la merienda de D, y M merienda feliz y contenta. Nótese el subrayado del término subrepticiamente: la única tarde en que M1 se apercibió de la jugada no hubo manera humana de hacerla comer las puñeteras galletas, pero el resto de días fui capaz de endiñarla incluso los quesitos El Caserío, infame producto que yo mismo me negaría a comer incluso en las situaciones más extremas de necesidad.

La capacidad de los niños para encajar daños psíquicos es muy elevada. Según los pedagogos, el nene aumenta su madurez si depositamos nuestra confianza en su criterio y dejamos, por ejemplo, que tome de forma autónoma la decisión de volver a casa para cenar. La triste realidad es que por lo que a ellos respecta, los peques pernoctarían en el parque ya que la tarea de trasladar cubos de arena de un lugar a otro y rebozarse de barro hasta las cejas es no sólo prioritaria para ellos sino vital para el equilibrio planetario. Tras algún intento de razonar con mentecillas cerradas todos optamos por el plan B: se coge al enano pataleante, se le ata firmemente en la silla, se recogen los juguetes dispersos y a casita, que ya es la hora. En el caso de no haber silla o carrito se recogen primero los juguetes en medio de encendidas protestas infantiles y luego se pone uno al cachorro bajo el brazo y en marcha. Y si se traumatiza, pues que se traumatice, pero vamos, que no, que nadie requiere ayuda psicológica por tener que abandonar el parque a su hora. Y en cuanto a las típicas plastimamis opinantes (que se cruzan contigo y comentan, pobrecillo, eso es que quiere jugar un ratito más, es que no es forma de llevarlo, si seguro que quiere ir solito…), resumiré mi opinión en forma piscícola: que las folle un atún.

Según los expertos la infancia ama las novedades. Nada más falso. De cuando en cuando alguno de los enanos pregunta ¿Nos cuentaz un cuento? e, indefectiblemente, una vez tengo sentada a mi alrededor la agrupación de oyentes se oye la vocecilla de M2, la más peque de la pandilla, apostillando ¿Noz cuentaz Piterpán?. No tengo nada en contra de la obra de P. M. Barrie, pero he llegado a desear que su madre lo hubiera arrojado al Támesis nada más nacer con una piedra atada al cuello. ¿Cuantas veces es posible contar Peter Pan sin perder la cordura? ¿Cuantas veces se puede escuchar esa historia sin perder las ganas de oírla una vez más? Por suerte tengo bastante aguante pero estuve tentado de contarles algún día cómo Garfio hizo lonchas a Peter Pan y alimentó con ellas al cocodrilo mientras Tigrilia se follaba a toda la tripulación pirata, incluyendo al señor Shmee, y Wendy y Campanilla triunfaron en el show bussiness con un espectáculo lesbo-faérico.

La inventiva infantil también está sobrevalorada: cada vez que jugamos al escondite y me toca contar, la manada sale escopeteada a la carrera para esconderse, todos juntos, en el mismo sitio. Encontrarles no es difícil, sólo hay que fijarse en qué banco o arbusto destaca por la presencia de docena y media de pies asomando por abajo. Todos salvo una, que suele correr menos y se esconde en algún sitio más cercano, pero tampoco cuesta encontrarla: basta con esperar a que se aburra (enseguida) y pregunte ¿Noz cuentaz Piterpán?.

Otro interesante descubrimiento realizado en el parque, esta vez de tipo biológico: el agrupamiento de embarazos. Durante el segundo año de parque, a mitad de la primavera, R (la madre de M3) se anima a buscar la parejilla y se nos preña. A las dos semanas una segunda mami sigue su ejemplo y a la vuelta del verano tenemos cinco bombos en marcha. ¿Envidia de barriguita? ¿Mimetismo cultural? ¿Ataque colectivo de lujuria femenina? ¿Alguna misteriosa hormona flotante que dispara los relojes biológicos?. Yo, sólo por si acaso, prohibo taxativamente a mi chica acercarse a menos de 200 metros del parque*, y durante un tiempo valoro la posibilidad de follar con dos preservativos, no sea que mis espermatozoides se hayan contagiado del frenesí procreador y logren atravesar el primero a fuerza de cabezazos suicidas.


* He mencionado la parquefobia de mi pareja, pero de cuando en cuando (MUY de cuando en cuando) ella se pasaba por el arenero a vernos. En una de esas ocasiones me levanté, la di un beso y un cariñoso achuchoncete, lo que fue comentado por el resto de mamis con expresiones del tipo chica, así da gusto que te reciban lo que me llevó al siguiente planteamiento: ¿no es normal darle un beso a tu pareja cuando llega? ¿Acaso a ellas las reciben con un gruñido? ¿Las tiran zapatos? ¿las tirotean?. 

Después me fui fijando en que la mayoría de hombres, llegada la edad adulta, parecen poco proclives a las manifestaciones de cariño públicas. Es más, el marido de una buena amiga se puso rojo como un tomate cuando, estando en el cole a recoger a los enanos, ella le dijo Anda, dame un beso. ¿Qué habría pasado si se hubiera sacado las tetas y le hubiera pedido un besito para cada una? ¿Habríamos asistido a una combustión espontánea?

sábado, 23 de octubre de 2010

DIARIO DE LA PATERNIDAD RESPONSABLE (VII) El parque


Uno de los aspectos en los que no pensamos demasiado cuando nos decidimos a traer niños al mundo es que su presencia abre nuevas y bizarras perspectivas en nuestra vida social. Una de ellas, sin embargo, no sólo no me era desconocida sino que la esperaba incluso con un poquito de impaciencia: el parque.

Un servidor compartió su adolescencia y juventud con Rocko, un maravilloso pastor alsaciano. De todos mis hermanos fui el único al que el entusiasmo perruno inicial no se le apagó cuando el alegre y orejudo cachorrito se convirtió en un percherón de cincuenta kilos de peso, así que disfruté de innumerables jornadas de parque. A veces era cansado ser el único que se ocupaba del perro en una casa superpoblada, pero en conjunto fue muy divertido, así que cuando nuestro retoño tuvo un año y medio y su madre señaló su fobia extrema por el césped, los pajarillos y los columpios asumí gustoso las funciones de paseador por espacios verdes.

Así fue como, con permiso del clima y la autoridad competente (Ella) encontré entretenimiento para mis ocios todas las tardes durante los siguientes tres años. Las dos primeras semanas fueron exploratorias, buscando un parque no demasiado remoto, de aspecto amigable, suficiente espacio, abundantes niños y (muy importante) parroquianos que no fueran hostiles ni tuvieran aspecto de psicópatas. No fue fácil, pero el pueblo abunda en zonas arboladas y al tercer intento di con el lugar idóneo.

El Parque de Navarra tenía todos los detalles requeridos, más una espesa arboleda, garantía de sombra y frescor, y un amplio arenero para los pequeñines, así que a media tarde empuñaba carrito, mochila y niño (y pañales, muda, cambiador, agua, toallitas, pala, cubo, rastrillo, moldes, muñecotes variados biberón-galletas-merienda en general… es sorprendente todo lo que puede llegar a cargarse para unas horas de asueto) y allá que íbamos, felices y contentos.

Al principio las mamis del arenero se sorpendieron, ya que la presencia de papis en el parque es en general puntual y breve. Sus pitufillos se mostraron asombrados: los primeros días mi peque, poco acostumbrado a estar con más niños, se quedaba un poco parado al ver tanto crío junto, así que yo me sentaba en el arenero con él, para iniciarle en los placeres del hurge y el enguarramiento con tierras, barrillos y derivados. Un señor grande bien sucio jugando con el cubo y la palita les parecía un espectáculo fascinante y a los pocos días me encontré convertido en el alma del colectivo de pequeñas excavadoras.

Pronto entablé amistad con un montón de niñas, ya que salvo el mío y otro chiquillo llamado D la población residente del arenero era de sexo femenino. A lo largo de los primeros meses las relaciones se mantuvieron en unos límites razonables. aprendí mucho sobre el arte de los pasteles de barro y sus rituales asociados (nunca se debe retirar el molde sin un rítmico golpeteo en su parte superior acompasado al son del mantra que se ponga duro que se ponga duro que se ponga duro…), hice un montón de dibujos en la arena con palitos y hojas y escuché un montón de chapurreos vagamente comprensibles. Cuando me dolían las rodillas me sentaba con las mamis y charlábamos sobre los enanos, los pediatras, las cacas… lo usual. Y entonces las cosas se aceleraron.

Una tarde mi hijo me pidió que le diera una campana y luego, llevado del entusiasmo, le cogí por las axilas y lo volteé unas cuantas veces. En cuanto lo dejé en el suelo se me acercó A, la niña más espabilada del grupo, y me dijo ¿me daz a mi también?. La cogí, la volteé, y me encontré en medio de un círculo de cabezas que se apretujaban al grito de ¡ahora yo, ahora yo, ahora yo!. Tras seis turnos completos de vueltas y otros tres de campanas me derrumbé bastante mareado en el banco, en medio de las mamis que, muertas de risa, me protegieron del ansioso rebaño que me perseguía (venga, a merendar todas, y dejad que José Antonio descanse, que lo vais a romper, sí, luego os da unas vueltas más, pero ahora dejadle que respire…)

A partir de entonces mi llegada al parque solía verse saludada por A con el grito de ¡¡¡¡¡JOZEEEEEEEEE!!!!! seguido del tumulto colectivo ¡VUELTAZ! ¡VUELTAZ! ¿JUGAMOZ A PILLAR? ¿NOZ DAZ LA CAMPANA? ¿JUGAMOZ A CHOCAR? ¿NOZ CUENTAZ UN CUENTO?. Las madres también me saludaban encantadas, porque el rato que me tiraba en el arenero la horda estaba reunida, controlada y, lo más importante, con su atención centrada en mi persona, con lo que ellas podían relajarse. Al cabo de una horita (tras dos semanas de anarquía logré negociar con las niñas un plazo razonable de juegos) me dejaban sentarme y relacionarme con seres adultos sin más interrupciones que las usuales (meriendas, peleas, caídas del tobogán…). Y así a lo tonto hice pandilla con media docena de mamis y llegamos a tener una buena relación de confianza.

Alguien podría pensar que adopté el papel de macho alfa del arenero, pero se equivocaría: lo que hice fue convertirme en una mami más, sólo que con una sorprendente autoridad sobre el conjunto de la chiquillería, ganada a costa de grandes esfuerzos físicos que irían en aumento a medida que la tropa fue ganando agilidad y fortaleza, algo inevitable en cachorros saludables, activos y bien alimentados. 

(continuará…)

lunes, 11 de octubre de 2010

DIARIO DE LA PATERNIDAD RESPONSABLE (VI) El follar NO se va a acabar


Algunos psicólogos infantiles opinan que la criaturica debe dormir durante sus primeros años con los papis, para que no se sienta abandonado, refuerze su seguridad y confianza y no sé qué cuantas cosas porque los ninios son frágiles cual cristal de Murano.

Nosotros somos más de la escuela espartana: a la primera oportunidad (ya tiene un año) le soltamos a dormir sin pasearle en brazos hasta que doble, y a la segunda le montamos dormitorio propio. Lo de suprimir el paseillo resulta brevemente traumático: el enanín llora desconsolado cerca de una hora, acurrucado en una esquina de la cuna para dar más pena, mientras nosotros nos agarramos al sofá para no ir a cogerle, sintiéndonos Herodes y señora. La segunda noche hace el paripé cinco minutos y a la tercera se rinde. Cuando le pasamos a su dormitorio un par de meses después no hay protestas.

En el tema del sueño hemos tenido suerte. De día no hay manera de que haga la siesta (sí la hay, sólo que los calcetines rellenos de arena arrastran una inmerecida mala fama) pero de noche, casi desde el cuarto mes, una vez lo ponemos en horizontal, cae redondo y salvo el tentempié nocturno, ocasionales peticiones de agua y alguna excursión para cambiarle gozamos de unas cuantas horas de asueto infantil. Podemos, relajarnos, charlar, dormir sin agobios y (¡albricias!) en ocasiones hasta podemos follar.

Siempre me han sorprendido las causas que expone la gente para no follar cuando tiene niños. Hay quien sí tiene problemas: el nene tiene mal dormir, o sufre de cólicos, o terrores, o son ellos los que llegan agotados… y en esas circunstancias no estás para fiestas, pero algunas amigas me dicen es que me da no se qué ponernos con el bebé al lado en la cunita, es que me da miedo que se despierte, es que no quiero que nos vea… Di es que no me apetece y punto, mujer, que no es un delito estar desganada, cansada o agobiada, pero no me pongas al bultito como excusa.

Hablando más en serio, el reparo que ponen muchas mujeres tras el nacimiento no es tanto por el bebé como por ellas. Más de una y más de cien cogen complejo de máquinas lecheras y dejan de sentirse atractivas, por eso es importante retomar el folleteo. No se trata de vivir una orgía continua, sé demasiado bien lo cansado que es sacar adelante una minipersona cuando se empeña en coger absolutamente todas las miasmas del planeta y nos pasamos media vida de casa a Urgencias y de regreso. Pero de cuando en cuando, esas noches en las que se tiene un poquito de paz y no se está al borde del agotamiento merece la pena hacer un esfuerzo y poner manos y genitales a la obra. Despacito y sin planteárselo como una maratón, un polvete mimosín hace mucho por rebajar el estrés, subir la autoestima y recordar que se puede ser madre y seguir siendo deseable.

(Dicho sea de paso, y pese a los chistes estúpidos que circulan al respecto, una –más– de las cosas maravillosas del coño es su capacidad de recuperación: a poco que se le trate con mimo, cariño y su poquito de ejercicio para tonificar el suelo pélvico a los pocos meses del parto está en perfecto estado de revista. Suave, fragante, sabroso, bonito, coqueto, peludín, profundo, marino… lo que viene a ser un coño en condiciones, ya me entendéis.)

Follar con niño en casa tiene sus pequeños inconvenientes. Sobre todo al principio, cuando comparte dormitorio con la pareja de sátiros, y te inmovilizas cuando oyes un remeneo, alguien asoma la cabeza por el lateral de la cuna en plan periscopio y luego vuelve a tumbarse, pero se le coge práctica y al final hasta te ríes. Oye, que esta vez casi nos pilla jaja, no mujer, pfffffff, menudo soy yo haciendo la estatua, sí, se te queda una cara jjjiasss …

Una vez tiene su propio dormitorio la cosa es más sencilla, porque los sumerios, allá en el siglo 30 AC, inventaron un artilugio la mar de práctico llamado pestillo gracias al cual tienes la tranquilidad de que tu retoño no quedará traumatizado al veros haciendo acrobacias (hasta yo acepto que mi trasero no es una visión agradable para un peque medio dormido.

Y no sólo está el follar. Una vez el cachorro tiene cierta edad vale la pena buscar el modo de colocárselo a alguien alguna noche para recordar que hay un mundo más allá de nuestras cuatro paredes (si no hay abuelos a mano conviene indagar en busca de canguros de confianza: interesados hablar con mi supersobri, llevo comisión). La primera vez te la pasas con el móvil en la oreja por si hay una emergencia, pero a la tercera te relajas.

Siempre que no seas mamiangustias. Ese tipo de mujer, más usual de lo que uno querría creer, opina que no se puede ser una buena madre si no vives pegada a la cuna, con las rodillas ensangrentadas por velar el sueño de la criaturica y dedicada en cuerpo y alma a memorizar y poner en práctica tooooooooodos los consejos de las publicaciones al uso. Cuando te la encuentras siempre te cuenta la horrible semana que acaba de pasar por culpa de esos médicos intransigentes que no le dejan hospitalizar a su niño pese a que era evidente que tenía mocos, y siempre habla entre profundos suspiros, para que quede muy claro que su dedicación es una suerte de sacerdocio.

Conozco una mamiangustias de libro y cada vez que la oigo lamentarse de lo dura que es la vida de las Madres (porque las demás no son tan madres como ella) no puedo evitar el muy machista pensamiento de a ver si su señor marido la agarra por banda y la mata a pollazos, porque esta plasta necesita follar, y pronto. Pero esa terapia no va a llegar porque el maridín de mamiangustias procura darla esquinazo y, no nos engañemos, le entiendo perfectamente: con alguien así un polvo se convierte en una obligación soporífera. Olvidémonos de mamiangustias, yo ya lo he hecho, fuera, borrada de mi pensamiento, yastá, sólo pensar en ella bastaría para desinflar la erección más firme.

Ya lo sabéis, amigas, si no queréis acabar así, hagamos un pequeño esfuerzo. Durante los primeros dos, tres años de la vida parental hay que ponerse las pilas y no dejar pasar una ocasión para follar y disfrutarnos, aunque estemos más cansados que antes, aunque sea a poquitas dosis. Ya habrá tiempo más adelante para cogerlo con energía y joder el somier, lo importante ahora es mantener las buenas costumbres.

sábado, 2 de octubre de 2010

ALGUNAS RECOMENDACIONES (IV)


Deambulaba yo a mis tiernos 19 abriles (recien cumpliditos) por la librería de un centro comercial cuando me llamó la atención un título: Solaris. El autor no me sonaba de nada pero recordé que un tema musical de la serie Cosmos se llamaba El mar llamado Solaris. La edición (a cargo de Minotauro) era sencilla, casi austera, pero me entró bien por los ojos y dado que el precio no era abusivo me hice con el libro. Así, de la manera más tonta, empezó mi historia de amor con Stanislaw Lem.

El primer fin de semana me leí esa novela tres veces y durante los siguientes años me lancé a la caza de todo lo que pudiera encontrar de su autor. Tuve mucha suerte: Minotauro sólo había editado otra de sus obras (El Invencible) pero Bruguera tenía una buena cantidad de títulos en su entrañable colección LibroAmigo (aquella del gatito en el lomo ¿recordáis?) y Alianza Bolsillo acababa de sacar algunos más. A fecha de hoy mi biblioteca incluye 22 volúmenes de Lem y para mi felicidad de cuando en cuando se editan nuevos títulos en castellano.

¿Qué tiene Lem de especial? Es difícil de explicar. Sus libros se consideran ciencia ficción, pero son más bien ensayos filosóficos. Una filosofía amarga y desesperanzada, porque el tema central de su obra es la imposibilidad de la verdadera comunicación y lo inadecuado de las escalas humanas de valores al confrontarlas con el mundo que nos rodea. Para Lem no estamos mirando las cosas de la forma adecuada, y nos quedamos con lo anecdótico porque somos incapaces de asumir lo importante. Hasta ahí nada demasiado llamativo, hay mucha gente que ve la vida de forma pesimista, pero lo asombroso de Lem es su manera de explicarse. Probablemente sea el mejor escritor europeo de la segunda mitad del siglo XX, a la altura de Graham Greene o Borges, por citar otros dos de mis predilectos.

Uno podría esperar que los libros de Lem fueran oscuros y desesperanzados. Algunos lo son: Solaris, el Invencible, Fiasco, retorno de las Estrellas, regreso a Entia, La voz de su Amo… obras que apenas dejan pasar un rayo de sol en medio de la tristeza, pero también tiene otras formas de narrar.

Algunas de las novelas menos conocidas de Lem son frías, distantes. Observamos los hechos de forma desapasionada, como si los diseccionáramos en un laboratorio. Es el caso de La Fiebre del Heno o La Investigación (dos extrañas historias que podrían describirse como literatura estadística) sus curiosas colecciones de críticas e introducciones a libros no escritos (Vacío Absoluto y Un valor Imaginario) o las desapasionadas (pero fascinantes) andanzas del Piloto Pirx. Pero de lejos lo más llamativo de su producción es su obra humorística, centrada en torno a las andanzas del absurdo cosmonauta Ijon Tichy y los estrambóticos maquinoconstructores Trurl y Klapaucius.

Ijon Tichy navega por un universo surrealista en el que las plantas carnívoras de un planeta turístico fingen ser bares con barra libre para atraer a sus víctimas, las lavadoras y las mesas crecen en ordenadas hileras en campos de cultivo y las máquinas cuentachistes para amenizar el viaje se averían antes de que hallamos salido de la órbita de Júpiter, lo que es una suerte porque son unos chistes horrendos. Los mundos que visita suelen estar gobernados por tiranos con ambiciones incomprensibles (lograr que sus súbditos se vuelvan anfibios, sin ir más lejos) y el vacío entre esos mundos puede estar mucho más lleno de lo previsto, como en el extraño viaje en el que la nave de Tichy cae en un bucle espaciotemporal y la nave acaba atestada de Tichys paradójicos.

Las dos novelas largas protagonizadas por Tichy, Regreso a Entia y Congreso de Futurología, son más realistas, sobre todo la última, en la que nuestro viajero visita el futuro de nuestro mundo, descubriendo una pesadilla frente a la cual las más negras historias de Orwell parecen alegres cuentos de hadas.

Por el contrario las aventuras de Trurl y Klapaucius siempre se mantienen dentro de un registro humorístico. Amigos, rivales y Constructores de gran prestigio, sus servicios son requeridos en las más asombrosas circunstancias. Por cierto que no son personas: la Cyberiada es una recopilación de fábulas para robots. Sus historias desbordan emociones, gallardía, amores imposibles… siempre protagonizados por máquinas, como la IV Expedición, o como Trurl se sirvio de un mujerotron para liberar al príncipe Pantarctico de las torturas del amor, y como luego tuvo que usarse un Lanzaniños (y no miente: éste título describe con notable exactitud la historia referida) Nuestros audaces constructores se enfrentan a piratas espaciales, religiones tecnológicas, totalitarismos militares e incluso criaturas imposibles, como en el magnífico relato Los Dragones y la Probabilidad. Porque no es que los dragones no existan, sino que la probabilidad de encontrarlos aquí y ahora es muy baja.

El surrealismo presente en la obra de Lem fue parte esencial de su vida. Superviviente del holocausto, combatiente frente a los nazis, enfrentado a las absurdas hipótesis bioestalinistas de Lysenko, medico e ingeniero frustrado, filósofo de la ciencia, acabaría saltando a la fama por sus cuentecillos cibernéticos y vería Solaris llevada al cine por Tarkovsky a primeros de los 70, en pleno recrudecimiento del neoestalinismo bajo Breznev, y por Hollywood ya en pleno siglo XXI. Dado su periplo, no es extraño que uno de sus ensayos sobre estadística demostrara, entre otras cosas, su propia inexistencia.

En los últimos años, Alianza y Minotauro se han lanzado a reeditar en castellano la obra de Lem, y Editorial Impedimenta ha adquirido los derechos de sus trabajos inéditos, incluyendo sus ensayos científicos, así que animo a todos los amantes de la buena literatura a darle una oportunidad a este singular polaco. Y sí, dije literatura, porque para Lem la ciencia ficción era un vehículo para llegar a todos los lectores, y sus libros van mucho más allá del diminuto ghetto del fandom.

Si alguien quiere intentarlo, le recomiendo que empiece por las distancias cortas: la cyberiada y los Diarios de las estrellas son un modo excelente de abrirse el apetito. El siguiente paso es Solaris y a partir de ahí el límite es el cielo. Sí, yo empecé al revés, pero siempre he sido bastante raruno.

En cuanto al cine, la peli estrenada en 2002 es fácil de conseguir, pero yo no me molestaría ni en echarle un vistazo a la carátula. El propio Lem se llevó una gran decepción ya que lo único mínimamente salvable era el culo de Clooney. La de Tarkovsky, al contrario, es una verdadera joya para los amantes de la ciencia ficción, pero antes de intentar verla recomiendo precaución: son cuatro horas de ciencia ficción de arte y ensayo en ruso subtitulado. No es para mentes débiles.

Poco más puedo decir. Esta semana voy a releer una de sus obras más extrañas, Memorias encontradas en una bañera, que podría describirse como la novela que habría escrito Kafka si hubiera follado de cuando en cuando y no se hubiera tomado la vida tan en serio. La disfrutaré, estoy seguro, pero no tanto como la primera vez que le hinqué el diente. De hecho acabo de darme cuenta de que os envidio. Sí, envidio a todos los que no habéis leído Solaris porque podréis hacerlo cualquier día de estos y quizás (sólo quizás) alguno de vosotros sentirá el mismo asombro que disfruté hace casi tres décadas.

Y si encima vuestra máquina de contar chistes funciona bien os habréis ganado mi odio para toda la eternidad, cabritos suertudos.

sábado, 18 de septiembre de 2010

DIARIO DE LA PATERNIDAD RESPONSABLE (V) Pequeños imprevistos

  


Durante los primeros dos años, esos en los que se supone que disfrutas del bebé, el bultito cagón se convierte en un balbuceante minihumano. Disfrutar me parece un concepto ambiguo: ¿debemos estar toooodos esos meses transidos de placer al ver como nuestra personita crece alegre y feliz? Entonces, si pasamos la mayor parte del tiempo tensos y agotados ¿estamos haciendo algo mal? Porque eso es lo que sucede.

Hay muchos momentos que se disfrutan y lamentaría habérmelas perdido. Primeros pasos, primeras palabras, juegos, risas… son instantes de felicidad reales. Pero no vienen empaquetados en cómodos envases individuales sino inmersos en un mar de sucedidos para los que no te prepara nadie y que oscilan entre lo anecdótico y lo olvidable.

He preparado una selección de hechos que la sociedad se niega a aceptar, pero estoy seguro que toda madre puede reseñar muchos más. Animo a las lectoras a hacer sus aportaciones; no dudo que entre todas demostraremos que los nenes* son seres caóticos e impredecibles, cuya principal afición es destruir nuestro delicado equilibrio nervioso.  

1. Desde chiquitos los peques intentan suicidarse. Sea por el trauma de dejar el útero, por el éxtasis de descubrir el mundo o porque son unos tocacojones (me decanto por ésta) en cuanto un bebé alcanza un mínimo grado de movilidad empieza a atentar contra su vida.

Las posibilidades son inagotables. Enterrar la cara en el colchón mientras duerme, trepar por el borde de la cuna para intentar saltar al vacío, hurgar con el primer objeto metálico que agarran para quitar los tapaenchufes, meterse en la boca cualquier cosa incomestible y tóxica… Dadles brócoli y ni atados se lo comen; dadles un vaso de detergente y se lo beberán sin respirar y con cara de deleite. Es absurdo: una cría de Koala sabe que debe agarrarse a su mami y no soltarse nunca para curiosear, pero una cría humana considera su deber acercarse a cualquier objeto, animal y/o situación potencialmente letal.

2. Los bebés tienen tendencias asesinas. Manotean para bloquear tus conductos respiratorios, arrancarte la lengua o cegarte (el mío logró cargarse mis mejores gafas de un zarpazo que de paso me dejó los párpados amoratados) y son expertos en el arte de la emboscada: se desplazan a la velocidad de la luz para situarse justo donde vas a pisar, forzándote a vivir dando traspiés y chocando con todo tipo de objetos contundentes. Por no mencionar de su asombrosa habilidad para dejar en lugares estratégicos pelotas, peluches, cubitos… cualquier objeto susceptible de torcer tobillos y provocar caídas.

3. Esas dulces y adorables criaturitas que gatean felices y torponas ocultan mentes expertas en tecnología. A ti te lleva horas de lectura desentrañar los misterios del nuevo grabador de DVD, pero tu chiquitín sólo necesita unos minutos de tanteo para localizar los puntos más vulnerables y sabotearlo. Su memoria es prodigiosa: les basta una vez para saber que si introducen un mogote de pan en el lector de discos o babosean adecuadamente el mando a distancia papi o mami les cogerán en brazos entre risas y cachondeo. Porque ¿qué vas a hacer? ¿matarle? ¿azotarle? ¿demandarle?. Si lo miras objetivamente, tiene su gracia y al final te ríes mientras le riñes, con lo que garantizas la siguiente incursión.

Podríamos pensar: con poner los materiales sensibles a cierta altura, solucionado ¿no? pues no porque…

4. El bichito crece y mejora su coordinación. Se supone que es lo correcto, y observas con asombro y orgullo como tu enanito empieza a ir de pie, agarrado a todas partes, y bueno, sí, de cuando en cuando alguna preciada figurilla policromada cae y se hace añicos (mi Sandman 1001 Noches ¡snif!) pero quieres creer que es un accidente.

Un día el chiquillo deja de agarrarse ¡ya anda! y descubres que de accidente, nada. El principal objetivo de caminar sin sujetarse es liberar las manos para agarrar todo lo esté a su alcance, con especial atención a enseres frágiles y material electrónico. Cuando tenga tiempo desarrollaré mi tesis Los orígenes de la bipedestación: los primeros humanos empezaron a caminar erguidos para putear a sus padres ¿me lo aceptará Nature?

Ya tenemos al pequeño Atila amenazando cualquier objeto situado a menos de un metro de altura. Vuelta a recolocarlo todo (todo lo que no ha sido destruido). Las estanterías inferiores se vacían y las superiores colapsan. Pero dejar los libros abajo no será peligroso ¿verdad?

¡Ja! y aún añadiría ¡Ja, ja!. El pitufín sólo necesita una mañana para causar estragos en las cubiertas de más de treinta volúmenes. Y no es un caso único de vandalismo bibliófilo. Cuando era una mica mi Supersobri solía colarse en mi cuarto mientras yo dibujaba. Calladita, amontonaba una pila con todos los libros que pudiera cargar y si notaba que yo hacía ademán de girarme huía a toda velocidad con el botín ¿Cómo puede correr tanto una cría de año y medio con una docena de libros en precario equilibrio?. Y eso si me daba cuenta, si no, cuando terminaba de trabajar me encontraba la estantería inferior vacía y los libros dispersos por toda la casa.

5. Libertad y frescor, eso es lo que siente nuestro retoño cuando empieza la gozosa tarea de prescindir del pañal. ¿Y qué mejor manera de celebrarlo que redecorar tu casa? Porque cuando hace ademán de apretar siempre puedes agarrarlo y correr al lavabo, pero amigos, para hacer pis no se necesita poner cara de esfuerzo, sólo dejarse llevar con naturalidad. Conclusión: las alfombras y jarapas no son, repito, no son una buena opción para alegrar el salón. Piensas que es una cuestión de azar, que la naturaleza llama y él escucha la llamada, pero hay premeditación y alevosía. ¿Cómo si no se explica que durante cuatro días seguidos el pequeño nudista acuda a orinar pausada pero copiosamente sobre mi ordenador?. Una pase, dos pueden ser casualidad pero ¿cuatro? ¿es una indirecta? ¿está marcando sus dominios? ¿me desafía como líder de la manada? (es un desafío vano, nuestra manada tiene líder, pero no soy yo).

Tenemos un problema, porque una estación de trabajo de 40 kg de peso no puede subirse a una estantería así como así. Pero la inventiva humana no descansa y en las tiendas especializadas hay una solución: puertecitas acoplables de seguridad. Destornillador, unos minutos de bricolage y ¡voilá! ¡mi cuarto de trabajo está a salvo!

…de momento (continuará)

* Nosotros tenemos un niño, de ahí que en general utilice expresiones de género masculino. No es que las nenas actúen distinto, es que no quiero hablar sobre nada que no sea vivencia directa.

martes, 14 de septiembre de 2010

CÓMO LO HICE (por Victor Von Frankenstein)

Una amiga me preguntaba ayer cómo es que acabé metido en el jaleo de Pepito, el dinosaurio más dicharachero. Dado que ya me iba tocando entrada paleontológica puede ser un buen momento para explicar someramente cómo se hacen este tipo de cosas e intentar que la explicación no suene a chino cantonés.

El verano pasado, durante el ciclo de conferencias de Cuenca, Francisco Ortega y José L. Sanz nos explicaron en petit comité lo que tenían cociéndose en el horno. Fue algo coloquial y sin demasiados detalles, dado que este tipo de trabajo debe llevarse siempre con discreción, pero bastó para despertarme el apetito, y me hice firme propósito de preparar mi propia versión en cuanto se publicara la información. El caso es que en julio estuve por la Autónoma para hablar con Sanz y, entre otras cosas, me enseñó una buena cantidad de imágenes del ejemplar que me dejaron ojiplático por la calidad de la conservación y lo novedoso de sus características. José Luis me mostró la recreación que había hecho Raul Martín (la imagen que se ha publicado en todos los medios) y me preguntó si sería posible tener una versión animada de cara a la presentación. El plazo era corto (dos semanas para sacar adelante el trabajo una vez logré despejar mi agenda), pero decidí intentarlo.

No había tiempo para preparar un modelo desde cero, así que utilicé como base otro terópodo que ya tenía terminado, un ceratosaurio, por más señas. Como puede verse arriba, le corté la cabeza, las manos y los pies, y ajusté grosso modo las proporciones.

Construí un cráneo nuevo en base a las fotos del fósil y a las muestras que encontré de acrocantosaurus, un animal emparentado. Tras ello modelé los nuevos pies y manos y fui añadiendo algunos detalles al modelo (arrugas, pliegues…).

Tras algunos ajustes en la mandíbula y la parte posterior del cráneo ajusté bien las proporciones en base a un excelente esquema del esqueleto, con indicaciones detalladas de longitud y grosor para cada elemento. Construí el esqueleto digital sobre los mismos datos. Algunas partes se simplifican: el cuello tiene el mismo número de vértebras que el fósil para que los movimientos de la cabeza sean lo más ajustados posibles, pero el tronco se resuelve con tres huesos y la cola con diez. En total nos sale un esqueleto con 96 piezas articuladas. (de haber empezado el modelo desde cero habría empezado por crear el esqueleto digital y usarlo como plantilla para construir el dinosaurio)

Ahora toca una parte tediosa pero imprescindible: el mapa de pesos. Asigno a cada hueso un área de influencia, es decir, señalo qué polígonos se verán afectados por su movimiento. El más problemático es el  fémur: al rotar hacia atrás el muslo debe tirar ligeramente de la zona adyacente del vientre, y al girar hacia adelante debe empujarla para evitar pliegues extraños.

La última tarea de construcción es igual de aburrida: el mapeado UV o, más coloquialmente, el despellejado. Extiendo la superficie del modelo de modo que todos los polígonos queden sobre un plano. Ese plano servirá de guía para luego diseñar las diferentes capas que harán que nuestro bicho deje de parecer un pedazo de plástico.


Aquí podemos ver el modelo tal cual, más el mapa de desplazamiento (que señala dónde quiero que la superficie quede abultada o se repliegue), más el relieve (BUMP, hablando técnicamente), más los datos de color, brillo y difusión. Como veis es algo más que limitarse a pintar el modelo.


Ahora empieza el trabajo de animación: activo el esqueleto en la escena . Si he hecho bien mis deberes, cada hueso afectará a un área específica del modelo, salvo aquellos que sirven como ejes de giro, y quedan anulados para evitar distorsiones. Una vez comprobado todo se estructuran las cadenas IK, es decir, las series de huesos que deben moverse de forma coordinada: piernas, brazos, cuello-cabeza y cola. Cada una de estas cadenas queda asociada a un objeto nulo que actúa como controlador: moviendo el nulo, la cadena se mueve (si alguien está interesado en la técnica IK o cinemática inversa,  escribí hace años un tutorial al respecto, por desgracia en mi limitado inglés)

Mover el bichejo debería haber sido sencillo, pero ya sabemos lo que pasa con los planes de ratones y de hombres ¿verdad? Resulta que la pata de este animal no se ajusta al ciclo de paso de un terópodo estándar. En otros dinosaurios los dedos del pie son largos y además de asegurar una pisada amplia, con mucho apoyo, permiten una zancada más amplia porque al estirarse alargan la caña del pie (es decir, suman su longitud a la del tarso). Pero este engendro tiene unos dedos absurdamente cortos, lo que dificulta el apoyo y acorta el paso hasta hacerlo artrítico. Lo que debería haberme llevado apenas unas horas (tengo el culo pelado de tanto animar bichos) sumó un día y medio, incluyendo buena parte de la noche correspondiente, y envié la prueba de movimiento a los paleontólogo cuando estos estaban ya camino de Cuenca para la presentación en sociedad de nuestro amiguito. El proverbial último minuto. Esa es la prueba que ha salido en televisión, sin posibilidad de correcciones y con algunos detalles que pasan desapercibidos para la mayoría de la gente pero me hacen rechinar los dientes cada vez que los veo.

Y así es como funciona este trabajo: siempre a uña de caballo, con los plazos de entrega pendiendo sobre tu cabeza cual espada de Damocles y, como no, repletos de deliciosos imprevistos (fallos de sistema justo en el momento en que ibas a guardar el resultado de varias horas de duro trabajo, daños al pasar una secuencia de huesos de un archivo a otro, errores de mapeado que, como no, sólo se aprecian una vez te has renderizado toda la puta secuencia…). 

Pero al final sueles conseguirlo (no queda otro remedio) y siempre te queda el saborcillo especial de ver a tu criaturica en la pantalla, aunque sea de forma chapucera, porque es el hijo de tu esfuerzo y se le coge cariño.