(Lo que sigue es un resumen de la charla que di en la eskepticamp de Madrid a finales de enero. Esperaba poder enlazar el video de mi presentación, pero debido a problemas técnicos parece que la mayor parte de las grabaciones de ese día se han perdido. Mis disculpas)
De cuando en cuando la prensa y los telediarios nos sorprenden con noticias sobre
paleontología. Estas pinceladas suelen centrarse en tres tipos de
criaturas: la fauna de megamamíferos del pleistoceno, los dinosaurios (ahí suelen meterse a capón los grandes reptiles voladores y marinos del mesozoico) y los homínidos. Lo normal es encontrarnos con titulares llamativos y contundentes.
Una
información errónea o exagerada puede partir de los propios investigadores. A veces el afán
por presentar un descubrimiento lleva a lanzar las campanas al vuelo con
demasiado enfasis. No hay que olvidar que las subvenciones para investigación son escasas, y la publicación de un hallazgo muy espectacular es un modo de conseguir la atención de los patrocinadores.
No obstante, la mayoría de los errores se deben a la asombrosa falta de criterio de los medios de comunicación. Un titular tan solemnemente estúpido como el que podemos ver en la noticia de la plesiosauria embarazada sólo puede achacarse al analfabetismo cietífico del redactor, al uso de traductores automáticos, a la inexistencia de un editor competente o, probablemente, a una conjunción de los tres factores.
Vayamos por partes ¿Qué elementos vamos a encontrar en una noticia de este tipo? y ¿qué validez podemos dar a cada uno?
Vayamos por partes ¿Qué elementos vamos a encontrar en una noticia de este tipo? y ¿qué validez podemos dar a cada uno?
Lo primero escuchamos cuando se produce un
descubrimiento es su antigüedad, es decir, su datación. Este es un punto al que
se aferraron durante décadas los creacionistas, ya que la identificación de un
determinado estrato del terreno se hacía en base a los fósiles que contenía, y
la antigüedad de esos fósiles se establecía de acuerdo al estrato en el que se
encontraban. Sin embargo los métodos modernos son independientes de
la estratificación, ya que se basan en la datación radiométrica. Resumiendo mucho la técnica, si en un objeto localizamos dos isótopos de un mismo átomo, uno de ellos inestable, y conocemos la proporción de estos isótopos en el momento de formarse la muestra, y el periodo de semidesintegración del isótopo inestable (es decir, el tiempo requerido para que el volumen de dicho isótopo se reduzca a la mitad) podremos calcular el tiempo transcurrido midiendo la proporción actual de dichos isótopos.
Hasta los 50000 años usamos la datación en base al C14, y a
partir de ahí se emplea la conversión del Potasio40 en Argón, las series de
uranio, o la conversión del rubidio 87 en estroncio 87. Estos métodos se solapan entre sí, y con otros métodos,
como el del recuento de varvas en zonas de sedimentación lacustre, o de anillos
arbóreos, lo que permite calibrar su precisión. Es decir, si tomamos una
muestra especifica y la sometemos a diversos sistemas de datación, y los
resultados son coherentes, sabremos que los métodos empleados funcionan
correctamente.
Visto lo anterior, informaciones como la que vemos en esta captura, referida a supuestas huellas humanas mezcladas con pisadas de estegosaurios, carecen de la más mínima credibilidad. Ningún científico serio
buscaría huellas humanas en un estrato cretácico, luego de partida la noticia
no lo es, sólo un bulo echado a rodar por la red por algún gracioso malintencionado.
Así pues, siempre que se apliquen correctamente los métodos de datación, la
información relativa a la antigüedad de un hallazgo debe considerarse correcta, dentro de los márgenes de fiabilidad de dichos métodos*.
La identificación de los restos es también bastante fiable. Para llevarla a cabo se usa la anatomía comparada, es decir, comparamos los restos encontrados con
seres vivos modernos y otras criaturas extintas ya clasificadas, lo que permite
establecer con bastante precisión sus relaciones de parentesco. Por supuesto
todo depende de lo completos que sean los restos, si son muy reducidos, podríamos llegar a extrapolar demasiado.
EL año pasado se anunció a bombo y platillo el hallazgo de una niña neandertal en Madrid. En este caso nos encontramos ante un ejemplo de exceso de celo por parte de los científicos, porque lo que se
ha encontrado son, exactamente, cuatro dientes de leche. Por supuesto podemos
precisar que son dientes humanos, y, dada la datación del hallazgo, sí, lo más probable es que sean de origen neandertal. Pero añadir que se
trataba de una niña pelirroja muerta por causas desconocidas mientras sus familiares formaban parte de una expedición de caza, ponerle nombre y hacerle, de paso, un
retrato, es, como mínimo, arriesgado**.
Veamos otro ejemplo más reciente, una noticia que vincula a
T-rex con Raptorex, un pequeño tiranosáurido de principios del cretácico. La
distancia entre estas dos especies es de nada menos que 60 millones de años. Con
una distancia temporal tan abismal, lo único que podemos afirmar es que ambos
pertenecen a la misma familia, y eso no es poco, pero de ahí a decir que uno
desciende del otro hay mucho camino. Y más cuando raptorex está representado
por un único ejemplar, presumiblemente juvenil, y su datación continúa en
estudio, ya que el análisis inicial pasó por alto algunos factores.
Por principio, debemos desconfiar de afirmaciones
categóricas del tipo desciende de o es antepasado de.
Salvo que contemos con restos que incluyan ADN, siempre nos movemos en el campo
de las hipótesis, más o menos fundadas, más o menos fiables. Y lo mismo vale
para cualquier noticia que incluya el término eslabón perdido***, un concepto victoriano que carece por completo de validez científica y suele ocultar
estafas o autoengaños. Amen de animaladas, como las del recorte de la izquierda, donde leemos perlas como mono lemur o la relación del hombre con los mamíferos.
*La gentuza que intenta defender la autenticidad de la síndole de Turín aduciendo a supuestos errores en la datación no sólo no aporta ni una sola prueba de dichos errores, sino que miente descaradamente. Según los sindonólogos y sus acólitos, el creador del método del C14, W. Libby, afirmó que esos análisis no se habían aplicado correctamente en el caso de la Sábana Santa. Dado que Libby murió en 1980, 8 años antes del análisis, está claro que quien afirma semejante cosa demuestra su mala fe.
** Empezando por el hecho de que los dientes de leche caen sin necesidad de que su poseedor muera, luego la presencia de esos dientes no indica necesariamente un enterramiento. Y desde luego sin un análisis genético no es posible determinar el sexo.
*** La presencia en un titular del término eslabón perdido permite evaluar con notable fiabilidad la falta de cultura científica del redactor: cercana a cero.