(Sólo recordaros que la fuente de este y los dos textos precedentes es la HISTORIA MEDIEVAL DEL SEXO Y EL EROTISMO de Ana Martos)
A comienzos del Renacimiento, la situación parecía estable en lo referido al orgasmo femenino. Los textos de la época consideraban al gozo de la mujer garantía de estabilidad en la pareja y clave para la concepción. Todavía a mediados del siglo XVI Ambroise Paré opinaba que la esterilidad podía deberse a la ausencia de placer, lo que repercutiría en que la mujer no emitiría su propio esperma, y su cuerpo rechazaría el del hombre.
Pese a todo las posturas aristotélicas fueron abriéndose camino a los largo del siglo XVI, preparando el terreno para el desastre que llegaría en el XVII. Recordemos que la mayor parte de las opiniones de Aristóteles sobre la mujer eran profundamente despectivas, ya que consideraba que las hembras eran, en el mejor de los casos, un punto intermedio entre los animales y el hombre varón. Es decir, seres imperfectos, con menos huesos, menos dientes y menos inteligencia. No porque se hubiera molestado nunca en contar huesos y dientes o medir la inteligencia, sino porque, si la mujer era inferior, lo otro era una deducción natural.
En cuanto al tema de la concepción, el griego opinaba que el hijo era engendrado exclusivamente por la simiente masculina, actuando la mujer tan sólo como receptáculo, encargada de nutrir y permitir el crecimiento. Nada más. Eso volvía completamente innecesario el papel del supuesto semen femenino, que no sería sino un subproducto generado por la excitación, sin papel reproductivo. Y bueno, en eso sí tenemos que darle la razón al estigirita. Sí, los fluidos vaginales no intervienen en la formación del embrión, sólo contribuyen a la lubricación y a mejorar el ph de la cavidad genital, evitando la muerte de los espermatozoides antes de tiempo. Pero no podemos hablar de razón en el sentido racional, porque Aristóteles no se molestó en investigar nada al respecto, simplemente acertó de pura chiripa.
Esa chiripa fue viéndose confirmada en los primeros años de la ciencia, a finales del XVI y comienzos del XVII. Las primeras observaciones del espermatozoide en los primitivos microscopios hicieron creer que la simiente masculina era un diminuto homúnculo, agazapado en la cabeza del renacuajillo, que sólo necesitaba el fértil campo de la matriz para desarrollarse. Es decir, la responsabilidad de la progenie recaía en el hombre. Unos años antes se había descuvierto el óvulo, y la vieja polémica del esperma masculino frente al femenino reapareció, esta vez dividida entre ovistas y espermistas.
Al margen de esa disputa, la ausencia de semen en los fluidos femeninos era notoria, y eso dejó en evidencia el papel atribuido al orgasmo femenino. El placer de la mujer no era necesario para engendrar, luego el hombre ya no estaba obligado a buscar el placer de su pareja, limitándose al suyo propio. Es más, el gozo sexual fue estigmatizado, incluso dentro del matrimonio, y el que una mujer disfrutara del sexo paso a ser una mancha de lascivia y pecado. Una situación que se prolongaría hasta el siglo XX, ya que aunque a mediados del XIX el orgasmo femenino dejó de ser una trampa de Satán, los médicos decimonónicos lo etiquetaron como un desorden psicológico que debía ser curado o reprimido.
Y así cerramos nuestra extraña historia, bastante opuesta a lo que tradicionalmente nos han vendido los educadores. Lejos de ser un tiempo de represión sexual, la Edad Media resulta ser un periodo de fogosa carnalidad. Ajenos a los conocimientos de la anatomía moderna, los pensadores más avanzados defendieron el derecho de la mujer al placer, aunque fuera con argumentos erróneos. Por contra, el Renacimiento, tan lleno de luces y humanismo, trajo el fin del goce, con el firme apoyo de Aristóteles, y el advenimiento de la ciencia moderna remató la tarea, convirtiendo el placer de la mujer en una aberración a extirpar.
El gozo por la vida se reflejó en las letras en todo su esplendor por Europa a lo largo de los siglos XIII y XIV, y dio sus últimas coletadas en el XVI, de la mano de Ravelais. A partir de ahí el sexo se convirtió en materia de textos prohibidos y entró en la clandestinidad, como lo hizo el placer de la mujer al verse negado por doctores y filósofos. Quizás fue mejor así, poca alegría podría traernos una literatura picante en la que sólo disfrutan la mitad de los protagonistas.Pero no dejo de dolerme por tantos versos alegres y coloridos que nunca pudieron escribirse, y tantas personas que no pudieron expresar su gozo o incluso se lo negaron, sintiéndose sucias por disfrutar de su cuerpo.
No quiero terminar sin rendir homenaje a esos autores que no se recataron en cantar a la carne, con todo desparpajo. Del genial Alfonso Álvarez de Villasandino, DECIR CONTRA UNA DUEÑA, un divertido poema dedicado a una dama que se le hizo la estrecha.
abrevar el mi carajo
en este vuestro lavajo,
por demás es mi denuedo:
he perdido, segunt cuedo,
mi afán e mi trabajo,
si tras el vuestro destajo
non vos arregaço el ruedo.
Señora fermosa e rica,
yo querría recalcar
en ese vuestro alvañar
mi pixa qu’es grande o chica;
como el asno a la borrica
vos querría enamorar,
non vos ver, mas apalpar
yo deseo vuestra crica.
Señora, flor de madroño,
yo querría sin sospecho
tener mi carajo arrecho,
bien metido en vuestro coño.
Por ser señor de Logroño,
non deseo otro provecho
sinon foder coño estrecho
en estío o en otoño.
Señora, por fijo o fija
en vos querría haber,
más vos querría foder
que ser señor de Torija;
si meades por vedija,
fazedmelo entender,
que yo vos faré poner
atanquía en la verija.
Señora, en fin de razones,
yo me ternía por sapo
si el culo non vos atapo
con aquestos mis cojones,
e a los çinco empuxones
non vos remojaré el papo:
non me den limpio trapo
para enxugar los tajones.
Señora, quien mea o caga
non se debe espantar,
aunque se sienta apalpar
por delante o por de çaga;
la que tal bocado traga
como vos faré tragar,
non se debe despagar,
pues alguna bien se paga.
Señora, notad el modo
de aquesto que vos digo:
vos habedme por mendigo
si diez veces non vos fodo.
En vuestras ingles devodo,
que si subo en vuestro ombligo
de vos çerrar el postigo
non sé si será del todo.
Señora, sabed de çierto
que podedes bien a osadas
medir nueve o diez pulgadas
en mi mango grueso e yerto:
si yo con él vos açierto
a poder de cojonadas,
las sedas bien remojadas
serán d’ese boca-abierto.
Finida
Si vos fallo en descubierto,
como fodo a ventregadas,
veredes por las pisadas
que non duermo, antes despierto.
2 comentarios:
Como siempre, muy buenas las tres entradas.
Nunca supe por qué me caía tan mal Aristóteles. Gracias por descubrírmelo.
Gracias a ti, Phaskyy, siempre es un placer verte por aquí. En cuanto a Aristóteles, el que algunos le llamen padre de la ciencia me hace sentir deseos de correr el Amok con un machete y una antorcha al grito de MATARMATARMATAR!!!!!!
Por desgracia sus estupideces estaban muy bellamente envueltas en palabrería, y han pesado sobre la espalda de la humanidad hasta casi el siglo XVII
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