Mujer iroqués

sábado, 23 de marzo de 2013

DIARIO DE LA PATERNIDAD RESPONSABLE (XV) Alimentar al adolescente talibán



Ya he dejado caer en algunas ocasiones que dar de comer a un niño puede ser una tarea ardua, tediosa y, en ocasiones, mala para los nervios. Como en otros aspectos de la crianza, hay paladas de cal y paladas de arena, pero a fecha de hoy la arena sigue gozando de preeminencia. Nuestro menú sigue repleto de viandas cuya sola aparición en la mesa provoca un recital de resoplidos, protestas airadas, miradas de indignación y expresiones de asco y nausea.

Debo reconocer que no soy quien para tirar la primera piedra en cuestión de gustos: quien me conoce sabe que soy un pozo de manías, empezando por mi rechazo a todo alimento animal invertebrado, sea marisco, sea molusco, sea... qué se yo... saltamontes a la parrilla  

Sí: he comido saltamontes a la parrilla. No preguntéis. 

Igualmente siento una profunda aversión a toda la casquería, y aunque no tengo reparos en general con los productos de origen vegetal, hay algunas verduras cuya existencia me parecen un claro insulto al buen gusto.

Las putas endibias ¿Se puede saber que tipo de enfermo decidió que una achicoria mal sembrada podía ser comestible? Los belgas tienen mucho de qué responder ante el Tribunal de la Haya.

Pero esa no es la cuestión: si algo aprendí de niño es que, me gustara o no lo que hubiera en el plato, había que comérselo. Esa es nuestra política al respecto, pero nos cuesta un batallar casi diario.

Por supuesto nuestro retoño tiene sus preferencias culinarias  y hay una serie de platos que nunca son mirados con desdén. Por desgracia son pocos y no demasiado variados.

La omnipresente cocina italiana es acogida con palmas orejiles, ya sea en forma de macarrones, espaguetis, lasaña o pizza. Sobre todo esta última, elaborada artesanalmente por aquí su humilde servidor, es alabada como manjar de dioses y alimento perfecto. No obstante esta selecta muestra de delicias carbohidratadas tiene que seguir una serie de normas cuasirreligiosas cuya alteración provoca un aluvión de protestas. Por ejemplo...

Los macarrones son con atún y los espaguettis con bolognesa. Cualquier intento de alterar esta sagrada disposición recibe vituperios y palabras soeces.

La lasaña debe incluir espinacas. Si la bolognesa que preparo para el relleno no lleva una abundante dosis de espinacas picadas, me enfrento a ceños fruncidos y miradas del tipo me lo como porque no tengo más remedio pero esto es maltrato infantil.

La pizza debe ser de atún o salchichas, y no hay más opciones. Cuando en casa de algún amigo o en el colegio piden telepizzas (puaj) se come con deleite y ruidos guturales la de jamón y queso. Si sugiero hacerla en casa de jamón y queso mi propuesta es acogida con un silencio glacial.


Por no mencionar sus miradas horrorizadas si nos ve a nosotros aprovechar la masa para hacernos una coca de verduras.

El arroz, los pimientos rellenos, los garbanzos.. no suelen plantear problemas, siempre que incluyan atún. Sé que es un producto bastante saludable, pero empiezo a estar preocupado ¿seguro que no es adictivo? ¿hay estudios al respecto? si se extingue alguna variedad de túnido ¿qué parte de responsabilidad tendrá mi hijo?

Sólo le gustan mis judías verdes. No lo entiendo: si en casa se las come y repite ¿porqué nunca le gustan las demás? No puede ser que el resto del planeta ignore como preparar un plato tan bobo ¿no?

Los guisos de cuchara siempre levantan protestas. SIEMPRE. Salvo el estofado, y aun así mi insistencia en las zanahorias como parte fundamental de ese plato produce gestos torcidos y disimulados intentos de dejárselas en el plato.

Hace cosa de medio año confesó que, siendo las albóndigas uno de sus platos favoritos, sus preferencias iban en este orden: campeona albondiguera, mi madre; honrosa segunda posición, casi rozando la primera, las mías (aprendí a guisar de mi madre #ejem #ejem) y a mucha distancia en el tercer puesto, las de su otra abuela. Tiene terminantemente prohibido mencionar ese tema en casa de mis suegros.

Las zanahorias no son la verdura más denostada. La sola imagen de los guisantes se traduce en amotinamientos tanto por parte del chaval como de su madre ¿se puede saber qué tiene la humanidad en contra de esas redondas e inocentes legumbres?

Un adicto al atún debería degustar con placer otros pescados ¿no? Pues no. Ya sea al horno, en guiso, a la romana o en forma de hamburguesas (vease foto superior) el resto de habitantes del mundo submarino son aborrecidos de forma estentórea, salvo quizás el pez espada, y creo que eso es porque nunca le dijimos que no era atún blanco (no tengo la culpa de que la publicidad se haya inventado esa estúpida categoría, así que me considero con derecho a emplearla a mi favor)

No le gusta la bechamel, lo cual no es raro, a su madre tampoco le gusta, pero me plantea serias dudas sobre sus genes. Si algo caracteriza a mi estirpe es el afan croquetil. A veces me pregunto si no nos lo darían cambiado...

¿Alguien sabe de alguna familia con fobia por la bechamel, cuyo hijo de 12 años sienta desenfrenadas ansias de comer croquetas? Si es así ponednos en contacto, please.

Pero, de todos los alimentos odiados, ninguno alcanza las cimas (o abismos) del huevo en cualquiera de sus formatos o presentaciones. Frito, cocido, a la plancha, en tortilla... el único modo de calzárselo sin excesivos problemas es en tortilla de patatas. De hecho hasta hace dos años ansiaba las tortillas de patatas. Por desgracia su abuela, incapaz de decirle que no, una tarde le hizo tres, se las comió casi sin respirar y de resultas del empacho le cogío tirria.

Nos queda el consuelo de que es un frugívoro impenitente y no ha salido demasiado goloso, así que las chuches no suelen ser un problema. Aunque ultimamente las mira con mas interés ¿estará falto de azucar? ¿de gelatina? ¿de ácido ascórbico y otros estabilizantes?

Por supuesto todo lo que se salga de sus platos selectos es una abominación, y la introducción de novedades siempre es recibida con escepticismo. Desde hace un año he iniciado una renovación en mis fogones, ampliando mi recetario con algunos platos novedosos (gracias sobre todo a Chez Thérèse ) y los resultados han sido desiguales: aplausos para la tartiflette, aceptación de los garbanzos al curry, miradas de odio ante la soupe a l'oignon... lo esperable.

Y así seguimos. Luchando el día a día, rindiéndonos a veces en aras de la comodidad y aguantando la pataleta en otras (las más).

Por suerte mi madre no sólo me enseñó a guisar. También me enseñó la respuesta perfecta para zanjar cualquier debate gastronómico

Cocino yo, así que te aguantas y te lo comes. Y si no te lo comes ahora te lo comerás en la merienda o en la cena, y frío.

Gracias, mamá.

3 comentarios:

anasegovia dijo...

todo un etudio sobre la comida jajajajaj.

me ha gustado mucho.

un saludo.

Anónimo dijo...

Cuando yo era chica, era muy mañosa para comer, en parte por miedo a lo desconocido, en parte por simple testarudez. Mas de una vez me paso que a regañadientes probaba un plato nuevo, y aunque lo sintiera delicioso, decia que no me gustaba. No mas por no dar el brazo a torcer.
Y asi es mi piojo, ni mas. Copia fiel de su madre.

vitalidad dijo...

Me he reído mucho, yo me críe en internados y si no querías un plato te ponían dos.

Por ello como de todo.

Cometí el error de llevar a mi hija a un colegio sin comedor y me pasó lo mismo que a ti y curiosamente odia los huevos.

Me rendí, madre divorciada, temía que prefiriera irse con su padre, mi suegra es cocinera profesional, no podía competir.

Bueno, pues cuando creció tuvo un novio y de pronto aparecieron en mi cocina ajo, cebolla, especias, todo prohibido por ella hacía muchos años, aluciné.

Empezó a comer lo que el otro le cocinaba.

Ahora tiene 25 años, estoy deseando que tenga hijos para que sepa lo que es.