Mujer iroqués

jueves, 24 de octubre de 2013

LIMPIEZA



En el día mundial de las bibliotecas, la mía presenta en algunos estantes ese desangelado aspecto que podéis ver en la foto de arriba. Y os preguntaréis ¿qué ha pasado?

Mi relación con los libros siempre ha sido muy intensa. No recuerdo un momento de mi vida desde, más o menos, los 8-9 años de edad, sin uno en la mano. Eso no quiere decir que no leyera antes. pero eran mayoritariamente tebeos y libros de cuentos orientados a niños, mucho dibujito, poca letra y moraleja cursi.

Entre los 8 y los 9 empecé a leer las novelas de Julio Verne y sobre los 12 años la fiebre lectora ya me había poseído. Dado que se mentaba tanto El Quijote siempre que se hablaba de libros, me decidí a intentarlo. Para mi sorpresa no fue nada trabajoso, de hecho a partir de la Segunda Salida (cuando Sancho se une a la aventura) se me hizo fluido y sólo cuando llegué a la novela del Curioso Impertinente me dio un bajón. Por suerte tras ese ladrillo volvió lo bueno y ya no se detuvo hasta el final. En total El Quijote me tuvo atrapado durante dos maravillosas semanas.

 También a los 12 años tuve mi primer libro propio, regalo de mi padrino Tato: Nuestro Hombre en la Habana, de Graham Greene. Me dejó tan impresionado que revisé la biblioteca de mis padres para ver si había algo más de ese señor, y tuve suerte: El americano impasible, en una colección de bruguera que incluía además Ficciones de Borges y El Otoño del Patriarca, de Márquez, aunque debo confesar que este último tuve que releerlo años después para disfrutarlo de verdad, me temo que lo cogí demasiado pronto.

De mano de Chacho, nuestro extravagante profesor de lengua y literatura, descubrí a los Grandes de nuestra literatura (salvo a Galdós, eso tuvo que esperar varias décadas) y me sentí escalofriado ante Quevedo y Miguel Hernandez. Puede parecer una combinación extraña, pero creo que tuve mi primer Stendhal leyendo juntos el Amor Constante y la Elegía a Ramón Sijé.

Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.


El amor por la fantasía y la CIFI me llegó sobre los 16, cuando mi madre me recomendó leer El Señor de los Anillos, y la afición por la Historia o la divulgación ... bueno, creo que esa me ha acompañado siempre, no sabría decir cuando brotó, quizás con una enciclopedia de Fauna que compraron mis padres.

El caso es que de resultas de ese amor por la palabra escrita me convertí en un yonqui de la lectura, y como buen adicto siempre fui a la busqueda de nuevas dosis. Sumémosle mi caracter tirando a obsesivo y tenemos el escenario perfecto para acumular una ingente y siempre creciente cantidad de libros, unos 1400 en el último censo, antes de la gran criba.

Sí, como suena: LA GRAN CRIBA. He hecho de cuando en cuando entresaques de mi biblioteca, para poder hacer sitio a nuevos títulos, pero esto no es un ramoneo marginal. En mis estanterías ha empezado una liquidación que, a veces, me recuerda a la extinción del límite KT.

Llevo más de treinta años amontonando papel y hará poco más de un año miré mi habitación de trabajo y me dio un agobio tremendo. Como si todos esos libros (y tebeos) pesaran sobre mí. Y pesaran mucho. De pronto me dije ¿De verdad voy a arrastrar detrás de mí ese lastre toda mi vida?

A esa incómoda sensación se unió un adelanto técnico: el libro electrónico. Al principio lo usé para leer cosas que no iba a encontrar en papel por mucho que buscara, como los textos de Thomas H. Huxley y libros especializados de historia que podía consultar a través del Proyecto Guttemberg, pero cuando me entró la necesidad de hacer limpieza comprendí que esta vez iba a ser mucho más radical: si puedo almacenar cientos de obras en un cacharrillo que cabe en el bolsillo, mis ansias de lectura no necesitan toneladas de papel para satisfacerse.

La primera deforestación fue muy metódica y contó con la valiosa colaboración de Miss Honky. Ella me ayudó a elaborar un listado de todos los títulos que iban a salir de mi casa, a fin de publicarlo en la red, confiando en que el buen corazón de los internautas les encontraría un hogar. Debo decir que la mitad de la lista de tebeos resultó casi innecesaria ya que las dos primeras personas que llegaron arramblaron con todas las colecciones márvel/DC y marcharon de aquí, no con bolsas, sino con capazos de cómics. El resto recibió igualmente buena acogida y me he pasado meses entregando pilas de libros a amigos y conocidos.

En esa primera oleada cayeron unos 300 libros y más de 600 tebeos. Había de todo, desde ensayos de Borges y clásicos latinos (¡incluso la Geografía de Estrabón encontró quien la quisiera!) hasta las obras completas de Robert E. Howard (no fue una sorpresa, ya sabía yo que la vieja colección negra de Conan el bárbaro sería muy golosa). Me sentí... liberado, así que mi más sincero agradecimiento a todos los adoptantes.

El caso es que una vez empiezas, comprendes que lo difícil es dar el primer paso. Ahora mismo estoy en mitad de la segunda escardada y esta es mucho más radical que la primera. Voy repasando y releyendo, no ya con criterios de calidad, sino prácticos. Por un lado cojo un título y descubro que el recuerdo que me dejó es mucho mejor que la relectura, así que fuera con él. Por el otro me planteo, me gusta mucho, sí, pero ¿me lo voy a volver a leer? ¿no? Pues al montón. Y si además puedo conseguir (o comprar, que soy así de raruno) la edición digital, sayonara, baby.

Ya no hago listas. Si creo que a algún conocido le puede interesar, pregunto. Si no es el caso, hago una pila al lado del contenedor de papel y, más o menos en media hora, han desaparecido todos, en manos de algún viandante afortunado. En vez de un vándalo destructor puedo considerarme como un anónimo mecenas, proveyendo de cultura a otros hogares.

¿Dónde me detendré? Bueno, hay libros que van a seguir conmigo, ya que tienen algún valor personal especial. Regalos de personas muy queridas, lecturas que, de alguna forma, se quedaron grabadas, ediciones que tal vez no sean muy allá pero me traen recuerdos muy personales... Y obras que prefiero seguir disfrutando en papel: textos que difícilmente encontraré en digital, ediciones que desmerecerían en electrónico (los libros de arte, por ejemplo)... y tebeos, porque ahí el papel sigue mandando, y los sucesivos entresaques han despejado ya casi todo aquello que no tuviera verdadera calidad.

La cuestión es que no sólo estoy aligerando mucho mi petate sino que no hay necesidad de volver a cargarlo. Los bits no pesan y apenas ocupan espacio.

Seguiré comprando algún libro en papel de cuando en cuando, y alguno de ellos se quedará conmigo, no lo dudo, pero he logrado salir del círculo vicioso del acumulador, y no volveré a caer en él. Hay mucho para leer en el mundo y no necesito amontonarlo sobre mi espalda. Viviré más ligero.

No pongáis esa cara: un libro no es el papel en que está impreso.

1 comentario:

Blanca Reig de la Rocha dijo...

Me encantaria tener tus animos para meterme a hacer esa gran limpieza en mi biblioteca, le hace muchísima falta, pero no soy capaz de desprenderme de lo que ha sido una gran escape en mi vida y lo que he disfrutado leyendo:-) tengo otra biblioteca virtual con la que actualmente disfruto muchísimo:-) pero no soy capaz de deshacerme del pasado:-):-) deben de ser los años:-):-):-):-)