Mujer iroqués

miércoles, 25 de noviembre de 2015

LOS POLIPANES



Ya hace tiempo que me preguntan si resulta muy complicado hacer panes como los que suelo mostrar en Facebook o Twitter. Así pues, hoy me lío los trastos a la cabeza y voy a intentar contaroslo. Marchando mi tutorial de polipanes.

SI no queréis empezar directamente con panes de masa madre, os recomiendo con entusiasmo este vídeo de Ibán Yarza, ideal para perderle el miedo al pan (alguna vez lo ha llamado así, pan quitamiedos), y esta receta de Chez Therese, para hacer una deliciosa y sencillísima hogaza. Lo único que necesitáis es harina, agua, sal, levadura de panadero, una báscula y tiempo. Trabajo, lo que se dice trabajo, casi igual a cero.

En cuanto al pan de masa madre, sólo requiere haber hecho eso, masa madre, lo cual es de lo más sencillo (hay varios videos en la red, yo seguí, de nuevo, los consejos de Ibán Yarza ) un poco más de tiempo (en vez de 24 horas, el proceso de estos panes requieren unas 36) y un poco más de trabajo (una hora, aproximadamente)

Ingredientes.

Masa madre (90 gramos aprox.)
Harina panificable de trigo: 600 gramos. Yo uso la del mercadona, la del paquete azul, pero se puede usar cualquier harina con 10 gramos de proteina por cada 100 gramos de peso. No se necesita usar harina de fuerza.
Harina de centeno integral: 50 gramos (si no os gusta el toque de sabor del centeno, reemplazadla simplemente por harina panificable)
12 gramos de sal
Agua

Aperos: un bol grande, una rasqueta para el pan (puede usarse la mano pero me he acostumbrado a la rasqueta), papel de horno, una fuente plana de barro y un trapo de lino limpio

Y sin más, vamos allá.

Día 0/FERMENTO BASE: Partimos de un poco de masa madre. Yo tengo en la nevera un cuenco con 80-90 gramos de madre. En la nevera las bacterias de la masa madre están aletargadas, así que lo primero que hay que hacer es refrescarla para obtener el fermento que usaremos al día siguiente. Personalmente suelo hacer la mezcla después de cenar, sobre las 22:00, aproximadamente.

_Mezclo en el bol los 80-90 gramos de madre que he sacado de la nevera con 100 gramos de harina panificable y 20 de centeno. Añado 80-100 gramos de agua (o 100 mililitros, si medís en volumen). El resultado es una masa cremosa y elástica.

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Tapo el bol con film transparente y lo dejo reposar toda la noche en un lugar a unos 22 grados de temperatura. A las doce horas tendremos una masa más fluida y burbujeante con olor a yogur suave. Esa será nuestra masa de fermentación. Cogemos un par de cucharadas soperas (80, 90 gramos) y las guardamos en un botecito en la nevera para la siguiente vez que hagamos pan. Nos quedan unos 200 gramos de masa madre despierta.

Día 1/AMASADO: Mezclo en el bol los 200 gramos de madre con 600 de harina panificable y unos 325 gramos de agua. La cantidad de agua puede variar un poco en función de la harina y la temperatura, eso es algo que se va notando con la práctica. Mezclo bien a mano o con una cuchara hasta formar una bola de masa y la dejo reposar unos 15 minutos (suelo aprovechar para desayunar). En este punto del proceso podemos añadir una pizca de levadura de panadería seca, un gramo a lo sumo, pero no es estrictamente necesario.

No vamos a amasar, sino a plegar, como se indica en este vídeo de Iban Yarza. Plegamos, dejamos 30 min de reposo, plegamos de nuevo, otros 30 min, y una tercera vez. Si se quiere ahora ya podemos darle un minimo amasado para acabar de dejar la masa a nuestro gusto, pero muy poco, apenas uno o dos minutos (la técnica puede verse en este otro vídeo en el min. 13

Tras el amasado, lo dejamos reposar en un bol tapado con plástico o albal, durante una hora, hora y media, y a la nevera con él. Debe estar en la nevera de 12 a 24 horas.

Como véis el amasado no implica trabajo, sino TIEMPO. Simplemente hay que planificar lo que vamos a hacer durante esas dos horas aproximadamente que dura el proceso con las pausas para los plegados

Día 2/FORMADO Y HORNEADO: Saco de la nevera el bol. A lo largo de la noche la bola se habrá hinchado y puede que presente algunas burbujas grandes.Despejo y limpio la encimera y espolvoreo harina. Dejo al lado un trozo de papel de horno sobre una tabla de corte grande o una bandeja y lo espolvoreo igualmente. Con la rasqueta de pan (o la mano) saco con cuidado la bola de masa, procurando no desgarrarla, y la dejo sobre la harina. La extiendo presionando con cuidad para que se desgase sin romperse, y formo una plancha de entre dos y tres centimetros de grosor.


Corto por el centro, longitudinalmente, la plancha de masa. Al hacerlo lo normal es que la zona por donde cortemos se estire un poco, eso nos vendrá bien. Tomo una de las mitades y la moldeo un pelín, aprovechando para darle forma de pez. La enharino un poco y le doy la vuelta, dejando la cara más plana y enharinada al descubierto. Procedo a doblarla longitudinalmente, como quien cierra una carpeta, la ruedo un poco para que coja tensión y la dejo sobre el papel de horno con el pliegue hacia abajo. Repito el proceso con la segunda pieza. Dejo un poco de espacio entre ambas  sobre el papel y las acerco, de forma que el papel enharinado se pliegue entre ellas y no se toquen.

Lo dejo reposar dos horas con unos libros presionando los lados para que las barras fermenten sin desparramarse. Si estamos en verano, os aconsejo poner sobre los libros, estirado, el trapo, tras humedecerlo en el grifo. Así evitaremos que la masa se reseque por fuera y se agriete al levar.

Unos 15-20 minutos antes de que terminen las dos horas, pongo el horno a 250 grados con la bandeja metálica dentro, por debajo de la altura central (o una piedra de horno, si tenéis) y una fuente de barro en la parte inferior del horno. Cuando pasen las dos horas, le doy la vuelta a las barras rodandolas sobre el papel de horno, para que el pliegue quede ahora hacia arriba, y adentro con ellas (en el video del pan quitamiedos podéis ver como se hace, de un golpe seco). Echo un vaso de agua sobre la fuente de barro para que se forme mucho vapor y, según cierro el horno, bajo la temperatura a 170.

El horneado tarda 40/45 minutos, en función de si os gusta el pan más tierno o más cocido (yo, personalmente, lo prefiero bien cocido y crujiente). Comprobad que la corteza es adecuada (dando unos toquecitos con un cuchillo) y si todo os parece correcto, apagad el horno y poned a enfriar el pan sobre una rejilla, sin tocar la encimera. En una hora se habrá enfriado y habrá reposado lo suficiente.

Y ahora, la parte friki ¿porqué hemos hecho todo esto? Vayamos por partes

Al refrescar la masa madre con esa cantidad de harina multiplicamos mucho las bacterias, que se tirarán toda la primera noche reproduciéndose como locas y generando ácido láctico. El porcentaje de madre que usamos con el pan final es muy alto, casi un 20 por ciento del total. Ahora todas esas bacterias van a trabajar mientras la bola amasada reposa en la nevera 24 horas, y en ese tiempo van a zamparse buena parte del gluten y convertirlo en otras proteínas más digestibles, a modificar las cadenas de hidratos, haciendo que la miga resultante sea firme y elástica, y los hidratos de más calidad, no de absorción inmediata como en el pan industrial. Además le van a dar un sabor espectacular a la masa y, finalmente, van a generar miles de bolsitas que se hincharán en el horno, dejándonos un alveolado de lujo.

El reposo, como dice Yarza, amasa. Por eso dejamos la mezcla de madre y harina reposando antes de empezar a amasar. Añadimos la sal entonces porque poniéndola directamente en la mezcla alteraría la consolidación de la masa, y si hemos añadido un poco de levadura, la neutralizaría. Por eso se añade durante el amasado. El reposo tras el amasado hace que, cuando metamos la masa en la nevera, la fermentación ya esté en marcha.

Fermentar en frío, en la nevera, permite que nuestras bacterias trabajen sin prisa, y sin que el pan leve excesivamente. Con doce o 16 horas es suficiente, pero yo prefiero darles un poco más de tiempo

El doblar el pan por la parte más enharinada es para que, al meterlo en el horno con el pliegue hacia arriba, se abra por esa zona mientras sube con el calor. Da un resultado muy bonito y evitamos que la barra se rompa por un mal sitio. Dado que no habremos presionado igual las barras, no saldrán dos iguales, lo cual a mí me encanta


Así que ya sabéis, no se trata de trabajar, sino de planificar y tener paciencia. Y, creedme, el resultado os dejará picuetos, hasta el punto de que os costará un esfuerzo comer pan comercial.


 Dicho sea de paso, el horneado no consume demasiada corriente. Una hora de horno viene a salir, en un horno medio decente, por 40 céntimos. Las cantidades de harina y agua que he indicado arriba dan para dos barras, pero si os limitáis a duplicarlas podéis hacer cuatro barras por hornada, como hago usualmente (doblad todas las cantidades, empezando por la del prefermento, pero amasad en dos bolas, no me intentéis amasar un mogote de kilo ochocientos). Eso supone un coste de unos 60 centimos de harina (precio del mercadona) y 40 de luz, es decir, cuatro barras de 400 gramos cada una por un total de un euro.

Ahora, cortad con un buen cuchillo, y con un poquito de aceite disfrutad del placer del pan recién hecho. Lo que sobre, cortadlo en rebanadas y al congelador, este pan congela de puta madre y tienes rebanadas para desayunar, merendar o cenar para varios días. Bon appetit!






domingo, 1 de noviembre de 2015

SER INVISIBLE


El Hombre Invisible, uno de los primeros personajes con poderes de la ciencia ficción, suele ser un villano. El protagonista de la novela de H. G. Wells quiere usar su poder para chantajear al mundo, pues nadie podrá esquivar su mortal y asesino ataque.Ese planteamiento se mantiene hasta la última versión cinematográfica, donde los protagonistas van cayendo uno por uno ante el monstruo (ya sabéis, la típica peli de se salvan el chico tímido o la chica virgen)

Bueno, pues debo decir que la invisibilidad es el poder más mierder que te puedes echar a la cara. Sí, ya sé lo que estáis pensando: si yo fuera invisible me colaría en los bancos, y en los vestuarios de las animadoras (modo masculino), y le daría de hostias a todos los chulitos que me cruzara y...

Vamos a centrarnos en el hombre-mujer invisible de la ciencia ficción (descartamos el argumento "fue un mago") cuyo cuerpo se vuelve transparente a la luz visible (pero es visible en el espectro infrarrojo, ya que sigue generando calor, circunstancia felizmente aprovechada por Mr Hyde en la segunda serie de The League of Extraordinary Gentleman)

Tenemos, pues, a una persona totalmente transparente (presupongamos que es un hombre, los tíos somos más de hacer este tipo de mongoladas). Nuestro amigo ha inventado el suero de la invisibilidad o le ha picado una araña invisible, así que ya puede salir a la calle a iniciar su reinado de terror y... bueno, eso siempre y cuando viva en un clima cálido, porque como llueva, nieve o se levante el Moncayo (¿qué pasa, que el hombre invisible no puede ser de Zaragoza?) se va a pelar de frío y le van a descubrir por el  tilín tilín de sus helados cojoncillos. Ay, amiguete, la ropa no es invisible, así que hay que salir a la calle en pelotas y descalcito.

De acuerdo, nuestro hombre invisible es murciano: descartamos el frío y la lluvia. Pero como no cruce por los semáforos, su carrera criminal va a durar poquito. Si lo hace a pelo, o por un paso de cebra, el primer conductor se preguntará qué cojones es lo que le ha abollado el capó, y el segundo qué es eso que ha pasado por debajo de sus ruedas.

Supongamos que había suficientes semáforos y nuestro coleguita ha logrado llegar a su objetivo, el vestuario femenino del polideportivo donde compite la selección de boleyplaya brasileña. El mozo se introduce subrepticiamente en una esquina, se agarra el mango feliz y se dispone a darse un homenaje visual... un momento, no, no puede.

Porque el hombre invisible es ciego

Para ver, es necesario que la luz se refleje en la retina del ojo. Si eres transparente, la luz te atraviesa sin reflejarse, así que no hay de donde rascar: un topo tuerto en un túnel del metro ve más que el hombre invisible. Y dado que un bastón flotante cantaría mucho en la acera, nuestro héroe lo tiene negro, no ya para cruzar la calle, sino para esquivar ñordos y meos perrunos, botellas rotas, condones usados, colillas encendidas, cáscaras de pipas, chicles y todo aquello con lo que sus conciudadanos decoren las aceras. Así que, o se para en todas las fuentes disponibles a lavarse los pies, o le delatará la mierda que lleva pegada a los mismos, y el montón de sordas maldiciones que proferirá cada vez que pise un regalito.

Por no mencionar otros detalles, como que si acaba de comer, llevará en el estómago un montón de cosas masticadas (a menos que antes de zamparse un pollo lo vuelva invisible), y como haya tenido caries veremos unos sospechosos empastes flotando a media altura. Y también habrá algo así como una bolsita de pis flotante, salvo que nuestro rompetechos sepa como invisibilizar el ácido úrico.

Estirando mucho mucho mucho nuestra credulidad, si el hombre invisible fuera capaz de ver, tampoco sería demasiado problemático librarse de él. Bastaría con enviar tras él a un comando bien entrenado de vendedores de la ONCE armados de gruesos garrotes. Y, si ha logrado infiltrase en nuestro cuartel general/laboratorio secreto/apartamento en Torrevieja, cubriremos el suelo de tachuelas, apagaremos la luz y nos descojonaremos escuchando los ¡ay! ¡huy! ¡me ca...! ¡ouch! cuando intente acercársenos.

El Hombre invisible, lo mires por donde lo mires, es un loser.

Aún así, habrá quien piense que debe ser genial hacerse invisible: A esas personas, las invito a disfrutar de la experiencia real. Encontrarte entre treinta, cuarenta, cien personas, y que nadie repare en tu presencia. Porque no eres una persona alta y guapa, no tienes una sonrisa deslumbrante, no destacas por la calidad de tus ropas ni lo hermoso de tu timbre de voz. No tienes una vida fascinante. 

No importas.

Da igual que valgas la pena, nadie repara ni un instante en ti, ni se toma la molestia de descubrirlo. Si hablas, no te escuchan, si preguntas, no responden. Si falta un asiento te toca estar en pie, si no hay suficientes plazas eres quien se quede en tierra, si hay planes nadie cuenta contigo y, si no estás, nadie se preocupa ni se pregunta porqué no estás, porque nadie te echa en falta. 

Están en su derecho, ninguna ley puede obligarles a prestarte un solo minuto de atención. Pero eso no hace que duela ni un ápice menos.

Bienvenidos al maravilloso mundo de la invisibilidad, que no es un regalo, sino una cadena. Por mucho que pienses que ya te has acostumbrado a su peso, volverá a doler cada vez que te den de lado y seas consciente de que sigues arrastrándola.

Eres un mendigo. Y nadie va a darte una limosna: no te ven.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

VIEJOS AMIGOS

El sol es abrasador. Como siempre.

Los pasos del anciano levantan polvo. Arrastra los pies y ellos arrastran su corpachón. Una vez fue robusto pero ahora no lo parece, hasta tal punto camina vencido. Por los años, por el cansancio. Por las burlas.

_ Madre ¿qué sucede?
_ ¡Tu padre! ¡Otra vez se ha ido de la casa! ¡y andará como siempre, deambulando a pleno sol, sin su sombrero!
_ Tranquilícese, madre, enseguida salgo a buscarle.
_ ¡No puedo más, hija, no puedo más! ¡Ese hombre está intratable! Ya lo estaba antes, pero desde que murió su maldito burro ya sólo balbucea y murmura.

La mujer sale al sol, camina por las calles, pregunta. Sí, algún vecino le ha visto pasar. Sí, murmurando y mirando al suelo, como siempre.

Murmura cada vez que se cruza con alguien, cada vez que se cruza un perro. Murmura cuando les escucha reírse, murmura cuando le señalan. En realidad hace años que ya no le señalan, pero el anciano piensa que las burlas continúan, y murmura su rabia entre dientes.

_ Reid ¡sí, reíd! Burlaos, burlaos de mí... si él estuviera aquí no reiríais. Él acallaría vuestras burlas, él nunca dejó que nadie se riera de nosotros. Con la espada a veces, y vive Dios que nunca vi a nadie tirar de la espada como él. Pero sobre todo con su palabra. Si alguna vez le hubierais escuchado, si una sóla vez le hubierais prestado oídos, lo entenderíais. Me entenderíais

El sol martillea el pueblo, implacable. La mujer apresura el paso, un labrador le ha dicho que el anciano iba camino de los campos, y ahí no hay demasiada sombra.

Hace mucho que el anciano dejó de apresurarse. La vida le fue frenando, y ahora le pesa tanto... le pesa la vida, le pesa el hastío, le pesa la tristeza, esa tristeza que vive con él desde hace demasiados años, que no se mitigó ni cuando llegaron sus nietos... y el calor, el calor que golpea su cabeza ...

Se acerca a la encina, y bajo ella apenas hay sombra, pero es mejor que nada... se deja caer pesadamente, le cuesta respirar. Demasiado calor... descansará un poco, y cuando se sienta mejor volverá a casa.

Cansado... tan cansado... los ojos se le cierran... no ve, a lo lejos, a la mujer que grita, le señala, ni a los vecinos que acuden al oir sus gritos...

Descansar...

_ ¿Otra vez descansando, holgazán? ¡Levanta de una vez, que el alba quedó atrás hace mucho!
_ ¿...mi... mi señor?
_ ¿Pues a quién esperabas, tunante? ¿A algún obispo, a su Majestad? ¿Con tan altos te codeas que ya ni respondes cuando se te llama?

Se levanta, incrédulo, con esa agilidad que creía olvidada, más ligero de lo que ha sido en décadas. Sus piernas, cortas pero fuertes, le sostienen sin dudas. Y ahí está su fiel rucio, con las alforjas, esperando...

...y al mirar atrás le ve, echado a la sombra de la encina, los ojos cerrados, el cuerpo más pesado que nunca...

_ Mi señor ¿y él?
_ Déjale que descanse, su jornada ha sido larga, bien ha merecido su reposo. Y no pierdas más tiempo, partamos ya

Marchan, ajenos al llanto de la mujer, que se agarra al cuello del anciano, intentando en vano que abra los ojos, y a los murmullos de los vecinos, que llegan y se frenan a pocos metros, respetando su dolor. Algunos se quitan el sombrero. Ni ellos, ni ella, son conscientes de las figuras que se alejan hacia el horizonte, una alta y espigada, otra más rechoncha, trotando sin prisa sobre sus desgarbadas monturas. Y tampoco son conscientes de sus voces, que sólo escucha el viento.

_ ¡Vamos, Sancho, con buen ánimo, que aún quedan muchos entuertos por desfacer, y el camino nos aguarda, hospitalario y lleno de encrucijadas!
_ ¡Sí, mi señor!
_ No, Sancho, no más mi señor, no más amo, no más criado. Solos tú y yo, viejo amigo, solos tú y yo.
_ Como deseéis, mi se... como deseéis, amigo Alonso.

El sol se pone, el día llega a su fin. El camino nunca lo hace.

Hice este dibujo hace muchos años, como pareja de uno sobre Don Quijote. No salió como esperaba, pero le tengo especial cariño, el mismo cariño que siento por el pobre y leal Sancho, a su modo tan soñador como su señor, y al rucio, ese burrito sin nombre, tan fiel y paciente con su dueño como con la vida y el camino.

lunes, 28 de septiembre de 2015

EL ESPÍA RUSO, LA ARISTÓCRATA Y EL SUBMARINO


Con esta entrada abro una colaboración con el podcast Antena Historia. Espero que disfrutéis, no sólo de mi intervención, bien breve, sino, sobre todo, del excelente trabajo que hace Antonio y, en esta ocasión, de un tema apasionante: el desastre de la Selva de Teutoburgo y las campañas de Germánico más allá del Rin.

_ Quintilio Varo ¡DEVUÉLVEME MIS ÁGUILAS!

http://www.ivoox.com/ah-14-aguilas-germania-las-campanas-audios-mp3_rf_8644535_1.html

Hay personajes, en los rincones de la historia, que parecen sacados de un folletín, y el protagonista de esta historia es uno de ellos. Basil Zaharoff era un falso ruso que se dedicaba a la venta de armas en la turbulenta europa decimonónica. Su vida, hasta la década de 1870, fue la de un pícaro de poca monta, estafando a turistas, trabajando de proxeneta y falsificando dinero y antigüedades a pequeña escala por las calles de Estambul. Su historia no habría pasado de las crónicas de sucesos de no ser por que, en 1877, un giro inesperado del destino le convirtió en representante de una empresa sueca de armamento, la Nordenfelt.

Todas las naciones, desde los grandes imperios hasta los países más diminutos, se estaban equipando con los nuevos armamentos, hijos de la revolución industrial. Las potencias navales, en concreto, estaban muy interesadas en el concepto del buque submarino y el señor Nordenfelt, en colaboración con un sacerdote inglés, el reverendo Garrett, había desarrollado y anunciado a bombo y platillo un proyecto de sumergible a vapor. El público se entusiasmó en su momento con la idea, estaba muy reciente la publicación de 20000 leguas de viaje submarino, pero los representantes de las grandes armadas de la época, tras asistir a una demostración del invento, consideraron que aquello sólo podía considerarse como un sumergible por el hecho de que, probablemente, llegaría a hundirse, pero lo de volver a la superficie ya era harina de otro costal.

Y aquí entra en escena nuestro personaje. Como buen estafador, Zaharoff era ante todo un gran vendedor, y logró convencer a la recién nacida marina griega de que disponer de un submarino les convertiría en los amos del Egeo. Tras colarles la moto a los griegos repitió la jugada con los turcos, sólo que a estos logró metérsela por partida doble y les vendío dos. Dicho sea de paso, hay quien opina que uno de esos buques, el Abdul Hamid, merece el honor de ser la primera nave que disparó un torpedo en inmersión,  pero dado que al hacerlo la nave se fue de popa al fondo creo que esta efemérides, como mínimo, necesita ser revisada.

Poco después nuestro personaje logró convencer al ingeniero Maxim para que se asociase con Nordenfeld para comercializar su célebre ametralladora ¿Y cómo le convenció? Saboteando todas las demostraciones que intentó hacer el estadounidense en Italia y Austria, con métodos tan novelescos como llevarse a la comisión evaluadora de garitos y burdeles la noche antes de la evaluación, reemplazando la pólvora de los cartuchos por azucar tostado y haciendo correr inquietantes rumores entre los militares y los miembros de la prensa sobre la inestabilidad del arma y la imposibilidad de producirla en serie. Al final, Maxim se rindió y Zaharoff empezó a vender su ametralladora por toda europa, embolsándose sabrosas comisiones.

El siguiente destino de Zaharoff fue España, a donde viajó por cuenta de la empresa británica Vickers, que intentaba hacerse con el monopolio de la construcción naval. Los ingleses habían repartido ya abundantes cheques entre las élites políticas de Madrid, y uno de sus comisionistas, José María Beranguer, recién nombrado ministro de marina, puso en manos del ruso los planos de un sumergible firmados por un desconocido marino español, un tal Isaac Peral.

Podemos imaginar que cuando Zaharoff vio aquellos diseños se le podrían los ojos en blanco. Él sabía reconocer las oportunidades, y lo que tenía ante sus ojos no era una lata sumergible para estafar a incautos: Peral había logrado resolver todos los problemas que implicaban la navegación bajo el agua e incluso había ido más allá: el prototipo, por si mismo, era una nave letal, un verdadero torpedero submarino, capaz de navegar, orientarse y disparar en inmersión con total seguridad. Su sola existencia  tiraba por tierra las premisas sobre las que se basaba la guerra naval, y las posibilidades económicas de semejante invento eran astronómicas (a su lado las comisiones de la maxim serían como una propinilla de cafetería)

Zaharoff trató de comprar al inventor, pero para su sorpresa se encontró con un muro infranqueable de honradez: Peral no soñaba con hacerse rico, sólo intentaba salvar a España de un desastre, pues conocía demasiado bien el lamentable estado en el que se encontraba nuestra marina, gracias a la corrupción, la desidia y la estupidez de los políticos y los marinos de despacho. Frustrado, Basil informó a la Vickers de que sería imposible hacerse con el proyecto por las buenas, y procedió a intentarlo por las malas. En la mejor tradición del folletín, sedujo a una bella aristócrata, doña María Pilar de Muguiro, consiguiendo así acceso a los salones más influyentes de la podrida España de la restauración, y empezó a repartir sobornos a diestro y siniestro.

Peral hizo frente con buen ánimo a los inexplicables incidentes que tuvieron lugar durante las demostraciones de su nave, como la accidental sustitución del ácido de las baterías eléctricas por agua coloreada de tinta. Él y sus tripulantes extremaron la vigilancia y lograron salir con buen pie de todas las pruebas exigidas por el ministerio de marina, pero, por desgracia, no podían hacer nada contra el sabotaje más allá del puerto. Pronto empezaron a pedírsele pruebas imposibles, y cuando las satisfizo todas, se encontró con que los informes técnicos eran tergiversados, presentando su invento como un despropósito. La prensa, vaya usted a saber por qué, también empezó una campaña de desprestigio, y llegado un momento incluso se acusó al propio Peral de ser un simple estafador.

El proyecto de Peral, como todos sabemos, nunca prosperó, y una vez más España perdió una oportunidad de oro. Empero, se negó en redondo a vender el proyecto a Zaharoff.  Entretanto, éste fundó varias filiales de la Vickers en España, como la Sociedad Española de Construcciones Navales, vendiendo al gobierno, a precio de oro, armas y barcos prácticamente inservibles mientras traficaba con todos los secretos militares que la corte de Maria Cristina puso a su alcance.

Zaharoff, años después, se casó con su amante, doña Pilar, y siguió extendiendo sus tentáculos por España durante tres décadas. Si esto fuera un relato de Conan Doyle, Basil sería un agente del malvado Moriarty, y Holmes y Watson habrían truncado su carrera mandándole a prisión. Por desgracia esta historia no es una novela, y las consecuencias para nuestra nación, en general, y la armada española, en particular, fueron funestas. Los cruceros acorazados Oquendo, Vizcaya y Mª Teresa, construidos por la SECN, fueron hundidos en la batalla de Santiago de Cuba sin lograr hacer un sólo blanco digno en los buques estadounidenses que los despedazaron a placer. Por el precio de uno solo de esos pecios flotantes se podrían haber construido cincuenta naves como el Peral. Con muchas menos de cincuenta, el final del siglo XIX no habría sido la tragedia que fue, y miles de familias españolas se habrían ahorrado lágrimas y sangre.

En palabras del almirante Sampson, vencedor de Santiago, si los españoles hubieran tenido en la isla cuatro o cinco submarinos como el que inventó el señor Peral, yo no me habría atrevido a bloquear Cuba ni siquiera por 24 horas.

Si queréis conocer los detalles de esta truculenta y triste historia, os recomiendo que leáis Isaac Peral: Historia de una frustración, de Agustín Ramón Rodríguez González., El submarino Peral. La gran conjura, de Javier San Mateo o El Mercader de la Muerte, de Donald McCormick. Igualmente podéis ver mi recreación del submarino Peral (basada en los planos, ilustraciones y otros documentos publicados por Juan C. Sanchez en 2013, y las fotografías publicadas por el Museo Naval de Cartagena durante la restauración de la nave) en http://www.muyhistoria.es/contemporanea/video/recreacion-del-submarino-de-isaac-peral

domingo, 30 de agosto de 2015

HOY HABRÍA CUMPLIDO 107 AÑOS


La Yaya era delgada, no muy alta. Guapa, con todas esas arrugas en su rostro alargado, muchas de ellas labradas, no a fuerza de años, sino de sonreir.

Menudita, y móvil. A mis amigos les sorprendía que tuviera una abuela tan activa, más de una vez se la encontraban por el parque, paseando, camino de la iglesia, yendo a comprar, y siempre les saludaba. Eso también les sorprendía, porque había muchas personas mayores que ya no reconocían. Ella reconocía, y más, que tenía buena memoria.

La memoria de la Yaya era, a veces, un dolor para mis amigos, porque en esos años jugamos mucho al Trivial, y juntos formábamos un equipo imbatible. Literalmente, no sólo no nos ganaron nunca, además dábamos una vuelta extra tras tener los seis quesitos, en plan humillante (no me miréis así, que yo pasé muchas veces por debajo del futbolín)

También les sorprendía que, a veces, esos fines de semana en que organizábamos una fiestecita en mi casa, aprovechando que mis padres estaban fuera, ella estuviera ahí, sentada en su lado del sofá, tan a gustito, leyendo y charlando con ellos.

Era un gusto compartir una lectura con ella, como lo era charlar, como era agradable verla llegar cada año, para pasar con nosotros seis meses. Rocko era el primero en darse cuenta: antes de que sonara el timbre ya había oído subir en el ascensor a mi padre con ella y las maletas, y estaba en la puerta, con el almohadón en la boca, moviendo la cola como si no hubiera un mañana. El almohadón de la Yaya, nunca se confundía.

Rocko también sabía que no debía entrar en su dormitorio. Era una habitación pequeña, y ella se sentía un poco agobiada ahí con ese perro tan grande que se echaba a sus pies, así que nunca pasaba de la puerta. Años después, cuando ella ya no estaba, él seguía negándose a entrar.

Cuando la Yaya se quedaba en su dormitorio, leyendo, o tocando el piano, con sus auriculares puestos, parecía que no estaba. Era la persona más discreta que he conocido. Todo lo que hacía lo hacía así. También su fe la vivía de forma discreta, callada. Nunca la escuché alardear de cristiana ni escuché beaterías de su boca. Incluso, cuando creía que lo que estábamos viendo en la tele no era adecuado, no decía nada: se limitaba a aprovechar ese momento para rezar el rosario, paseando por delante de la tele.

La última vez en mi vida que fui a misa* fue una Navidad. La Yaya no había ido a la misa del gallo,  estaba muy cansada esa nochebuena, y cuando salió a la mañana siguiente pensé que no estaba bien que fuera sola, así que la acompañé. Volvimos despacio, ella de mi brazo. No me lo pidió, nunca hablamos de ello. Con ella era todo natural. También mi falta de fe, que aceptó sin una mala cara, sin un sólo pero

Era bueno estar con la Yaya, Y hubo un día, un verano, en el pueblo, que estar con ella fue providencial. Estábamos solos con Pili, muy pequeña entonces. La niña se tragó una pieza de un juego y empezó a asfixiarse. Yo tenía ¿14 años? y me quedé congelado, pero me dijo, cógela de las piernas y levántala, rápido, y mientras yo la tenía cabeza para abajo, en vilo, metió sus dedos en la garganta, y logró sacar el trocito de plástico, justo cuando su cara se estaba poniendo azul. Si ese día yo hubiera estado solo, mi hermanita habría muerto delante de mí.

Porque ser suave no significa ser blando, ni frágil.

Nunca he olvidado esas manos. Largas, de dedos finos. Creo que las mías se parecen un poco.

Tampoco he olvidado su cabellera. Un verano estuvo viniendo con nosotros a la piscina de la huerta. A veces se soltaba el pelo: una melena larga, larguísima, resplandecientemente blanca.

Y, finalmente, un año nos dejó. Supo que le quedaba poco tiempo, apenas unos meses, puede que menos, y se volvió a su Zaragoza, para morir allí, tranquila. Sonriendo, como siempre.

Nos dejó sonrisas. Nos dejó esos muebles que siguen en el pueblo y que tan a gusto la hacían sentir en verano, los de su vieja casa, que espero sigan con nosotros muchos, muchos años. Como sus copas, que procuraré mantener a salvo en mi casa. Ahí las tengo, reluciendo en un armario: cristal de más de un siglo, de cuando el champán se bebía en copa abierta.

Y nos dejó recuerdos. He compartido con mis primas muchos de nuestros recuerdos con ella, recuerdos que, en principio, eran sólo de cada una de nosotras**, pero han acabado siendo de todas. Como son de todas las lágrimas que nos atropellan la mirada cuando escuchamos ese mensaje que grabó para toda la familia.

Y fue una de mis primas la que dijo la frase que más me viene a la cabeza cuando pienso en ella.

La Yaya es una hipótesis muy necesaria

* Quiero decir, a una misa normal, no a las de bodas, comuniones, funerales... etc
** Cuando pienso en la familia Artero, aunque hay algunos chicos, nos veo sumergidos en una marejada de primas, así que me incluyo orgullosa en ese nosotras

viernes, 14 de agosto de 2015

MI VIDA COMO EFÍMERA

Si yo naciera efímera, no habría espacio en mi vida para la reflexión, sólo para la acción. Cuando tu vida se reduce a apenas unas horas, no tienes tiempo para lo superfluo.

Si fuera una efímera, tendría breves recuerdos del agua, donde mi anterior yo habría crecido con paciencia, masticando despacio algas y restos. Tal vez rememoraría, como en un sueño, un breve vuelo buscando donde nacer, y poco más, porque nacer, incluso para una efímera, es lento y difícil

Las efímeras nacemos a la última hora del atardecer, y mientras mis alas se secan y estiran, trabajosamente, mis ojos verán, por primera y última vez, la luz perdiéndose a poniente.

Como efímera nazco cuando el día muere. Y cuando remontó el vuelo por primera vez, dejo muerte tras de mí, aunque nunca sepa quién perteneció la cáscara sin vida que queda a mi espalda. Tampoco es importante, porque nunca me haré preguntas. No hay tiempo para preguntas, dudas, ni esperanzas. Sólo tengo el instante, y debo apurarlo.

Las efímeras no notamos el frío, y la noche, incluso en verano, es fría. Tampoco el hambre, y a medida que pasa mi vida el hambre me devora, literalmente. No hay espacio en mi mente para lo banal, sólo una urgencia, que resuena en mi diminuta cabeza: busca, encuentra, ama.

Ama, ama, ama.

Si no tuve suerte, si nací demasiado lejos, o demasiado pronto, o tarde, mi vuelo será en vano, y mi vida se perderá. Pero si todo es correcto, sentiré un perfume. Primero sutil, apenas un trazo perdido en el viento; luego creciente, un brochazo, un camino, un río de fragancia que me envuelve, me atrae, me arrolla como un torrente, emitido por cien, mil, un millón de efímeras que me aguardan, y me invitan a sumarme a su danza.

Frenesí.

Si soy hembra, danzaré sobre el río, llamando a los machos, para que me sigan sobre las aguas. Si soy macho, la llamada embriagará mis sentidos y volaré hacia la noche, fundiéndome en el enjambre que crece y crece.

Éxtasis. Porque no hay espacio en mi vida para el miedo, la duda o la espera: la noche termina, como mi tiempo.

Si soy hembra, buscaré el agua para dejar mi puesta y, agotada, me dejaré llevar antes de que amanezca. Si soy macho, tal vez tenga fuerzas para revolotear unos minutos más, buscando otro enjambre, otra danza, un último instante de pasión.

Si soy una efímera, la noche muere conmigo, y lo último que verán mis ojos será un resplandor naciente, incendiando la mañana. Nacer con la oscuridad, vivir la pasión, morir en el fuego, tal es mi vida como efímera.

Tal vez os parezca una existencia sin sentido. Triste, incluso. No tendré nada más, no veré siquiera un segundo anochecer. Pero no os dejéis llevar por las apariencias, porque yo no tengo nada que lamentar. Como efímera, viviré exactamente lo mismo que cualquiera de vosotros:

Toda una vida.

lunes, 13 de julio de 2015

DISFRUTEN DEL CALOR (disfruten lo votado)


No suelo meterme en temas de política, así que asumo que esta entrada me va a costar muchos lectores. Pero oye, es mi blog y me lo follo como quiero.

Como todos los veranos, tenemos encima la ola de calor de julio, y las televisiones rellenan su parrilla con los usuales consejos de los expertos. Hidrátense, vayan por la sombra, no salgan a mediodía, cuidado con los mayores y los niños...

Es cierto que este año el calor se está notando mucho más, y hace que muchas personas empiecen, por fin, a tomarse en serio el tema del calentamiento global, y a aceptar que las causas de ese calentamiento somos nosotros. Y lo somos mucho más de lo que la gente está dispuesta a aceptar, al menos en Madrid (y también, sospecho, en Sevilla*, pero dado que no vivo ahí no puedo elucubrar con la misma seguridad)

La Corte y Villa lleva disfrutando de alcaldías del Partido Popular desde 1991, es decir, 24 años seguidos. En ese tiempo se ha producido una transformación paulatina de la cara de la ciudad: la capital del reino ha sido alicatada. Ha habido otras muchas transformaciones, pero esa es la que más nos está afectando ahora mismo.

Los que peinamos canas recordamos la zona de Recoletos sin asolar: el tramo de paseo era de tierra, como buena parte del Paseo del Prado, sin  ir más lejos. Como buena parte de las plazas de la ciudad, donde había arbolado, cesped, tierra, columpios y bancos. Muchos bancos.

Y sombra. Los bancos solían situarse en las zonas de sombra.

Entonces el PP, de la mano de Álvarez del Manzano, empezó a apostar por la modernidad, lo que al parecer consistía en cubrirlo absolutamente todo de hormigón. Como ejemplo de las nuevas plazas duras (un término tan repugnante como el del brutalismo de los años 60 y 70) tenemos la explanada  situada en Goya, frente al Corte Inglés, la plaza de Salvador Dalí: un infierno de losetas refulgentes veteado con algunas pirámides de hormigón. En algunas de esas pirámides agoniza un árbol cuya sombra no sirve de gran cosa, debido precisamente a estar en una pirámide. Intentar pasar por ese erial urbano en julio no sólo te deja abrasado, también medio ciego, por la reverberación del sol.

Ese es el modelo de plaza adorada por los populares. En todas partes hemos visto el mismo proceso, primero se arrasa la plaza original con cualquier excusa (un aparcamiento, unas obras del metro, conducciones de gas... será por excusas, Madrid es una obra permanente) y luego se rediseña de acuerdo a un proyecto moderno e integrador, que consiste en dejar una explanada de cemento y, si hay suerte, algunos árboles en cajoneras, que acabarán muriendo y serán eliminados poco a poco.

El ayuntamiento aduce que esas plazas son más económicas de mantener**, pero la excusa deja de funcionar cuando te planteas qué problema dan los bancos, porque además de quitar hasta el último fragmento de verde, los/las alcaldes peperos parecen tener algún tipo de problema con los bancos, ya que los eliminan. Apenas quedan ya aquellos viejos bancos de madera, como de 1'80 de largo, donde podían sentarse cuatro abuelos a charlar a la sombra. En su lugar hay bancos de hormigón o metal, muchos menos, situados usualmente al sol, y con reposabrazos en medio, delimitando claramente el número de asientos. O bancos unipersonales, de modo que en el mejor de los casos se pueden sentar dos personas, si es que han puesto dos bancos, y colocados de forma que sea incómodo hablar.

Lo de los reposabrazos en los bancos largos es para que la gente sin techo no los use para dormir. La idea es que si no tienen bancos para dormir, ya no habrá gente sin techo. Y para asegurarnos de que eso es así, eliminamos de paso TODAS las fuentes de agua potable que había antes por Madrid, a ver si además de morir de sueño, los mendigos mueren de sed y dejan de afear la ciudad.

Hay otra explicación, pero esa está tapada. Lo que han hecho los alcaldes populares es robarle la calle a los viandantes. Se trata de que la gente no haga vida en la calle, y se limiten a usarla para ir de su casa a comprar, o al restaurante, y de vuelta a casa, sin que queden espacios donde la gente pueda simplemente estar, disfrutando la tarde, la sombra, la compañía. Porque cuando la gente hace eso, no consume.

Haced la prueba, coged un libro e intentad buscar por el centro de Madrid un rincón para leer un rato, sentados a la sombra. En Sol, imposible, en Gran Vía, imposible, en Alcalá, imposible, en Huertas, imposible, en Callao, imposible, en Chueca, imposible, en Embajadores, imposible... quedan algunos reductos, la plaza del dos de Mayo, la de Tirso de Molina, Plaza de España, el parque de Debod... pero incluso esos los van cercando poco a poco de terrazas de pago, como la Plaza de Santa Ana, donde ya no queda un solo sitio donde poder sentarte salvo que vayas a hacer consumición. De hecho, y dado lo que hemos visto en estos últimos años en el Retiro, tal vez haya algún proyecto para alicatar también ese parque, y quitar de una vez todos esos árboles tan peligrosos con tendencia a caerse, casualmente desde que se recortaron los gastos de mantenimiento.

Hay lugares como Callao que ya solo sirven para que el Corte Inglés ponga sus promociones, convirtiendo una vía pública en un escaparate privado. Ese es el sueño de los alcaldes de la gaviota: una ciudad donde la gente no tenga espacio para vivir, sólo para consumir. Un espacio donde las aceras pertenezcan a las empresas, no a los viandantes

¿Pensáis que exagero? Pensad en vuestros lugares nocturnos favoritos ¿cuantos siguen abiertos?  De noche la gente de bien debería quedarse en casa,  así que desde hace veinte años los locales nocturnos han sido sometidos a acoso y derribo por parte del municipio, que se ha dedicado a cambiar la reglamentación una y otra vez, de forma que los dueños, en demasiadas ocasiones, han tenido que tirar la toalla al no poder hacer frente a nuevos gastos cada vez que se modificaba una norma por milésima vez.

Intentad caminar hoy o mañana por el centro. Sol inmisericorde por todas partes, salvo los trapos que supuestamente dan sombra en las calles comerciales, como Preciados, no sea que los clientes del Corte Inglés sufran una insolación antes de que hagan gasto. Ni una sombra, ni un sitio donde sentarte,  salvo terrazas absurdas donde se instalan sistemas de riego y ventiladores para que los paganos se tomen su cerveza fresquitos.  Nada de árboles, bancos, rincones... las calles ya no son lugares donde estar, sino simples tramos de paso. Vamos hacia una ciudad como el barrio de Salamanca: un larguísimo escaparate con aceras, tiendas de postín y terrazas carísimas con aire acondicionado en cada mesa, y el que no pueda o quiera usarlas, que se joda, que ni agua va a encontrar. Sólo hormigón y losetas bien calientes.

Sí, hay que hidratarse mucho para combatir el calor. Y evitar las horas del mediodía, y procurar ir por la sombra, y vigilar a mayores y pequeños.

Y hay que dejar de votar a quien apuesta por robarnos la calle, la sombra y los asientos. Y si aún así os empeñáis en aplaudir a los ladrones una y otra vez, al menos ahorradnos los comentarios de qué calor, esto no es normal, alguien debería hacer algo... porque a votar se va leído

No sé si una legislatura basta para recuperar una ciudad tan maltratada, arruinada y endeudada para varias décadas como Madrid, pero a poco que la calle vuelva a ser de las personas, y hay un poco más de sombra, y bancos donde sentarse y charlar, la señora Carmena contará con mi voto. Aunque tenga que empadronarme con algún amigo para poder votar en la capital.

APENDICE JUNIO 2019: la legislatura de Manuela Carmena hizo mucho por devolver la calle a la gente, pero no fue bastante para la izquierda purista, que decidió, una vez más, dividirse y abstenerse para castigar que no les hiciera casito en todo. El resultado, ya tenemos de nuevo a los ladrones frotándose las manos y disponiéndose a arrasar todo lo que se había restaurado en estos años.

*La primera vez que vi los bancos antipersonas de Zoido pensé que se trataba de una broma. Por desgracia para Sevilla, no lo era.

**Al parecer mantener jardines es carísimo y poco rentable, pero tirar miles de millones en promocionar unas olimpiadas que sólo han existido en la fantasía de Gallardón o Botella es una iversión de futuro.