miércoles, 21 de abril de 2010
En defensa del verbo follar (I)
El castellano, tras siglos de fertilidad, vive hoy bajo la ominosa amenaza de la cursilería. La dictadura de las buenas intenciones castra la riqueza de nuestro idioma y abotarga nuestros oídos con tecnicismos, perífrasis y eufemismos, cada vez más rebuscados. Desde aquí quiero lanzar mi guante en defensa del hablar seco y exacto, que no entiende de sensibilidades afectadas y refleja con franqueza lo que realmente queremos decir. Llamemos a las cosas por su nombre o nos asfixiaremos bajo un manto de palabrería vacía, innecesaria y edulcorada. Habrá quien se ofenda al oírnos, eso lo doy por supuesto, pero los melindrosos seguirán encontrando reparos hagamos lo que hagamos. Por el bien de las futuras generaciones, seamos firmes y mantengamos vivo el tesoro que nos legaron nuestros ancestros.
Hoy plantaré mis reales y romperé una lanza por uno de los términos más castizos, útiles y sonoros de nuestra lengua, injustamente discriminado por literatos y columnistas pese a ser, probablemente, la palabra que más a menudo pasa por la mente del español medio a lo largo de la jornada. Me refiero, evidentemente, al maravilloso verbo follar.
No existe un término que describa con más exactitud su contenido: si tu interlocutor te propone follar, la claridad de sus intenciones es cristalina. Además es un verbo breve, sonoro y contundente, al que el fonema elle añade una cualidad musical muy agradable al oído.
Junto a varios usos ya abandonados, la RAE nos ofrece la siguiente definición de follar: practicar el coíto. Una explicación innecesaria, debo decir, porque nadie que escucha la palabra follar necesita preguntarse por su significado. Podríamos decir que este vocablo se define a sí mismo. ¿Cuantas palabras de uso cotidiano pueden presumir de lo mismo? Escasas, señores, contadas con los dedos.
Por si fuera poco lo dicho, éste es un término añejo como pocos, pues nace de nuestro padre, el latín. Follar viene de follis, fuelle, que dio origen al verbo follicare, jadear, debido a la similitud del sonido del fuelle con el de una respiración jadeante. El vulgo, siempre creativo, amplió su uso para abarcar las actividades jadeantes, y lo centró en la que, sin duda, es la más agradable de todas ellas, convirtiéndose en sinónimo de disfrutar y jugar. Hay que añadir que follicare dio origen a otro verbo clásico, folgar, que a su vez nos dio nuestro holgar, es decir, disfrutar del descanso. ¿Cabe, acaso genealogía más ilustre? Durante más de veinticinco siglos, follar ha cobijado con sólo dos sílabas el placer, el sudor y la alegría, y su primo hermano nos ha recordado la necesidad del reposo tras la agitación lúdica.
Claro que podría aducirse que nuestro diccionario rebosa de sinónimos para el verbo follar, lo que hace innecesario su uso, pero ¿acaso hay alguno que, como el original, rebose de contenido, resulte igual de conciso y pueda presumir de unas raíces tan firmes? En la próxima entrada repasaremos los principales candidatos, a ver si de verdad hay alguno digno de medirse con nuestro campeón.
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4 comentarios:
Propongo la audición de este tema:
http://www.youtube.com/watch?v=o0XlAeZTRyQ
Enhorabuena por tu investigación lingüística. Como ya hemos hablado en otras ocasiones, estoy totalmente de acuerdo contigo.
Me siento profundamente identificado con el mensaje de la canción. Sobre todo con lo de resucitar por las mañanas. Mis despertares cada día se parecen más a una secuencia de La Noche de los Muertos Vivientes (solo que sería la mañana de los muertos vivientes, pero no vamos a ser quisquillosos)
Por Nietzsche, hazte un grupo/página en Facebook para poder difundir tus sensatas palabras por el mundo.
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