Quiero hablaros de un personaje fascinante, cuya biografía daría para llenar varias vidas. Hoy en día el gran público apenas sabe de su existencia, pero en su momento sus obras cambiaron el modo en el que vemos el mundo, y su nombre está repartido por toda la geografía, la flora y la fauna de la América española. Lo cual no deja de ser sorprendente dado que Alexander von Humboldt nació en Prusia, durante el reinado de Federico II.
Si recordáis lo que hablamos aquí hace unos meses, una de las cosas que marcaron el espíritu de Prusia fue la cultura del esfuerzo y el conocimiento. Humboldt, en ese sentido, no pudo ir a nacer en un lugar mejor, ya que, como hijo de un noble, recibió al mismo tiempo una esmerada educación y la convicción de que el trabajo y la disciplina eran las mejores herramientas para abrirse camino. A eso se sumaron una curiosidad inagotable y una desconcertante (para la época) apertura de miras intelectuales y humanas. El resultado de todo esto fue un ansia de conocimiento y aventura que no le abandonarían jamás y le convertirían en el último hombre del renacimiento, en el más puro sentido de la expresión.
Desde muy joven, Humboldt soñaba con explorar. Primero se planteó viajar a África, pero la dificultad de organizar un periplo semejante a finales del siglo XVIII le llevó a cambiar de objetivo. Por eso en 1798 se dirigió a Madrid, donde solicitó el permiso de la Corona para recorrer las posesiones españolas en américa.
Su viaje empezó en 1799 y se prolongó hasta 1804. Primero recorrió Venezuela, explorando las cuencas del Orinoco y el río Negro, estableciendo la existencia de una conexión con la cuenca del Amazonas, una de las muchas rarezas geográficas que iba a anotar en sus mapas y diarios, mientras estudiaba la fauna y la flora de la región sin desdeñar nada de lo que se ofrecía a su mirada.
Del Orinoco a las Guyanas, de ahí a las Antillas, retorno a Venezuela por Cartagena de Indias, y diversos viajes por la costa occidental, explorando los andes y las selvas amazónicas, llegando hasta Lima, embarcándose luego hacia Veracruz, cartografiando México y, finalmente, viajando a los Estados Unidos, a donde llegó precedido ya por la fama que le acreditaba como el hombre que le estaba dando forma al continente. Si tenemos en cuenta que la mayor parte de este periplo se hizo a pie o en canoa, cargando consigo todo lo que iba recolectando, más sus instrumentos, sus anotaciones, su gabinete de dibujo, y sin dejar de trabajar ni un sólo día, salvo cuando debía atender las relaciones sociales, uno no puede por menos de preguntarse si Humboldt no había descubierto la teletrasportación.
Además de anotar sus propias observaciones, estableció una fructífera relación con todas las personas que dedicaban su tiempo y esfuerzo a ampliar los conocimientos sobre la región, como el célebre botánico Celestino Mutis, a quien le uniría pronto la amistad de quien reconoce a un igual.
Definir sus viajes como exploraciones se queda muy corto. Humboldt cartografió todas las regiones que fue atravesando, estudiando no sólo la naturaleza, sino también las relaciones humanas. Elogió la labor educativa de las misiones tanto como señalo la corrupción y marasmo de las administraciones virreinales, enfangadas en los recuerdos de grandezas pasadas y podridas hasta la médula. Analizó los absurdos dispendios económicos que veía y condenó la vileza de la esclavitud en las mismas narices del presidente Jefferson, amo de esclavos.
Su importancia a nivel científico es indescriptible. Fue el primero que entendió la naturaleza como un todo interconectado, analizando las relaciones entre plantas y animales, entre ríos y selvas, entre el clima y la vida. Analizó la distribución de la vegetación en función de la altura en las laderas de los Andes, deduciendo (acertadamente) que el factor que estaba tras la sucesión de especies no era la altura en sí, sino la temperatura. También describió el modo en el que una gran corriente fría (posteriormente bautizada corriente de Humboldt en su honor) recorría la costa americana de sur a norte, marcando así unas condiciones climáticas específicas en la vertiente oriental de los Andes.
No es el único "de Humboldt" que podemos encontrar en esas tierras. Tenemos monte Humboldt, el río Humboldt, el calamar de Humboldt, el lagarto de Humboldt, el pingüino de Humboldt... No sólo describía con una exactitud pasmosa todo lo que encontraba. También lo dibujaba, de forma exquisita y detallada. Y lejos de limitarse a la descripción, analizaba. Como hizo con las tortugas del Orinoco, cuyas puestas en las orillas de los ríos eran un recurso alimentario de primer orden para las comunidades de la zona, exponiendo en sus textos cómo el abuso en las recogidas de huevos estaba esquilmando los ponederos y amenazando la supervivencia de la especie, eso en un momento en el que la idea de la extinción era casi una blasfemia.
Sus mapas tenían un valor que iba mucho más allá de lo geográfico. El ejército estadounidense procuró adquirir copias de todas sus publicaciones, y varias décadas después la guerra contra México se planificó con la cartografía de Humboldt sobre la mesa. Un resultado que debió doler profundamente a su autor, ya que desde el principio de su carrera se destacó por sus ideas liberales y en sus ensayos políticos se muestra como un firme enemigo del colonialismo y la guerra.
En palabras de Simón Bolívar, Humboldt fue el descubridor científico del nuevo mundo. El hombre que, en vez del expolio, traía a América la luz de la razón y el conocimiento.
Y por si todo lo dicho fuera poco, está la propia figura de Alexander, su incansable afán de aprender y su entrega absoluta por el trabajo. Hablamos de un hombre que, mientras esperaba a obtener el permiso real para visitar América, se dedicó a levantar el primer perfil orográfico completo de nuestra península, por no estar mano sobre mano.
Son innumerables las anécdotas casi increíbles sobre su vida. Así, en sus viajes por los ríos de venezuela se encontró con el poraqué, la anguila eléctrica, un pez del que se hablaba mucho en Europa, ya que se estaba empezando a estudiar la electricidad animal y se decía de esa criatura que podía matar a un caballo de una descarga.
Humboldt convenció a una tribu de nativos para que aislaran a una docena de ejemplares en un remanso y luego lo cerraran convirtiéndolo en un estanque. Los indígenas accedieron con muchos reparos, ya que temían a esos peces como a un nublado. Entonces nuestro prusiano amigo fue a meter un caballo en el agua, pero se planteó, con muy buen criterio, que el caballo no iba a poder explicarle lo que sentía. Dada la imposibilidad de enseñar a hablar a un caballo, y decidido a obtener datos de la forma más objetiva posible, el propio Humboldt se metió en el estanque y ZATACASCA.
Una vez logró salir del agua y recuperó el aliento, Humboldt anotó que, en efecto, la descarga del puraqué era tan potente que bien podría matar a un animal de buen tamaño. Y entonces se preguntó ¿al atacar, los peces se habían descargado, o podían repetir las descargas? Así que se fue de vuelta al agua y CATACRÁS.
Estaba claro que los peces seguían teniendo una buena capacidad eléctrica pero ¿era electricidad acumulada, y las siguientes descargas irían bajando en potencia, o se recargaban cada vez y podían seguir lanzando ataques igual de potentes? Había que comprobar cómo de intensas serían las siguientes descargas ¿no? así que allá que fue de nuevo.
Y todo esto, ante la atónita mirada de los nativos que veían como aquel blanco chiflado se metía una y otra vez en el agua para recibir descarga tras descarga. Supongo que a la cuarta debieron ir a avisar a los de las tribus vecinas para que no se perdieran el espectáculo, y harían apuestas sobre cuando empezaría a echar humo por las orejas.
Un año después Humboldt entró en contacto con los jíbaros, los célebres cazadores de cabezas. Éstos le ofrecieron algunas muestras del veneno con el que emponzoñaban sus flechas, el curare. Al respecto Humboldt escribió que el curare debía obtenerse de la decocción de diversos frutos, ya que su sabor era dulce e intensamente afrutado. ¿Os imagináis cómo habría sido su análisis del cianuro potásico? una vez se supera la incómoda tendencia al paro cardíaco y el bloqueo respiratorio, el cianuro tiene un delicioso sabor a almendras.
Uno de los hitos que le ganaron más celebridad fue su ascensión al Chimborazo, siendo el primer occidental que subió más allá de los 5000 metros. Pudo observar que a partir de los 3000 empezaba a ser difícil respirar, que a partir de los 4000 el aire empezaba a enrarcer y que a los 5100 cualquier esfuerzo le sofocaba
De regreso a Europa fue testigo, en Londres, de la excavación del primer túnel bajo el Támesis. Para trabajar en el lecho del río se usaba una campana neumática y gracias a eso pudo describir los efectos de la presión sobre el cuerpo humano, ya que le estallaron los tímpanos y sufrió serias hemorragias
Hay razones para preguntarse de qué material hacían a los científicos en Prusia. Porque cualquiera de estas investigaciones bastaría para dejar lisiado a cualquiera, pero Humboldt no sólo las encadenaba, sino que dedicó otra década a explorar Asia, desde China hasta Rusia, y sólo a partir de los 65 años se decidió a llevar una vida un poco más calmada mientras recopilaba todo lo que había aprendido a lo largo de sus viajes en una monumental obra llamada Cosmos, que refleja su concepción del mundo como un todo interconectado
Humboldt murió en 1859, apenas unos meses antes de que se publicara El Origen de las Especies. Es quizás por eso que su figura cayó en el olvido para el gran público, ya que la obra de Darwin supuso una revolución tan grande en el estudio de la naturaleza que todo lo anterior a su publicación pareció, de repente, anticuado e inútil. Pero esa es una visión ridículamente estrecha de la ciencia. Precisamente Darwin había podido construir sus hipótesis sobre los sólidos cimientos que había dejado Humboldt, y nunca dejó de considerar los trabajos del prusiano como una base imprescindible para entender la vida en toda su complejidad. Newton dijo que había visto más allá por que estaba subido a hombros de gigantes. Darwin hizo lo mismo gracias a los amplios y, sobre todo, resistentes espaldas del que fue a la vez el último científico universal y el primer naturalista moderno
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