Mujer iroqués

jueves, 18 de abril de 2019

NO, NO ES UN ACTO NEUTRAL


Desde hace unos tres años, puede que un poco más, me dedico a dibujar personas. Empezaron siendo rostros: un anciano que vi en un bar, una mujer en el metro. Algo en sus facciones me hipnotizó, saqué el lápiz y aboceté lo más rápido posible, procurando no molestar. Luego, en el Nowhere 2017, empecé a dibujar casi compulsivamente a todo aquel que me llamara la atención, y luego he seguido haciéndolo, ya de forma menos compulsiva. Incluyendo tanto esbozos sacados en el momento como sesiones con modelos.

Me diréis, no hay problema, eso es un excelente ejercicio artístico, y el arte es neutral ¿no? reflejo lo que veo.

Y una mierda. Y lo peor es que si me hubieran preguntado, yo habría soltado ese topicazo, pero cuando alguien te señala lo que está delante de ti, aunque no lo hubieras visto hasta ese momento, ya no puedes mirar para otro lado.

Al dibujar puedo estar haciendo, en efecto, algo neutral, o incluso algo positivo, pero también hay dibujos en los que tomo una posición de poder sobre el sujeto dibujado. Y al hacerlo le niego su valor de persona, lo convierto en objeto.

Vamos a dejar de hablar de forma neutra. Esto tiene un sesgo de género. Esto se lo hago a mujeres.

Me lo acaba de señalar una amiga a la que quería dibujar. Ella fue consciente cuando hablamos y, por suerte, tiene suficiente confianza en mí como para decirme las cosas a las claras. Al señalarle qué elementos de su cuerpo llaman mi atención, le estaba diciendo cómo debería ser su cuerpo, no cómo es. Estaba usando mi dibujo como herramienta de poder.

Si acabas de pensar, ya están exagerando las feministas y los bobos que les ríen las gracias hazme el favor de salir y borrar este blog de tu lista de enlaces.

No se trata de algo inocente ¿Recordáis el manido concepto de la mujer objeto? se refería a la mujer como adorno, como condecoración, como muestra de poder para su poseedor. Puede que hoy ese tipo de objetificación sea tan evidente que pocas veces pasa por delante sin que lo veamos y lo señalemos, pero hay otras formas y no sólo nos pasan desapercibidas, sino que están por todas partes.

Estoy repasando dos años de bocetos. Y lo estoy viendo: la conversión de sujeto en objeto. No en todos los bocetos, de hecho si fuera así sería un grave problema ya que no podría verlo. Pero sí está a la vista en unos pocos, y esos me permiten establecer un patrón. Es el viejo aforismo de La Excepcion Confirma La Regla, que no se refiere, como mucha gente cree, a que no puede establecerse una norma si no tiene una excepción, sino a que no es posible poner a prueba una hipótesis sin excepciones que se salgan de la norma, porque son las excepciones las que se usan como prueba para verificar la falsedad de la hipótesis. Lo sé, suena confuso, pero es así como funciona el pensamiento crítico.

Hipótesis: el dibujar a la gente es un acto neutral sin consecuencias

Falsación: si hay dibujos donde es evidente la no neutralidad y las consecuencias, la hipótesis es falsa

Ante todo, insisto, hay muchos de mis bocetos totalmente neutrales. Como dije arriba, dibujé a personas y situaciones que me llamaron la atención. Por como se movía su ropa o su cabello, por el efecto de la luz o las sombras, por su gestualidad, por el modo en que bailaban... cientos. Los veo y lo único que siento en ellos es que capté el momento.

Os aclaro que estoy intentando ser objetivo. Puedo no lograrlo, después de todo estoy examinando algo muy personal, muy mío.

En otros dibujos no me he limitado a dibujar espontáneamente, sino que los hice con una intención expresa. Algunos son retratos, otros son peticiones. No estoy quitando su esencia a la persona sino tratando de captarla. Al hacerlo es posible que no sea realista, ya que a veces es más importante el pliegue de una sonrisa que la forma exacta de una nariz

Y llegamos a los dibujos que tienen encima la luz roja. Todos tienen una característica común: no son dibujos espontáneos, sino de modelo. De posado, si preferís ese término. Voy a subir dos lápices



Los hice durante la misma sesión. En el primero yo elegí el momento y el punto de vista. En el segundo, no ¿Notáis la diferencia? El primero está profundamente sexualizado, el segundo no. El primero es mi elección, el segundo es la elección de la modelo.

En el primero, he tomado poder sobre la persona y la he puesto por debajo de mí. La he hecho objeto

Prueba del algodón. La misma modelo, unos minutos después. Yo no me he movido, ella elige su postura.


Pose natural, cómoda, me mira a los ojos, me ve dibujar y participa. Ambos estamos tomando parte en ello. En igualdad.

Ahí radica la diferencia. Si una persona me pide que haga un retrato, hay una voluntad junto a la mía. No le estoy diciendo como debe ser, sólo interpretando cómo es.

Si dibujo algo que me llama la atención, sin premeditación, no estoy influyendo en lo que veo, porque la urgencia es captar antes de que el momento se vaya. Las decisiones que tomo son de tipo práctico, debo captar los elementos básicos que dan forma a ese momento, no puedo decidir los detalles. En última instancia lograré captar aquello que me atrajo, pero no lo recrearé a mi voluntad

Pero, si planifico, si soy yo quien toma las decisiones, si ninguneo la voluntad o el confort de la persona que está delante de mí, estoy introduciendo un sesgo tóxico. Si le pido a mi modelo que se ponga de tal o cual manera, si elijo el ángulo, si decido qué remarcar o ignorar, si le digo lo que opino de su físico, le impongo mi voluntad. Tomo poder. Y no tengo derecho a hacerlo.

Vaya tontería ¿verdad? estoy poniendo etiquetas a acciones inconscientes. Pero están ahí, y no puedo volver a no verlas. Ni debo: si es mío, si es personal, debe ser ético.

¿Soluciones? Solo hay una: no volver a hacerlo. Y vigilar, conscientemente, hasta que me resulte natural

Hace un año comenté sobre lo estúpido que es pensar que te has quitado de encima los lastres, los micromachismos, los sesgos. Eso que dicen de deconstruir la masculinidad. Y avisé, si crees que ya lo has logrado la realidad te va a decir lo contrario a bofetadas. Pues mira, me acabo de llevar otra, así que, de deconstruido, poquito.

¿Que no querías arroz? toma, dos tazas

viernes, 12 de abril de 2019

LA FALACIA DEL CI





Hace unos años volvieron a hacerme un test de inteligencia. Mi puntuación fue bastante alta, ya lo fue la primera vez, así que no me llevé ninguna sorpresa.

¿Significa eso que soy especialmente inteligente?

No.

Significa que respondo bien a los test de inteligencia. Y también significa que los test de inteligencia se utilizan de forma errónea.

A principios del siglo XX, tras universalizarse en Francia la escolarización infantil, el profesor Alfred Binet se planteó que era necesaria una herramienta para poder comprender las necesidades específicas de cada persona. Una buena parte del alumnado aprendía y evolucionaba correctamente con el modelo básico de educación, pero había otra parte que, por disparidades de origen social, por problemas idiomáticos, por situaciones familiares difíciles, incluso por características específicas de cada niño, requerían una atención más personalizada a fin de que pudieran aprovechar esa educación. En esos años se barajaban ideas que hoy se nos antojan ridículas, como la forma y tamaño de la cabeza, la proporción corporal, la expresión del rostro o el color de la piel para prejuzgar la inteligencia de las personas. Binet opinaba que eso sólo eran ideas discriminatorias y que se necesitaba un baremo intelectual, no físico. Aunque era consciente de que la inteligencia es un conjunto muy complejo de características, y eso implicaba que cualquier herramienta que desarrollara sólo mediría algunas de ellas, logró poner a punto lo que se llamó posteriormente el cuestionario Binet-Simon, el primer test de inteligencia del mundo. Claro que en esos años no se usaban conceptos como Coeficiente Intelectual, sino el de edad mental.

Con su cuestionario, Binet podía identificar a los alumnos a los que debía prestar más atención y apoyo, pero era consciente, y alertó, de que un mal uso de su herramienta podía llevar a una discriminación de los alumnos con problemas. Eso es lo que sucedió: en vez de dedicar más recursos a quienes los necesitaban, se empezó a dejar de lado a los niños y niñas que, en los resultados del test, eran catalogados como débiles mentales.

Estos planteamientos cayeron en medio de las ideas sobre eugenesia que proliferaban en la primera mitad del siglo XX, formando un caldo de cultivo perfecto para convertir la medición de la inteligencia en una excusa con patina científica para justificar cualquier política segregacionista. En Francia, se empezó a tildar de nidos de idiocia a determinadas regiones periféricas, como Calais, señalando que el rendimiento escolar de sus niños era inferior al de otras regiones. El hecho de que el habla de esas zonas fuera diferente al francés oficial en el que se impartían las clases nunca fue tenido en cuenta, como no se tenían en cuenta las condiciones sociales, económicas y familiares de los niños. Los palurdos eran tontos, luego probablemente eran palurdos porque eran tontos.

En EEUU, en los años 20, se demostró que la población de color era más y más estúpida a medida que se viajaba a los estados del Sur. En vez de plantearse si las infames condiciones de vida en la que se mantenía a esa población, incluyendo unas tasas brutales de analfabetismo, influían en los resultados, se concluyó que los negros inteligentes tendían a viajar hacia los estados del norte, buscando climas más templados. También se aplicaron durante los años 30 los tests a los inmigrantes que venían de Europa, para evitar una contaminación por parte de gentes demasiado incapaces. Nada sorprendentemente, resultó que los más inteligentes eran los inmigrantes de origen anglosajón, germano o nórdico, mientras que húngaros, polacos, italianos, griegos y, por supuesto, judíos de cualquier nacionalidad, eran retrasados.

Pasada la guerra la eugenesia cayó en el olvido (aparentemente*) pero el uso negativo de la medición de la inteligencia se mantuvo. El ejemplo más duro es Gran Bretaña, donde se estableció un punto de corte en la educación en el que, en función de los resultados obtenidos mediante un test de inteligencia, se decidía qué alumnos podían acceder a la educación superior y cuáles se quedarían fuera del sistema. De nuevo, resultó que en los barrios obreros, el porcentaje de tontos era increíblemente alto, y la educación dejo de servir como escalera para la mejora social. Un test decidía sobre qué opciones laborales tendrías en el futuro.

En España eso se ha visto en colegios privados y concertados, donde se procuraba (supongo que sigue procurándose) desanimar a los alumnos que no dan un buen rendimiento, a fin de que se vayan a otros colegios y no bajen esas estupendas medias de notas en las que se basa su negocio.

Y volvemos al comienzo de mi exposición ¿qué tiene que ver lo que he expuesto con el hecho de que los test le den a alguien una puntuación alta. De hecho, de cuando en cuando surge la noticia de que cada vez la media del coeficiente intelectual de la población ha ido aumentando, y eso indica que las cosas van bien ¿no?

Repito mi argumento: sacamos puntuaciones más altas en los test de inteligencia porque hacemos mejor los test de inteligencia, no porque seamos más inteligentes.

¿Cómo se mide el éxito de una política educativa? Por los resultados en test de los alumnos. El mismo baremo que indica el nivel de éxito de una determinada escuela. Si ese baremo fuera muy bajo, de acuerdo a las ideas de Binet habría que dedicar más recursos a corregir los problemas de los alumnos en situaciones más desfavorecidas, prestar atención a los entornos familiares y mejorar la protección en general a la infancia. Pero lo que se hace es centrarse en los cambios que permiten responder mejor a las preguntas de los tests.

Es decir, el aumento del CI medio en nuestra sociedad no implica una mejora en los programas educativos, sino que los programas educativos se han ido adaptando a la resolución de los test de medición del CI.

Vamos a mi caso concreto. En los tests hay secciones dedicadas a la inteligencia espacial/visual, como los de En base a estas figuras ¿cual sería la siguiente en la secuencia?. Yo soy ilustrador, llevo décadas trabajando sobre conceptos similares, luego cualquier pregunta de ese tipo siempre me dará una buena puntuación, y mejorará mi resultado final, independientemente de mi inteligencia real. Estoy adiestrado para superar ese tipo de test porque no hay un cuestionario específico que tenga en cuenta esa circunstancia.

Ahora mismo en España se intenta corregir los problemas detectados en el informe PISA, que deja a España por debajo de la media europea. Voy a hacer una predicción: cualquier reforma que se haga al respecto se centrará en garantizar exclusivamente que los alumnos respondan bien a las preguntas de los cuestionarios.  Así en próximos informes PISA el gobierno de turno podrá alardear de haber salvado la educación. Y esto no es sólo cortoplacista, es directamente pernicioso, por no decir perverso.

La herramienta es válida: en esencia, los test de inteligencia, correctamente aplicados, y procurando que tengan en cuenta todas las variables posibles, pueden ser de gran utilidad. Pero mientras sigan usándose como excusa para colgarse medallas, sólo servirán para incrementar la desigualdad. Ahora mismo hay más preocupación y se presta más atención mediática** a garantizar que los alumnos con altas capacidades reciban una atención personalizada para que puedan aprovechar correctamente todo su potencial, que en mejorar las condiciones de la educación para quienes quedan por debajo de las medias.

Justo el polo opuesto de lo que intentaba hacer Binet.

* Cada cierto tiempo, en EEUU aparece algún sesudo estudio estadístico que demuestra que los pobres, los afroamericanos, los chicanos y, en general, cualquier grupo social desfavorecido, lo es porque su inteligencia media es inferior a la de los adinerados, y de ahí se deduce que aplicar políticas sociales es innecesario e inútil. Como The Bell Curve, publicado en 1994

** por no mencionar la mitificación que se hace en la ficción de los superdotados, como en The Big Bang Theory o los procedurales de policía científica, como Bones o CSI

domingo, 7 de abril de 2019

VA DE VIÑETAS_NARRAR COMO SÓLO ÉL SABE



Primera viñeta: en medio de la gente que camina por la Rambla vemos a un anciano, solo, de pie. Nadie se fija en él. Extiende la mano, por primera vez en su vida. La recoge, avergonzado, y luego se fuerza a hacerlo de nuevo, hasta que alguien le pone una moneda en ella. En la última imagen compartimos su desesperada humillación. 18 viñetas para la historia de una vida y sólo tres planos alternándose: la calle, el rostro, la mano.

Por comparación, la apertura de la película Up es un derroche de elementos innecesarios

En Rambla Arriba, Rambla Abajo, nos encontramos un magistral ejercicio narrativo. Mientras Pablo (el sosías del autor) y Adolfo (su gran amigo) pasean por la Rambla, rozamos docenas de historias laterales. Algunas de tan sólo cuatro o cinco viñetas, sin diálogo. Otras llenas de texto, apresuradas, torrenciales, como el alud de dolor y tristeza que vierte una pobre viejecita sobre un guardia, a quien nadie ha enseñado qué hacer frente a una situación así, y que de pronto recuerda cuánto tiempo hace que no escribe a su madre. O la propia historia de Pablo, que va buscando un polvo y acaba descubriendo lo mierda que puede llegar a ser cuando se deja llevar por su egoísmo.

Porque Carlos Giménez no tiene contemplaciones ni consigo mismo.

Siempre que se habla de él suele mencionarse su trabajo en Gringo o cómo pulió su estilo en Dani Futuro. Yo no llegué a esa etapa, le conocí después, ilustrando un cuento de Stanislav Lem, y otra historia de ambiente futurista llamada Los Verdugos, una versión de un relato de London tan cruda y descarnada que aún siento escalofríos. Tras ellas, otras historias largas y elegantes, Koolau el Leproso y Hom, pero aún tenía que descubrir la otra faceta de Carlos, no como autor de ficción, sino como narrador de lo cotidiano. De una cotidianeidad terrible

Tenía poco más de 20 años cuando leí Paracuellos. A unas amigas más jóvenes que yo les sonaba a exageración absurda, pero a mí me hizo recordar algunos de los peores momentos que viví en nuestro colegio, que en realidad no eran ni la milésima parte de lo que conocieron Carlos y sus condiscípulos.

Es una narración brutalmente austera, sin artificios. Cada dos páginas una historia sin salida, sin luces. Niños viviendo y normalizando una pesadilla. Siempre buscando el plano bajo, el punto de mira de las víctimas, salvo cuando toca retratar a los verdugos, los adultos con poder de vida o muerte sobre los presos, porque Paracuellos es una cárcel disfrazada de colegio y, para los niños, esos adultos resultan enormes, en tamaño y brutalidad.

El hambre omnipresente, el frío atroz, el calor abrasador, los castigos sin sentido, la rabia y frustración de los carceleros. Y de los niños, como Porterito, el abusador, porque se puede.

Siempre el plano exacto, el ángulo correcto, como en La Siesta, donde Giménez, tras una introducción directa y limpia, va desde el plano general al primer plano, consiguiendo que el calor reverbere en nuestras cabezas, y luego otro plano alternado, que se abre al final para mostrar la tortura en que se puede convertir algo tan anodino como la siesta. O La Visita, donde un niño sufre un castigo de especial crueldad por el simple capricho de la guardadora.

Tras Paracuellos vino Barrio, y aquí encontramos a Carlos en estado de gracia. Narraciones más complejas, personajes más variados, situaciones que van desde la anécdota casi trivial al recurso reiterado de la habitación alquilada, para ir presentando a los personajes. Hay un nuevo uso del plano bajo, siempre que nuestro Pablito está con su madre, la única figura de respeto en toda la obra. Y, finalmente, cuando creemos que ya conocemos el paisaje, un giro narrativo salvaje en las dos últimas historietas, para recordarnos que, más allá de Paracuellos, no estaba la libertad, sólo una cárcel más ancha.


Para mí el mayor alarde narrativo de Barrio es La chabola, un largo plano secuencia dividido en dos partes, mostrando cómo la fraternidad de los que no tienen nada puede ser lo único que marque la diferencia. Y aquí Carlos se permite hasta el lujo de cegarnos cuando los protagonistas quedan ciegos, dejando que compartamos sus sensaciones sin necesidad de imágenes, sólo oscuridad

Lo más gracioso es que en esos años ya se hablaba de Giménez como de un autor que había alcanzado la madurez, y en realidad apenas estaba despegando. Es cierto que, unidas, las historias de Paracuellos y Barrio suman un todo tan vivo y directo que, probablemente, sean lo mejor de su producción*, pero en lo que vino después, como Los Profesionales**, Carlos siguió mejorando y puliendo el arte de narrar. Esta vez buscando la complicidad y la sonrisa, cuando no la risa directa y espontánea. Aquí el diálogo cobra mucha más importancia, pero no tanta como la gestualización. De un dibujo más o menos realista dentro de la simplificación, pasamos a la caricatura, y sin embargo apenas hay diferencia de estilo, es la magia de unos pocos trazos. Pero debajo sigue latiendo lo mismo: el cabezazo continuo contra las paredes, porque los barrotes siguen ahí

La producción de Carlos es casi inabarcable. Y, lógicamente, hay altibajos, e incluso cagadas (como algunas de las Historias de sexo y chapuza, tan tópicas que dan hasta grima). Pero hasta en las cagadas vemos el oficio del narrador. Giménez puede flaquear en los argumentos, demasiado burdos o simplistas, pero ni una sola vez falla en el mecanismo narrativo. Un buen ejemplo es una de sus obras más largas de los últimos tiempos, Pepe, donde nos cuenta la historia de uno de sus amigos, y al mismo tiempo uno de los artistas con más talento que ha tenido este país. En sí podríamos pensar que la obra es fallida: el autor quiere transmitirnos su afecto por Pepe, pero el sabor de boca que acabo sintiendo es que, quizás, él nunca mereció ese afecto.

Aquí la narración gráfica es impecable, jugando con los tiempos y los ritmos, ajustando con precisión la información visual. Lo que no engrana bien es el uso de los textos, porque aunque el autor los dosifica con cuidado, en ocasiones vemos como las palabras tratan de justificar, no de explicar.

Poco más puedo decir. Cuando oigo hablar del nivel narrativo de autores como John Byrne o Frank Miller, me da la risa. Creo que ni siquiera autores de la talla de Gaiman o Moore están a la altura de Giménez como narradores. Sus iguales están entre los verdaderos gigantes, como Will Eisner. Supongo que, de haber nacido en EEUU, sería considerado como el mayor autor vivo, pero claro, si hubiera nacido en EEUU nunca habría podido contar las historias que le convirtieron en quién es.

Y ¿sabéis una cosa? Además, es buena persona. Porque las buenas personas no son las que no cometen errores, sino las que tratan de aprender después de un error. Todos los que nos hemos encontrado alguna vez con él (en mi caso, sólo en dos ocasiones, y ambas fugaces, apenas unos minutos de conversación), lo hemos sentido. Dado que no puedes sentir rabia de una buena persona, le admiro y trato de aprender de él. Y, cuando pienso en como narrar algo, me pregunto ¿cómo lo haría Carlos?




* Carlos ha ido completando todo el paisaje de Paracuellos y Barrio. Los monográficos que se están publicando en estos años nos permiten ver de un tirón su evolución a lo largo de cuatro décadas.

** Tanto Rambla Arriba como Pepe se encuadran dentro del conjunto de Los Profesionales


viernes, 22 de marzo de 2019

SOBRE GENTE DE MIERDA. QUE LA HAY


En general, la gente es maja. 

No, no flipéis, no estoy de coña. En general, la gente que te cruzas por la calle es maja, es decente: ni estúpida ni maliciosa.

Puede que tengan prejuicios, ideas equivocadas, que crean en cosas que a ti te parecen absurdas, pero, enfrentadas a las mismas situaciones que tú, actuarán de forma similar, intentarán hacer lo correcto y, si pueden ver que se equivocan, probablemente se sentirán avergonzados y procurarán corregirse. Porque se sienten responsables de sus acciones y decisiones. En eso consiste madurar.

Por ello, porque intentamos hacer las cosas correctamente, las reacciones de la mayoría de la gente son previsibles, y eso nos convierte en un recurso. Somos el ecosistema en el que se desenvuelve la Gente de Mierda: personas que se caracterizan por un egoísmo de nivel patológico*, si bien pueden expresarlo en diversos modelos.

Están los gorrones, todo un clásico. El amigo que olvida la cartera y pide que le pagues la copa, y ya si eso te lo devuelvo otro día. Ese otro día se autoinvita a comer contigo. Más adelante te pide dinero porque se le han retrasado unos cobros... y cuando hablas con otros conocidos comunes descubres que todos tienen historias parecidas. Moli escribió sobre un caso que se hizo famoso hace unos años, una menda que decidió vivir a costa de sus amigos y hasta publicó un libro presentándose como un ejemplo a seguir, pero la mayoría son más sutiles. Siempre tienen una excusa, siempre van a hacer cuentas contigo cualquier día de estos, y si les señalas su comportamiento, se ofenden porque no esperaban que tú fueras de esos que anteponen el dinero a la amistad.

Del gorrón al estafador, no hay más que un paso. Ese negocio prometedor, esa oportunidad única, tú confía, que no hay nada que temer**.

Están los narcisistas. Son brillantes, divertidos, molan mucho... y un día notas que no te ven. Necesitan que tú les veas, que les adores, pero ellos no piensan que estés a su altura, sólo condescienden a sonreírte, para que se vean sus perfectos dientes. Si follan contigo, en realidad se están masturbando en tu cuerpo. Van por la vida cargados de privilegios y sin preocuparse porque siempre hay alguien detrás que recoge los destrozos, que justifica sus cagadas, que les perdona, porque molan tanto...

Están las rémoras emocionales. Siempre quejumbrosos, siempre necesitados de atención, siempre reclamando tu apoyo, tu escucha, tu presencia. Siempre víctimas. Siempre recordándonos lo importantes que somos para ellos, cómo se vendrían abajo sin nosotros, porque somos diferentes, no como los que no les escuchan. Y siempre procurando no buscar ayuda real, porque el rol de víctima tiene sus ventajas.

Y están los que vuelcan su mierda sobre quienes les rodean, porque ellos nunca, nunca, nunca tienen la culpa de todo lo malo que les pasa. Siempre es culpa de los demás, que no están a la altura. Éstos son especialmente dañinos en el ámbito que, teóricamente, debería ser el más seguro de todos: la familia. Porque nos han enseñado que la familia siempre estará ahí, pero a veces lo está para robarte el aire. Es literal: te drenan, agotan tus fuerzas, te convencen de que eres culpable. O tonto. O torpe. O feo.

Os preguntaréis ¿A qué viene tanto rollo? Pues bien, resulta que en los últimos tiempos he sabido de algunas personas (un estafador, un narcisista y dos enmerdadores) que están descubriendo el sabor de su propia mierda. Y no ha sido el Karma, ni la justicia divina, es una simple consecuencia lógica de sus elecciones.

He dicho arriba que las personas normales (entendiendo como normal a quien no va por la vida jodiendo a los demás) somos el ecosistema en el que se mueven los que, para resumir, llamaremos parásitos. Vamos a verlo desde un punto de vista ecológico.

A priori, el parásito medra, porque la gente tiende a confiar y nadie va por la vida con un cartel anunciando que nos va a sorber la sangre. Es más, la mayoría de esas personas no actúan así de forma consciente, en plan, ja ja ja, voy a aprovecharme de este inocentón, sólo repiten, de modo instintivo, un comportamiento que les ha funcionado previamente.

Y funciona, vaya si funciona. Quien más, quien menos, todos hemos sido víctimas, después de todo el parásito suele ser atractivo, halagador, te hace sentir especial... un verdadero encantador de serpientes, como me dijo una amiga en twitter. Pero la cuestión es que funciona ... a corto y medio plazo. A largo plazo sólo va bien en contados casos, cuando estas personas alcanzan una posición lo bastante protegida como para no hacer frente a las consecuencias de sus actos.

Para el resto las cosas se complican porque el ecosistema se va reduciendo***. El sablista profesional que estafa a su familia, a sus amigos, a sus compañeros del trabajo, al final se queda sin víctimas, porque la gente puede ser cándida una vez, dos, puede que tres... pero al final abre los ojos y cierra la puerta. Y si te has acostumbrado a derrochar, porque siempre pagaba otro, te vas a ver muy pronto en serios problemas. 

El narcisista ha ido desdeñando en algún momento a todas las personas que han entrado en su vida, porque siempre ha habido gente para tomar el relevo, pero llega un momento en el que el glamour**** se apaga y no queda nadie más dispuesto a ser ninguneado. Es más, dado que los narcisistas suelen socializar con quienes son como ellos, es muy probable que, cuando le vean dar un traspiés, sus supuestos amigos se lancen a degüello.

Las víctimas profesionales dan lastima hasta el día en que quienes les rodean abren los ojos y ven que jamás moverán un dedo para solucionar sus problemas, porque es mucho más descansado lamentarse que buscar ayuda real y tomar las riendas de su vida*****.

Los enmerdadores son los que más suelen aguantar, sobre todo si hay vínculos familiares, porque esos son muy difíciles de cortar: hay demasiada presión en contra. Pero, al final, la mayoría se descubrirán nadando en su propia mierda.

Podríais decirme, sólo tienen que rectificar, pero ese es el problema. Han actuado así durante años porque siempre les ha funcionado, y ni saben dónde está el problema, ni han desarrollado las habilidades sociales que les permitirían relacionarse con otras personas de forma saludable. De hecho la mayoría no pensará que tienen un problema, sino que el problema está en los demás, que somos unos desconfiados egoístas y desagradecidos. Y se quejarán amargamente de la incomprensión ajena.

No es el karma: es el tiempo. Por grande que sea el ecosistema, cada persona tiene un número limitado de contactos a lo largo de su vida y, una vez los ha quemado a todos está bien jodida. Que es lo que les ha pasado a los arriba mentados (bueno, a tres de ellos: creo que el narcisista aún tendrá un largo recorrido una vez se rodee de nuevos adoradores)

También podréis decirme que no está bien guardar rencor ni alegrarse por la desgracia ajena pero ¿sabéis qué? Ver ahogarse a quien hundió a otros es una satisfacción muy reconfortante, así que le dejo los buenos sentimientos a quien los desee. Yo, siguiendo el viejo proverbio árabe, prefiero sentarme cómodamente a ver pasar el cadáver flotando en el río. O, como bien dice nuestra sabiduría popular...

... Arrieros somos, y en el camino nos encontraremos.


* El egoísmo es necesario, es un mecanismo de defensa. El problema está cuando es tan profundo que anula la empatía.

** El sablista suele creerse más listo que los demás, de ahí que puedan acabar pelándoles en estafas en las que no entraría nadie con dos dedos de frente, porque no ve que él puede ser la víctima.

*** Dawkins habló sobre este tema en El Gen Egoísta, desarrollando una interesante hipótesis sobre la ventaja evolutiva del altruismo equitativo, el donde las dan, las toman, frente al egoísmo puro.

**** No uso esa palabra porque sí: glamour significa, literalmente, brillo falso.

***** La gente que ha luchado por salir del agujero sabe que no es un camino de rosas, que hay dolor, recaídas y fracasos, pero esas personas siempre se levantan tras cada caída y siguen intentándolo.



sábado, 2 de marzo de 2019

DIARIO DE LA PATERNIDAD RESPONSABLE (Apéndices)

Pues a lo tonto casi hace dos años que dimos por finalizada esta serie, pero desde hace un tiempo me rondaba por la cabeza la idea de darle un repaso a cómo se han desarrollado las cosas en este tiempo. Y de paso satisfacer la curiosidad del público fiel que me acompañó a lo largo de varios años de tragicomedia paternofilial, así que allá vamos

Lo primero, los cambios físicos. A día de hoy nuestro mozo puede darme barbilladas en la nuca. Por suerte sigue siendo delgado y fibroso, porque como hubiera crecido proporcionalmente a lo ancho tendríamos serios problemas de espacio. Goza de buena salud, de momento no parece que vaya a necesitar gafas y sigue luciendo una densa y polícroma melenaza.

De cuando en cuando hace chistes sobre mi escasez capilar. Arrieros somos, que yo también estoy muy sano y pienso vivir lo suficiente como para mirarle el cartón con una amplia sonrisa y recordarle que la genética puede ser muy hija de puta.

Era un niño guapo y ahora es un chaval muy guapo. Eso que se lleva de extra, porque por mucho que nos lo quieran vender los pesaos de la belleza está en los ojos de quien mira, lo de ser feo es algo que jode y que te acompaña toda la vida. Y no, no me lo ha dicho un amigo

En cuanto a lo que no es el físico, pues los últimos años en el instituto fueron duros, eso ya lo esperábamos, pero logró salir entero y con la cabeza bien alta (yo habría preparado una coreografía de despedida con alzamiento de dedo y pedorretas, pero él es de un carácter más sobrio) y ahora está estudiando lo que desea, a gusto, motivado, y sacándose unas notazas que a veces le dejan flipando. En uno de nuestros paseos padre-hijo me confesó que nunca pensó que un día él sería el empollón de la clase. Es lo que tiene que dejen de intentar encajarte en un molde que no es de tu medida, que puedes respirar y crecer a gusto

Respecto a él, más allá de sus estudios o su aspecto, lo que vemos nos gusta. Tiene ética, siente empatía, se está formando sus propias opiniones sobre el mundo y va volviéndose una persona responsable. Lo bastante como para, en ocasiones, señalarme de forma madura que me estoy equivocando y no soltar un TE LO DIJE cuando asumo que, en efecto, me he equivocado. Vale, de momento la ropa sucia sigue siendo abandonada a su suerte en el suelo de su habitación* pero de cuando en cuando la dificultad para desplazarse por la maraña textil le lleva a amontonarlo todo en el cesto y el problema se resuelve temporalmente con dos o tres lavadoras

O cuatro, que en invierno se pone muchas capas de ropa.

Y está bien. Le vemos bien, y eso hace que nosotros estemos también bien. Hay mil cosas que nunca podremos controlar, pero en nuestra atípica familia procuramos cuidarnos y protegernos, y a día de hoy poder decir estamos bien es algo muy positivo.

No hay mucho más que añadir. Sólo deciros a quienes tenéis hijos en los estados previos, que de todo se sale, y que un día la adolescencia  se acaba y te preguntas qué ha pasado mientras te frotas los ojos, con un poco de desconcierto. Ojo, no es que se acaben los vaivenes: lo de preocuparte por tus churumbeles es un oficio para toda la vida, sin jubilación. Pero a veces puedes relajarte un poco, y eso se agradece.

Hasta aquí el apéndice. Siento la falta de chascarrillos y ocurrencias, pero eso lo reservaré para otras entradas, que nuestro hijo tiene su propio sentido del humor y no tiene porqué coincidir con el mío.

* Y las deportivas en medio del salón, siempre en la zona de paso. Uno va tranquilo por su hogar y de pronto se tropieza con unas canoas de la talla 46

martes, 12 de febrero de 2019

MIRANDO UN CUADRO (II) Los Cosacos Zaporogos



En el Museo Estatal de San Petersburgo hay un cuadro que suele atraer la atención del público por lo insólito de la escena retratada. Se llama Los Cosacos Zaporogos, y es una de los lienzos más celebres de un pintor nacionalista de finales del XIX, Iliá Repin.

Por supuesto, la obra en sí es excelente, técnica y artísticamente. Se trata de una composición muy bien planteada, con una excelente iluminación y una atención al detalle que roza lo hiperrealista, pero lo interesante de esta pintura no es ni su técnica ni su ejecución, ni siquiera la historia que hay tras ella, que no deja de ser una anécdota apócrifa del siglo XVII. No obstante, para entender lo que tiene Los Cosacos de especial es preciso conocer esa anécdota

Según se cuenta, a mediados del XVII el imperio otomano trató de expandirse hacia el norte, para ocupar las orillas del Mar Negro, y para ello el sultán Mehmed IV mandó un gran ejército hacia Ucrania, junto con mensajes que solicitaban vasallaje y paso libre a los pueblos que allí habitaban, entre ellos los aludidos cosacos. El mensaje que este pueblo nómada recibió rezaba, más o menos...

Yo, el Sultán: hijo del profeta Mahoma, hermano del sol y de la luna, nieto y virrey de Dios, señor de los reinos de Macedonia, Babilonia, Jerusalén y Alto y Bajo Egipto, emperador de emperadores, rey de reyes, caballero extraordinario jamás vencido, firme guardián de la tumba de Jesucristo, elegido del mismísimo Dios, esperanza y confort del pueblo musulmán, protector y defensor del cristianismo... os ordeno, cosacos zapórogos, que os sometáis a mí de manera voluntaria y sin resistencia alguna, desistiendo de vuestros ataques.

Los zaporogos se tomaron su tiempo, derrotaron y aniquilaron a su ejército y, como se muestra en el cuadro, tras la batalla respondieron a su carta en los siguientes términos

Oh sultán, demonio turco, hermano bastardo de Satanás, amigo y secretario de Lucifer. ¿Qué clase de caballero eres si no sabrías matar un erizo a culo desnudo? El demonio caga y tu ejército traga. Jamás podrás, hijo de puta, someter a los hijos de Cristo; no tememos a tus tropas, te combatiremos por tierra y por mar, púdrete.

¡Sollastre babilónico, loco macedónico, palanganero de Jerusalén, follacabras de Alejandría, porquero del alto y bajo Egipto, cerdo armenio, ladrón de Podolia, catamita tártaro, verdugo de Kamyanéts, tonto del mundo y el inframundo, tonto ante Dios, tonto ante los hombres, nieto de la serpiente, verruga de nuestras pollas, cara de cerdo, culo de yegua, perro de matadero, vómito del Anticristo, que te follas a tu propia madre!

Nosotros, los zaporogos, declaramos, montón de mierda, que no eres digno ni de apacentar a nuestros cerdos. Para terminar, no sabemos la fecha ni tenemos calendario, pero la luna está en el cielo, es el año del Señor, y el mismo día es aquí que allá, así que bésanos el culo

Y ahora, es el momento de observar bien este cuadro y ver qué es lo que tiene de especial, lo que lo hace diferente a la mayor parte de las obras expuestas en este y cualquier otro museo. No os fijéis en los ropajes o las armas (elaborados con minuciosa gracia), ni en la composición. Fijaos en las caras, sólo en ellas.

¿No lo veis?

Cerrad los ojos. Escuchad

¿no las oís?

Carcajadas. Atronadoras.

Se están riendo

En los cuadros, sobre todo en los tipo histórico, como La Rendición de Breda o El Juramento del Juego de la Pelota, los protagonistas se muestran dignos, severos, quizás esbozando una sonrisa serena. En algunas obras como Los Borrachos, vemos risas, pero están vacías, es la risa sin sentido de quien ha embotado su mente.

Estos cosacos ni aparentan dignidad, ni están ebrios: se carcajean a mandíbula batiente, arremolinados alrededor de uno de ellos, quizás el único de toda la horda que sabe escribir, rivalizando por ver quien añade la mejor obscenidad al catálogo de improperios con los que responden a la emperifollada carta de su enemigo

Uno de ellos se sostiene la barriga con ambas manos mientras ríe estruendosamente. Delante de él, su compañero ya no puede más y se deja caer sobre la mesa, sofocado por las risotadas, llorando de la risa. No hay afectación ni decoro entre los reunidos, varios de los cuales lucen las heridas de la lucha reciente. Mañana enterrarán a sus muertos y llorarán su ausencia, pero hoy es hoy, y es el día de regocijarse y literalmente partirse de risa.

Esa carcajada es la clave del cuadro: no ríen porque hayan vencido a un ejército y puesto en ridículo a un imperio. Ríen porque nadie, y menos que nadie el pomposo Sultán, puede negarles la risa.

Se ríen porque son libres. Y Mehmet, en su lejano y lujoso palacio, no lo es.

Este cuadro era, paradójicamente, la obra favorita de Stalin, y digo paradójicamente porque Repin no habla de batallas ni de glorias, sino de libertad, de La Libertad, y encarnada como la enemiga más temible para el dictador del Kremlin

Que no os engañen con imágenes solemnes. La Libertad no es una mujer semidesnuda alzando una bandera guiando al pueblo a la batalla, ni una severa dama con una antorcha iluminando a la ciega Humanidad.

La Libertad es la carcajada. El derecho, conquistado al más alto de los precios, de reirte en la cara de los tiranos.

jueves, 31 de enero de 2019

DIEZ AÑOS MUY MOVIDOS



Cuando empezó el reto ese de subir una foto de hace diez años y una actual para contrastar, pasé bastante del tema. No sé si será o no una estrategia, como han dicho algunos, para probar algoritmos de reconocimiento facial, pero eso me la pela, simplemente no me gustan este tipo de movidas. Tampoco participo en cadenas de esas de "cita tu marca favorita de calcetines y a tres amigos a los que proponer el reto" igual que no lo hacía en aquellas de "reenvía esta carta a diez personas y recibirás bienes y servicios insospechados, pero si no lo haces morirán 10.000 gatitos"

A todo esto ¿alguien sabe quién es el encargado de matar a todos esos gatitos? Porque si ha tenido un puesto de trabajo estable estos años es gracias a mí, y ya podía tener un detallito, vamos, estírate un poco, chaval.

Pero el caso es que hace nada el señor feisbuq, tal vez preocupado al ver que yo no me animaba al reto, me recordó algunas fotos de hace 10 años (nada que sospechar aquí, circulen), y al verme, aparte de los cambios exteriores (notables) me dio por pensar en todo lo que ha sucedido en estos diez años. Y después de darle bastantes vueltas, he decidido retomar mi actividad en el blog hablando, precisamente, de esos diez años.

Ante todo, los cambios (muy evidentes) de mi anatomía: como puede verse* abulto bastante menos, y mi cabellera, amén de más escasa, se ha vuelto gris. Lo segundo se debe al inevitable paso de los años, que ya peino 52, y lo primero a unos cuantos miles de kilómetros recorridos al trotecillo corto desde 2013. No porque se me haya despertado una febril afición al running tras leer a Murakami, sino porque en un momento me dije, si no me pongo en forma ahora, luego será tarde, y lo de correr es un muermo pero es barato.

Aparte de los detalles corporales, no hay más cambios exteriores que reseñar: sigo sin operarme los ojos y mantengo mi desaliñado modo de vestir (lo que viene a ser el look "indigente con estilo"). Afortunadamente, sigue estando bien visto que los dibujantes seamos unos zarrapastrosos, así que de momento no me tengo que gastar ni un céntimo en ropa decente.

Pocos cambios, y, sin embargo, entre esas dos fotos han pasado tantas cosas que, si alguien me lo hubiera dicho en 2009, lo mismo me hubiera escondido debajo de la cama de puro vértigo.

Para empezar, nos hemos comido la crisis, y ésta se ha llevado por delante muchas cosas y a muchas personas. La mayoría de mis conocidos han logrado capear el temporal pero eso sólo significa que, como yo, se mantienen a flote, no que naveguen sin preocuparse.

A nivel profesional, he vivido un gran salto. Sigo siendo, sobre todo, ilustrador, pero ahora planteo mis propios proyectos, de principio a fin, incluyendo conceptos, estructura, textos... He logrado hacerme un nombre como profesional y, aunque las cosas están cada vez más difíciles en esta profesión, de momento aguanto y sigo remando

Escribir siempre ha sido una afición muy gratificante, pero ver publicados mis propios textos ha sido un subidón. Y, dado que se está preparando una segunda edición de mi primer libro, yo diría que no he hecho perder dinero a mi editorial, así que, como autor amateur, me puedo dar una palmadita en la espalda. Y también soltando mis majaronadas de viva voz, colaborando con el podcast Antena Historia. Hemos logrado que 30.000 personas se interesaran en el poema de Gilgamesh: si eso no es un triunfo, que venga Ishtar y me lo diga a la cara

Y lo más importante. A nivel personal, ha sido una década muy intensa. En la que personas maravillosas han rozado mi vida, e incluso me han permitido caminar con ellas, aunque sea un trecho. Y no daré nombres, pero quienes leéis estas líneas os reconoceréis

Nos creció la familia sin esperarlo, y con ella crecimos cada uno de nosotros.

He probado diversos sabores de helado, y al final he comprobado que me gusta la vainilla, en ocasiones con algún topping, por darle un puntito, pero en esencia vainilla.

Me encontré con nuevas amistades, vi la fuerza de algunas antiguas, y entendí, por fin, que amar y amistar comparten mucho más que una raíz.

Supe que, a veces, no puedes limitarte a decir "alguien debería hacer algo". Porque no hay otro: alguien eres tú.

He disfrutado de algunas locuras, en la mejor de las compañías. Porque lo hermoso de estar loco es la complicidad con otros locos.

¿Alguna vez habéis sentido como un poema os atravesaba la piel, golpeaba y os dejaba sin aliento? Que alguien, sin pretenderlo, te enamore con unos versos, es un regalo maravilloso.

Ha habido mañanas en las que, al despertar, pensé que todo debía ser un sueño, o un error, que me había caído por equivocación la vida de otra persona mucho más meritoria que yo.

Aprendí a volar. Y ¿sabéis una cosa? estrellarse contra el suelo es terrible, pero la única forma de no estrellarse nunca es no alzar el vuelo jamás. Y por eso sé que, en mi lengua, encore significa toujours.

Y, finalmente: sé que, si alguna vez fui de verdad afortunado, fue cuando conocí a mi pareja. Lo más divertido es verlo en los ojos de otras personas, que a lo mejor, cuando me conocen a mí se dicen "oye, qué tío más guay" pero cuando la conocen a ella flipan en colores y casi escucho como piensan "pero ¿cómo es posible que este pringado esté con esta mujer?"

Las canas, las lorzas... son sólo cambios externos. Lo importante, estos diez años, ha sucedido por dentro. Y lo mejor es saber que, suceda lo que suceda en los próximos diez, también será una sorpresa.

* La foto del fuet en realidad es de 2018 pero es que me encanta mi cara de hacer el gilipollas